La diplomacia marroquí logró en la reunión de la
“Comisión 6 + 6”, en Bouznika, acordaron las leyes que regularán las elecciones
generales, en Libia, proyectadas para diciembre de 2023.
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En una reunión patrocinada por el Reino de Marruecos,
en la ciudad de Bouznika, situada al suroeste de Rabat y concretada entre el 22
de mayo y el 6 de junio pasado, con la participación como facilitador de las
negociaciones del ministro marroquí de Asuntos Exteriores, Cooperación Africana
y Marroquíes residentes en el Extranjero, Nasser Bourita y que contó con asistencia
de seis delegados designados por la Cámara de Representantes con sede en el
este de Libia y otros seis delegados elegidos por el Alto Consejo de Estado
(Senado) con sede en la ciudad de Trípoli al oeste del país, se arribó a un
importante acuerdo.
Las partes acordaron las leyes que regularán el desarrollo
de las elecciones generales proyectadas para diciembre de 2023, destinadas a
normalizar definitivamente al anarquizado país del norte de África, después de
doce años de crisis y acefalía gubernamental.
Según Abu Lifa, miembro de la delegación del Alto
Consejo de Estado, en la reunión se alcanzó un compromiso sobre todos los
puntos de divergencia relativos a las leyes electorales, precisando que se
habían redactado dos leyes, la primera de las cuales se refería a la elección
del parlamento (la Cámara de Representantes y el Senado), mientras que la
segunda se refería a la elección del jefe del Estado.
Sólo falta que las leyes sean publicadas
oficialmente por la Cámara de Representantes, como estipula la enmienda 13va.
de la Declaración Constitucional, para que pueda comenzar el proceso electoral,
añadió.
Los puntos pendientes fueron objeto de un
compromiso sin ninguna injerencia extranjera, añadió, explicando que estas
leyes no prohíben a ninguna persona participar en el proceso electoral y no
prevén ninguna exclusión, al igual que ofrecen a los partidos políticos la
oportunidad de desempeñar un papel fundamental en el proceso electoral.
Las dos leyes apoyan la participación de las
mujeres en la Cámara de Representantes y el Senado, y amplían la representación
regional del país, ya que todas las zonas y pueblos remotos están representados
en el Parlamento.
Abu Lifa también expresó su gratitud a Marruecos
por su firme apoyo a la misión de la Comisión, señalando que los "fructíferos
esfuerzos" del Reino habían facilitado en gran medida el cumplimiento
de esta misión.
Las conversaciones en Bouznika se inscribieron en
la prolongación de una serie de encuentros auspiciados por el Reino de
Marruecos, que reunieron a las distintas partes libias con el fin de
profundizar en el diálogo sobre las vías y medios para resolver la crisis en
este país.
Siguiendo expresas directivas del Rey Mohammed VI,
la diplomacia marroquí aplicó un enfoque inclusivo y pragmático adecuado para
el diálogo y la concertación constructiva.
Estas reuniones dieron lugar a importantes acuerdos
favorables al proceso de arreglo, entre los que destacan el acuerdo de Sjirat
(2015), el acuerdo entre el presidente de la Cámara de Representantes, Akila
Saleh, y el presidente del Consejo Superior del Estado libio, Khalid El Machri,
en octubre de 2022, sobre la aplicación de los resultados del proceso de Bouznika
relativo a las posiciones de soberanía y la unificación del poder ejecutivo.
Marruecos considera que el arreglo de la cuestión
de la legitimidad en Libia sólo puede resolverse mediante elecciones,
presidencial y legislativas, que permitan al pueblo libio elegir quién debe
asumir la gobernanza política del país.
La crisis libia
Situada en el centro de la costa
africana del Mediterráneo, a menos de mil kilómetros de Roma y menos de dos mil
de Madrid, Libia es un estado importante en términos de posición geopolítica en
el contexto de África del Norte, el Mediterráneo Oriental y Europa del Sur.
Aunque Libia es un país dotado de
grandes recursos petroleros y gasíferos, solo el 8% de sus 1.759.540 km² es
apto para la vida humana y su economía se encuentra paralizada por una década
de guerra civil que generó desplazamientos de población y destrucción de
infraestructuras críticas.
En este contexto, Libia despierta
el interés de las potencias regionales y mundiales que pretenden ganar
influencia en el futuro de un territorio de gran valor geoestratégico, con
1.770 km de costas.
Desde febrero de 2011, se
desarrolla en Libia una sangrienta guerra civil en la cual por el momento rige
un alto al fuego. En esa fecha el país fue alcanzado por la onda expansiva de
la “Primavera Árabe” que se iniciara poco antes en Túnez. La
muerte de Muamar el Gadafi, en octubre de 2011, no trajo la paz, sino que
generó un enorme vacío de poder seguido de encendidas luchas tribales y
religiosas.
Tras la caída de Gadafi, los
jóvenes combatientes que habían luchado contra su régimen no entregaron las
armas y pronto se adueñaron del gobierno asaltando el Parlamento y secuestrando
al primer ministro. Luego de lo cual se repartieron los cargos públicos, se
apropiaron del dinero y saquearon los bien provistos arsenales del dictador
libio.
La existencia de numerosas
milicias dotadas de artillería y armamento pesado hizo que al poco tiempo la
guerra civil recrudeciera con inusual virulencia. El 14 de febrero de 2014, el mariscal Jalifa Haftar,
quien había logrado movilizar a parte del antiguo ejército que había desertado
de las filas de Gadafi en 2011, y que más tarde se había sentido marginado y
amenazado por los islamistas, difundió un comunicado en el que ordenaba la
suspensión del Congreso General Nacional –CGN-, dominado por
los islamistas, tras el rumbo a la deriva que había tomado el país y
proponía la formación de una comisión presidencial hasta que se celebraran
nuevas elecciones. Después de cruentos combates entre islamistas y moderados el
país quedó dividido en dos bandos.
Por un, lado
están los islamistas, que controlan la capital, Trípoli. Su coalición, “Amanecer
de Libia”, incluye a las Brigadas de Misrata, de las ciudades del Oeste del
país y de la minoría bereber, así como a otros grupos de tendencia islamista.
Han resucitado al Congreso General Nacional –el antiguo Parlamento-
y han elegido un “gobierno de salvación nacional” encabezado
por el primer ministro Fayez al Sarraj.
En 2019, después
de un acuerdo de alto al fuego que puso fin a la ofensiva militar desatada por
el mariscal Jalifa Haftar, Fayez al Sarraj fue reemplazado, en febrero de 2021,
por un primer ministro de unidad Abdul Hamid Dbeibé. En diciembre de 2021,
Dbeibé renunció tras el aplazamiento de las elecciones presidenciales y fue
nombrado en su reemplazo Fazi Bshaga, recientemente suspendido en su cargo y desplazado
por Osama Hamad, su ministro de finanzas.
El otro bando,
era el gobierno con sede en las ciudades de Tobruk y Al Baida, al este del
país, y presidido por Abdulá al Thini. Cuenta con la Cámara de Representantes,
el Parlamento elegido en las elecciones de junio de 2014.
Más tarde, este
bando se fusionó formalmente con “Operación Dignidad”, el grupo que
responde a la conducción del general Jalifa Haftar, a quien se designó
como “Comandante en Jefe” de sus fuerzas el 2 de marzo de
2015.
También forman
parte de esta coalición moderada las milicias de la ciudad de Zintán, situada
al Oeste, las cuales, antes controlaban Trípoli y su aeropuerto internacional
junto con los guardias “federalistas” de las instalaciones
petrolíferas conducidas por Ibrahim Yadran.
Las dos
facciones adoptaron posiciones políticas y religiosas diametralmente opuestas.
Los que tienen su sede en Tobruk proclaman que están luchando contra los
terroristas islamistas, mientras que los instalados en Trípoli afirman que lo
hacen contra los residuos del régimen de Gadafi.
La participación
internacional
El conflicto
alcanzó dimensiones internacionales cuando diversos estados comenzaron a
involucrarse enviando dinero y armas, luego llegaron los instructores militares
y en los últimos meses tropas mercenarias.
Libia se
convirtió en el teatro de operaciones donde se dirimen conflictos que se han
originado en otros lugares y donde se pretenden resolver pujas geopolíticas
generadas por la necesidad de controlar los recursos energéticos del
Mediterráneo Oriental.
Los Emiratos
Árabes Unidos, Arabia Saudí, Jordania, Egipto, Rusia, Sudán y subrepticiamente
Francia unen sus esfuerzos para apoyar a las fuerzas del Ejército nacional de
Libia, comandadas por el “mariscal” Jalifa Haftar que desde
hace años intenta infructuosamente controlar Trípoli, la capital libia.
La Fuerza Aérea
de los Emiratos Árabes Unidos se instaló en la base aérea de Al Khadim, situada
en el noroeste de Libia.
Para reforzar al
general Haftar, Vladimir Putin, por su parte, envió entre doscientos y
quinientos mercenarios rusos pertenecientes al Grupo Wagner.
La “empresa
de servicios militares” Grupo Wagner, con sede en Londres, está
dirigida por el magnate gastronómico Yevgeny Prigozhin.
En 2018, cuando
el general Jalifa Haftar visitó Moscú en búsqueda de ayuda militar mantuvo una
reunión con el ministro de Defensa ruso Sergey Shiga, quien concurrió al
encuentro acompañado de Yevgeny Prigozhin, tal como testimonian las imágenes
difundidas por el canal de YouTube del Comando General del Ejército Nacional
Libio.
Los mercenarios
del Grupo Wagner hicieron su aparición en Ucrania, apoyando a las fuerzas
separatistas prorrusas de Donbass. Luego el Grupo Wagner apareció en todos los
escenarios bélicos donde se juegan los intereses rusos: Siria, Sudán, República
Center Africana, Venezuela antes de adquirir un rol protagónico durante la
invasión rusa a Ucrania.
En África, el
Grupo Wagner en muchos casos cobran sus servicios en especies: petróleo, minas
de oro, esmeraldas o diamantes de sangre, etc.
Para los
servicios de inteligencia y los expertos occidentales el Grupo Wagner es en
realidad un apéndice del GRU (El Departamento Central de Inteligencia) el organismo de inteligencia de las Fuerzas
Armadas de la Federación de Rusia.
Para
operar en primera línea de combate en Libia, el Grupo Wagner ha reclutado a un
millar de ex combatientes de la milicia sudanesa Janjaweed.
El
término Janjaweed se traduce del árabe como “pistolero
montado” o “demonio montado”. Los Janjaweed fueron
armados en los años ochenta como milicias de autodefensa en la guerra del Chad.
Actualmente, unos cinco mil hombres de la Janjaweed están
integrados a las Fuerzas de Apoyo Rápido dependiente de los Servicios de
Inteligencia y Seguridad de Chad a las ordenes Mohamed Hamdan Dagalo,
vicepresidente del Consejo Militar de Transición del Chad, un hombre al que se
le atribuyen sólidas relaciones con Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos.
Los
mercenarios chadianos de Janjaweed han sido acusados de genocidio y violaciones
reiteradas a los derechos humanos contra la población de Darfur, en la Corte
Penal Internacional.
El
Grupo Wagner también ha contratado a través de la empresa de servicios
militares Moran y Schit a mercenarios sirios que combatieron al servicio del
dictador Bashar Háfez al-Ásad.
Para
contrarrestar el apoyo extranjero que recibe el Ejército Nacional Libio del
general Jalifa Haftar, las fuerzas del Acuerdo Nacional de Libia, con sede en
Trípoli, han solicitado ayuda al presidente Recep Tayyip Erdogan de Turquía.
El
27 de noviembre de 2019, Fayez al Serraj, líder del Gobierno del Acuerdo
Nacional Libio, único gobierno reconocido por la ONU y el presidente turco
Erdogan firmaron un acuerdo de cooperación en materia de defensa seguido de
otro tratado que delimita las zonas económicas exclusivas en aguas del
Mediterráneo de ambos países.
Así,
al Serraj buscó básicamente evitar su derrota frente a Haftar que pretende
eliminar toda huella del islam político en Libia y acaparar el poder.
Mientras
que Erdogan pretendía, como mínimo, frenar el proceso que Grecia, Chipre,
Egipto e Israel, a través del llamado “Foro del Gas del Medio Oriente”,
están desarrollando para explotar los hidrocarburos localizados en el
Mediterráneo Oriental son contar con la participación de Ankara.
En
principio, Erdogan, arrinconado por los países del Foro que han condenado el
acuerdo, pretende sumar aliados a su causa con la intención final de llegar a
tener un papel relevante en la futura red mediterránea de suministro de gas a
los países de la Unión Europea. Por el momento, a la espera de ver en qué
desemboca su controvertida exploración en aguas chipriotas, ya ha logrado
convertir a la ciudad sureña de Ceyhan en el punto de llegada de hidrocarburos
procedentes del mar Caspio y de Irak. Por otro lado, está a punto de entrar en
servicio el gasoducto Turkstream por el que transitará gas ruso hacia Europa.
Ankara
también pretende resarcirse de las pérdidas económicas acumuladas en estos años
en los que sus cuantiosas inversiones en Libia han quedado paralizadas o
destruidas por la guerra civil. Su objetivo es intentar reactivar los más de
trescientos proyectos desarrollados por empresas turcas y que se encuentran en
distintas fases de ejecución y que constituyen una inversión superior a los U$S
16.500 millones de dólares. Y a eso se une actualmente el interés por obtener
una importante porción de los contratos para la reconstrucción de un país que
cuenta con los suficientes recursos en hidrocarburos como para encarar
seriamente la modernización y reparación de los daños provocados por una década
de violencia fratricida.
En
este sentido, las empresas turcas tienen grandes posibilidades de participación
tanto en el sector de la construcción de infraestructuras como en el
aeronáutico, sin olvidar la venta de armamentos.
Por
último, Erdogan esta imbuido de una visión neo-otomana cada vez más marcada. El
presidente turco aspira a ser reconocido como el líder político del islam suní,
incluso por encima de Riad. Al igual que ocurre en Siria, también en Libia -uno
de los últimos territorios perdidos del Imperio Otomano hace un siglo- se
dirime en buena media la confrontación entre los aspirantes a un liderazgo que
tradicionalmente han ejercido los saudíes.
Por
lo tanto, la presencia turca en Libia significa para Erdogan no sólo desviar la
atención sobre los problemas internos y alimentar el orgullo de una sociedad
golpeada por la crisis, sino también aumentar el peso específico de Turquía en
un delicado juego que lo está llevando a involucrarse en escenarios bélicos tan
complejos como el sirio e iraquí.
La
presencia militar turca en Libia comenzó con una Fuerza de Reacción Rápida con
capacidad para cumplir misiones de “militares y policiales”, el
establecimiento de una Oficina de Cooperación en Defensa y Seguridad “con
suficientes expertos y personal”, transferencia de materiales e instrucción
militar y compartir información de inteligencia.
Las
tropas turcas comenzaron a llegar el 6 de enero de 2020 a la ciudad – estado de
Misrata, situada en la costa a unos cuatrocientos kilómetros al oeste de la
ciudad de Trípoli, donde los turcos habían instalado una base que combatía con
mucho éxito contra las fuerzas del general Jalifa Haftar.
Los
efectivos turcos estaban comandados por un teniente general al mando de
trescientos hombres de las fuerzas especiales reforzados por mercenarios sirios
contratados por Ankara. En esta forma, mercenarios sirios combatieron al
servicio del Gobierno del Acuerdo Nacional y otros mercenarios sirios lo
hicieron para el otro bando, el Ejercito Nacional Libio de Haftar.
Después
de algunos meses de cruentos combates la ofensiva de las tropas de Haftar se
estancó e incluso perdió parte de los territorios conquistados. Finalmente,
ambos bandos alcanzaron en octubre de 2020 un alto al fuego patrocinado por la
ONU, Rusia y Turquía, que incluía el acuerdo del retiro de todas las tropas mercenarias
en un plazo de tres meses y un intercambio de prisioneros que se llevó a cabo a
fines de diciembre de ese año.
Los
acuerdos también contemplaban conversaciones a través del “Foro de
Diálogo Político en Libia”, bajo los auspicios de Naciones Unidas, para
crear las condiciones que permitieran la celebración de elecciones el 24 de
diciembre de 2021.
Tras
la suspensión de esos comicios, finalmente, con la aprobación, en la reunión de
Bouznika de la última semana, de las leyes electorales que regirán las
elecciones generales podrán desarrollarse, a fin de año, los comicios para
elegir un nuevo parlamento y un presidente que unifique al gobierno y normalice
al país.
La
pacificación y normalización de Libia, es sin lugar a duda un gran éxito de la
diplomacia marroquí, que siguiendo las expresas directivas de su majestad el
Rey Mohammed VI, apostó a la negociación y al realismo para solucionar la
crisis, mientras que otros países apostaron a la guerra enviando combatientes y
armas que solo sirvieron para prolongar innecesariamente los combates y las
víctimas inocentes.
Marruecos
y el Rey Mohammed VI siempre obraron bajo la clara consigna de que debía
priorizarse la paz y el entendimiento de los libios sin hacer diferencias
ideológicas, privilegiando todas aquellas acciones que posibilitaran la unidad
e integración económica de los países del Magreb.
Esta
conducta internacional de Marruecos es la que proyecta y sostiene la creciente
influencia del Reino en África.
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