Finalmente,
el jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Horacio Rodríguez
Larreta, se decidió y lanzó su candidatura presidencia con una encendida
invocación a superar “la grieta” política e ideológica que divide a los
argentinos.
El dirigente de Juntos por el Cambio (JxC) realizó, en
su primer mensaje, una convocatoria a la concordia entre los argentinos, que
desde el punto de vita humano, moral y ético, todos deberíamos apoyar.
Sin embargo, el llamado al entendimiento, al diálogo y
a consolidar un consenso nacional para sacar al país de una de las mayores
crisis de su historia omite, por lo menos, un par de aspectos esenciales.
La grieta que actualmente divide a lo argentinos no se
basa en cuestiones de simpatía o antipatía a determinados dirigentes, vaya por
caso: Cristina Kirchner o Mauricio Macri. Se debe a que en el seno de sociedad
argentina anidan dos proyectos de país basados en valores e ideas enfrentadas
entre sí.
Un sector más moderado y conservador suscribe la idea
de una Argentina demoliberal, con plena vigencia de la ley, respeto por la
propiedad privada y las libertades individuales. Aspiran a que los gobiernos acepten
la división de poderes, el pluripartidismo e impulsen el correcto
funcionamiento de las instituciones republicanas.
Sueñan con un Estado más pequeño, pero infinitamente
más eficiente, con menor intervención estatal en la economía, en un país que
busque el crecimiento y la estabilidad económica.
Sus adherentes pretenden reducir el gasto social haciéndolo
más justo, racional y transitorio para así poder disminuir los impuestos que
ahogan las actividades productivas. También impulsan una reforma laboral que
permita a la industria nacional ganar competitividad a nivel internacional y
que, al mismo tiempo, termine con el trabajo en negro.
Este sector pretende aplicar algo cercano a la
economía social de mercado que modernice el país y lo inserte en el mundo.
Sueñan con un país alineado claramente con las grandes democracias del
hemisferio norte y donde la inmigración deje de ser la opción más atractiva
para los jóvenes.
Aspiran a vivir en un país más seguro, donde la gente
pueda vivir, trabajar y estudiar sin temor por si vida. Un país con menos
piqueteros, motochorros, corruptos, mafiosos y narcotraficantes.
Del otro lado de la grieta el modelo del país se
inspira en las dictaduras populistas de América Latina, especialmente de Cuba,
Venezuela y Nicaragua. Regímenes basados en el partido único o el partido
oficial hegemónico. Donde impera el culto a la personalidad y el nepotismo más
descarado. Aceptan que el liderazgo político se transmita por matrimonio o por
herencia en un sistema de cuasi monarquía donde las esposas e hijos reciben los
cargos por su cercanía familiar con el líder, tal como ocurre en Nicaragua y
Corea de Norte.
Los defensores del modelo populista parecen
convencidos de que están llevando a cabo la “revolución” (que, por otra parte,
nadie le pidió que realizaran) y que están construyendo una sociedad socialista
más justa e igualitaria, Una sociedad más cercana al perimido modelo soviético
que al socialismo democrático y respetuoso de las libertades individuales que
gobierna en algunos países europeos.
Por lo tanto, pretenden superar al sistema capitalista
privado por un capitalismo de Estado, donde el empresario que arriesga su
capacidad emprendedora y su capital en la empresa que construyó es reemplazado
por un funcionario del gobierno, premiado por su compenetración ideológica y
lealtad al líder supremo. Un funcionario que nada arriesga y que, por lo
general, tampoco sabe mucho de la empresa que le toca gerenciar.
En el camino hacia esa sociedad utópica, los
populistas se resignan a aumentar al infinito los impuestos para sostener las
pérdidas ocasionadas por empresas estatales absolutamente ineficientes y
mantener un gasto social en continua expansión. Incluso intentarán implantar
medidas tales como la “renta universal”, es decir, una suerte de
asignación monetaria, como una pensión o jubilación, que recibirían todos los
ciudadanos argentinos pobres (incluso los inmigrantes irregulares e
indocumentados de los países limítrofes) desde el mismo momento de su
nacimiento y hasta la muerte, para compensarlos de no encontrar un empleo
formal y del hecho de ser pobres.
Como el populismo no cree en la capacidad de las
personas para decidir lo que es más conveniente para el país y para ellos
mismos. Todos los gobierno populistas cuentan con un grupo de militantes
profesionales esclarecidos, una suerte de vanguardia rentada del pueblo, como
podría ser La Cámpora, que le indica a la masa del pueblo como y que
debe pensar y a quién debe apoyar. Los “pibes para liberación” que les
dicen.
Los populistas creen que la movilización callejera de
algunos miles de personas es más importante que las decisiones expresadas por
millones de personas en las urnas.
No les preocupa que los jóvenes que emigren, porque
consideran a los que se van como opositores al modelo de país que ellos
intentan construir. ¿Si no por qué se van? Por otra parte, a más inmigración de
descontentos menor resistencia interna a sus manejos en el gobierno. En este
punto imitan al gobierno chavista de Venezuela que expulsó a 3,5 millones de
venezolanos por vía de la emigración voluntaria.
Así, los populistas pretenden uniformar a la población
bajo sus consignas apelando al esquema tradicional de la propaganda marxista-leninista,
machacar insistentemente una mentira para intentar convertir en verdad (la
proscripción de Cristina Kirchner, por ejemplo, o los 30.000 desaparecidos).
También aplican la “regla de la simplificación” o del "enemigo
único”, que cuando no lo hay lo inventan. Un enemigo que debe ser cuanto
más abstracto mejor, “la derecha”, los ricos del campo, el poder
corporativo, los medios, Héctor Magnetto y Clarín, o los jueces de la Corte
Suprema de Justicia.
Aunque no lo dicen por el momento, aspiran a reformar
la constitución nacional para consagrar el “poder popular de las masas”,
la reelección presidencial indefinida, recortar las libertades individuales (en
especial la libertad de prensa) y suprimir cualquier rasgo de gobierno
republicano
El alineamiento internacional en esa Argentina
populista se circunscribiría a todos los regímenes ideológicamente afines.
Especialmente, de América Latina, como el Estado Plurinacional de Bolivia, de
Luis Arce y Evo Morales, la Colombia de Gustavo Petro, el Chile de Sergio Boric,
el Brasil de Luiz Inacio “Lula” da Silva. Pero, también Cuba, la Rusia
de Putin, la Venezuela chavista, China, Corea del Norte, Argelia y, si es
posible, la teocracia terrorista de Irán.
A estás alturas el lector habrá comprendido que no
existe un punto intermedio o acuerdo entre estos dos modelos tan opuestos. No
existe un modelo intermedio que permita alcanzar un consenso y superar la
grieta. Porque la libertad y la democracia no se negocian ni fraccionan.
Tampoco es posible negociar de igual a igual con los
condenados y procesados por corruptos, ni con dirigentes políticos y sindicales
sospechados (con sobrados y evidentes motivos) por la opinión pública de
haberse enriquecido ilícitamente o con aquellos cuyo propósito final es
derrocar al régimen republicano, aún cuando los mismos tengan una importante
capacidad de desestabilización, tan grande como para amenazar la gobernabilidad
del país.
Se puede pensar seriamente que las organizaciones
piqueteras negociaran pacífica y democráticamente una reducción en los planes
sociales que administran, o, que aceptaran nuevas regulaciones que impidan sus coercitivos
“acampes” en la avenida 9 de Julio.
No se puede negociar con personajes como Grabois,
Pérsico o Menéndez, ni con sindicalistas como Moyano o Baradel para
preservarlos al frente de sus gremios y negocios, permitiéndoles seguir extorsionando
a los gobiernos con paros salvajes cuando no se someten a sus condiciones.
Baradel, por ejemplo, al frente de los docentes
bonaerenses llevó a cabo 62 paros durante los cuatro años del gobierno de María
Eugenia Vidal y ninguno durante la gestión de Axel Kircillof.
Por lo tanto, hablemos claro, todo diálogo con el
kirchnerismo comienza y termina en un indulto, tanto para Cristina Kirchner
como para sus hijos y algunos de sus funcionarios más cercanos, involucrados en
los mismos actos de corrupción.
El kirchnerismo demandará seguramente algunos asientos
en la futura Corte Suprema de Justicia reorganizada, con el objeto de
asegurarse la impunidad en futuros procesamientos y juicios por corrupción.
Además, el kirchnerismo se opondrá a toda reforma
electoral que, como la boleta única o la boleta electrónica, reduzca, en las
elecciones, el peso de los intendentes y del aparato de punteros kirchneristas,
especialmente en los barrios populares del conurbano.
Por último, negociar con los grandes jerarcas del
sindicalismo significa abandonar toda idea de la tan necesaria reforma laboral
y de una industria nacional más eficiente y competitiva.
Entonces, de que forma propone usted superar la grieta,
sin abandonar las demandas que un sector importante de la población espera que satisfaga
el gobierno que asuma el 10 de diciembre próximo.
Posiblemente Rodríguez Larreta estará pensando que
basta con un acuerdo espurio con su compadre Sergio Massa y sus socios del
“círculo rojo” de empresarios, para crear una suerte de “Pacto de la
Moncloa” a la criolla que le otorgue gobernabilidad a un futuro gobierno de
JxC y, al mismo tiempo compense los diputados que perderá a manos del partido
de Javier Milei.
La cuestión central es que Sergio Massa es parte del
problema y, por lo tanto, difícilmente pueda ser parte de la solución.
Buena parte del país no quiere ni apoyará esa suerte
de “kirchnerismo descafeinado” que se desprende de la propuesta
electoral de Rodríguez Larreta, y que, por otra parte, parece muy alejada de lo
que este momento político demanda y los votantes quieren.
Si Horacio Rodríguez Larreta pretende representar el
voto democrático y republicano deberá indicarle claramente al electorado con
quién y qué pretende negociar con el kirchnerismo para superar la grieta.
Por el momento, basta con decir claramente que si
superar la grieta pasa por un acuerdo con Sergio Massa la propuesta electoral
de Horacio Rodríguez Larreta carece de total seriedad y aceptación.
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