sábado, 11 de octubre de 2025

¿Un final para la Guerra de los ocho Estados?


 

Tras dos años de guerra en Medio Oriente, que involucró a ocho Estados, dejando un saldo de 67.000 muertos, miles de heridos y desplazados y destrucción al por mayor un acuerdo entre Israel y Hamás crea la esperanza de paz en la región. Este artículo resume el balance humano y estratégico de esos dos años, desgrana las consecuencias para cada actor implicado y plantea tres escenarios plausibles a partir del acuerdo recientemente anunciado.

Por Adalberto Agozino

Hace dos años, la madrugada del 7 de octubre de 2023, un asalto coordinado de Hamás a localidades del sur de Israel sacudió la región y abrió un ciclo de violencia que se ha prolongado, con diferentes intensidades y frentes, hasta la firma de la primera fase de un acuerdo entre Israel y Hamás en octubre de 2025.

El episodio inicial —que causó más de mil muertes israelíes y el secuestro de decenas de personas— desencadenó una respuesta militar masiva de Israel en la Franja de Gaza y una escalada regional que implicó directamente al territorio o las fuerzas armadas de ocho Estados: Israel, el proto Estado palestino de Gaza, Estados Unidos, El Líbano, Irán, Qatar, Siria y Yemen, e indirectamente al menos a otros tres: Egipto, Jordania y Turquía. Por lo que puede decirse que este conflicto constituyó una suerte de guerra mundial circunscripta a Medio Oriente.

El coste humano y material: cifras que pesan

Las cifras son, en sí mismas, una forma de contar la devastación. Según informes de Naciones Unidas y organizaciones humanitarias, el conflicto ha dejado más de 67.000 muertos palestinos, centenares de miles de heridos, 1,3 millones de desplazados y una destrucción casi total de la infraestructura civil en Gaza: hospitales, escuelas, redes de agua y viviendas. En Israel, los ataques del 7 de octubre y los enfrentamientos posteriores provocaron también miles de bajas y un trauma nacional que aún no cicatriza.

“Volví con imágenes que no se borran: niños sin extremidades, familias cavando fosas improvisadas con cucharas y hospitales que funcionan como morgues”, relató un trabajador humanitario de la ONU tras una misión a la Franja en junio de 2024. Sus palabras condensan la doble emergencia: la de las heridas causadas por la guerra y la de la erosión de los servicios básicos que mantiene viva a la población.

“Vi a mi hijo morir lentamente por falta de comida y medicinas”, confesó una mujer desplazada en testimonios reunidos por organizaciones de derechos humanos en 2025, que documentan casos de inanición y colapso sanitario entre los desplazados. Esos relatos han sido utilizados por ONGs para denunciar que, más allá de las víctimas directas de las bombas, millones sufren efectos indirectos letales.

Según France Press, la contienda fue particularmente letal para los hombre de prensa. Desde el 7 de octubre de 2023, 237 periodistas han perecido, más muertos que en las guerras de Corea, Vietnam, los Balcanes y Afganistán juntas.  

Israel la seguridad al precio de una sociedad fragmentada

Militarmente, Israel entró en una guerra a gran escala con el objetivo declarado de neutralizar la capacidad militar de Hamás y rescatar a los rehenes. Pero el costo interno ha sido profundo. El país vivió una movilización nacional sin precedentes y, al mismo tiempo, una crisis de confianza hacia el Gobierno y las Fuerzas de Defensa. La guerra unió a la población en los primeros meses, pero pronto reavivó divisiones políticas y protestas por la gestión del conflicto.

En Hostages Square, en Tel Aviv, decenas de familias han pasado jornadas enteras exigiendo la liberación de los suyos; “no podemos cerrar esta herida hasta que vuelvan”, repiten los manifestantes, según crónicas de agencias internacionales en octubre de 2025. La presión social por recuperar a los rehenes fue motor de la política israelí durante dos años.

Hamás: la lucha por la supervivencia

Hamás llegó al acuerdo tras más de dos años de asedio militar y costos operacionales muy altos. Aunque el movimiento islamista salió debilitado en términos militares y administrativos —con capacidad operativa reducida y un territorio devastado— mantiene una posición dentro de Gaza que le permite negociar intercambios y una salida política.

El gran interrogante es si esa negociación concluirá en la desmilitarización efectiva de la organización o en una suerte de statu quo vigilado: el acuerdo contempla liberación de rehenes y canje de prisioneros, pero deja abiertas las preguntas sobre el futuro del poder civil, la reconstrucción y la supervisión internacional en la Franja. Para Hamás, la supervivencia política puede exigir concesiones difíciles que tensionarán su base social

La población civil, sin embargo, ha pagado el precio más alto. “Escuchábamos bombas y rezábamos”, contó una médica que evacuó pacientes del hospital Shifa durante las ofensivas de 2024. Sus palabras reflejan la vida cotidiana en la Franja: entre sirenas, ruinas y la incertidumbre del siguiente ataque.

Líbano y Hezbolá: guerra abierta.

El conflicto se extendió pronto al norte. Hezbolá, que reaccionó a las operaciones israelíes en Gaza, lanzando ataques que derivaron en una intensa campaña entre Israel y las milicias shiítas en el sur del Líbano. El choque dejó miles de muertos y una devastación significativa en poblaciones libanesas cercanas a la frontera; por su parte, Israel sufrió pérdidas y daños en su territorio por cohetes y ataques transfronterizos.

“Perdimos casas, cosechas y a vecinos”, relató un agricultor de Bint Jbeil, en el sur del Líbano, a medios locales. Sus palabras resumen la devastación cotidiana de una guerra que no eligieron.

La muerte en 2024 del liderazgo de Hezbolá —un golpe simbólico y organizativo— no apagó su capacidad de ataque, aunque sí reconfiguró su estructura y su relación con Beirut y Teherán. La contienda en El Líbano demuestra cómo la guerra contra Hamás se convirtió en un conflicto regional con efectos más amplios sobre la seguridad estatal y la gobernabilidad en El Líbano.

“No confiamos en el futuro inmediato”, reconoció una vecina de Nabatieh a la prensa internacional. El cansancio colectivo en ese país se ha convertido en un límite político para las aventuras militares de la milicia chií.

Siria: campo de operaciones

Siria, aún desangrada por la guerra civil previa, fue escenario de ataques israelíes puntuales y de fricciones con milicias proiraníes. A lo largo de 2024–2025 las tensiones crecieron hasta escaladas localizadas entre Israel y fuerzas sirias o asentamientos de milicias aliadas de Irán, lo que contribuyó a convertir partes del territorio sirio en un teatro secundario pero significativo del conflicto regional. La volatilidad en su territorio complica cualquier marco de seguridad regional y ofrece a Teherán y Moscú nuevas palancas de influencia.

Irán: asimilar los daños

Irán, como patrocinador político y militar de Hezbolá y de otras milicias en la región, vio su papel reforzado en algunos frentes y costoso en otros. El conflicto incrementó su influencia sobre actores armados no estatales, pero también atrajo respuestas militares y sanciones que complicaron su economía y posicionamiento internacional. Irán ha encontrado, sin embargo, una rentabilidad estratégica al proyectar poder contra Israel mediante proxies, haciéndole pagar un precio político y militar a Tel Aviv sin confrontación directa masiva, aunque esa misma política provocó la intervención militar estadounidense y terminó por dañar su programa de desarrollo nuclear y además, alimentó la intervención naval contra objetivos iraníes y el aumento de presión de Estados Unidos y aliados en teatros como el Mar Rojo y el Golfo.

Los hutíes (Yemen): la guerra por procuración

El conflicto en Gaza incentivó la actuación de los hutíes en Yemen como instrumento de presión regional: ataques a la navegación en el Mar Rojo y el Golfo de Adén, interdicciones y el hundimiento de embarcaciones han llevado a respuestas militares multinacionales para proteger las rutas comerciales. Las ofensivas hutíes, alineadas con el eje proiraní, pusieron en riesgo el comercio global y forzaron operaciones internacionales —lideradas por Estados Unidos y aliados— en la zona, con costes tecnológicos y humanos. La persistencia de estos ataques y la respuesta naval han convertido al Mar Rojo en un frente adicional del conflicto regional

“Antes salíamos a pescar cada día; ahora no nos atrevemos”, dijo un pescador de Hodeida en reportes sobre el impacto de los ataques en la economía costera. ONG internacionales han documentado la pérdida de medios de vida y la inseguridad en la ruta del Mar Rojo.

Estados Unidos: los costos en tensiones domésticas y geopolíticas

La Casa Blanca y el Congreso han jugado un papel central: el apoyo militar y diplomático a Israel se mantuvo sólido, incluidas entregas de material y asistencia que crecieron desde 2024. Al mismo tiempo, la administración estadounidense tuvo que equilibrar el respaldo a la seguridad israelí con presiones humanitarias y críticas internacionales por la destrucción en Gaza. Además, la guerra reconfiguró prioridades estratégicas —con recursos desviados hacia el Mediterráneo oriental y el Golfo— y tensionó la política exterior en Washington en un momento de fracturas internas. La intermediación estadounidense para el acuerdo de octubre de 2025 aparece como un éxito de su diplomacia, aunque la sostenibilidad del arreglo depende de muchos factores en la región.

Consecuencias transversales

Más allá del teatro bélico, los efectos se extendieron a la diplomacia (una nueva oleada de mediaciones regionales), a la economía (caída del turismo, aumento del costo de la seguridad, impacto en el comercio marítimo), y a la sociedad (refugiados, trauma colectivo, radicalización y desgaste de la confianza en las instituciones). La reconstrucción de Gaza exige recursos y garantías de seguridad que los donantes internacionales y las potencias regionales aún no han acordado plenamente; la fragmentación política palestina dificulta además la entrega ordenada de ayuda y la gobernabilidad postconflicto.

Tres escenarios posibles tras el acuerdo Israel–Hamás

El acuerdo anunciado en octubre de 2025 abre una ventana de oportunidad, pero no garantiza una paz duradera. A continuación se detallan tres escenarios plausibles, con sus riesgos y probabilidades relativas.

Escenario 1 — Consolidación vigilada: tregua duradera con supervisión internacional (probabilidad: moderada)

En este escenario, la primera fase del acuerdo avanza: intercambio de prisioneros y rehenes, retirada de tropas israelíes de áreas urbanas y entrada sostenida de ayuda humanitaria. Mediadores (Egipto, Qatar, Turquía y la ONU) establecen mecanismos de verificación y una presencia civil internacional que supervisa la reconstrucción. Hamás se compromete a una política de menor hostilidad —no desmantelamiento inmediato, pero sí control sobre ataques— a cambio de una mejora palpable en las condiciones de vida en Gaza. La violencia se reduce considerablemente, y aunque la cuestión política final (estado, fronteras, soberanía) queda para negociaciones posteriores, la calma reduce ganancias para actores externos y limita la expansión del conflicto a terceros países. Este resultado exige que las grandes potencias (EE. UU., la UE) garanticen recursos sostenibles y que Hezbolá y los hutíes perciban que sus objetivos estratégicos pueden ser alcanzados sin escaladas adicionales.

Escenario 2 — Frontera de baja intensidad: tregua precaria y episodios de violencia (probabilidad: alta)

Aquí la tregua se mantiene de forma intermitente: se producen intercambios de prisioneros y alivios humanitarios, pero las raíces del conflicto —ausencia de una solución política global, frágil gobernanza en Gaza, presiones de los grupos armados y agendas regionales— generan rebrotes periódicos de violencia. Los incidentes pueden venir tanto de facciones disidentes dentro de Gaza como de Hezbolá en Líbano o ataques esporádicos desde Siria y Yemen. El comercio marítimo mejora pero permanece vulnerable a acciones de los hutíes; la reconstrucción es lenta y la inestabilidad política persiste. Este escenario alarga el sufrimiento civil y mantiene la presencia de actores internacionales en calidad de pacificadores temporales.

Escenario 3 — Deslizamiento hacia escalada regional (probabilidad: baja pero con alto impacto)

Si la implementación del acuerdo fracasa —por incumplimientos percibidos, un ataque sangriento que reactive la lógica de venganza, o una intervención directa de potencias regionales— el conflicto podría convertirse nuevamente en un enfrentamiento generalizado que arrastre a El Líbano (Hezbolá), Siria, fuerzas iraníes y una respuesta naval sostenida contra los hutíes. En ese caso, la fragmentación y la multiplicación de frentes podrían conducir a una guerra por delegación prolongada que paralice la reconstrucción, aumente las bajas civiles y desestabilice aún más a los gobiernos implicados. Aunque hoy este desenlace no parece el más probable, sus consecuencias serían estratégicamente devastadoras y costosas para todas las partes.

¿Qué hace falta para que la paz prospere?

Tres condiciones parecen imprescindibles para que el alto el fuego evolucione hacia una paz sostenible: 1) un mecanismo de verificación y presión internacional que impida la reanudación rápida de las hostilidades; 2) un plan creíble y transparente de reconstrucción de Gaza con garantías de que la ayuda no será desviada y que mejore las condiciones materiales de la población; y 3) una estrategia regional que incluya a Irán, Líbano, Turquía y actores del Golfo en acuerdos que reduzcan la lógica de guerra por delegación. Sin esos elementos, el acuerdo será, como otros en la historia de la zona, una pausa frágil entre episodios de violencia.

Epílogo

A dos años del 7 de octubre de 2023, el saldo es al mismo tiempo cuantitativo —números que miden muertos, heridos, desplazados y destrucción— y cualitativo: sociedades fragmentadas, generaciones arrancadas de su infancia, odios perdurables y deseos de venganza, tejidos urbanos y políticos rotos. El acuerdo de 2025 ofrece la primera posibilidad real de una tregua extensa desde aquel octubre de 2023; sin embargo, la paz no será sólo la ausencia de fuego, sino la construcción compleja y lenta de condiciones de seguridad, justicia y dignidad para civiles de ambas orillas. La historia inmediata de esta región, como tantas veces, dependerá no sólo de lo que acuerden los Estados y las milicias, sino de la voluntad internacional y regional para transformar un cese de hostilidades en un proyecto de convivencia.

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