La frontera más caliente del Sudeste Asiático revive su eterno conflicto, ahora con misiles, minas y muertos. Una disputa territorial enquistada, un nacionalismo inflamado y el la asimetría militar siembran el riesgo de una guerra abierta.
El
conflicto entre Camboya y Tailandia, enquistado desde los tiempos del dominio
colonial francés, ha vuelto a estallar con violencia. Una línea de frontera
trazada hace más de un siglo, un templo milenario en lo alto de una montaña y
el nacionalismo herido de dos pueblos son los ingredientes de una crisis que ya
se ha cobrado al menos una docena de vidas y amenaza con convertirse en una
guerra regional de consecuencias imprevisibles.
El
jueves 24 de julio, las tropas de ambos países intercambiaron fuego en al menos
seis puntos a lo largo de su porosa frontera de 817 kilómetros. Bombardeos,
misiles y ataques con drones transformaron en zona de guerra un área donde se
erigen los templos de Ta Muen Thom y Preah Vihear, santuarios del antiguo
Imperio jemer. Las víctimas se cuentan por decenas. La diplomacia, entre
ruinas: embajadores expulsados, fronteras cerradas, acusaciones cruzadas. El
fantasma del 2011 —cuando una disputa similar dejó una veintena de muertos— se
torna hoy más denso, más volátil.
Las
huellas del pasado
La
raíz del conflicto no está en el presente, sino en 1907, cuando Francia,
entonces potencia colonial en Indochina, impuso un trazado fronterizo que
Tailandia (entonces Siam) nunca aceptó del todo. El templo de Preah Vihear fue
adjudicado a Camboya por la Corte Internacional de Justicia en 1962, fallo que
Bangkok acató a regañadientes. Pero la soberanía de los terrenos adyacentes
—incluidos otros templos como Ta Muen Thom— sigue sin resolución.
A
lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, los estallidos armados han sido
periódicos, inflamados por ciclos de nacionalismo y aprovechados por líderes en
apuros políticos. En esta ocasión, el conflicto se ha visto agudizado por el
reciente desplome político en Tailandia, donde la primera ministra Paetongtarn
Shinawatra fue suspendida tras una llamada filtrada con el veterano líder
camboyano Hun Sen, lo que desató protestas en Bangkok y minó su legitimidad.
Un
choque asimétrico
Aunque
Camboya ha respondido con determinación, la diferencia de poder militar entre
ambos países es abismal y jugará un papel crucial en el desenlace de la crisis.
Tailandia cuenta con unas Fuerzas Armadas modernas y bien financiadas, que
superan en número y capacidad tecnológica a las camboyanas.
·
Efectivos: Tailandia dispone
de 361.000 soldados activos (más del triple que los 120.000 de Camboya) y una
reserva bien entrenada.
·
Capacidades aéreas: La Fuerza
Aérea tailandesa opera cazas Gripen suecos, F-16 y F-5 estadounidenses, además
de helicópteros Black Hawk y aviones de ataque Cobra. Camboya carece
prácticamente de aviación de combate, dependiendo solo de helicópteros de transporte
y modelos soviéticos obsoletos.
·
Blindados y artillería: El
Ejército tailandés dispone de tanques VT-4 de fabricación china y centenares de
unidades estadounidenses, junto con más de 600 piezas de artillería pesada.
Camboya, en contraste, opera tanques soviéticos T-55 y artillería ligera, lejos
de la capacidad de fuego de su vecino.
·
Apoyo internacional: Estados
Unidos considera a Tailandia un aliado estratégico, y China ha incrementado su
influencia en años recientes, dotando al país de tecnología y asesoramiento
militar.
Esa
desproporción ha quedado expuesta en los últimos días, cuando Bangkok utilizó
su poder aéreo para bombardear objetivos camboyanos tras la muerte de 11
civiles tailandeses en ataques con cohetes BM-21 procedentes de Phnom Penh.
Mientras tanto, casi 5.000 camboyanos han sido evacuados de las zonas
fronterizas.
Nacionalismo,
minas y diplomacia rota
A
la escalada armada se suma un componente emocional y simbólico. Tanto en
Tailandia como en Camboya, el nacionalismo se ha agitado como un látigo. El
templo de Preah Vihear no es solo una ruina antigua: es un emblema identitario,
una joya del pasado imperial jemer que cada país reivindica como propia. Y
cuando la historia se convierte en política, las soluciones racionales suelen
esfumarse.
El
uso de minas terrestres, atribuidas por Tailandia a Camboya y negadas por esta,
ha elevado el nivel de la confrontación. Soldados mutilados, civiles muertos,
templos milenarios convertidos en trincheras: el conflicto se torna cada vez
más tóxico.
Mientras
tanto, la vía diplomática parece clausurada. Ambos países han retirado a sus
embajadores, suspendido los cruces fronterizos, boicoteado productos y hasta
prohibido programas de televisión. La retórica oficial es beligerante y no hay
visos inmediatos de desescalada.
Tres
posibles escenarios
La
evolución del conflicto depende de muchos factores, pero pueden trazarse tres
posibles desenlaces:
1.
Escalada militar abierta
Una
posibilidad alarmante. Si continúan los ataques sobre zonas civiles o templos
históricos, y si el fervor nacionalista impide cualquier negociación, el
conflicto podría escalar a una guerra regional limitada. Con el desequilibrio
militar a su favor, Tailandia podría arrasar puestos avanzados camboyanos,
forzando una reacción internacional.
2.
Contención con mediación externa
China
y Estados Unidos han llamado a la calma. Si alguna potencia logra ejercer
presión sobre ambos gobiernos —por intereses comerciales, de seguridad o
estabilidad regional—, podría forzarse un alto el fuego provisional. Esto
requeriría una mediación firme y creíble, quizás bajo el paraguas de la ASEAN o
Naciones Unidas.
3.
Congelamiento del conflicto
El
escenario más probable a corto plazo. Sin un acuerdo formal, los combates
pueden cesar y reanudarse intermitentemente, como ha ocurrido en años
anteriores. Se mantendría la tensión, los despliegues militares y el discurso
nacionalista, sin una solución de fondo. La frontera seguiría siendo una herida
abierta.
Una
frontera, muchos riesgos
El
conflicto entre Tailandia y Camboya ilustra los peligros de los nacionalismos
en contextos frágiles. Lo que comienza como una disputa territorial puede
arrastrar a millones a la inseguridad, destruir patrimonio irremplazable y
generar una espiral de violencia difícil de revertir.
Los templos antiguos son
testigos de imperios muertos. Que no se conviertan también en tumbas de la
razón.
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