En medio de la
crisis socioeconómica, y tras haber fracaso en el gobierno, el peronismo enfrenta
grandes dudas sobre su futuro.
El peronismo se encuentra en un momento muy singular
de su historia. El ruinoso final del gobierno bicéfalo de Alberto Fernández y
Cristina Kirchner enfrenta al antiguo partido hegemónico de la Argentina a una
inédita combinación de duelos y dilemas. Parece el momento oportuno para pasar
revista a algunos de ellos.
El duelo del fracaso
El peronismo ha brindado al país doce presidentes
cuyos mandatos han tenido diversa duración: desde los siete días de Adolfo
Rodríguez Sáa, en diciembre de 2001, a los diez años y seis meses de Carlos S.
Menem (9 de julio de 1989 a 9 de diciembre de 1999).
Sin lugar a duda, hasta la gestión de los Fernández
(Alberto y Cristina), el peor gobierno peronista había sido el de Isabel Perón,
es decir, la viuda de Perón, María Estela Martínez Carta, Isabel Perón, (desde
el 1° de julio de 1974 al 23 de marzo de 1976).
Aunque la viuda del general Perón puede alegar en su
defensa que heredó una economía desquiciada por el ministro que eligió su
esposo: el empresario José Ber Gelbard y que el accionar de los grupos
terroristas de izquierda y la presión de los militares no la dejaron gobernar.
Lo cual es parcialmente cierto.
De todas formas, el golpe de Estado del 24 de marzo de
1976 y la larga noche del gobierno militar terminaron por disimular el fracaso
de ese gobierno peronista.
Pero, ni Alberto Fernández ni Cristina Fernández de
Kirchner tienen esas escusas. Nada puede justificar el desaguisado de la actual
gestión del Frente de Todos, la marca electoral de peronismo. Ni la herencia de
inflación y deuda externa dejada por Mauricio Macri (quién a su vez recibió
alta inflación, cepo cambiario, retenciones al agro, juicios con los bonistas
extranjeros, déficit fiscal, un Estado sobredimensionado y un nivel de pobreza
superior al 30%, de parte, precisamente, de Cristina Kirchner.), ni la pandemia
del coronavirus Covid 19, ni la guerra en Ucrania con su impacto en los precios
de los alimentos y los hidrocarburos o la sequía que afectó las exportaciones
agrícolas, pueden justificar la ineptitud demostrada por el actual gobierno.
Lo cierto es innegable es que el gobierno del Frente de
Todos gestionó pésimamente la pandemia (130.000 muertos lo atestiguan, no dejó
de cometer gruesos errores diplomáticos (llegando a justificar las violaciones
a los derechos humanos por parte de las dictaduras de Cuba, Nicaragua y
Venezuela o proponiéndole a Putin que la Argentina sea la “puerta de Rusia”
hacia América Latina una semana antes de la invasión a Ucrania) implementando
una política exterior ideologizada que aisló al país.
Si Macri endeudó al país en U$S 46.000 millones de
dólares, el gobierno kirchnerista tomó deuda del FMI y de China por otros U$S
40.000.- y aún no terminó su mandato.
El PBI argentino, tan solo en 2023, caerá 4%, la
pobreza, medida a julio de 2022, es del 39,2%; la inflación del mes de abril de
2023 fue del 8,4%, con un 108% de inflación interanual, el doble de la
inflación que contribuyó a que Macri perdiera los comicios de 2019.
Durante la gestión de Alberto y Cristina, los
beneficiarios de planes sociales, en octubre de 2022, se habían alcanzado la
cifra de 1.586.676 personas (247% más de los 641.762 beneficiarios que dejó
Macri en 2019 y 624% más de los 253.939 otorgados por Cristina Kirchner, en
2015).
La educación argentina se derrumba en los índices que
recogen las pruebas internacionales. El narcotráfico y los delitos azotan a la
sociedad ante la impotencia o indiferencia de las autoridades.
Paradójicamente, el peronismo kirchnerista que
demostrado en los últimos cuatro años que no sabe como sacar al país de la
crisis y que no tiene un plan de gobierno, pretende que la gente los vote para
seguir destruyendo al país por otros cuatro años.
No es que los
funcionarios no funcionen, como dice Cristina Fernández de Kirchner, es todo el
gobierno el que no funciona.
Mientras tanto, la vicepresidente de la Nación y líder
autocrática del espacio político gubernamental se niega a asumir el fracaso del
gobierno que creó y solo se ha ocupado en los tres años y medio de gestión de sus
muchos problemas con la justicia.
El duelo de aceptar el fracaso de un modelo económico
Desde mayo de 1973, el peronismo insiste en aplicar
variantes del denominado “Plan Gelbard” que, salvo durante los años de
la convertibilidad menemista donde no se lo aplicó, siempre ha fracasado
dejando una secuela de precios relativos distorsionados, un festival de
subsidios e hiperinflación.
Los precios máximos y los controles de precios nunca
han funcionado y siempre terminan generando desabastecimiento, mercado negro y
contrabando.
Cerrar las importaciones para proteger a una industria
nacional endémicamente ineficiente no funciona y sólo favorece a algunos
importadores que prosperan con la “industria ensambladora” o trayendo al
país productos tecnológicos obsoletos y discontinuados en los países de origen,
que luego son vendidos muy caros al usuario argentino, que no tiene más
opciones, como de última generación.
No obstante, las evidencias de que el “Plan
Gelbard” nunca había funcionado, el peronismo fue incapaz de elaborar un “Plan
B” o no se atrevió a implementarlo. Encorsetado por los prejuicios
ideológicos y las necesidades de mantener el populismo distribucionista que
sostenía su andamiaje clientelista de votos, el peronismo no alcanzó a percibir
que la Argentina de 2019 no se parecía en nada a la que Perón encontró en junio
de 1946, cuando el mundo atravesaba la reconstrucción de la posguerra. También
estaba muy lejos del 4% de pobreza y 12% de inflación anual, con pleno empleo,
que Alejandro A. Lanusse le entregó al dentista Héctor J. Cámpora, en mayo de
1973.
El duelo de no ser un partido hegemónico
Desde su irrupción como coalición electoral, en marzo
de 1946, el peronismo resultó derrotado en los comicios en contadas ocasiones,
y nunca en vida de Juan D. Perón. Lo vencieron: Raúl Alfonsín, en 1983;
Fernando de la Rúa, en 1999 y Mauricio Macri en 2015.
Su potencia electoral era de tal dimensión que los
opositores tuvieron que recurrir a la proscripción durante diecisiete años para
mantenerlo apartado del gobierno.
Sin embargo, su caudal electoral se ha reducido
considerablemente en los últimos años, en las elecciones legislativas de
octubre de 2021 terminó segundo con el 34,56% de los votos válidos, ocho puntos
por debajo del ganador, Juntos por el Cambio, obtuvo el 42,75%.
Pero, la situación económica de hace dos años era
sustancialmente mejor que la actual. En ese entonces la inflación se situaba en
torno del 3% mensual y las disputas entre el presidente y su vice se
desarrollaban en sordina.
En realidad, no hay encuestas de intención de voto
confiables debido a que aún no se han definido las fórmulas presidenciales que
competirán en las Primarias Abiertas Simultaneas Obligatorias (PASO) de agosto.
Sin embargo, las encuestas de intención de voto por
espacio político están anunciando que el electorado parece distribuirse en
aproximadamente tres tercios en torno al 30% por espacio entre Juntos por el
Cambio, La Libertad Avanza de Javier Milei y el Frente de Todos. El 10%
restante votaría por las diversas expresiones de la izquierda y el peronismo no
kirchnerista.
En este esquema, y tomando en consideración que la
economía siga en su rumbo de deterioro constante, en los próximos meses el
peronismo kirchnerista podría terminar en los comicios de octubre (cuando realmente
se vote por los candidatos de cada espacio triunfantes en las PASO) en tercer
lugar y marginado de competir en la segunda y definitiva ronda presidencial.
En esta forma, el peronismo deberá resignarse y
aceptar que ya no es el partido hegemónico que expresa el voto obrero y
popular.
En un país que ha contribuido sustancialmente a
empobrecer, el peronismo será un partido más, que gobernará en las regiones más
pobres: las provincias de Formosa, Misiones, Chaco, Santiago del Estero, la
Rioja, etc. y en los municipios del conurbano donde impera la marginalidad y la
pobreza extrema: La Matanza, San Martín, Lomas de Zamora, Avellaneda, Malvinas
Argentinas, Morón, Moreno, etc.
Así, el peronismo, aunque controle los sindicatos del
trabajo formal, se verá reducido a ser la expresión electoral de los sectores
marginales y del lumpenaje, que viven en la indigencia reducidos a depender de
los planes sociales y el ocasional trabajo informal.[i] Los habitantes de
asentamientos y villas miseria que viven en la indigencia, hacinados, sin agua
potable o cloacas, en calles de tierra, sin recolección de residuos ni
alumbrado, y sin dignidad.
Allí, la pobreza extrema, las carencias educativas y
la resignación ante la total ausencia de expectativas de un futuro mejor,
terminan siendo funcionales a las tácticas clientelistas y de control social
que mantienen al peronismo en el poder.
El dilema de no tener candidato
El peronismo como partido político enfrenta dos
dilemas centrales. El primero, tal como hemos visto, es el de perder las
próximas elecciones presidenciales y por ende dejar de ser gobierno, con lo
cual muchos dirigentes peronistas que son funcionarios nacionales se
convertirán en desocupados el próximo 10 de diciembre.
El segundo dilema, es encontrar un candidato
presidencial dispuesto a competir para ser derrotado, pero que haga un papel lo
suficientemente competitivo como para que Juntos por el Cambio retenga el mayor
número de cargos legislativos (senadores y diputados) y municipales
(intendentes, concejales y consejeros escolares) para seguir gravitando en la
política argentina de los próximos años.
En las elecciones presidenciales de 2019, el Frente de
Todos estuvo cerca de obtener el triunfo en primera vuelta con el 48,24% de los
votos válidos. Por lo cual logró un importante número de cargos legislativos y
municipales que deberá renovar estos años, cuando las expectativas electorales
juegan en su contra.
Hoy, ese candidato no existe y, al menos por el
momento, está en manos de Cristina Kirchner el definirlo. Hay muchos candidatos
posibles, entre los gobernadores peronistas y los ministros del actual gobierno,
pero las encuestas de intención de voto y de imagen les auguran un pobre
desempeño. Nadie llega ni cerca al 10% de intención de voto.
La candidata más taquillera es, sin duda, Cristina
Kirchner, pero también es la que cosecha mayor índice de rechazo por parte del
electorado.
Hasta ahora, Cristina Kirchner se ha resistido a
presentar candidatura. Su ego no le permite presentarse sabiendo de que puede
perder.
Una marcada derrota electoral, con el peronismo
saliendo tercero, rompería la “magia” de ser la política con mayor
caudal de votos propios (algo que hoy le disputa Javier Milei) y podría marcar
el fin de su liderazgo absoluto dentro del peronismo.
Además, están sus problemas con la justicia. Su
condena a seis años de cárcel e inhabilitación a perpetuidad para ejercer
cargos públicos por corrupción, que se encuentra en trámite de confirmación o
revocación y las diversas causas penales que tiene pendientes, algunas de las
cuales afectan también a sus hijos.
Por último, Cristina Kirchner enfrentaría durante la
campaña electoral y en los debates presidenciales los cuestionamientos y
referencias de la prensa y de los candidatos rivales sobre su situación
judicial.
Curiosamente, el candidato que más expectativas
despierta dentro del Frente de Todos es el ministro de Economía, Sergio Massa,
que conduce al Partido Renovador.
Massa es un dirigente con un pasado liberal (su
militancia juvenil la realizó en las filas de la Unión de Centro Democrático) y
sus mayores vínculos con el peronismo provienen de su relación familiar con los
Galmarini, una familia tradicional del peronismo. Tiene muy mala imagen en el
electorado desde que prometió, durante las elecciones presidenciales de 2015, despedir
del Estado a los “ñoquis”[ii] de la Cámpora, la
agrupación juvenil del kirchnerismo, afirmando enfáticamente en un vídeo: “Los
voy a meter presos”. Cuatro años más tarde, Massa hizo un acuerdo con el
kirchnerismo y se integró al Frente de Todos. Desde entonces, arrastra el mote
de “panqueque”, porque dicen que se da vuelta en el aire.
Mauricio Macri, por su parte, durante su gobierno, bautizó
a Massa como “ventajita”, por su costumbre de negociar siempre buscando
algún beneficio político de corto plazo para apoyar alguna ley en la cámara de
diputados.
Massa es también resistido por la izquierda
kirchnerista que recela de sus fluidos vínculos, tanto con la embajada de los
Estados Unidos, como, con empresarios ligados al Estado como el llamado “Círculo
Rojo” (Grupo empresarial formado entre otros por Jorge
Pablo Brito el mandamás de los bancos Macro y de Tucumán, quien además fue el presidente de la Asociación de Bancos de
Argentina (ADEBA); los empresarios de medios José Luis Manzano y Daniel Vila
que cuentan con el Multimedios Grupo 1 (América TV, América 24, diario El
Cronista y canales de televisión por cable, radios y periódicos del interior
del país) con inversiones en Andes Energía y Edenor; Claudio Belocopitt,
propietario de la importante Swiss Medical Group y de diversos sanatorios y
clínicas, además de ser accionista del Multimedios Grupo 1, con 40% del paquete
accionario; Mauricio Filiberti de Transclor; Marcos Midlin que controla el
Grupo Emes y Pampa Energía S. A. y Alejandro Bulgheroni de Pan American Energy,
entre otros).
El dilema para los
peronistas consiste en como concurrir a las elecciones con un candidato que
como ministro de Economía llevó al país del 5% de inflación a los dos dígitos mensuales
y que acumuló en un año más inflación que el exministro Martín Guzmán en dos
años y medio.
Por otra parte, Sergio Massa
tampoco confirmó su intención de ser candidato. Al parecer quiere ser un
candidato único y no competir realmente en las PASO con otros postulantes
peronistas. Teme una sorpresa de los votantes peronistas que no lo apoyan.
Por el momento, en el Frente
de Todos otros dos dirigentes han expresado su deseo de competir por la
candidatura presidencial: el exgobernador de la provincia de Buenos Aires y
actual embajador en Brasil, Daniel Scioli y el jefe del Gabinete de Ministros:
Agustín Rossi. Incluso el ministro del Interior Eduardo “Wado” de Pedro
podría presentarse como candidato.
Dentro del peronismo todos
esperan que el “dedazo” de Cristina Kirchner defina al candidato
presidencial, tal como hizo en 2019 con Alberto Fernández. Pero, aún no cuentan
con un candidato para los próximos comicios.
El duelo
de perder al “conductor”.
El peronismo nunca fue un
partido político democrático, es un movimiento verticalista donde el líder o
conductor del momento manda y el resto obedece o se va. Nunca han funcionado en
el peronismo las conducciones colegiadas.
Es por lo que, ahora el
peronismo se enfrenta al duelo de perder a su líder: Cristina Fernández de
Kirchner. Distintas circunstancias presagian el fin de su liderazgo.
La primera de ella es de
carácter biológico. Cristina tiene setenta años y tendrá setenta y cuatro en 2027,
fecha del próximo recambio presidencial. Su salud tampoco es la mejor (ha
sufrido una intervención quirúrgica en el cerebro, un muy serio esguince en un
tobillo y la extirpación de la tiroides por un falso diagnóstico de cáncer). Si
bien otros políticos (Winston Churchill, Charles de Gaulle, Ronald Reagan, Joe
Biden y Luis Inacio “Lula” da Silva, Juan D. Perón, etc.) llegaron al
poder con más de setenta años, convengamos que un presidente anciano no es lo
ideal.
Por otra parte, sus
problemas judiciales y una marcada derrota del peronismo en estos comicios
pueden forzarla a dar un paso al costado y restringirse a un rol de liderazgo
testimonial.
Esto lleva a muchos
dirigentes peronistas a preguntarse quién heredará su capital político, porque
es evidente que su hijo el diputado Máximo Kirchner, por su falta total de
carisma y formación intelectual, sin el apoyo activo y la protección de su
madre no podrá conducir al peronismo y ni siquiera mantener su condición actual
de dirigente.
Estas circunstancias hacen
que muchos peronistas vean con preocupación el futuro de su partido y se formulan
íntimamente preguntas como: Después de Cristina Kirchner, ¿quién? O, ¿Tras
haber realizado el peor gobierno de la historia argentina moderna, que le queda
al peronismo?
Solo el tiempo y la historia
tienen esas respuestas. Mientras tanto los peronistas, y en alguna medida todos
los argentinos, seguirán debatiéndose entre duelos y dilemas.
[i] TRABAJO
INFORMAL: En Argentina se denomina a este tipo de trabajo ocasional: “changas”.
[ii] ÑOQUIS: Los
ñoquis son unas pastas que en Argentina es tradicional comer los días 29 de
cada mes para tener dinero todo el mes. Popularmente se denomina “ñoquis” a
aquellos trabajadores del Estado, que realmente no trabajan y concurren a fin
de mes a cobrar su sueldo.
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