Medio Oriente no encuentra paz,
cuando todavía se encuentran abiertos los frentes de combate en Gaza, El Líbano
e Irán, se desatan nuevos incidentes armados entre Siria e Israel por la
minoría drusa.
La
región de Sweida, en el sur de Siria, ha vuelto a convertirse en un escenario
de guerra abierta. En apenas cinco días, más de 350 personas han muerto en los
enfrentamientos entre milicias drusas y tribus beduinas sunitas, en un
conflicto que mezcla tensiones religiosas, rivalidades territoriales y los
intereses cruzados de potencias regionales. El nuevo gobierno sirio, liderado
por el excomandante islamista Ahmad al-Sharaa, se ve atrapado en un fuego
cruzado que amenaza con fracturar aún más a un país que apenas empieza a
emerger del caos tras casi tres lustros de guerra civil.
Israel,
que se adjudica el rol de protector de la minoría drusa —presente también en
los Altos del Golán, ocupados por el Estado judío desde 1967—, ha intervenido
directamente con bombardeos sobre Damasco. Mientras tanto, las tropas sirias se
han replegado de Sweida por orden expresa de Estados Unidos, que lidera una
mediación diplomática junto con Turquía y los países árabes.
Una
chispa en un polvorín
El
conflicto estalló el domingo pasado tras el secuestro de un verdulero druso en
un control instalado por beduinos. Las represalias no tardaron en llegar.
Grupos armados drusos respondieron con ataques y secuestros. Las fuerzas
gubernamentales, desplegadas días después, fueron acusadas de tomar partido por
los beduinos. El resultado fue devastador: según el Observatorio Sirio de
Derechos Humanos (OSDH), entre las víctimas hay al menos 55 civiles, 79
combatientes drusos, 189 militares y 18 milicianos beduinos. Algunas muertes se
produjeron por ejecuciones sumarias cometidas por soldados del régimen, según
denuncias recogidas por ONG locales.
“Nuestro
pueblo está siendo exterminado”, clamó uno de los
líderes espirituales drusos en un llamado desesperado al presidente de EE. UU.,
al primer ministro israelí y a la comunidad internacional. En Sweida, el horror
se propagó rápidamente: vídeos de saqueos, casas quemadas y hombres drusos humillados
se viralizaron por las redes, mientras decenas de cuerpos se acumulaban en las
calles.
Israel
como garante de los drusos
La
respuesta israelí fue fulminante. En una operación quirúrgica, sus aviones
atacaron el cuartel general del Ejército sirio en Damasco y otras instalaciones
militares. El ministro de Defensa, Israel Katz, justificó los bombardeos como
una medida de protección a los drusos y advirtió: “Las advertencias han
terminado. Ahora vienen los golpes dolorosos”.
El
mensaje fue claro. Netanyahu no está dispuesto a permitir la presencia de
tropas hostiles cerca de los Altos del Golán, una meseta estratégica cuya
soberanía Israel se atribuyó unilateralmente en 1981. La conexión con la
comunidad drusa —presente tanto en Israel como en Siria y Líbano— añade una
dimensión sentimental a la cuestión: “Israel no abandonará a los drusos en
Siria”, reiteró Katz.
El
Estado judío, que durante años ha mantenido una política ambigua de
intervención limitada en Siria, parece haber dado un giro. Desde la caída del
régimen de Bashar al-Asad en diciembre de 2024, Israel ha intensificado su
ofensiva aérea contra posiciones del nuevo gobierno sirio, al que considera un
régimen islamista radical. El hecho de que Al-Sharaa, presidente interino, haya
sido miembro de Al Qaeda y combatiente del grupo Hayat Tahrir al-Sham (HTS)
alimenta esa narrativa.
Minorías
en jaque
En
el centro del conflicto están los drusos, una minoría religiosa surgida del
islam chií en el siglo XI, cuya doctrina incorpora elementos del neoplatonismo
y el gnosticismo. Practican la monogamia, creen en la reencarnación y no
aceptan conversiones. Viven repartidos en Siria, Líbano, Israel y Jordania, y
se organizan en torno a jeques y estructuras comunitarias cerradas.
En
Siria, donde viven la mitad de los drusos que existen en el mundo, representan
cerca del 3% de la población y se concentran principalmente en la provincia de
Sweida. Durante el régimen de los Asad gozaron de cierta protección
institucional, pero tras la caída del dictador, su posición se ha vuelto
extremadamente precaria. El nuevo gobierno prometió respeto a las minorías,
pero solo uno de sus 23 ministros es druso. Las comunidades locales denuncian
exclusión, violencia sectaria y marginación.
Los
beduinos, en cambio, son en su mayoría sunitas, con una larga tradición nómada
en las regiones desérticas del sur. Durante la guerra civil siria se alinearon
con los grupos rebeldes que combatieron al régimen. En el nuevo escenario
post-Asad, han estrechado vínculos con el gobierno interino, lo que los ha
convertido en aliados incómodos para la población drusa.
Un
acuerdo inestable
Tras
la presión internacional, el presidente Al-Sharaa anunció la retirada del
Ejército de Sweida y transfirió el control de la seguridad a las “facciones
locales y jeques sabios” drusos. En un discurso televisado, justificó la
decisión como una medida para evitar una guerra con Israel: “Teníamos dos
opciones: guerra abierta a costa de nuestro pueblo, o dar una oportunidad a la
razón”.
Estados
Unidos celebró el acuerdo. El secretario de Estado, Marco Rubio, afirmó que se
habían alcanzado “pasos específicos para restaurar la calma”. Turquía y
países árabes participaron en la mediación, aunque aún se desconocen los
términos exactos del pacto.
¿Y
ahora qué?
El
alto el fuego es frágil. Las tensiones siguen vivas en el terreno y los
desplazamientos masivos han comenzado. Israel ha levantado un muro adicional en
Majdal Shams, en los Altos del Golán, para evitar nuevos cruces de población
drusa desde Siria. Durante la noche del miércoles, decenas de familias atravezaban
llorando la frontera para reencontrarse tras años de separación forzada por la
guerra.
Israel
utiliza la protección de los drusos como estrategia para frenar la influencia
de grupos islamistas cerca de sus fronteras y reafirmar su control sobre el
Golán.
El
presidente sirio interino enfrenta un escenario complejo: reconstruir el país,
reconciliar facciones armadas, garantizar la seguridad y evitar que Israel
consolide un corredor militar en el sur. Pero la confianza de las minorías en
su liderazgo es escasa. La reciente masacre en Latakia contra la secta alauita,
las tensiones con los kurdos en el noreste y el escaso pluralismo del nuevo
gobierno no ayudan a reducir el escepticismo.
La
ONU ha convocado una reunión urgente del Consejo de Seguridad para abordar la
crisis. Mientras tanto, la comunidad internacional observa con inquietud cómo
Siria, una vez más, se asoma al abismo.
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