Denostado por unos, admirado por
otros, Henry Kissinger ha sido una figura central en la política internacional
del último medio siglo. Hoy, convertido en un hombre centenario, el antiguo asesor
de Seguridad Nacional y secretario de Estado durante las administraciones de los
presidentes Richard Nixon y Gerald Ford (1969 – 1976), es el último gran
exponente vivo, y activo intelectualmente, de la geopolítica estadounidense.
UNA VIDA INTENSA
En 1938, llegaba a los Estados Unidos, procedente de Baviera, un
joven judío alemán que se refugiaba allí, junto a su familia, de los horrores
del nazismo y sus campos de exterminio. En ese entonces nadie podía imaginar
que ese inmigrante adolescente estaba destinado a ocupar los más altos cargos
que un extranjero puede alcanzar en los Estados Unidos.
Tampoco se podía imaginar que el joven Heinz Alfred Kissinger,
que nunca perdería su fuerte acento alemán, sería uno de los estadistas más
brillantes del siglo XX y que estaba destinado a moldear la política mundial de
la Guerra Fría.
Su accionar siempre estuvo orientado por el “realismo
político” más absoluto, en la misma línea teórica que Nicolás Maquiavelo,
Armand Jean du Plessis, cardenal duque de Richelieu, el conde Otto von
Bismarck, Winston Churchill o, su contemporánea, Golda Meir, apelando a la
razón de Estado y en la búsqueda de un orden internacional estable. Pero, a
diferencia de todos ellos Henry Kissinger fue el único que tuvo la posibilidad
de escribir como estructurar un orden internacional estable y contribuir a
moldearlo según sus ideas.
Por último, Kissinger fue el pensador y académico que logró
rescatar a la “geopolítica” de todos aquellos que la condenaban por
considerarla una “ciencia nazi”. El Dr. Kissinger empleó el término “geopolítica”
centenares de veces en los documentados tres tomos de memorias y en artículos y
otras contribuciones académicas.
Nació con el nombre de Heinz Alfred Kissinger en Fuerth, Baviera, Alemania,
el 27 de mayo de 1923. A los quince años emigró con su familia a los
Estados Unidos escapando de la persecución nazi a los judíos (trece de sus parientes
cercanos perecieron en el Holocausto). Allí realizó una brillante carrera
académica y política. En 1943 debió interrumpir sus estudios de ciencia
política en Harvard al nacionalizarse (oportunidad en que cambió su nombre de
Heinz por Henry) y ser reclutado por el Ejército estadounidense. Sirvió como
traductor en la inteligencia militar de la 84ava. División de Infantería. Su
brillante desempeño lo llevó a realizar tareas de contrainteligencia para la
Oficina de Servicios Estratégicos –Office Strategic Service- el
organismo de inteligencia estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial
precursor de la Agencia Central de Inteligencia.
Vuelto a la vida civil, recibió el grado
Summa del Bachillerato en Artes Cum Laude en la Universidad de Harvard en 1950,
la Maestría en 1952 y el Doctorado en Ciencias en 1954. Comenzó luego una
intensa actividad profesional donde alternó la docencia con el asesoramiento a
distintas esferas del gobierno americano.
Entre 1954 y 1971 se desempeñó como
profesor del Departamento de Gobierno y del Centro para los Asuntos
Internacionales de la Universidad de Harvard. Entre 1957 y 1960 integro el Asociado
del Centro para los Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard en
calidad de director asociado. Entre 1955 y 1956 se desempeñó como director de
Estudios del Programa de Armas Nucleares y Política Exterior del Consejo para
las Relaciones Exteriores. Entre 1956 y 1958, fue director de Estudios
Especiales de la Fundación Rockefeller.
Entre los principales cargos que
desempeñó en el gobierno de los Estados Unidos figura el de Asesor del
Departamento de Estado (1965 – 1966), Asesor sobre el Control de Armamentos
para la Agencia de Desarme (1961 – 1968). Funcionario del Consejo de Seguridad
Nacional (1961 – 1962). Miembro del Grupo de Análisis de las Prestaciones del
Sistema de Armas de la Junta de Comandantes en Jefe (1959 – 1960). Se desempeñó
como consejero para Asuntos Internacionales y de Seguridad Nacional y secretario
particular del presidente Richard Nixon, desde enero de 1969. Fue el principal
negociador de la reconciliación China - EE.UU., culminada con la visita de
Nixon a Pekín -1971-, de las distensiones con la Unión Soviética, y de la paz
en Vietnam, tras arduas gestiones con el gobierno de Hanói en París.
Ha sido presidente del Consejo de
Seguridad Nacional (1969 – 1976) y secretario de Estado (1973 – 1977). En 1983,
el presidente Ronald Reagan lo nombró presidente de la Comisión Bipartidaria
para América Central del gobierno de los Estados Unidos.
En una época de crueles dictadores,
Henry Kissinger debió tratar con muchos de ellos y arribar a acuerdos que
preservasen los intereses estadounidenses en el mundo. Así se vinculó con
Leonid Brezhnev, Mao Zedong, Fidel Castro, Sukarno, Anastasio Somoza Debayle,
Augusto Pinochet Ugarte, Jorge Rafael Videla, entre otros.
Desde 1977 se ha desempeñado como
profesor de Diplomacia de la Universidad de Georgetown. Transcurridos cinco
años desde el momento en que dejó el cargo de secretario de Estado, Henry
Kissinger creó una firma de consultoría en “diplomacia pública” denominada
“Kissinger Associates” para mejorar la imagen internacional de algunos
gobiernos o apoyarlos en promocionar ciertas causas. También desarrollo una
fecunda actividad como conferencista, escritor y analista periodístico en
diversas publicaciones internacionales.
A lo largo de su vida a recibido
numerosas distinciones académicas y diplomáticas entre las que cabe mencionar
que se le concedió el premio Novel de la Paz en 1973, compartido con el
norvietnamita Le Duc Tho. En enero de 1977 fue condecorado con la medalla
presidencial de la Freedom y en 1986 la medalla Liberty.
La Academia Diplomática de Rusia reconociendo sus méritos como un intelectual
de gran influencia en el mundo, le otorgó el título de “Doctor Honoris
Causa” y la prestigiosa revista Forbes lo incluyó entre los cien
intelectuales más prestigiosos del planeta.
Entre sus múltiples publicaciones se
cuentan: “Armas nucleares y política exterior” (1957), “La
necesidad de una elección”, “Política exterior americana”, “Un
mundo restaurado: Metternich, Castlereagh y los problemas de la paz: 1812 y
1822” (1957), “Memorias” (1977 y 1982), “¿Crisis
en la seguridad europea?”, “Diplomacia” (1994), “China” (2012),
“Orden mundial (2014) y numerosos artículos.[i]
La visión geopolítica de Kissinger se
deriva de su análisis de la Europa de principios del siglo XX. En A
Worls Restores -Un mundo restaurado-, basado en su tesis doctoral,
Kissinger escribió: “El éxito de la ciencia física depende de la selección
del experimento crucial; el de la ciencia política en el campo de los asuntos
internacionales, en la selección del período crucial. He elegido para mi tópico
el período que va de 1812 a 1822, en parte, soy franco en decirlo,
porque sus problemas me parecen análogos a los de nuestro tiempo. Pero no
insisto en esta analogía.”
La fascinación de Kissinger con este
período se basa en las reflexiones que pueden ofrecer acerca del ejercicio del
poder hombres de Estado tales como Castlereagh y Metternich para el desarrollo
de una estructura internacional que contribuyó a la paz en el siglo que va
entre el Congreso de Viena y el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Kissinger estudió la naturaleza y calidad del liderazgo político, el efecto de
las estructuras políticas internas y la relación entre política diplomática y
militar en los sistemas internacionales estables y revolucionarios.
Como ha escrito Stephen R. Graubard: “Kissinger
consideraba fundamental la elección para todo el proceso político. Era de la
mayor importancia para él que un Estado dado optara por una política específica
por un motivo más que por otro; porque su burocracia determinaba que sólo había
un curso de acción seguro; porque sus líderes estaban ansiosos de probar las
reacciones del adversario; porque la opinión interna exigía una política
específica; porque el liderazgo político estaba confundido y veía la necesidad
de crear la ilusión de que todavía era capaz de acción.”[ii]
Remitiéndose en gran medida el período
1815 - 1822, Kissinger postula que la paz se logra no como un fin en sí mismo, sino
que por el contrario emerge como el resultado de un sistema internacional
estable, por contraste con uno revolucionario. En consecuencia, Kissinger
desarrolla dos modelos para el estudio de la política internacional: primero,
un sistema estable y segundo, un sistema revolucionario. Plantea, que la
estabilidad ha sido el resultado no ya “de la búsqueda de la paz, sino
de una legitimidad general aceptada.” Según la definición de
Kissinger, legitimidad significativa “no más que un acuerdo
internacional acerca de la naturaleza de los arreglos factibles y sobre las
metas permisibles y los métodos de la política internacional.” La
legitimidad implica una aceptación del marco de orden internacional por parte
de todas las grandes potencias. El acuerdo entre las grandes potencias respecto
del marco del orden internacional no elimina los conflictos, pero limita su
alcance. El conflicto dentro del marco ha sido más limitado
que el conflicto acerca del marco. La diplomacia, a la que
Kissinger define como “ajuste de diferencias a través de la
negociación”, se vuelve posible sólo en los sistemas internacionales donde
“la legitimidad rige”. En el modelo de Kissinger, el objetivo primordial
de los agentes nacionales no es preservar la paz. De hecho, “siempre
que la paz -concebida como elusión de la guerra- ha sido el objetivo primordial
de una potencia o un grupo de potencias, el sistema internacional ha estado a
merced del miembro más brutal de la comunidad internacional.” Por
contraste, “toda vez que el orden internacional ha reconocido que en
ciertos principios no podía transarse siquiera en aras de la paz, la
estabilidad basada en un equilibrio de fuerzas al menos era concebible.”
Posición doctrinaria que podría resumirse con la célebre frase: “Si vis
pacem para bellum” (si quieres la paz, prepárate para la guerra).
Se puede derivar del modelo de
estabilidad de Kissinger una comprensión de las características de un orden
mundial revolucionario. Cualquier orden en el cual una gran potencia está tan insatisfecha
que busca transformar dicho orden, es revolucionario. En la generación anterior
a 1815, la Francia revolucionaria presentaba un gran desafío al orden
existente. “Las disputas no se referían más al ajuste de diferencias
dentro de un marco aceptado, sino a la validez del marco mismo; la lucha
política se ha vuelto doctrinal; el equilibrio de poder que había operado de
forma tan intrincada a lo largo del siglo XVIII súbitamente perdió su
flexibilidad y el equilibrio europeo pasó a parecer una protección insuficiente
para las potencias enfrentadas con una Francia que proclamaba la
incompatibilidad de sus máximas políticas con las de los demás estados.”
Rastreando la diplomacia de las
potencias europeas entre 1812 y 1822, Kissinger llega a la conclusión de que la
restauración de un orden estable depende de varios factores:
1.- La disposición de los que apoyan la legitimidad a negociar con una potencia
revolucionaria mientras que al mismo tiempo están preparados a usar el poder militar.
2.- La capacidad de los defensores de la legitimidad de eludir el estallido de
una guerra total, dado que tal conflicto amenazaría el marco
internacional que las potencias partidarias del statu quo quieren
mantener.
3.- La capacidad de las unidades nacionales de usar medios limitados para
lograr objetivos limitados. Ninguna potencia está obligada a rendirse
incondicionalmente; las potencias derrotadas en una guerra limitada no se
eliminan del sistema internacional. Ninguna potencia, sea victoriosa o
derrotada, está completamente satisfecha o insatisfecha. Las limitaciones
planteadas a los medios y metas hacen posible la restauración de un equilibrio
de poder entre los vencedores y los vencidos.
En otros escritos, Kissinger ha aplicado
conceptos derivados de su estudio de la historia diplomática europea de
principios del siglo XX al sistema internacional contemporáneo. Los problemas
planteados por el gran potencial destructivo de las armas nucleares fue una
gran preocupación para él. Como en el pasado, es necesario para las naciones
desarrollar medios limitados a fin de lograr objetivos limitados. “Una
política militar de todo o nada... jugaría en manos de la estrategia soviética
de la ambigüedad, que busca molestar el equilibrio estratégico en pequeños
grados y que combina presiones políticas, psicológicas y militares para inducir
al mayor grado de incertidumbre y hesitación en la mente del oponente.” Si
los encargados de trazar políticas americanas han de tener otra opción
que “las temidas alternativas de rendirse o suicidarse”, deben
adoptar conceptos de guerra limitada derivados de la experiencia de la guerra
del siglo XIX. En ese momento el objetivo de la guerra “era crear un
cálculo de riesgos según el cual la constante resistencia apareciera como más
costosa que los términos pacíficos que se buscaba imponer.” Una estrategia
de guerra limitada le daría a Estados Unidos los medios “de establecer
una relación razonable entre el poder y la disposición a usarlo, entre los
componentes físicos y psicológicos de la política nacional.”
Escribiendo en los años sesenta,
Kissinger planteaba que, si Estados Unidos tenía que eludir las rígidas
alternativas del suicidio o la rendición, debía tener tanto fuerzas
convencionales como armas nucleares tácticas en gran escala. Kissinger
estableció tres requisitos para las capacidades de guerra limitada:
a.- Las fuerzas de guerra limitadas deben ser capaces de impedir que el agresor
potencial cree un fait accompli.
b.- Deben ser de naturaleza tal que convenzan al agresor de que su uso, si bien
invoca un creciente riesgo de guerra total, no es un preludio inevitable a
ella.
c.- Deben acompañarse con una diplomacia que tenga éxito en comunicar que una
guerra total no es la única respuesta a la agresión y que existe una
disposición a negociar un acuerdo que no sea la rendición incondicional.
Si las naciones han de desarrollar una
estrategia de guerra limitada deben desarrollar una comprensión de aquellos
intereses que no amenazan la supervivencia nacional. Los encargados de tomar
decisiones deben poseer la capacidad de contener a la opinión pública si surge
el desacuerdo acerca de si la supervivencia nacional está en juego. Dada una
comprensión tácita entre las naciones acerca de la naturaleza de los objetivos
limitados, es posible librar tanto conflictos convencionales como guerras
nucleares limitadas sin que escalen hacia una guerra total.
En el ajuste de las diferencias entre
naciones, Kissinger le asigna un papel importante a la diplomacia.
Históricamente, la negociación se vio ayudada por las capacidades militares que
una nación podía aplicar si la diplomacia fracasaba. El amplio aumento de
capacidad destructiva ha contribuido a la perpetuación de las disputas. “Nuestra
era enfrenta el problema paradójico de que debido a que la violencia de la
guerra ha crecido fuera de toda proporción con los objetivos que se busca
conseguir, no se ha resuelto ningún tema.”
Más aún, la reducción en el número de
potencias que tienen una fuerza de aproximación equiparable ha aumentado la
dificultad de conducir la diplomacia: “En la medida en que ninguna nación
era lo suficientemente fuerte como para eliminar a todas las otras, cambiar de
coalición podría usarse para ejercer presión o dirigir el apoyo. Sirven en un
sentido como sustitutos del conflicto físico. En los períodos clásicos de
diplomacia de gabinete del siglo XVIII y XIX, la flexibilidad diplomática de un
país y su posición de negociación dependen de su disponibilidad como socio para
tantos otros países como sea posible. Como resultado, ninguna relación se
consideró permanente y ningún conflicto fue llevado hasta sus últimas
consecuencias.”[iii]
“Si bien se produjeron guerras, las
naciones no arriesgaron la supervivencia nacional y pudieron, por el contrario,
usar medios limitados para lograr objetivos limitados.”
Kissinger ve con desagrado la inyección
de ideología en el sistema internacional. La ideología no sólo contribuye al
desarrollo de objetivos nacionales ilimitados, sino que eventualmente crea
estados cuyas metas son derrocar al sistema internacional existente. En
ausencia de acuerdo entre las potencias acerca del marco del sistema -o su
legitimidad-, la conducción de la diplomacia se vuelve difícil, aun imposible.
De allí el énfasis de la política exterior Nixon - Ford - Kissinger en crear
una estructura estable para el sistema internacional: “Todas las naciones,
adversarias y amigas por igual, deben tener una participación en la
preservación del sistema internacional. Deben sentir que sus principios se
repiten y sus intereses nacionales se aseguran. Deben, en resumen, ver un
incentivo positivo para mantener la paz, no sólo los peligros de quebrarla.”
Semejante concepción para fines del
siglo XX se remitía con fuerza al marco teórico desarrollado por Kissinger
en A World Restored. Más aún, su búsqueda, como encargado de trazar
una política para un sistema internacional estable, se remitía a la creencia en
la necesidad de un “cierto equilibrio entre potenciales adversarios”;
es decir, Estados Unidos y Unión Soviética. En sus memorias, Kissinger
escribió: “Si la historia nos enseña algo es que no puede haber paz sin
equilibrio y no puede haber justicia sin restricción.” Pero el sistema
global de los años setenta difería substancialmente del de principios del siglo
XIX descripto por Kissinger en A World Restored.
“El concepto clásico de equilibrio de
poder incluía constantes maniobras para obtener ventajas marginales respecto de
los demás. En la era nuclear, esto no es realista debido a que cuando ambos
lados poseen un poder tan enorme, los pequeños incrementos adicionales no
pueden traducirse en ventaja tangible o siquiera en fuerza política utilizable.
Y es peligroso porque los intentos por obtener ganancias tácticas pueden llevar
a una confrontación, lo que sería una catástrofe”.[iv]
Sin embargo, el concepto de equilibrio
de poder impregnó la política exterior de Estados Unidos en este período:
la apertura a China fue un medio, en parte al menos, de
ejercer influencia en la Unión Soviética para que mitigara las tensiones entre
Washington y Moscú en la llamada diplomacia de la détente; inclinarse hacia
Pakistán en la guerra con la India en 1971 y presionar para un cese el fuego y
una interrupción del combate entre las fuerzas en la guerra de octubre de 1973,
cuando Israel estaba a punto de destruir lo que quedaba del ejército egipcio.
Cada uno de estos ejemplos ilustra un elemento central de la teoría del
equilibrio de poder, es decir, apoyar al más débil de dos protagonistas a fin de
detener el ascenso del más fuerte.
Como Secretario de Estado, Henry
Kissinger propuso varias iniciativas pensadas para reforzar la cohesión de la
Alianza Atlántica, si bien su concepción de un mundo de varios centros de
poder, el énfasis puesto en la flexibilidad diplomática y la sorpresa y la
necesidad percibida de desarrollar una forma de diplomacia de detente tanto
con la Unión Soviética como con la República Popular China, crearon formidables
problemas a principios de los años setenta para las relaciones de alianza de
Estados Unidos, tanto con Europa Occidental como con Japón. El dilema era el de
mantener y reforzar el vínculo con los aliados, mientras se buscaban nuevas
relaciones bilaterales con los adversarios, contra los cuales las alianzas se
formaron originariamente. En especial, luego de la guerra de octubre de 1973,
Kissinger vio la necesidad de desarrollar marcos entre Estados Unidos, Europa
Occidental y Japón para la resolución de problemas tales como el suministro de
energía y otros temas globales de fines del siglo XX. Entre 1973 y 1977,
Estados Unidos tomó iniciativas tendientes a establecer la Agencia
Internacional de Energía, manteniendo negociaciones comerciales multilaterales
y creando un diálogo entre países industrializados y en desarrollo, entre
estados productores y consumidores y entre países industrializados,
simbolizados en encuentros cumbres de jefes de gobierno para discutir
importantes temas económicos.
Kissinger, como muchos de los pensadores
que suscriben a la realpolitik, ha pretendido separar la política
interna de la política exterior. Opinaba que la conducción de una diplomacia
eficaz era difícil, sino imposible, si debía someterse en su concepción y
ejecución, al constante escrutinio de la opinión pública en una democracia como
la de Estados Unidos. La flexibilidad, característica del estilo diplomático de
Kissinger, puede lograrse en secreto más fácilmente que en un proceso político
abierto a la luz de la publicidad.
A diferencia de quienes suscriben el
idealismo o utopismo wilsoniano, Kissinger no busca transformar las estructuras
políticas internas, en la creencia que los sistemas políticos democráticos son
un prerrequisito para un mundo pacífico: “Nunca estaremos de acuerdo
con la supresión de las libertades fundamentales. Instaremos al respeto de los
principios humanitarios y usaremos nuestra influencia para promover la
justicia. Pero el tema llega hasta los límites de tales esfuerzos. ¿Con cuánta
fuerza podemos presionar sin provocar a la dirigencia soviética a que vuelva a
prácticas en su política exterior que aumentan las tensiones
internacionales?... Durante medio siglo hemos objetado los esfuerzos comunistas
por alterar la estructura interna de otros países. Durante una generación de
Guerra Fría buscamos compensar los riesgos producidos por las ideologías en
competencia. ¿Daremos ahora una vuelta de trescientos sesenta grados e
insistiremos en la compatibilidad interna del progreso?”[v]
Aquí la concepción geopolítica de
Kissinger contrasta con la visión de que una precondición para el desarrollo de
una relación estable con la Unión Soviética es la transformación de su sistema
político a fin de que se adecue a los principios de los derechos humanos y la
libertad política valoradas en Occidente. Como máximo, calmar las tensiones
entre Estados es un proceso complejo que depende de la diplomacia, el interés
mutuo y “un fuerte equilibrio militar y una postura de defensa flexible.”
En resumen, la política exterior debería basarse en el poder y el interés
nacional, más que en principios moralistas abstractos o en cruzadas políticas.
Sin embargo, en la visión geopolítica de
Kissinger, la estructura política interna de los estados es un elemento clave.
Sus modelos de sistema estable y revolucionario de política internacional
señalados antes están vinculados con las estructuras políticas internas y se
basan en nociones compatibles respecto de los medios y metas de política
exterior. Por definición, los gobiernos con estructuras políticas internas
estables no recurren a políticas exteriores revolucionarias o aventureras para
restaurar o preservar la cohesión interna. Por contraste, los sistemas
revolucionarios contienen agentes cuyas estructuras políticas internas
contrastan agudamente entre sí.
Kissinger plantea que “cuando
las estructuras internas -y el concepto de legitimidad sobre el cual se basan-
difieren ampliamente, los hombres de Estado todavía pueden cumplir, pero su
capacidad para convencer se ha visto reducida pues ya no hablan más el mismo
lenguaje... Pero cuando un Estado o más reclaman la aplicabilidad universal de
su estructura particular, el cisma sin duda se vuelve profundo.”
Así Kissinger, en efecto, vincula su
concepción de la estructura política interna no sólo con sus modelos de
sistemas estables y revolucionarios, sino también con la noción de legitimidad
planteada en A World Restored. Supuestamente, las estructuras
políticas internas que son compatibles llevan al desarrollo de consenso o
legitimidad, en el nivel internacional. Aquellas eras de estabilidad entre los
estados coinciden con la presencia, en el nivel nacional, de estructuras
políticas compatibles basadas en una proporción módica de estabilidad.
DIPLOMACIA
Su gran obra fue “Diplomacia”,
publicada en 1994. Un monumental trabajo que en su edición en castellano[vi] abarca casi novecientas páginas
distribuidas en treinta y un capítulos.
En esta obra Kissinger recrea las
categorías geopolíticas que han sido su preocupación central en otros escritos:
el equilibrio de poder, el realismo y el idealismo, el aislacionismo americano
y los valores
morales.
“Diplomacia” comienza y termina con dos
capítulos en los que Kissinger analiza lo que denomina “Nuevo Orden
Internacional”, es decir, el escenario internacional tal como ha quedado
conformado después del fin de la Guerra Fría. En los veintinueve capítulos
restantes Henry Kissinger se dedica a analizar la historia diplomática de las
grandes potencias. Como en otros trabajos del ex secretario de Estado, el
análisis está focalizado en la política exterior implementada por algunas
grandes figuras de la historia. Kissinger inicia el estudio de visión realista
en política internacional con la “raison d’etat” enunciada por
Armand Jean du Plessis, Cardenal de Richelieu en la primera mitad del siglo
XVIII. Luego pasa a la “realpolitik” del canciller de hierro, Otto
von Bismarck en el siglo XIX.
El estudio de la historia diplomática en
el siglo XX ocupa la mayor parte del libro e involucra la política ejecutada
por personajes como Woodrow Wilson, Franklin Delano Roosevelt, José Stalin,
Winston Churchill, Dwight D. Eisenhower, Lyndon B. Johnson, Richard Nixon y
Ronald Reagan.
Kissinger dedica cuatro capítulos a
explicar la guerra de Vietnam y la diplomacia americana durante las
administraciones de Richard Nixon y Gerald Ford. Época en que el autor ocupaba
las más altas responsabilidades en la formulación de esa diplomacia.
Tal como se ha señalado, los capítulos
primero y treinta y uno de “Diplomacia” incursionan en el
futuro diseño del escenario internacional, debido a su mayor interés
geopolítico y a necesidades de espacio se transcriben algunos párrafos del
primer capítulo para ilustrar al lector sobre el pensamiento de Kissinger.
Comienza el Capítulo I diciendo: “Casi
como efecto de alguna ley natural, en cada siglo parece surgir un país con el
poderío, la voluntad y el ímpetu intelectual y moral necesarios para modificar
todo el sistema internacional, de acuerdo con sus propios valores” … “En el
siglo XX, ningún país ha influido tan decisivamente en las relaciones
internacionales, y al mismo tiempo con tanta ambivalencia, como los Estados
Unidos. Ninguna sociedad ha insistido con mayor firmeza en lo inadmisible de la
intervención en asuntos internos de otros Estados, ni ha afirmado más
apasionadamente que sus propios valores tenían aplicación universal. Ninguna
nación ha sido más pragmática en la conducción cotidiana de su diplomacia, ni
más ideológica en la búsqueda de sus convicciones morales históricas. Ningún
país se ha mostrado más renuente a aventurarse en el extranjero, mientras
formaba alianzas y compromisos de alcance y dimensiones sin precedente.”
“Las singularidades que los Estados
Unidos se han atribuido durante toda su historia han dado origen a dos
actitudes contradictorias hacia la política exterior. La primera es que la
mejor forma en que los Estados Unidos sirven a sus valores es perfeccionando la
democracia en el interior, actuando, así como faro para el resto de la
humanidad; la segunda, que los valores de la nación imponen la obligación de
hacer cruzada por ellos en todo el mundo. Desgarrado entre la nostalgia de un
pasado prístino y el anhelo de un futuro perfecto, el pensamiento americano ha
oscilado entre el aislacionismo y el compromiso, aunque desde el fin de la
Segunda Guerra Mundial hayan predominado las realidades de la
interdependencia.”
“Ambas escuelas de pensamiento –de los
Estados Unidos como faro y de los Estados Unidos como cruzado- consideran
normal un orden global internacional fundamentado en la democracia, el libre
comercio y el derecho internacional. Como tal sistema no ha existido nunca, a
menudo su evocación les parece utópica, por no decir ingenua, a otras
sociedades. Y, sin embargo, el escepticismo extranjero nunca hizo mella en el
idealismo de Woodrow Wilson, Franklin Roosevelt o Ronald Reagan o, de hecho, de
ningún otro de los presidentes americanos del siglo XX. Si algo ha hecho, ha
sido intensificar la fe del país en que es posible superar la historia, y que,
si el mundo realmente desea la paz, tendrá que aplicar las prescripciones
morales de los Estados Unidos.” […]
“… en el naciente orden mundial…, por
vez primera, los Estados Unidos no pueden retirarse del mundo ni tampoco
dominarlo. Esta nación no puede modificar la forma en que ha concebido su papel
a lo largo de su historia, ni lo desea.” […]
“Los imperios no tienen ningún interés
en operar dentro de un sistema internacional aspiran a ser ellos el sistema
internacional. Los imperios no necesitan un equilibrio del poder.” […] “En
ningún momento de su historia han participado los Estados Unidos en un sistema
de equilibrio de poder. Antes de las dos guerras mundiales se beneficiaron del
funcionamiento del equilibrio de poder sin verse atrapados en sus maniobras,
mientras se daban el lujo de censurarlo a su gusto. Durante la Guerra Fría, los
Estados Unidos participaron en una lucha ideológica, política y estratégica con
la Unión Soviética, en que el mundo de dos potencias operaba siguiendo
principios totalmente distintos de los de un sistema de equilibrio de poder. En
un mundo con predominio de dos potencias, nadie puede decir que el conflicto
conducirá al bien común, todo lo que gane un bando lo perderá el otro. La victoria
sin guerra fue, de hecho, lo que los Estados Unidos lograron en la Guerra Fría,
victoria que ahora los ha obligado a enfrentarse al dilema que describió George
Bernard Shaw: “Hay dos tragedias en la vida. Una consiste en no lograr lo que
más se desea. La otra, lograrlo.”
“Los dirigentes americanos han dado por
sentados sus valores hasta tal punto que rara vez reconocen lo muy
revolucionarios y perturbadores que estos valores pueden parecerles a otros.
Ninguna otra sociedad ha afirmado que los principios de la conducta ética se
aplican a la conducta internacional, de igual manera que a individual: concepto
exactamente opuesto a la raison d’etat de Richelieu. Los Estados Unidos han
sostenido que prevenir la guerra es un desafío tanto jurídico como diplomático,
y que no se resisten al cambio como tal, sino al método de cambio,
especialmente al empleo de la fuerza. Un Bismarck o un Disraeli habrían
ridiculizado la idea de que la política exterior consiste más en el método que
en la sustancia, si es que la realidad la hubiese comprendido. Ninguna nación
se ha impuesto a sí misma las exigencias morales que los Estados Unidos se han
impuesto, y ningún país se ha atormentado tanto por el divorcio entre sus
valores morales, que por definición son absolutos, y la imperfección inherente
a las situaciones concretas a las que deben aplicarse.” […]
“El orden que hoy está surgiendo deberán
edificarlo estadistas que representan culturas sumamente distintas. Administran
enormes burocracias de tal complejidad que, a menudo, la energía de estos
estadistas se gasta más atendiendo la maquinaria administrativa que definiendo
un propósito. Han llegado a la cumbre del poder por unas cualidades que no
siempre son las necesarias para gobernar y son aún menos apropiadas para edificar
un orden internacional. Y el único modelo que tenemos de un sistema
multiestatal fue construido por las sociedades occidentales, que muchos de los
participantes podrían repudiar.” […]
“El estudio de la historia no nos ofrece
un manual de instrucciones que pueda aplicarse automáticamente: la historia
enseña por analogía, dándonos luz sobre las probables consecuencias de
situaciones comparables. Más cada generación deberá determinar por sí misma
cuáles circunstancias de hecho son comparables.”
Kissinger finaliza el primer capítulo
con una interesante comparación entre las tareas del analista y del ejecutor de
la política internacional. Dice este autor: “Los intelectuales analizan
las operaciones de los sistemas internacionales; los estadistas los construyen.
Y hay una gran diferencia entre la perspectiva de un analista y la de un
estadista. El analista puede elegir el problema que desea estudiar, mientras
que los problemas del estadista se le imponen. El analista puede dedicar todo
el tiempo que juzgue necesario para llegar a una conclusión clara: para el
estadista, el desafío abrumador es la presión del tiempo. El analista no corre
riesgos. Si sus conclusiones resultan erróneas, podrá escribir otro tratado. Al
estadista sólo se le permite una conjetura; sus errores son irreparables. El
analista dispone de todos los hechos: se le juzgará por su poder intelectual.
El estadista debe actuar basado en evaluaciones que no pueden demostrarse en el
momento en que las está haciendo, será juzgado por la historia según la
sabiduría con que haya conservado la paz. Por todo ello, examinar cómo
estadistas se han enfrentado al problema del orden mundial –qué funcionó bien,
o qué no funcionó, y por qué- no es el fin de comprender la diplomacia
contemporánea, aunque sí pueda ser un principio.”
CHINA
En su libro de 2012, China, Kissinger ofrece un recorrido muy
buen documentado desde los orígenes de la cultura china, anclada en un pasado
infinito, hasta nuestros tiempos. Nos conduce por la expansión económica que
vive este país, el cual, desde antaño, se ha considerado a sí mismo el centro
del mundo y a todos los que provenían de fuera del Reino Medio, “bárbaros”.
Mientras actualmente muchos debaten sobre el papel geopolítico
de China en el nuevo orden mundial, Kissinger proporciona una visión
privilegiada, que puede resumirse mediante la creencia que define la forma en
que hasta ahora el gigante asiático percibía su rol en el contexto
internacional: “El mundo no puede ser conquistado. Los gobernantes sabios
únicamente esperan armonizarse con sus tendencias.” Durante las tres
últimas décadas, hemos sido testigos de la increíble transformación que ha
vivido este país, que ha pasado de ser la “fábrica del mundo” a uno de
los mercados más atractivos para cualquier tipo de negocio.
Para poder comprenderlo en toda su magnitud, es recomendable
acudir a los conocimientos de quienes tuvieron una visión privilegiada de los
espacios donde se produjo buena parte de esta historia. Una de estas figuras
es, sin duda, Henry Kissinger que ha contribuido a configurar las relaciones de
China con Occidente. En este libro, el antiguo secretario de Estado nos acerca
a la historia de un país que conoce muy de cerca por haberlo visitado en
setenta y ocho oportunidades.
Partiendo de la idea de que las principales líneas de una
sociedad están dibujadas por los valores que definen sus objetivos más
elevados, Kissinger ofrece un excelente análisis de la sociedad, la cultura y
las costumbres de la civilización milenaria china, que durante la mayor parte
de su historia vivió aislada del resto del mundo y se consideraba a sí misma el
Reino Medio. Ninguna otra civilización moderna tiene una historia continua tan
larga, en parte gracias a uno de los elementos más destacados en el complejo
sistema de valores chino: la continuidad.
El autor destaca este valor continuista de la tradición china
explicando que, durante muchos siglos, cada nueva dinastía se acogía a los
principios de gobierno de la dinastía previa para asegurar la continuidad,
incluso cuando el cambio dinástico había sido el resultado de la conquista
mediante la guerra. Para ilustrarlo, Kissinger acude al ejemplo de uno de los
interlocutores que tuvo durante las negociaciones de acercamiento entre China y
Estados Unidos, Deng Xiaoping, quien de víctima de la revolución cultural se
convirtió en el sucesor y defensor de la China de Mao. “Una de las
características más asombrosas del carácter de la gente de China es la manera
en que muchos de ellos preservan su dedicación a la sociedad, independientemente
de la agonía y de la injusticia que sufrieron”, señala Kissinger.
Tras un breve recorrido por la milenaria historia de China,
Kissinger se centra en explicar, desde primera línea de los acontecimientos,
los cambios políticos que acompañaron a las evoluciones prácticas, las reformas
económicas y la apertura diplomática. A partir de documentos históricos y de
las conversaciones mantenidas con los líderes chinos durante los últimos
cuarenta años, examina el modo en que China ha abordado la diplomacia, la estrategia
y la negociación a lo largo de su historia. Todo ello puede resumirse en un
recorrido que va desde la voluntad de distanciamiento de la tradición
confucionista que buscaba Mao hasta el regreso a Confucio durante la última
década.
Según Kissinger, el punto de inflexión que llevó al gigante
asiático a emprender un nuevo rumbo se puede resumir en la modernización de los
cuatro sectores que subrayaba Zhou Enlai, su principal interlocutor y el primer
ministro de Mao. Estos cuatro sectores son la industria, la agricultura, la
defensa nacional y la tecnología. Posteriormente, encontraron continuidad en la
iniciativa de Deng, que hizo hincapié en la ciencia, la mano de obra
profesionalizada y, finalmente, el talento y la iniciativa individual,
cualidades que estuvieron oprimidas durante el mandato de Mao. A pesar de
varios episodios nefastos producidos por las decisiones de Mao, que llevaron a
la población a un gran sufrimiento, los posteriores líderes chinos mantuvieron
firme su compromiso con sus principales ideas.
En buena parte, gracias a la forma de entender los sucesos en su
expresión cíclica, en que no hay acontecimientos aislados. Para ilustrarlo, el
autor recoge las palabras de Mao: “El ciclo, que es infinito, evoluciona desde
el desequilibrio hacia equilibrio, y al revés. Sin embargo, cada ciclo nos
brinda un alto nivel de desarrollo. El desequilibrio es normal y absoluto,
mientras que el equilibrio es temporal y relativo.” Se trata de un punto de
vista que conviene tener en cuenta, ya que puede resultar muy útil en los
tiempos actuales. Mediante la filosofía que reflejan estas palabras, Kissinger
invita a entender el estilo de liderazgo en China, diciendo que la contribución
distintiva de los líderes consiste en operar en los límites de lo que la situación
permite. En este camino, la estrategia china muestra generalmente tres aspectos
estratégicos: el análisis meticuloso de las tendencias a largo plazo, el
estudio riguroso de las opciones tácticas y la exploración continua de las
decisiones operacionales.
ORDEN MUNDIAL
En 2014, Henry Kissinger presento un nuevo libro titulado “Orden
Mundial. Reflexiones sobre el carácter de las naciones y el curso de la
historia”, editado en español por el Grupo Editorial Penguin Random House
con traducción de Teresa Arijón, en 2016.
En su edición en castellano, Orden Mundial tiene 426 páginas
divididas diez capítulos (incluidas sus conclusiones).
En este texto el antiguo secretario de Estado repite muchas de
las ideas anteriormente expuestas en sus obras “Diplomacia” y “China”,
en especial su devoción por el estadista francés Armand-Jean Du Plessis,
Cardenal de Richelieu y por el conde germano Otto Von Bismark.
En la revista española “Estudios de Política Exterior” N°
170, marzo – abril 2016, Manuel Muñiz publicó un artículo titulado: “La
confusión de Estados Unidos en un mundo desordenado” donde realiza un
pormenorizado y exacto análisis del último libro de Kissinger. Nos parece muy
apropiado reproducir los aspectos más destacados de este análisis.
“Kissinger
pretende con Orden mundial abordar la que
él considera la cuestión central de nuestro tiempo: la forma y el contenido del
orden mundial del siglo XXI. Para responder a esa pregunta, el autor mira al
pasado y subraya los contornos de órdenes anteriores, ya que estos pueden
ayudar a entender lo que deparan las próximas décadas. Los distintos casos de
relevancia que destaca Kissinger tienen, a su parecer, una doble manifestación:
un marco normativo que rige las relaciones internacionales y una distribución
de fuerzas que lo sustenta. Ese binomio, que él denomina de legitimidad y
poder, es la piedra angular de los distintos órdenes globales que han existido.
“Con el
objetivo de identificar los ejemplos históricos relevantes, y fiel a su estilo
enciclopédico, Kissinger recorre 2.000 años de historia y cubre la práctica
totalidad de la geografía mundial. Nos lleva desde los orígenes del islam hasta
la fundación de Estados Unidos, pasando por la Europa de la Reforma y destila
la esencia de dos milenios de política exterior china.
“La
conclusión fundamental de ese recorrido es que han existido, y en cierto
sentido siguen existiendo, cuatro grandes modelos de orden global: el orden
westfaliano europeo con los conceptos de soberanía nacional y equilibrio de
poder como ejes centrales; el modelo islámico de régimen religioso global; el
orden global chino que posiciona al “Reino del Medio” en el centro cultural y
político de la comunidad internacional y; en último término, el orden global
americano, basado en la creencia en ciertos valores y derechos inherentes al
hombre y en la superioridad, práctica y moral, de la democracia como sistema de
gobierno. Kissinger considera que estos cuatro modelos son globales porque
tienen vocación de generalidad y se constituyen en auténticos códigos de
conducta internacional.
“Las
cuatro cosmovisiones (término que no utiliza Kissinger pero que tiene un
significado análogo al concepto de orden global), difieren en cuanto a aspectos
básicos de la comprensión del mundo. Las diferencias son sustantivas, pues
afectan a la forma en que los poseedores de cada una de ellas abordan la
realidad que les rodea, bien a través del prisma de lo objetivo y empírico, o
bien a través de lo subjetivo y teológico. Esas diferencias se manifiestan
(esto es lo que realmente interesa a Kissinger) en la forma que han dado a las
sociedades en las que son hegemónicas y en sus pretensiones a la hora de
definir el orden internacional.
Orden
europeo
“Kissinger
mantiene que el orden europeo tiene su origen en la caída del imperio Romano en
el siglo V. Con el fin del poder central del emperador romano se inicia un
fraccionamiento de la autoridad política, y emerge la que el autor considera
característica central de la política europea de los siguientes 1.500 años: la
imposibilidad de que una única unidad política imponga su voluntad sobre el
resto. Nace así la necesidad de construir equilibrios de poder y de respetar la
existencia, autonomía y preferencias de otros. Esta realidad se termina
codificando en los tratados de Westfalia del siglo XVII que a ojos de Kissinger
recogen el orden global europeo; un orden compuesto por Estados soberanos y en
permanente búsqueda de equilibrios de poder que garanticen la paz.
Orden
islámico
“La
cosmovisión islámica del orden internacional, descrita por Kissinger es
radicalmente distinta de la europea, al dividir el mundo en dos realidades: la
Casa del Islam, dar-al Islam, y el resto o dar-al harb. En la primera rige la
ley de Alá y se vive en paz bajo la autoridad del califa, el heredero del
profeta Mahoma. Fuera de sus fronteras la Casa del Islam debe luchar contra los
infieles y extender la ley de Dios a todos los rincones de la Tierra. Ese
esfuerzo sostenido de expansión de las fronteras del islam se denomina yihad y,
aunque no implica un estado constante de guerra con otras culturas, sí prohíbe (así lo interpreta Kissinger) acuerdos
de paz duraderos entre regímenes musulmanes y terceros.
“Según
esta interpretación del mundo islámico, la creación de Estados en Oriente
Próximo tras la caída del Imperio Otomano supuso una imposición del modelo
europeo-westfaliano en una región donde el criterio definitorio de comunidad
política había sido de corte estrictamente religioso. El islamismo moderno, e
incluso la versión más radical del mismo que representa el Daesh, no serían
pues más que intentos de recuperar una cosmovisión puramente islámica de la
comunidad política, regida por un califa, y por principios religiosos y en constante
conflicto con el infiel.
“El
régimen de los ayatolás en Irán y su política internacional son para Kissinger
ejemplos del carácter revolucionario de la cosmovisión islámica y de su
objetivo último de, a través de acciones subversivas y amparándose en las
garantías que le ofrece el sistema westfaliano, suplantar ese orden por uno de
corte religioso.
Orden
chino
“Kissinger
describe la génesis de la China moderna en términos similares al caso del
nacimiento de los Estados de Oriente Próximo. Existía en Asia hasta el siglo
XIX un orden regional, con pretensiones de globalidad, del que China ocupaba el
centro y que se vio alterado por la llegada de los poderes europeos y su
imposición de un modelo westfaliano.
“El
emperador chino que gobernaba “Todo Bajo el Cielo” se vio obligado, después de
repetidas derrotas militares a manos de los británicos, a aceptar el estatus de
China de mero Estado en un orden internacional poblado por muchos otros. Tras
las Guerras del Opio no volvería China a ser el centro de su propio orden
global, ni a ocupar su cultura la centralidad que había creído ocupar durante
más de 2.000 años”.
Kissinger alega que China no olvida el origen violento de su actual condición y
deja la puerta abierta a que se convierta en un actor revisionista con deseos
de recuperar la centralidad política.
Orden
americano
“El
orden americano es descrito por Kissinger con clara pasión. Se refiere el libro
a la importancia del concepto de la “ciudad que brilla en la cima de la
colina”; la idea de que América es una sociedad excepcional, llamada a superar
las limitaciones de anteriores comunidades políticas, sobre todo las europeas,
y a guiar a otros pueblos hacia la libertad, la prosperidad y la democracia.
Kissinger navega con inteligencia los matices en la historia de la política
exterior de EEUU y dibuja dos grandes corrientes: una pragmática, encarnada por
Theodore Roosevelt, que sin dejar de buscar la difusión de la democracia y los
derechos individuales, entiende el equilibrio de poder y hasta cierto punto lo
sostiene a través de una política exterior que busca no alterar el statu quo de
forma acelerada, y otra, de tipo idealista, representada por Woodrow Wilson que
desea transgredir y transformar el orden internacional a través de la creación
de una comunidad de naciones con normas e instituciones internacionales.
“La
tensión entre esas dos formas de hacer política exterior dio origen a una
disciplina del conocimiento, las relaciones internacionales, y a sus dos
escuelas principales, el realismo y el liberalismo. Por sus orígenes, esas
escuelas tienden a reflejar las tensiones dentro de la cosmovisión dominante en
esa parte del mundo. Cabe pues preguntarse si la propia disciplina, el marco
heurístico bajo el cual se estudia el orden internacional, no es más que un
producto de un orden específico, de una forma de aproximarse a la realidad y
que, por tanto, ignora otras formas de entender el mundo. El intento de
Kissinger es por ello particularmente valiente, ya que busca desbordar la
hegemonía occidental y mostrar otras formas de hacer política internacional.
“La
capacidad de síntesis de Kissinger es extraordinaria. Extrae de 2.000 años de
historia cuatro grandes cosmovisiones que han dado forma a las relaciones
internacionales.
“El
libro suscita, sin embargo, algunas dudas, entre las que destacaría dos. La
primera es de tipo empírico, y es que obvia una cosmovisión central para la
comprensión del orden internacional moderno: el orden postulado por Francia a
finales del siglo XVIII. De hecho, muchas de las características que el autor
atribuye a los órdenes westfaliano y americano son de claro corte francés. Los
conceptos de Estado moderno, de libertad, dignidad humana, derechos universales
o democracia representativa son desarrollados en gran medida por pensadores
franceses como Montesquieu, Diderot, Rousseau o Voltaire. El origen mismo de la
Ilustración, una de las referencias del orden global americano que Kissinger
describe, tiene un claro carácter francés. Si bien es cierto que estos órdenes
se gestan antes y que América ha sido desde principios del siglo XX el gran
defensor de aspectos fundamentales de ambos, su gestación se produce en la
Francia revolucionaria.
“La
segunda duda es de tipo conceptual, y se debe a la rigidez y falta de detalle
en la definición de los órdenes globales. Kissinger enuncia grandes cismas
entre culturas y los describe como hechos estáticos. Llega a decir que la
historia es para los países lo que la personalidad es para los individuos: un
corsé dentro del cual cada uno opera. No sorprende, por tanto, que su análisis
histórico sirva para apuntalar la idea de que sus cuatro cosmovisiones han
sobrevivido durante muchos siglos con cambios más bien superficiales.
“Sin
embargo, si algo parece enseñarnos la historia es la mutabilidad de las
comunidades políticas, así como de sus objetivos en las interacciones con
terceros. Hay momentos en los que la propia argumentación de Kissinger parece
doblegarse a esta realidad, como cuando acepta que Europa vivió periodos
prolongados en los que fue dominante una visión acerca del orden mundial nada
westfaliana. Los ejemplos que cita el propio Kissinger son los reinados de
Carlos I y Felipe II de España, líderes que en muchas ocasiones se
autodefinieron como la cabeza de una monarquía cristiana global. Algo similar
sucede cuando Kissinger describe la aceptación por parte de China del orden
westfaliano impuesto por los imperios occidentales. De hecho, China es hoy uno
de los grandes defensores en el orden internacional de los principios de
soberanía nacional, y de no injerencia en los asuntos internos de otros
Estados, el corazón mismo de ese modelo. Esto podría cuestionar la sabiduría de
dedicar una porción tan extensa del libro a un orden global, el chino, que
parece ser significativo tan solo en términos históricos y deja al lector con
dudas acerca de la perdurabilidad de estos órdenes, su fortaleza o fragilidad.
“El
caso de la Europa contemporánea viene a ilustrar el problema de definición
enunciado arriba. Es evidente que Europa, el lugar donde nace la cosmovisión
westfaliana, lleva inmersa más de medio siglo en un proceso de construcción de
un ente político, la Unión Europea, cuyo eje fundamental es la disolución de
Estados soberanos en una unidad superior, que desactive cualquier fuente de
conflicto entre ellos; es decir, en superar el modelo westfaliano. Es asimismo
evidente que esa Unión tiene una clara cosmovisión, basada en la defensa de los
derechos humanos, el derecho internacional y el libre mercado”. Esto no solo demuestra la capacidad
evolutiva de los órdenes globales promovidos por distintos actores políticos en
distintos momentos de su historia, sino que además es una muestra de la
interconexión, e incluso confusión, entre los órdenes sugeridos por Kissinger,
ya que el orden europeo moderno tiene grandes similitudes con el orden
americano. No es esto sorprendente, pues EE. UU. fue uno de los principales
promotores del proceso de integración europea, sin duda una empresa que, a la
vista de los hechos, debe entenderse como una gran victoria de la cosmovisión
americana”.
LIDERAZGO[i]:
Cómo
por el momento no he leído este libro de Kissinger reproduciré la síntesis que
de él realizó en Dr. Carlos Pérez Llana en el diario Clarín.com. En el último
libro publicado en español, Liderazgo,
editado por Debate, desfilan Konrad Adenauer; Charles de Gaulle,
Richard Nixon; Anwar Sadat; el singapurense
Lee Kuan Yew y Margaret Thatcher. El canciller Adenauer, de Alemania entre 1949
y 1963, con su “estrategia de la humildad”, según Kissinger, dejó una
herencia inestimable: consolidó la democracia en Alemania Federal; contuvo a la
URSS; ayudó a configurar la integración europea, reinstalando a Alemania, y
dejó el camino preparado para la reunificación ocurrida años después.
Según
Kissinger, De Gaulle desarrolló una “estrategia de la voluntad”, destacando
cómo el líder francés, en su llamamiento del 18 de junio de 1940 al pueblo
francés desde Londres, se comportó como si la Francia Libre no fuera una
aspiración sino una realidad. Nadie lo había nombrado y sus fuerzas eran escasas,
pero triunfó contando con la inestimable ayuda económica y logística de Winston
Churchill, quien además lo protegió de la hostilidad de Roosevelt.
Nixon
habría ejecutado una “estrategia del equilibrio”. Uno de los presidentes
más controvertidos, el único que debió dimitir, es ponderado por su fiel
colaborador: “fue el presidente que en el momento álgido de la Guerra Fría
reformuló un orden global en declive”. Puso fin a la intervención en
Vietnam, colocó a los Estados Unidos como la potencia exterior dominante
en Oriente Próximo y mediante la apertura a China impuso una dinámica
triangular, en reemplazo de una bipolar, que acabaría dejando a la URSS con
una desventaja estratégica decisiva. Kissinger sobre esta cuestión afirma “no
querer revivir controversias, sino analizar el pensamiento y la personalidad de
un líder que asumió en mitad de una agitación cultural y política y que al
adoptar una noción geopolítica del interés nacional trasformó la política
exterior de su país”. En verdad fue un pensamiento estratégico: Pekín temía
un “castigo preventivo” de Moscú y los EEUU le aportaron un adicional de
poder invalorable. En aquellas circunstancias la cooperación entre los
Estados Unidos y China aplicó como mecanismo de cooperación frente
al expansionismo soviético.
Para
Kissinger, Anwar Sadat fue un hombre que trató de resucitar un
antiguo diálogo entre judíos y árabes. Esa creencia, en la coexistencia de
sociedades basadas en distintas religiones, resultó intolerable para sus
oponentes. A pesar de su amistad con el expresidente Abdel Gamal Nasser, Sadat
mantuvo distancia con la política de dependencia con la URSS. Luego de la
muerte del líder, Sadat habría actuado según sus instintos, acercándose a los
EE. UU. esperando ayuda para lograr la retirada de Israel a las fronteras de la
guerra de 1967. Kissinger explica la decisión de Sadat de volver a la guerra:
era imposible mantener un “estado de no guerra y de no paz”. Por eso buscó la
paz en una nueva guerra: en 1973. Luego de una nueva derrota, Sadat optó por la
diplomacia y apostó a la propuesta de paz global del presidente Jimmy Carter.
En noviembre de 1977, respondió a la Casa Blanca mencionando una
hipotética visita a Israel: “a Israel le sorprenderá oírme decir que no me
niego a ir a su casa para hablar de paz”. Kissinger destaca los símbolos:
visitó el Museo del Holocausto, rezó en la mezquita de Aqsa y en la Iglesia del
Santo Sepulcro, y alegó en la Knéset por una paz duradera. Finalmente, Sadat y
el premier israelí Menajen Begin compartieron el Premio Nobel de la Paz,
en 1978, por los Acuerdos de Camp David. Sadat, nos dice Kissinger, no
consiguió la paz, pero logró una “modificación histórica en el patrón de
comportamiento de Egipto”. Kissinger concluye: “Rabin y Sadat murieron a
manos de asesinos que se oponían a los cambios que acarrearía la paz y el Sadat
que conocí había pasado de una visión estratégica a una profética”.
A Lee
Kuan Yew, Kissinger lo trató en Harvard, donde el primer ministro de Singapur
pasó un sabático para “hacerse con ideas nuevas”. Kissinger y sus
colegas tuvieron una sorpresa: Lee preguntó por la guerra de Vietnam, los
profesores manifestaron su oposición y le pidieron su opinión. Lee fue claro:
su pequeño país dependía de que los EEUU enfrentaran a la guerrilla comunista
que amenazaba el sudeste asiático. Para Kissinger esa respuesta fue “un
desapasionado análisis geopolítico” que describió el interés nacional
singapurense: viabilidad económica y seguridad. Lee buscaba apoyo para un país
sin recursos naturales cuya expectativa era crecer gracias “al cultivo de su
principal capital: la calidad de su gente”. No enmarcó su tarea en las
categorías de la Guerra Fría, buscaba un orden regional que Washington debía
apoyar. Para Kissinger, Lee no se dejaba llevar por las tendencias, aprovechaba
la contracorriente, gobernaba un país pequeño sin la cultura de siglos. Sin
pasado, dice Kissinger, no tenía garantía de futuro. No tenía margen de error.
Finalmente,
el retrato de Margaret Thatcher. Mujer y outsider, desde esa perspectiva
Kissinger la agiganta y destaca su fortaleza personal. Considera que ella logró
un momento de renacimiento, basado en una tenacidad y convicciones puestas al
servicio de un proyecto económico y espiritual. Nunca se retractó; enfrentó a
los sindicatos y reconstruyó la alianza con Washington, en base a una relación
privilegiada con Reagan. Kissinger la coloca en la galería de los mejores
retratos de los estadistas que moldearon un orden internacional: la definió
como la “dama de Hierro del mundo occidental”.
Para cerrar esta revisión del pensamiento
geopolítico de Henry Kissinger no podemos dejar de expresar nuestra admiración
por un pensador que a los cien años todavía tiene cosas por decir con
coherencia y elegancia. Quienes lo han visitado, dicen que, actualmente, está
encorvado y camina con dificultad, pero su mente es aguda como una guja.[ii] A tal punto que esta trabajando en dos libros
más sobre la inteligencia artificial (que le preocupa especialmente) y sobre la
naturaleza de las alianzas políticas.
Adelante, maestro siga brindándonos su sabiduría
y despertando nuestra admiración por muchos años.
[i] ESPASA CALPE: Espasa biografías: 1.000 protagonistas de la
Historia. Ed. Espasa Calpe. Madrid 1993. Pág. 237.
[ii] DOUGHERTY, James y Robert L.
PZFALTZGRAFF: Op. Cit.
Pág. 118. Ver también Daniel CASTAGNIN: Henry Kissinger y las bases de
un nuevo sistema de política exterior norteamericana. Artículo
publicado en la revista Geopolítica. Bs. As. Págs. 62
a 65.
[iii] DOUGHERTY, James E. y Robert L.
PFALTZGRAFF: Op. Cit. 119.
[iv] DOUGHERTY, James E. y Robert L.
PZALTZGRAFF: Op. Cit. 112.
[v] DOUGHERTY, James E. y Robert L.
PFALTZGRAFF: OP. Cit. Pág. 118.
[vi] KISSINGER, Henry: Diplomacia. Ed.
Fondo de Cultura Económica. México 1996.
[i] PÉREZ LLANA, Carlos: Henry Kissinger: cien años del teléfono rojo.
Clarín.com. 19 de mayo de 2023. Como aún no he adquirido este último libro de
Kissinger, he tomado el análisis que realiza del mismo el Dr. Carlos Pérez
Llana por el respeto al nivel académico de este ilustre profesor.
[ii] THE ECONOMIST: Henry Kissinger explica cómo
evitar la tercera guerra mundial. Bs. As. 18 de mayo 2023. Tomado de Henry
Kissinger explica cómo evitar la tercera guerra mundial - Infobae
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