Un
insólito conflicto diplomático ha estallado entre el nuevo gobierno de Paraguay
y el Estado de Israel sobre el lugar de emplazamiento de la sede diplomática
guaraní.
En
Asunción es un secreto a voces el enfrentamiento entre el actual presidente
Mario Abdo Benítez y su predecesor el empresario Horacio Cartés por el control
del Partido Colorado. Enfrentamiento que por momentos toma el carácter de una
auténtica “guerra sucia”.
Benítez
se unió al opositor Fernando Lugo para impedir que el presidente saliente
asumiera como senador y en esta forma logra los fueros que lo protegerían de
las diversas causas que debe enfrentar en la justicia por cargos de corrupción
y contrabando.
El
nuevo presidente también ha buscado revertir algunas de las medidas adoptadas
por el exmandatario durante su gestión.
En ese
contexto se encuadra la reciente decisión de trasladar la embajada de Paraguay
en Israel de la ciudad de Jerusalén a la de Tel Aviv que ha derivado en un
conflicto internacional.
Es una
antigua reivindicación de los israelíes convertir a Jerusalén en la capital del
Estado judío.
Cuando
se creó el Estado de Israel, en 1947, la resolución estableció que “La ciudad de
Jerusalén se establecerá como
un corpus separatum bajo un régimen internacional especial y será administrada
por las Naciones Unidas”.
La
partición prevista por la ONU nunca se llevó a cabo a efectos reales, debido a
la guerra árabe – israelí durante la cual Jerusalén fue ocupada por las tropas
de Jordania e Israel, haciéndose los primeros con la ciudad vieja y los últimos
con los barrios modernos. El conflicto dejó a la ciudad dividida en dos; hasta
su reunificación tras la Guerra de los Seis Días, el 7 de junio de 1967, cuando
las Fuerzas de Defensa de Israel conquistaron el sector oriental de la misma,
conocido como “Jerusalén Este”, que
incluye la Ciudad Vieja y los lugares santos de las tres religiones monoteístas.
El 30
de julio de 1980, Israel declaró a la totalidad de la ciudad como su “capital eterna e indivisible”. Pero la
anexión fue inmediatamente rechazada por el Consejo de Seguridad de la ONU que
aconsejó a los estados miembros mantener su representación diplomática en Tel
Aviv.
En
1995, el Congreso de los Estados Unidos aprobó una resolución que declaraba que
“Jerusalén debe ser reconocida como la
capital del Estado de Israel; y que la embajada estadounidense en Israel
debería establecerse en dicha ciudad no más tarde del 31 de mayo de 1999”.
Sin embargo, el traslado no se efectuó hasta que el 6 de diciembre de 2017, el
presidente Donald Trump reconoció oficialmente a Jerusalén como capital de
Israel, convirtiendo a su país en el primero del mundo llevar a cabo ese
reconocimiento. Pronto siguieron igual criterio Guatemala y finalmente
Paraguay.
Inmediatamente,
en la Asamblea General de la ONU, 128 países votaron a favor de que Washington
revertiese su decisión sobre Jerusalén. Otros 35 Estados se abstuvieron, 21 no
asistieron a la votación y siete votaron en contra.
Los
intentos por modificar el status de Jerusalén fueron acompañados de violentas
protestas en todo Medio Oriente que dejaron un importante saldo de muertos y
heridos.
Horacio
Cartés tomó la decisión de trasladar la Embajada de Paraguay a Jerusalén hacia
el final de su mandato, sin consultar ni a su propio partido, ni a la oposición
o al presidente electo. El canciller Luis Alberto Castiglioni definió la
decisión de Cartés como “visceral y sin
fundamento”.
Cuatro
meses más tarde, el presidente Mario Abdo Benítez decidió retrotraer la medida
de Cartés y situar la embajada de su país nuevamente en Tel Aviv.
Pero
si la decisión de Cartés fue imprudente e inconsulta la resolución de Benítez
fue tanto o más inconveniente porque generó un profundo malestar tanto en
Israel como en los Estados Unidos.
Los
estadounidenses, al menos por el momento, no han comentado la medida adoptada
por Paraguay, pero el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu reaccionó con
su habitual dureza ordenando el cierre de la Embajada que Israel tiene en
Asunción desde 2015.
Ahora,
el flamante presidente paraguayo tiene entre sus manos un innecesario y estéril
conflicto internacional.
Si
retira su embajada de Jerusalén se disgusta con Israel y los Estados Unidos y
si no lo hace se gana la hostilidad del mundo árabe y musulmán en un país donde
esa colectividad es numerosa e influyente.
Este
tipo de conflictos suelen aparecer cunado se pretende utilizar a la diplomacia
y la
política internacional para resolver diferendos de política doméstica.
Todos
los presidentes en sus primeros meses en el cargo suelen cometer algún desliz
en asuntos internacionales, veremos cuando le cuesta a Mario Abdo Benítez esta
equivocación.
Además,
el presidente paraguayo puede haber actuado sin conocer los más íntimos
entretelones que precedieron a la decisión de Cartés y cuales fueron los beneficios
y compromisos que acompañaron la medida. En política internacional rara vez lo
público es toda la realidad.
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