UN LEJANO DRAMA HUMANITARIO
Los atentados terroristas y las tragedias humanitarias
solo suelen despertar la preocupación internacional cuando ocurren dentro del
territorio de los países centrales o en las costas de la Comunidad Europea. Una
niña que se inmola con una bomba en un mercado africano o el genocidio a que es
sometido día a día un pueblo casi desconocido de Asia lamentablemente suelen
pasar desapercibidos por la opinión pública internacional y solo reciben un
pequeño espacio en los medios de prensa.
Tal es el drama que en estos días se está
desarrollando en las aguas próximas al golfo de Bengala. Allí, unos 25.000
emigrantes, principalmente rohingyas y bangladeshíes, han intentado escapar de
sus países en precarios barcos de madera, a menudo sobrecargados y sin
adecuadas provisiones de agua y alimentos. Estos emigrantes son víctimas de las
redes clandestinas de tráfico de personas. En ocasiones estos emigrantes son
abandonados a su suerte por los traficantes en alta mar o son vendidos como
mano de obra esclava en plantaciones de Malasia y Tailandia.
Esta tragedia tiene lugar en la amplia región marítima
enmarcada por el sur de Birmania y el sureste del golfo de Bengala, al este de
las islas de Andamán, se extiende por mil quinientos kilómetros de Norte a Sur
y setecientos de Este a Oeste. Su profundidad media es de novecientos metros y
su fosa más profunda es un abismo de tres mil ochocientos metros. Estas aguas
son profusamente surcadas por varias especies de feroces tiburones siempre
prestos a devorar cualquier cosa que flote en la superficie.
LOS ROHINGYAS
La constante diáspora del pueblo rohingyas de Birmania,
oficialmente República de la Unión de Myanmar, tiene fundamentos políticos,
étnicos y religiosos. Los rohingyas constituyen una minoría islámica suní que
habita en el Norte del Estado de Rakáin –antiguamente Arakan-, en Birmania
occidental.
Con setenta millones de habitantes, Birmania es uno de
los países del sureste asiático con mayor diversidad racial y lingüística de la
región. El grupo étnico predominante es el Bamar
o birmano, además existen otros 135 grupos étnicos reconocidos que conforman el
35% de la población, ninguno de ellos musulmanes, ni siquiera el millón de rohingyas, mucho menos los panthay, de origen chino, los gurkha nepaleses y los birmanos chinos e
indios.
El 89% de la población practica el budismo
(mayoritariamente Therevãda). El 4% profesa el cristianismo, otro 4% el islam,
un 1% son animistas y el 2% restante se distribuye entre diversas religiones
incluyendo el budismo Mahãyãna, el hinduismo y otras religiones.
La cultura de Birmania es una mezcla centenaria de
influencias birmanas, chinas, indias y tailandesas, su idioma oficial es el
birmano, una lengua tibeto-birmana del grupo lolo-búrmico.
Una Ley de Ciudadanía, sancionada en 1982, niega la
ciudadanía a la etnia rohingyas que se asienta mayoritariamente en dos
municipios del Estado de Rakáin, limítrofes con Bangladés, Maungdaw y
Buthidaung y se extiende también por otros tres municipios: Akyab, Rathedung y
Kyauktaw. El Estado de Rakáin, situado al oeste del país, es el segundo estado
más pobre de Birmania, uno de los países menos desarrollados del mundo, que
posee la menor esperanza de vida de la región.
El origen de los rohingyas es algo incierto, se cree
que en los siglos VII y VIII, comerciantes provenientes del mundo árabe, del
Imperio Mongol y de Bengala, comenzaron a establecerse en el actual territorio
de Rakáin.
Durante la ocupación colonial británica de Birmania
(1885 a 1948), la población musulmana de Arakáin, no superó a las sesenta mil
personas, pero durante las siguientes décadas miles de musulmanes comenzaron a
llegar de Bangladés y de la India, en muchos casos como mano de obra barata.
Los recién llegados rápidamente se asimilaron a la antigua población rohingya.
En 1937, los ingleses separaron administrativamente a
Birmania del Imperio Británico de la India, nombrando para la Birmania
británica un gobernador. Durante la Segunda Guerra Mundial, Birmania fue
ocupada por los japoneses, pero tras el retiro japonés en 1945 los británicos
retomaron su control. Durante el conflicto los rohingya se aliaron con los
ingleses en la lucha contra el gobierno títere del Estado de Birmania compuesto
en su mayor parte por japoneses birmanos, lo que generó en la etnia Bamar un profundo resentimiento.
Las guerras civiles han sido una constante del
panorama socio-político de Birmania desde la consecución de su independencia en
1948. Estas guerras predominantemente han buscado la autonomía étnica y
subnacional, siendo las áreas circundantes a los distritos centrales del país
poblados mayoritariamente por los Bamar.
Los periodistas y diplomáticos extranjeros requieren de un permiso especial de
viaje para visitar las zonas en conflicto.
Los rohingyas siempre despertaron suspicacias y
rechazos en el resto de la sociedad birmana, en parte debido a que no son
asiáticos sino bengalíes. Las diferencias raciales, idiomáticas y religiosas se
conjugaron para generar la estigmatización.
Al finalizar la ocupación japonesa, los rohingyas
intentaron crear un estado autónomo en Rakáin, pero a partir de 1962, con los
militares en el poder, instaurando una despótica dictadura por los siguientes
cincuenta años, fueron blanco de una persecución sistemática.
Las políticas de limpieza étnica aplicadas contra los
rohingyas alcanzaron picos máximos en los años 1978 y 1992, donde se llevaron a
cabo asesinatos, desapariciones forzadas y torturas sistemáticas para obligar a
unos trescientos mil rohingyas a refugiarse en Bangladés.
En 2012, se produjeron dos nuevas oleadas de violencia
racial, en los meses de junio y octubre, orquestadas por los budistas rakines,
que provocaron al menos 140 muertos, cientos de viviendas, madrazas y mezquitas
destruidas. Escapando de la violencia racial unos cien mil rohingyas dejaron
Rakaín.
Los ataques comenzaron seis días después de que tres
hombres rohingyas fueron acusados de violar y asesinar a una joven budista.
Aunque los acusados fueron rápidamente detenidos
–dos resultaron condenados a muerte y el tercero se suicidó-,
budistas exaltados asaltaron un autobús donde viajaban diez líderes musulmanes
que fueron apaleados hasta la muerte, sin que se produjera ninguna detención.
Desde entonces los ataques a los rohingyas se tornaron endémicos provocando más
de trescientos muertos.
HUIR A CUALQUIER COSTO
Las sistemáticas agresiones contra la población
rohingya son orquestados principalmente por el xenófobo Movimiento 969
(denominado así por los 9 atributos de Buda, los 6 atributos de sus enseñanzas
y los 9 atributos de la orden de Buda- liderados por el fanático monje budista
Ashim Wirathu, regente del monasterio de Masoeyein en la ciudad de Mandalay.
El gobierno birmano ha apoyado la discriminación y
persecución contra los musulmanes obligándolos a vivir confinados en recintos
cerrados. En especial el ghetto de
Aungmingalar, situado en el centro de la ciudad de Sittwe, y en una docena de
campos de internación situados en el Estado de Rakáin. Los rohingyas internados
allí viven en condiciones infrahumanas y sin que se les permita entrar o salir
sin permiso de las autoridades. Aunque la ACNUR – la agencia de Naciones Unidas
para los refugiados- no esta autorizada a visitar los campos de alojamiento, la
población depende por entero de la ayuda humanitaria, que recibe del Programa
Mundial de Alimentos y del aporte de varias ONG, para su subsistencia.
La persecución de que es objeto por el gobierno de
Birmania, por los fanáticos budistas del Movimiento 969 y el desprecio del
resto de la sociedad birmana ha impulsado a la población rohingya a emigrar a
cualquier costo. En esta forma los emigrantes rohingya –y otros bangladeshíes-
se convierten en víctimas de las despiadadas organizaciones dedicadas al
tráfico humano que hacen su negocio a despecho de la suerte que aguarda a las
personas que caen en sus manos.
Aunque unos pocos miles de emigrantes rohingyas y
bangladeshíes han logrado encontrar un hogar en las costas de Malasia,
Indonesia y Tailandia, otros muchos miles han padecido de la forma más atroz
(generalmente de sed y hambre) en medio del mar.
Pero también los países receptores muestran su
preocupación por los emigrantes que llegan masivamente a sus playas. En las
últimas semanas los gobiernos de Malasia, Indonesia, Tailandia y Filipinas se
han negado a permitir que los precarios barcos cargados de emigrantes se
acerquen a sus costas, limitándose a proveerlos de agua, alimentos e insumos
médicos, antes de remolcarlos mar a dentro.
Los gobiernos de Birmania y Bangladesh se niegan insistentemente
a reconocer que esta población emigrante pertenece a sus Estados. Incluso el
presidente birmano Thein Sein ha considerado que la “única solución” al conflicto étnico consiste en expulsar a los
rohingya a otros países o confinarlos en campamentos supervisados y a cargo de
la ACNUR. Empleando las mismas palabras que Hitler al hablar de los judíos en
la década de 1930, Thein Sein, dijo: “los
enviaremos al extranjero si los acepta un tercer país…”
Mientras los rohingyas enfrentan el riesgo de perecer
de hambre y sed en el mar, el mundo contempla con indiferencia su destino y los
países de la región demoran con burocráticas negociaciones, el encarar
soluciones de fondo a este drama humanitario.
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