Tras dos años de guerra en Medio
Oriente, que involucró a ocho Estados, dejando un saldo de 67.000 muertos,
miles de heridos y desplazados y destrucción al por mayor un acuerdo entre
Israel y Hamás crea la esperanza de paz en la región. Este artículo resume el
balance humano y estratégico de esos dos años, desgrana las consecuencias para
cada actor implicado y plantea tres escenarios plausibles a partir del acuerdo
recientemente anunciado.
Por
Adalberto Agozino
Hace
dos años, la madrugada del 7 de octubre de 2023, un asalto coordinado de Hamás
a localidades del sur de Israel sacudió la región y abrió un ciclo de violencia
que se ha prolongado, con diferentes intensidades y frentes, hasta la firma de
la primera fase de un acuerdo entre Israel y Hamás en octubre de 2025.
El
episodio inicial —que causó más de mil muertes israelíes y el secuestro de
decenas de personas— desencadenó una respuesta militar masiva de Israel en la
Franja de Gaza y una escalada regional que implicó directamente al territorio o
las fuerzas armadas de ocho Estados: Israel, el proto Estado palestino de Gaza,
Estados Unidos, El Líbano, Irán, Qatar, Siria y Yemen, e indirectamente al
menos a otros tres: Egipto, Jordania y Turquía. Por lo que puede decirse que este
conflicto constituyó una suerte de guerra mundial circunscripta a Medio Oriente.
El
coste humano y material: cifras que pesan
Las
cifras son, en sí mismas, una forma de contar la devastación. Según informes de
Naciones Unidas y organizaciones humanitarias, el conflicto ha dejado más de
67.000 muertos palestinos, centenares de miles de heridos, 1,3 millones de
desplazados y una destrucción casi total de la infraestructura civil en Gaza:
hospitales, escuelas, redes de agua y viviendas. En Israel, los ataques del 7
de octubre y los enfrentamientos posteriores provocaron también miles de bajas
y un trauma nacional que aún no cicatriza.
“Volví
con imágenes que no se borran: niños sin extremidades, familias cavando fosas
improvisadas con cucharas y hospitales que funcionan como morgues”,
relató un trabajador humanitario de la ONU tras una misión a la Franja en junio
de 2024. Sus palabras condensan la doble emergencia: la de las heridas causadas
por la guerra y la de la erosión de los servicios básicos que mantiene viva a
la población.
“Vi
a mi hijo morir lentamente por falta de comida y medicinas”,
confesó una mujer desplazada en testimonios reunidos por organizaciones de
derechos humanos en 2025, que documentan casos de inanición y colapso sanitario
entre los desplazados. Esos relatos han sido utilizados por ONGs para denunciar
que, más allá de las víctimas directas de las bombas, millones sufren efectos
indirectos letales.
Según
France Press, la contienda fue particularmente letal para los hombre de prensa.
Desde el 7 de octubre de 2023, 237 periodistas han perecido, más muertos que en
las guerras de Corea, Vietnam, los Balcanes y Afganistán juntas.
Israel
la seguridad al precio de una sociedad fragmentada
Militarmente,
Israel entró en una guerra a gran escala con el objetivo declarado de
neutralizar la capacidad militar de Hamás y rescatar a los rehenes. Pero el
costo interno ha sido profundo. El país vivió una movilización nacional sin
precedentes y, al mismo tiempo, una crisis de confianza hacia el Gobierno y las
Fuerzas de Defensa. La guerra unió a la población en los primeros meses, pero
pronto reavivó divisiones políticas y protestas por la gestión del conflicto.
En
Hostages Square, en Tel Aviv, decenas de familias han pasado jornadas enteras
exigiendo la liberación de los suyos; “no podemos cerrar esta herida hasta
que vuelvan”, repiten los manifestantes, según crónicas de agencias
internacionales en octubre de 2025. La presión social por recuperar a los
rehenes fue motor de la política israelí durante dos años.
Hamás:
la lucha por la supervivencia
Hamás
llegó al acuerdo tras más de dos años de asedio militar y costos operacionales
muy altos. Aunque el movimiento islamista salió debilitado en términos
militares y administrativos —con capacidad operativa reducida y un territorio
devastado— mantiene una posición dentro de Gaza que le permite negociar
intercambios y una salida política.
El
gran interrogante es si esa negociación concluirá en la desmilitarización
efectiva de la organización o en una suerte de statu quo vigilado: el acuerdo
contempla liberación de rehenes y canje de prisioneros, pero deja abiertas las
preguntas sobre el futuro del poder civil, la reconstrucción y la supervisión
internacional en la Franja. Para Hamás, la supervivencia política puede exigir
concesiones difíciles que tensionarán su base social
La
población civil, sin embargo, ha pagado el precio más alto. “Escuchábamos
bombas y rezábamos”, contó una médica que evacuó pacientes del hospital
Shifa durante las ofensivas de 2024. Sus palabras reflejan la vida cotidiana en
la Franja: entre sirenas, ruinas y la incertidumbre del siguiente ataque.
Líbano
y Hezbolá: guerra abierta.
El
conflicto se extendió pronto al norte. Hezbolá, que reaccionó a las operaciones
israelíes en Gaza, lanzando ataques que derivaron en una intensa campaña entre
Israel y las milicias shiítas en el sur del Líbano. El choque dejó miles de
muertos y una devastación significativa en poblaciones libanesas cercanas a la
frontera; por su parte, Israel sufrió pérdidas y daños en su territorio por
cohetes y ataques transfronterizos.
“Perdimos
casas, cosechas y a vecinos”, relató un agricultor de Bint
Jbeil, en el sur del Líbano, a medios locales. Sus palabras resumen la
devastación cotidiana de una guerra que no eligieron.
La
muerte en 2024 del liderazgo de Hezbolá —un golpe simbólico y organizativo— no
apagó su capacidad de ataque, aunque sí reconfiguró su estructura y su relación
con Beirut y Teherán. La contienda en El Líbano demuestra cómo la guerra contra
Hamás se convirtió en un conflicto regional con efectos más amplios sobre la
seguridad estatal y la gobernabilidad en El Líbano.
“No
confiamos en el futuro inmediato”, reconoció una vecina
de Nabatieh a la prensa internacional. El cansancio colectivo en ese país se ha
convertido en un límite político para las aventuras militares de la milicia
chií.
Siria:
campo de operaciones
Siria,
aún desangrada por la guerra civil previa, fue escenario de ataques israelíes
puntuales y de fricciones con milicias proiraníes. A lo largo de 2024–2025 las
tensiones crecieron hasta escaladas localizadas entre Israel y fuerzas sirias o
asentamientos de milicias aliadas de Irán, lo que contribuyó a convertir partes
del territorio sirio en un teatro secundario pero significativo del conflicto
regional. La volatilidad en su territorio complica cualquier marco de seguridad
regional y ofrece a Teherán y Moscú nuevas palancas de influencia.
Irán:
asimilar los daños
Irán,
como patrocinador político y militar de Hezbolá y de otras milicias en la
región, vio su papel reforzado en algunos frentes y costoso en otros. El
conflicto incrementó su influencia sobre actores armados no estatales, pero
también atrajo respuestas militares y sanciones que complicaron su economía y
posicionamiento internacional. Irán ha encontrado, sin embargo, una
rentabilidad estratégica al proyectar poder contra Israel mediante proxies,
haciéndole pagar un precio político y militar a Tel Aviv sin confrontación
directa masiva, aunque esa misma política provocó la intervención militar
estadounidense y terminó por dañar su programa de desarrollo nuclear y además, alimentó
la intervención naval contra objetivos iraníes y el aumento de presión de
Estados Unidos y aliados en teatros como el Mar Rojo y el Golfo.
Los
hutíes (Yemen): la guerra por procuración
El
conflicto en Gaza incentivó la actuación de los hutíes en Yemen como
instrumento de presión regional: ataques a la navegación en el Mar Rojo y el
Golfo de Adén, interdicciones y el hundimiento de embarcaciones han llevado a
respuestas militares multinacionales para proteger las rutas comerciales. Las
ofensivas hutíes, alineadas con el eje proiraní, pusieron en riesgo el comercio
global y forzaron operaciones internacionales —lideradas por Estados Unidos y
aliados— en la zona, con costes tecnológicos y humanos. La persistencia de
estos ataques y la respuesta naval han convertido al Mar Rojo en un frente
adicional del conflicto regional
“Antes
salíamos a pescar cada día; ahora no nos atrevemos”, dijo
un pescador de Hodeida en reportes sobre el impacto de los ataques en la
economía costera. ONG internacionales han documentado la pérdida de medios de
vida y la inseguridad en la ruta del Mar Rojo.
Estados
Unidos: los costos en tensiones domésticas y geopolíticas
La
Casa Blanca y el Congreso han jugado un papel central: el apoyo militar y
diplomático a Israel se mantuvo sólido, incluidas entregas de material y
asistencia que crecieron desde 2024. Al mismo tiempo, la administración
estadounidense tuvo que equilibrar el respaldo a la seguridad israelí con
presiones humanitarias y críticas internacionales por la destrucción en Gaza.
Además, la guerra reconfiguró prioridades estratégicas —con recursos desviados
hacia el Mediterráneo oriental y el Golfo— y tensionó la política exterior en
Washington en un momento de fracturas internas. La intermediación
estadounidense para el acuerdo de octubre de 2025 aparece como un éxito de su
diplomacia, aunque la sostenibilidad del arreglo depende de muchos factores en
la región.
Consecuencias transversales
Más allá del
teatro bélico, los efectos se extendieron a la diplomacia (una nueva oleada de
mediaciones regionales), a la economía (caída del turismo, aumento del costo de
la seguridad, impacto en el comercio marítimo), y a la sociedad (refugiados,
trauma colectivo, radicalización y desgaste de la confianza en las
instituciones). La reconstrucción de Gaza exige recursos y garantías de
seguridad que los donantes internacionales y las potencias regionales aún no
han acordado plenamente; la fragmentación política palestina dificulta además
la entrega ordenada de ayuda y la gobernabilidad postconflicto.
Tres escenarios posibles tras el acuerdo Israel–Hamás
El acuerdo
anunciado en octubre de 2025 abre una ventana de oportunidad, pero no garantiza
una paz duradera. A continuación se detallan tres escenarios plausibles, con
sus riesgos y probabilidades relativas.
Escenario 1 — Consolidación vigilada: tregua duradera con
supervisión internacional (probabilidad: moderada)
En este
escenario, la primera fase del acuerdo avanza: intercambio de prisioneros y
rehenes, retirada de tropas israelíes de áreas urbanas y entrada sostenida de
ayuda humanitaria. Mediadores (Egipto, Qatar, Turquía y la ONU) establecen
mecanismos de verificación y una presencia civil internacional que supervisa la
reconstrucción. Hamás se compromete a una política de menor hostilidad —no
desmantelamiento inmediato, pero sí control sobre ataques— a cambio de una
mejora palpable en las condiciones de vida en Gaza. La violencia se reduce
considerablemente, y aunque la cuestión política final (estado, fronteras,
soberanía) queda para negociaciones posteriores, la calma reduce ganancias para
actores externos y limita la expansión del conflicto a terceros países. Este
resultado exige que las grandes potencias (EE. UU., la UE) garanticen recursos
sostenibles y que Hezbolá y los hutíes perciban que sus objetivos estratégicos
pueden ser alcanzados sin escaladas adicionales.
Escenario 2 — Frontera de baja intensidad: tregua precaria y
episodios de violencia (probabilidad: alta)
Aquí la tregua
se mantiene de forma intermitente: se producen intercambios de prisioneros y
alivios humanitarios, pero las raíces del conflicto —ausencia de una solución
política global, frágil gobernanza en Gaza, presiones de los grupos armados y
agendas regionales— generan rebrotes periódicos de violencia. Los incidentes
pueden venir tanto de facciones disidentes dentro de Gaza como de Hezbolá en
Líbano o ataques esporádicos desde Siria y Yemen. El comercio marítimo mejora
pero permanece vulnerable a acciones de los hutíes; la reconstrucción es lenta
y la inestabilidad política persiste. Este escenario alarga el sufrimiento
civil y mantiene la presencia de actores internacionales en calidad de
pacificadores temporales.
Escenario 3 — Deslizamiento hacia escalada regional
(probabilidad: baja pero con alto impacto)
Si la
implementación del acuerdo fracasa —por incumplimientos percibidos, un ataque
sangriento que reactive la lógica de venganza, o una intervención directa de
potencias regionales— el conflicto podría convertirse nuevamente en un
enfrentamiento generalizado que arrastre a El Líbano (Hezbolá), Siria, fuerzas
iraníes y una respuesta naval sostenida contra los hutíes. En ese caso, la
fragmentación y la multiplicación de frentes podrían conducir a una guerra por
delegación prolongada que paralice la reconstrucción, aumente las bajas civiles
y desestabilice aún más a los gobiernos implicados. Aunque hoy este desenlace
no parece el más probable, sus consecuencias serían estratégicamente
devastadoras y costosas para todas las partes.
¿Qué hace falta para que la paz prospere?
Tres condiciones
parecen imprescindibles para que el alto el fuego evolucione hacia una paz
sostenible: 1) un mecanismo de verificación y presión internacional que impida
la reanudación rápida de las hostilidades; 2) un plan creíble y transparente de
reconstrucción de Gaza con garantías de que la ayuda no será desviada y que
mejore las condiciones materiales de la población; y 3) una estrategia regional
que incluya a Irán, Líbano, Turquía y actores del Golfo en acuerdos que
reduzcan la lógica de guerra por delegación. Sin esos elementos, el acuerdo
será, como otros en la historia de la zona, una pausa frágil entre episodios de
violencia.
Epílogo
A
dos años del 7 de octubre de 2023, el saldo es al mismo tiempo cuantitativo
—números que miden muertos, heridos, desplazados y destrucción— y cualitativo:
sociedades fragmentadas, generaciones arrancadas de su infancia, odios
perdurables y deseos de venganza, tejidos urbanos y políticos rotos. El acuerdo
de 2025 ofrece la primera posibilidad real de una tregua extensa desde aquel
octubre de 2023; sin embargo, la paz no será sólo la ausencia de fuego, sino la
construcción compleja y lenta de condiciones de seguridad, justicia y dignidad
para civiles de ambas orillas. La historia inmediata de esta región, como
tantas veces, dependerá no sólo de lo que acuerden los Estados y las milicias,
sino de la voluntad internacional y regional para transformar un cese de
hostilidades en un proyecto de convivencia.
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