UNA TENDENCIA QUE VIENE DEL PASADO
Una nota aparecida el pasado jueves 28 de mayo en el
prestigioso diario español “El País”,
del cual curiosamente no se ha hecho eco la prensa local como en otras
ocasiones, deja en evidencia que la tan mentada tendencia necrofílica de los
argentinos no parece ser un mito. Es decir, nuestro antiguo hábito de manipular
muertos, removerlos de sus tumbas y pasearlos como trofeos o las disputas por
cabezas, manos, corazones y huesos, en búsqueda de momentáneos réditos
políticos o de estériles venganzas póstumas.
Al parecer esta costumbre se inició en el siglo XIX,
durante el aciago período de las luchas nacionales. En ese entonces, era
frecuente que los opositores derrotados en el campo de batalla no sólo
perdieran la vida sino que sus cabezas clavadas en la punta de una lanza
terminaran exhibidas en la plaza principal de alguna población. Ese fue el
trágico destino que padecieron grandes hombres de nuestra historia: como el
mártir de Metán, Marco Avellaneda o el “supremo entrerriano” Francisco “Pancho”
Ramírez y tantos otros.
Durante el siglo XX este macabro hábito no desapareció
totalmente sino que adquirió nuevas modalidades. Al morir, en 1952, María Eva
Duarte, su esposo y presidente de la Nación no tuvo mejor idea que emular con
ella lo realizado en la Unión Soviética con el cadáver de Lenin. Para ello
contrató al eminente patólogo español Pedro Ara para que preservara el cadáver
de su esposa para la posteridad.
El verdadero objetivo del régimen peronista era seguir
empleando a Evita, después de muerta, como un macabro instrumento de
propaganda. De haber logrado su objetivo, el cadáver momificado de Eva Perón
recibiría todos los años el homenaje de los niños en edad escolar, de los
soldados que prestaban servicio militar y de los obreros que movilizarían
disciplinadamente los sindicatos. El país entero recordaría y rendiría eterno
tributo a la “Abanderada de los Humildes”
y de paso a su esposo Juan D. Perón.
Este grandioso proyecto se frustró con el triunfo de
la Revolución Libertadora en 1955. Pero, el drama del cadáver de Eva Perón no
concluyó allí. Los militares libertadores parecían temer más al recuerdo de una
mujer muerta que al presidente depuesto. Es por ello, que el presidente de
facto, general Pedro E. Aramburu ordenó ocultar el cuerpo momificado de Eva
Perón, en Italia, durante catorce años, para evitar que su sepulcro se
convirtiera en un lugar de veneración popular.
EL CASO JUAN DUARTE
Por esos años, uno de los parapoliciales golpistas que
se denominaban “comandos civiles”, el profesor Próspero G. Fernández Albariños,
que empleaba el alias de “Capitán Gandhi”, hizo exhumar el cadáver del hermano
de Eva Perón, Juan Duarte, para determinar las reales causas de su muerte. Juan
Duarte se había desempeñado como secretario privado del presidente Perón hasta
su renuncia en medio de sospechas de corrupción. El 9 de abril de 1953,
apareció misteriosamente muerto de un disparo en la sien que se atribuyó a un
suicidio. Fernández Albariños, hizo seccionar la cabeza del cuerpo y solía
exhibirla con orgullo a quienes visitaban su despacho, en la temible
Coordinación Federal, para explicar que había sido asesinado por orden de
Perón.
LOS CADÁVERES EN OLIVOS
Sería otro gobierno de facto, en este caso presidido
por el Teniente General Alejandro A. Lanusse, quien, buscando congraciarse con
Perón, restituyó los restos de Eva Duarte a su esposo en 1971. El ex presidente
atravesaba, en ese entonces, la última etapa de su exilio madrileño en la finca
de Puerta de Hierro.
Mucho se ha hablado y escrito sobre el uso que
hicieron Isabel Perón y su “secretario
privado”, el místico José López Rega, del cadáver de Evita para llevar a
cabo ceremonias ocultistas. Nada diremos al respecto para no agregar más notas
de mal gusto a este relato.
Perón, con la serenidad y la prudencia que solo
proporcionan los años y la proximidad de la muerte, prefirió mantener el cuerpo
de Evita en España, aún después de su regreso victorioso al país en 1973.
Muerto Perón en 1974, los Montoneros decidieron que
había llegado el momento de que fueran ellos quienes obtuvieran algún rédito
del cadáver momificado de Eva Perón. Para ello secuestraron el cadáver del
general Aramburu, profanando su tumba en el cementerio de La Recoleta. Los
guerrilleros demandaron que el cadáver de Evita fuera trasladado a la Argentina
como requisito para restituir los restos del militar.
En esta forma Aramburu terminó siendo secuestrado dos
veces por el mismo grupo guerrillero. La primera vez, en 1970, para asesinarlo
y la segunda vez, en 1974, como cadáver para ser intercambiado por otro
cadáver.
El débil gobierno de Isabel Perón no tuvo otra
alternativa que ceder a la demanda de los Montoneros. Nuevamente, el inefable
José López Rega entró en acción y al frente de su banda de parapoliciales trajo
el cadáver de regreso al país en un sorpresivo operativo secreto.
Desde entonces y hasta el final de su mandato, Isabel
vivió en la Residencia Presidencial de Olivos en compañía de los cadáveres de
su esposo el general Juan D. Perón y de la segunda esposa de este, Eva Duarte, alojados
en una habitación especialmente acondicionada como capilla ardiente.
El golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, puso fin al
empleo de la residencia presidencial como cementerio. El presidente de facto,
el entonces general Jorge R. Videla, ordenó que el cadáver de Eva Perón fuera
enterrado en una bóveda blindada construida para preservarlo de nuevas
profanaciones en el cementerio de La Recoleta. En tanto que, el cadáver del
presidente Juan D. Perón fue inhumado en la bóveda que la familia Perón tenía
en el cementerio de la Chacarita.
LAS MANOS DE PERÓN
El general Perón, como recordamos había ordenado la
preservación del cadáver de Eva Duarte mediante el embalsamamiento, quiso
evitar que su propio cuerpo fuera objeto de manipulación política y estableció
claramente en su testamento que deseaba ser enterrado con su uniforme –después
de todo había sido un militar casi a lo largo de toda su vida- y que a su
cadáver no debía aplicarse ningún procedimiento de embalsamamiento.
No obstante, si Perón pretendía evitar que sus restos
mortales pasaran por las mismas peripecias que sufrió el cuerpo de Evita, no lo
logró.
El 10 de junio de 1987, se supo que el cadáver de
Perón fue profanado, sus manos amputadas y sustraídas junto a otros objetos que
se encontraban en el ataúd. Nunca se estableció cual fue el motivo, tampoco se
recuperaron esos despojos mortales.
Pero allí no terminan las penurias para el cadáver del
General. El 17 de octubre de 2006, el gobierno de Néstor Kirchner quiso
reverdecer su pertenencia peronista y dispuso el traslado de los restos
mortales de Perón desde la bóveda familiar del cementerio de la Chacarita a un
mausoleo construido en la Quinta 17 de octubre, en el partido de San Vicente,
provincia de Buenos Aires. En ocasión del traslado se extrajo una porción del
uso de la tibia para realizar un análisis de paternidad, debido a que la señora
Marta Holgado afirmaba ser hija extramatrimonial de Perón, algo que el análisis
demostraría era erróneo pero no impidió una nueva mutilación del cuerpo.
Durante el traslado se produjeron serios incidentes
entre grupos sindicales peronistas antagónicos que contendieron con palos
piedras y disparos de armas de fuego. El saldo un escándalo mayúsculo y
cuarenta personas heridas.
CADÁVERES Y DESPOJOS MORTALES A LA
ORDEN DEL DÍA
En 1989, apareció misteriosamente en la Plaza de Mayo,
el cráneo de Miguel Martínez de Hoz, el abuelo del ministro de economía de
Videla, José Alfredo Martínez de Hoz, cuya tumba había sido profanada por
desconocidos días antes.
A fines de octubre de 1989, el presidente Carlos S.
Menem ordenó la repatriación de los restos del Brigadier General Juan Manuel de
Rosas, que reposaba en el cementerio de Southampton, en Inglaterra, donde murió
en 1877 mientras se encontraba exiliado.
El ejemplo fue inmediatamente imitado. Los restos del
autor de la letra del himno nacional, el ex gobernador de Buenos Aires, Vicente
López y Planes, fue trasladado al partido que lleva su nombre. Los restos del
maestro William Morris fueron enterrados en el pueblo de William Morris y los
del filósofo Alejandro Korn, previsiblemente, en la estación ferroviaria
homónima. Algunos de esos traslados póstumos se frustraron antes de las
exhumaciones, pero decenas de ellos se concretaron.
Uno de los últimos correspondió a Juan Bautista
Alberdi, el jurista tucumano que sentó Las Bases para el texto de la
Constitución Nacional de 1853. El 4 de septiembre de 1992, en vísperas de las
reñidas elecciones para gobernador de la provincia de Tucumán, en las que
competía el general Domingo Bussi y el cantante popular Ramón “Palito” Ortega,
el presidente Menem viajó a Tucumán llevando los restos de Alberdi en el avión
presidencial. Muchos atribuyeron a este gesto presidencial la victoria de
Ortega en la elección.
UNA TUMBA PARA VIDELA
Retomando el artículo del diario El País que diera origen
a esta prolongada reflexión, en el mismo se refiere al destino final de los
restos mortales del ex dictador Jorge R. Videla.
Videla fue encontrado muerto en circunstancias
extrañas, el 17 de mayo de 2013, cuando contaba 87 años y purgaba una condena
de por vida en el penal de Marcos Paz. Su cuerpo fue hallado en el baño de su
celda presentando una fractura de pelvis y diversos hematomas cuyo origen los
forenses no pudieron determinar fehacientemente. Esto obligó al juzgado
interviniente a mantener la causa por muerte dudosa abierta. Es por ello que la
familia no ha podido cremar el cadáver como era su deseo.
La intención de su viuda era que el cadáver reposara
en la bóveda familiar de la ciudad bonaerense de Mercedes, pero el activismo de
sectores de izquierda y de los organismos defensores de derechos humanos lo
impidieron.
Los deudos debieron optar por enterrarlo discretamente
en una parcela del cementerio privado “Memorial” perteneciente a la familia de
otro militar de apellido Olmos.
Es cierto que Videla es responsable de que muchos
argentinos no tengan una tumba digna donde reposar y de que muchas familias no
sepan con certeza cuál fue el destino final de sus seres queridos ni donde
llevarle flores. Pero la justicia no debe confundirse con revancha o vendetta.
Si aplicamos el ojo por ojo pronto estaremos todos ciegos.
Es hora de abandonar esa horrible tendencia a usar a
nuestros muertos, sean del signo político o ideológico que sean, para resolver
nuestros conflictos de hoy o para buscar eventuales ventajas políticas.
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