La movilidad humana crece como consecuencia del hambre, de la
violencia, las guerras, de los desastres naturales y de los efectos expulsivos
que generan las economía extractivas. Sin embargo, las fronteras se cierran y
los gobiernos encaran la crisis migratoria global como un problema de seguridad
o de riesgo a la soberanía nacional. Las migraciones interpelan nuestras
democracias que parecen no estar a la altura de los desafíos presentados.
En los últimos años, en
especial desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, la cuestión
migratorio ha adquirido cada vez mayor importancia en la agenda internacional.
Especialmente, porque en 2015, 244 millones de personas en todo el mundo vivían
en países distintos a los que nacieron, esta cifra significó un 41% más que en
el año 2000.
Desde entonces el fenómeno se
ha incrementado. En Europa, por ejemplo, tan sólo en los últimos tres años han
llegado más de 1.5 millones de migrantes provenientes en su mayor parte del
África Subsahariana, Oriente Medio y el Magreb. La mayoría de ellos han debido
cruzar el mar Mediterráneo, una ruta extremadamente peligros que se ha cobrado
en el mismo período la vida de al menos 7.500 personas.
Según un reciente informe
elaborado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), tan
sólo en los últimos seis meses (del 1° de enero al 2 de julio de 2018) murieron
mil personas en las aguas del Mediterráneo.
Este hecho ha contribuido a
generar entre los europeos la sensación de estar asistiendo a una invasión sin
precedentes.
Por un lado, los partidos
euroescépticos, nacionalistas e islamofóbicos han explotados los temores de la
población con un discurso xenófobo basado en la declinación demográfica de los
europeos frente a los recién llegados, responsabilizando a los recién llegados
por el incremento de la criminalidad o agitando el fantasma del terrorismo
yihadista.
Este discurso de odio ha
permitido a los ultranacionalistas ganar posiciones en los parlamentos europeos.
El Alemania, por ejemplo, en 2017, el partido ultranacionalista AfD
-Alternativa para Alemania-, con el lema “Hay
que devolver Alemania a los alemanes”, obtuvo el 13% de los votos, convirtiéndose
así en la tercera fuerza electoral y logrando que, por primera vez desde 1945,
ingresaran al Parlamento alemán diputados de ultraderecha. El AfD logró bancas
en 13 de los 16 parlamentos regionales y 87 escaños en la Cámara Baja alemana.
La AfD supo explotar el
rechazo del votante alemán a la política “puertas abiertas” a la inmigración
implementada por la canciller Angela Merkel, cuya partido el CDU-CSU obtuvo
33,2% de los votos, un 8,3% menos que su última elección de 2003.
El discurso de odio contra los
inmigrantes ha permitido a los partidos ultranacionalistas ganar posiciones en
los parlamentos europeos desde donde han presionado para la adopción de medidas
más duras contra la llegada de extracomunitarios.
Presionados por la opinión
pública e intentando conservar a sus electores los gobiernos europeos, en muchos
casos, han cedido a la tentación de adoptar medias más restrictivas contra la
inmigración.
Mientras tanto, el problema
migratorio ha despertado la preocupación de diversos líderes globales como el
para Francisco, que han alzado la voz instando a la adopción de políticas más
humanitarias con respecto a los inmigrantes.
Al respecto es importante
recordar el mensaje que el Rey de Marruecos, Mohamed VI, en su condición de “Líder de la Unión Africana sobre la
Cuestión de la Migración” dirigió a la trigésima cumbre de la organización
regional, el pasado 28 de enero en Addis Abeba.
En esa ocasión el monarca alauí
señaló que ha llegado el momento de desmontar “uno a uno”, los mitos asociados
a la migración:
“1.- No existe una invasión migratoria, dado que los migrantes sólo
representan el 3,4% de la población mundial.
2.-
La migración africana es ante todo intra-africana. En el plano mundial, la
migración representa menos del 14% de la población. A escala africana, de cada
cinco migrantes, cuatro permanecen en el continente.
3.-
La migración no empobrece a los países de acogida, ya que el 85% de los
ingresos de los migrantes se quedan en estos países.
4.-
La migración es un fenómeno natural que constituye la solución y no el
problema. Debemos adoptar una perspectiva positiva sobre la cuestión de la
migración, privilegiando la lógica humanista de responsabilidad compartida y de
solidaridad.”
Mohamed VI advirtió en esa ocasión
sobre la necesidad de un nuevo enfoque que concilie el realismo, la tolerancia
y la primacía de la razón sobre los temores infundados.
Ha llegado el momento de que
los gobiernos de los países involucrados en la recepción de los flujos
migratorios adopten políticas que respeten los derechos humanos de la personas que
ingresan a su territorio.
Al mismo tiempo deben
favorecer la aceptación y tolerancia hacia los recién llegados por parte de la
población local, combatiendo activamente la xenofobia, el racismo y el discurso
de odio.
Porque mientras las
diferencias económicas, de calidad de vida y de seguridad entre el Norte
próspero y un sur eternamente explotado y postergado se mantengan (y aún se
incrementen) no puede pretenderse que los habitantes del Sur se resignen a una
vida de zozobras, hambre e infortunio en sus países de origen.
Debe tenerse en consideración
que para muchos migrantes salir de sus países es una cuestión de vida o muerte
y no tan sólo una elección de vida. Nadie deja sus afectos y enfrenta los cientos
de peligros y sacrificios que implican una migración ilegal si puede vivir en
seguridad y dignidad en su patria, con su propia cultura, rodeado de su familia
y amigos.
En el contexto actual, no
habrá fronteras cerradas, muros o patrullas marítimas que detengan el flujo
migratorio. Si el mundo desarrollado pretende que los habitantes del sur pobre
permanezcan en sus países deben ayudarlos a construir sociedades más estables,
seguras y con medios de subsistencia para toda su población.
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