Donald Trump ha vuelto a situar a
Medio Oriente en el centro del tablero internacional con la presentación de un
plan de paz de veinte puntos para Gaza.
Contenido:
Este
lunes acompañado por Benjamín Netanyahu en la Casa Blanca, el presidente
estadounidense planteó una hoja de ruta que, de aceptarse, supondría el fin de
la guerra que desde 2023 devasta la Franja y abriría paso a una etapa de
transición bajo tutela internacional.
El
plan, sin embargo, ha sido recibido con lecturas opuestas. Mientras Israel y
gran parte del mundo árabe lo avalan, Hamás se encuentra ante un dilema
existencial: aceptar un desarme que significaría su disolución política o
rechazar la propuesta y exponerse a una ofensiva militar sin precedentes.
Un
marco de veinte puntos
El
proyecto contempla un alto el fuego inmediato, la liberación de rehenes
israelíes y de prisioneros palestinos, la retirada gradual del ejército
israelí, la entrada masiva de ayuda humanitaria y la creación de una “Junta
de Paz” encabezada por el propio Trump y en la que participaría Tony Blair,
además de expertos internacionales y palestinos no vinculados a milicias.
El
texto exige la desmilitarización total de Hamás y la destrucción de su
infraestructura bélica. En paralelo, una Fuerza Internacional de
Estabilización, integrada por países árabes y apoyada por EE. UU., asumiría
la seguridad en el territorio y entrenaría a un nuevo cuerpo policial
palestino.
Aunque
el plan menciona la “posibilidad futura” de un Estado palestino, evita
comprometer un calendario, dejando la cuestión en suspenso. Ese silencio es,
para muchos, su mayor debilidad.
Los
aspectos positivos del plan
El
mayor logro de la iniciativa reside en su capacidad de generar un consenso
regional inédito. Qatar, Egipto, Arabia Saudí, Jordania, Emiratos Árabes
Unidos y Turquía han mostrado su apoyo al plan, aislando políticamente a Hamás
y empujándolo a negociar. También la Autoridad Palestina ha expresado
disposición a participar en la reconstrucción, aunque con reservas.
En
el terreno, la propuesta ofrece una perspectiva inmediata de alivio
humanitario: el desbloqueo de la Franja, el envío masivo de medicinas,
alimentos y agua, y el inicio de un plan de reconstrucción económica
supervisado por la ONU. Para los más de 1,5 millones de gazatíes desplazados,
agotados tras dos años de guerra, el plan representa la única esperanza de
frenar la catástrofe.
Además,
el acuerdo permitiría recuperar a los rehenes aún en poder de Hamás, un reclamo
prioritario para la sociedad israelí.
Los
aspectos negativos: protectorado y rendición
El
plan también acumula críticas severas. Organizaciones palestinas y voces de la
sociedad civil lo califican de “rendición impuesta” que excluye a los
propios palestinos de decidir su futuro. El diseño de una Gaza administrada por
una Junta de Paz liderada por Trump se interpreta como un modelo paternalista,
o incluso neocolonial.
Otro
punto controvertido es el desarme obligatorio de Hamás. Para el
movimiento islamista, renunciar a sus armas equivale a disolverse. La Yihad
Islámica Palestina ya ha rechazado de plano el plan, y sectores duros de Hamás
advierten que aceptarlo sería suicida.
También
en Israel hay divisiones. Netanyahu apoya el plan, pero enfrenta la oposición
de sus socios de ultraderecha, que lo acusan de “fracaso diplomático”. Para
ellos, el fin de la guerra limitaría sus aspiraciones de recuperar Gaza por la
fuerza y pondría en riesgo la coalición de gobierno.
Por
último, la ausencia de un horizonte claro para un Estado palestino mantiene
abierta la herida histórica del conflicto.
Cómo
interpretan el plan los actores involucrados
Estados
Unidos
Para
Trump, el plan representa un triunfo personal y diplomático. El presidente lo
calificó de “uno de los días más grandes de la civilización”,
presentándose no solo como mediador, sino como garante y protagonista directo
del proceso. Washington interpreta el acuerdo como un “punto de no retorno”
en el que Hamás debe elegir entre desarmarse o desaparecer. La administración
republicana subraya, además, que el plan podría consolidar los Acuerdos de
Abraham de 2020 y extender la normalización entre Israel y el mundo árabe.
Para
el presidente Donad Trump, en lo personal, lograr un alto alfuego duradero en
Gaza lo acercaría a su objetivo de obtener el Premio Nobel de la Paz,
equiparándose con su rival demócrata Barack Obama, y le dejaría las manos
libres para su segundo obtetivo: imponer la paz entre Ucrania y Rusia.
Israel
Netanyahu respalda públicamente el plan porque cumple con los objetivos
militares: debilitar a Hamás, liberar a los rehenes y asegurar que Gaza no
vuelva a ser una amenaza. Pero en el interior de su gobierno la propuesta
provoca fisuras. Los socios de ultraderecha acusan al primer ministro de “claudicar”
y advierten que aceptar el plan podría significar el final de la coalición.
Netanyahu, pragmático, mantiene un doble discurso: apoya el texto ante la
comunidad internacional, pero insinúa ante sus aliados que Israel mantendrá
presencia militar en partes de Gaza, incluso si el plan avanza.
Hamás
El grupo islamista percibe el plan como una “rendición impuesta”. Sus
líderes rechazan de plano la exigencia de desarme y ven con recelo la creación
de una Fuerza Internacional de Estabilización, que consideran una nueva
forma de ocupación. Al mismo tiempo, Hamás afronta divisiones internas:
mientras la facción política en Doha evalúa un sí condicionado, los mandos
militares dentro de Gaza insisten en continuar la resistencia armada. Para la
milicia, entregar de golpe a todos los rehenes supondría quedarse sin su última
carta de negociación
La
Autoridad Palestina (ANP)
La
dirigencia de Fatah en Cisjordania celebra los esfuerzos diplomáticos de
Washington, pero denuncia que el plan legitima la exclusión de los palestinos
de la toma de decisiones. Mahmoud Abbas ha mostrado disposición a participar en
la reconstrucción de Gaza, aunque dirigentes de su círculo advierten que el
esquema podría fracturar aún más la unidad nacional palestina.
El
club de los mediadores árabes (Qatar, Egipto, Turquía)
Estos
países han desempeñado un papel esencial. Qatar y Egipto presionan a Hamás para
aceptar la iniciativa, conscientes de que un rechazo podría desencadenar una
ofensiva israelí devastadora. Turquía, tradicional aliada del grupo islamista,
intenta suavizar las condiciones del plan, pero también se muestra pragmática:
prefiere un acuerdo imperfecto antes que un Gaza arrasada. Para el bloque
árabe, el plan supone la oportunidad de estabilizar la región y evitar un
desbordamiento del conflicto.
La
Liga Árabe
La
organización panárabe está dividida. Algunos Estados lo consideran un punto de
partida positivo, mientras que otros lo tachan de “suicida” por las
exigencias de desarme inmediato y la indefinición sobre la retirada israelí. El
secretario adjunto Hosam Zaki alertó de que el texto contiene cláusulas “inaceptables”
y que la falta de concreción deja a los palestinos en una situación vulnerable.
Europa
y la ONU
La
Unión Europea ha recibido el plan con cautela, valorando la apertura
humanitaria pero recordando que la solución debe incluir el derecho de
autodeterminación palestino. Naciones Unidas lo interpreta como una oportunidad
para abrir un corredor humanitario estable, aunque advierte de que la “Junta de
Paz” no puede sustituir la voluntad soberana de los palestinos.
La
sociedad civil en Gaza
Los
testimonios recogidos en medios internacionales revelan una postura
ambivalente. Muchos gazatíes desconfían de Trump y de Israel, pero al mismo
tiempo confiesan que apoyarían “cualquier plan que acabe con la guerra”.
Exhaustos y devastados, priorizan el alto el fuego inmediato por encima de la
arquitectura política que pueda surgir después.
Tres escenarios posibles
- Aceptación condicionada
de Hamás
Hamás,
bajo presión de Qatar, Egipto y Turquía, podría aceptar el plan con reservas,
exigiendo garantías sobre la retirada total de Israel y revisiones en las
cláusulas sobre desarme y gobernanza. Sería el escenario más estable a corto
plazo, aunque con enormes dificultades de implementación y tensiones internas
dentro del movimiento palestino.
- Rechazo y escalada
militar
Si
Hamás opta por rechazar la propuesta, Trump ya ha dado “luz verde” a
Israel para intensificar la ofensiva. Este escenario conduciría a una guerra
total en Gaza, con un saldo devastador en vidas humanas y el riesgo de una
crisis regional mayor. Netanyahu, respaldado por Washington, podría buscar la
destrucción definitiva de Hamás.
- Aceptación parcial y
bloqueo político
Una
tercera opción sería un sí ambiguo por parte de Hamás, que aceptase el
alto el fuego y la liberación de rehenes, pero dilatase su desarme y su salida
del poder. Esto permitiría un alivio inmediato de la situación humanitaria,
pero mantendría un conflicto latente. El resultado sería una Gaza fragmentada,
bajo control parcial de fuerzas internacionales, con una paz frágil y
susceptible de romperse en cualquier momento.
Entre
la esperanza y el abismo
El
plan de Trump para Gaza no garantiza la paz, pero redefine los términos del
conflicto. Por primera vez en dos décadas, la comunidad internacional y gran
parte del mundo árabe se alinean en torno a una propuesta que podría acabar con
la guerra. Pero esa misma unidad deja a Hamás en la encrucijada: aceptar una
desmovilización que amenaza su existencia, o arrastrar a Gaza a un desenlace
aún más sangriento.
El
reloj corre. Trump ha dado apenas “tres o cuatro días” para una respuesta. En
Oriente Próximo, como tantas veces, la paz depende de una delgada línea entre
la diplomacia y la guerra.
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