La
constitución de Argelia establece un máximo de dos periodos presidenciales de
cinco años, pero el presidente Abdelaziz Bouteflika, de 81 años y postrado en
una silla de ruedas desde 2013, se presentará para un quinto periodo
consecutivo en elecciones sin ninguna supervisión internacional.
Recordando
a Winston Churchill y su célebre discurso de Fulton, podríamos decir que una
suerte de “Telón de Acero” cubre a
Argelia permitiendo que las potencias occidentales, al mirar a una dictadura
militar que viola sistemáticamente los derechos humanos y burla los más
elementales principios del sistema republicano, vean tan solo a un gobierno
presidencialista perfectamente democrático.
Es que
Occidente, en general, y la Europa comunitaria en particular, necesitan de
Argelia por diversas razones y, como le repugna a su conciencia demoliberal el
trato con las dictaduras, simulan que no ven los inocultables abusos cometidos
por el régimen de Argel.
El gas
y petróleo argelino sirve a Europa para atenuar su dependencia de los
hidrocarburos rusos y así escapar del chantaje a que frecuentemente la somete
el presidente Vladimir Putin.
Por
otra parte, el régimen de Argel ha sabido instalar en los dirigentes occidentales
la extraña idea de que constituye una suerte de “barrera natural” que protege a Occidente presencias indeseables
como las que constituyen los yihadistas o inmigrantes subsaharianos.
Aunque
para ello deba cada tanto violar la legislación humanitaria internacional.
Nadie pregunta si la temible Dirección General de Seguridad Nacional (DGSN), la
policía militarizada argelina, detiene ilegalmente, tortura y luego ejecuta a
los sospechosos de yihadismo.
Después
de todo a quien le preocupa la suerte de un terrorista que podría detonar
automóviles, ametrallar gente en teatros y restaurantes o embestir con un
camión a los transeúntes en mercados navideños o calles peatonales. Un
terrorista muerto es un terrorista menos, aunque no sea realmente un yihadista
sino un simple opositor cuyas actividades molestan al régimen y a sus
personeros.
Aunque,
Occidente debería comenzar a preguntarse que garantías puede ofrecer, frente al
terrorismo, un régimen que no solo protege y financia al Frente Polisario sino
que aprueba los vínculos que los separatistas mantienen con Irán, quien entrena
a sus milicianos y los abastece de armamento sofisticado que luego termina en
manos de grupos yihadistas.
Tampoco
preocupa a la sensibilidad humanitaria de Europa lo que ocurra con esos
molestos inmigrantes subsaharianos que insisten en llegar como una incesante
oleada a sus playas.
Si
Argelia abandonó en el desierto del Sáhara a 13.000 inmigrantes subsaharianos
en tan sólo 14 meses “protegiendo”
sus fronteras, da igual, sigue siendo una democracia respetuosa de los derechos
humanos.
Sin
importar que los inmigrantes hayan sido arrojados a las ardientes arenas del
desierto desprovistos de agua, mapas o celulares -para que no registrasen el
tratamiento que estaban recibiendo por parte de la policía argelina- a decenas
de kilómetros de cualquier poblado. Si los frustrados inmigrantes mueren allí,
pronto el desierto borrará todas las huellas de la tragedia.
Mientras
el periodismo no registre este genocidio, Occidente podrá seguir mirando para
otro lado.
Como
mira para otro lado cuando en Argelia se intenta reelegir por quinta vez
consecutiva a un presidente de 81 años que desde 2013 -fecha en que sufrió un
serio ACV- está postrado en una silla de ruedas, no puede casi hablar, no
pronuncia discursos, no recibe a mandatarios extranjeros, ni sale del país.
Aunque
la reforma constitucional de 2016 reduce los mandatos presidenciales a solo dos
periodos de cinco años cada uno, Abdelaziz Bouteflika, anunció en abril pasado
que se presentará para un quinto periodo. Inmediatamente, la candidatura de
Bouteflika recibió el apoyo de sus aliados.
El
primero en pronunciarse fue el Frente Nacional para la Justicia Social, a
través de su líder Khaled Boundejna, quien se expresó en favor del presidente
diciendo gráficamente que “los argelinos
comían pasto debido a la pobreza antes de que Bouteflika se convirtiera en
presidente”.
Luego
se hizo oír el Secretario General del oficialista Frente de Liberación Nacional
(FLN), Djamle Ould Abbes, declarando: “Voy
a votar por el presidente, aunque esté en la tumba. El FLN es el Estado y la
elección del presidente es un asunto de Estado.”
En este
contexto, en octubre de 2019, se realizarán nuevamente elecciones
presidenciales en Argelia. Elecciones sin ningún tipo de garantías ni supervisión
internacional y en las cuales, probablemente, como ocurrió en 2014, volverá a
ganar el presidente Bouteflika por más del 80% de los votos.
Para
asegurarse de ello, el entorno presidencial encabezado por el impopular hermano
menor de Bouteflika, Said y el Consejo Militar, han comenzado a eliminar todo
rasgo de disidencia en las filas de las Fuerzas Armadas y a impedir que la
oposición se organice.
La
purga en las filas del Ejército se inició con el desplazamiento del general
Abdelghani Hamel, Hasta ese momento jefe de la temible DGSN, quien tenía
públicas diferencias con el hermano del presidente y a quién se vincula con el
decomiso del mayor embarque de drogas hallado en el país hasta este momento.
Un
cargamento de 701 kilogramos de cocaína, disimulada en un embarque de carne
congelada proveniente del Brasil, capturado en el puerto de Orán en mayo
pasado. La cúpula gobernante argelina es conocida por su voracidad para todo
tipo de negocios, como así también por resolver sus disputas comerciales a
través de purgas y encarcelamientos de exfuncionarios.
Junto
con Hamel perdió su cargo el comandante de las fuerzas terrestres, mayor
general Ahcene Fater, el comandante de la primera zona militar el mayor general
Habib Chentouf, el mayor general Abderrazak Cherif, jefe de la cuarta zona
militar en Ouargla, el mayor general Meftah Souab, jefe de la sexta zona
militar en Tamanrasset y el director de la Comisión de Mercados en el
Ministerio de Defensa, el funcionario encargado de efectuar las compras para
las fuerzas armadas, mayor general Boudouaour Boudjemaa.
Seguramente,
la depuración no se detendrá allí. Hay que crear nuevas vacantes para premiar
la lealtad de los cuadros jóvenes que en las filas castrenses aguardan ansiosos
su turno para participar en el reparto del botín.
En
cuanto a la oposición externa al régimen el procedimiento a seguir consiste en
extremar la intimidación y cuando esto no es suficiente se recurre al
encarcelamiento bajo cualquier pretexto.
A
Nacer Boudiaf, hijo del fallecido expresidente Mohamed Boudiaf, y posible
candidato presidencial, el ministerio de Asuntos Exteriores comenzó por
retirarle su pasaporte diplomático como un adelanto del destino que le aguarda
si persevera en su intento de llegar al palacio de “El Mouradia”.
Mientras
que los activistas político s de grupos opositores, como el movimiento “Muwatana” (Ciudadanía), creado en junio
de 2017 por diversas personalidades políticas, son hostigados, perseguidos en
sus actos callejeros y sus dirigentes encarcelados.
Algo
similar ocurre con las organizaciones dedicadas a la defensa de los derechos
humanos y los sindicatos, cuyas actividades sufren toda suerte de restricciones
legales y sus dirigentes frecuentemente son sometidos a juicios amañados.
Curiosamente,
el gobierno de Argelia, que como hemos mencionado sostiene al separatismo de los
saharauis marroquíes, combate por medios legales e ilegales a sus minoría amazigh (bereber) que constituyen entre
el 20 y el 30% de la población total del país. Estas minorías son representadas
por el Movimiento de la Autonomía de Cabilia y el Movimiento por la Autonomía
de Mzab. La persecución se produce aun cuando estas organizaciones actúan
pacífica y legalmente pidiendo tan sólo autonomía para sus regiones.
Recordemos
que todo esto ocurre en un país que ha perdido desde 2014 la mitad de sus
reservas en divisas (de 178.000 millones en 2014 a 85.000 millones en 2018),
donde la economía dependen por entero (95%) de las exportaciones de gas y
petróleo y se encuentra agobiado por la miseria, las desigualdades, la
corrupción y el nepotismo.
Esta
situación se prolongará hasta que haya una auténtica renovación del liderazgo
que cambie el rumbo del país e instale una auténtica democracia. Algo que
parece que no ocurrirá en octubre de 2019 y sobre lo cual las potencias
occidentales que pasan por alto los abusos de la dirigencia argelina tienen
gran responsabilidad.
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