El ilustre
académico de la historia Isidoro J. Ruiz Moreno ha publicado a los 89 años una
interesante biografía del general Julio A. Roca a los 88 años que hoy comentamos
para nuestros lectores.
EL AUTOR
El profesor y académico Isidoro J. Ruiz Moreno es
posiblemente el último exponente vivo de la llamada “Escuela Liberal” en
la historiografía argentina. Escuela historiográfica denominada por sus
críticos como la “historia oficial”. Una línea historiográfica que nace
con el general Bartolomé Mitre y Paul Groussac y que cuenta con referentes tan
brillantes como Ricardo Levene, Emilio Ravignani y Enrique de Gandía.
Nacido en una ilustre familia patricia argentina el 18 de
abril de 1934, es abogado y doctor en derecho y ciencias sociales egresado de
la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
Sus antecedentes académicos son tan grandes que
detallarlos excederían el marco de este artículo. Digamos tan solo que es
actualmente profesor titular de Historia del Derecho Argentino en la Facultad
de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA, profesor titular de Historia
Argentina en el Instituto Universitario del Ejército Argentino, director de la
Maestría en Historia de la Guerra y profesor de Historia Militar Argentina en
dicho organismo.
Es miembro de número (sitial 2) de la Academia Nacional
de la Historia desde 1992, miembro de número de la Academia Nacional de
Ciencias Morales y Políticas, miembro de número y secretario de la Academia del
Instituto Nacional Sanmartiniano y de importantes instituciones extranjeras
como la Real Academia de Historia de Madrid, la Academia de la Historia de
Bolivia, la Academia Colombiana de la Historia; la Academia Nacional de la
Historia del Perú, la Academia de Geografía e Historia de Guatemala, la
Academia de Historia de Puerto Rico, la Academia Paraguaya de la Historia, la
Academia Nacional de la Historia de Venezuela, Instituto Histórico y Geográfico
del Uruguay y el Instituto Histórico y Geográfico Brasileiro.
Tiene una extensa producción de libros y artículos, de
los cuales debo confesar solo haber leído dos: Comandos en Acción. El
Ejército en Malvinas (1984) y La Revolución del 55 (1994) en dos
volúmenes. Ambos los he leído reiteradamente.
No creo que sea necesaria más presentación.
EL LIBRO
Publicada en 2021, la Vida de Roca es un volumen de 380
páginas en un formato de 23 X 15 cm. En un tamaño de letra clara, galera
angosta y sin demasiados espacios en blanco, por el Grupo Argentinidad de Juan
Francisco de Sousa.
En el prólogo el autor señala: “La biografía del
general Roca se presenta completa y corrige varias obras sobre su trayectoria.
La he compuesto basándome rigurosamente en documentos y testimonios
contemporáneos -sin comentarios posteriores a su actuación-, que agregan
conocimientos a temas antes tratados.” (P.7)
Aquí comienzan mis discrepancias con el autor. Ruiz
Moreno nos presenta un panorama completo de la “vida pública” de Roca no
se ocupa más superficialmente de la vida privada del prócer y el mismo explica
por qué: “La vida íntima de los próceres suele ser objeto de versiones
antojadizas para deprimir su imagen, o para buscar, equivocadamente, una figura
más “humana” que no la representada por el bronce de las estatuas. Por lo
general las suposiciones carecen de prueba alguna. Para un historiador la
privacidad debe imperar, cuando no se trate de amores notorios (caso de
Urquiza) o escandaloso (caso de Perón relatado por la propia jovencita).” (P.272)
Fiel a esta consigna Ruiz Moreno nos brinda a un Roca
salido del “bronce de las estatuas”, nada nos dice de su hija extramatrimonial
Carmen Robles (luego Robles de Ludwing) que concibió con la joven tucumana
Ignacia Robles. Omite toda referencia a los conflictos que lo alejaron de su
esposa Clara Funes por sus constantes infidelidades. Niega el amorío con
Guillermina de Oliveira César de Wilde o incluso, el menos constatado, con la
escultora Lola Mora.
Fiel a esa consigna minimiza los atentados anarquistas
que casi le cuestan la vida a Roca, el golpe con un adoquín que le propinara
Ignacio Monge, en 1886, cuando ingresaba al Congreso Nacional para hacer la
apertura de sesiones el 1º de Mayo y el disparo con un revolver Bull-Dog, de 9
mm, que le efectuó un joven anarquista italiano de 15 años, Tomás Sambrice, el
19 de febrero de 1891. De este último ni siquiera dice el nombre ni la
motivación que lo llevó a atentar contra el ese entonces ministro del Interior
del presidente Carlos Pellegrini.
En su afán por no bajar a Roca de la estatua, Ruiz Moreno
incluso niega la pertenencia del militar a la Masonería. Cuando es un hecho
comprobado que la mayoría de los hombres públicos de esa época eran masones o fervientes
militantes católicos. Roca precisamente no se encontraba entre los católicos.
Algún autor incluso afirma que Roca e Hipólito Yrigoyen pertenecían a la misma
logia masónica…
La verdad es que como el autor señala, citando a
Bartolomé Mitre: “… no se hace historia sin documentos.” (P. 8) Por lo
tanto, Isidoro J. Ruiz Moreno no se aparta en absoluto de los documentos.
Incluso para describir los estados de ánimo de Roca se apoya en la abundante
correspondencia del prócer.
Los aspectos que me parecieron más ilustrativos y que me
han aportado algo nuevo a las anteriores biografías del General fueron los
datos que me permitieron descubrir a un nuevo Roca, más intelectual, habido
lector y muy buen escritor. Es cierto que no dejó ningún libro, pero si una
abundante correspondencia.
Isidoro J. Ruiz Moreno, recurre al secretario de Roca,
Mariano de Vedia, describir esa faceta del ex presidente: “Es muy posible
que sea Roca el hombre público que haya escrito más cartas en el país.,
consigna de Vedia.
Y luego aclara Ruiz Moreno “Hay que considerar que el
Archivo General de la Nación conserva más de 100 legajos pertenecientes al de
Julio A. Roca. Además, existen los depositados en el Museo que lleva su
nombre.” (P.8)
A los efectos de que el lector pueda apreciar la calidad
de la prosa epistolar de Roca, voy a compartir con él un fragmento de la carta
que el General, a los 71 años, estando en misión diplomática en Río de Janeiro
escribió al naturalista Clemente Onelli: “Esto es un jardín colosal y
estupendo que no me canso de admirar, y que los brasileños tratan de embellecer
aún más, sin pararse en esfuerzos de ingenio y sacrificios de dinero. Caminos
admirables que trepan las montañas y de una profusión y lujos de luz como si
estuviéramos en competencia con el sol, que deslumbra y lo hace creer a uno que
está en una ciudad de quimera o ensueño. No se cansa uno de contemplar su
grandiosa bahía, sus jardines respetados y mantenidos con esmero
extraordinario, y sus montañas, unas desnudas, otras cubiertas de mantos de
lujosa y tupida vegetación, que en tropel y en desorden titánico se entran,
como a bañarse, en el mar.
“Cuando penetro en sus bosques me acuerdo de Tucumán, y
esto es para mí el mayor encanto.” (P. 372)
¡Qué tiempos de la República en que sus hombres públicos
eran grandes conductores militares, comprendían las reglas de la geopolítica
aún antes de que esta disciplina naciera, eran grandes administradores y
hábiles políticos, pero por sobre todas las cosas poseían una admirable
formación intelectual!
La de 1880 fue una generación argentina que,
lamentablemente, no se ha vuelto a repetir y que hoy sin duda se extraña.
El libro de Isidoro Ruiz Moreno nos brinda también muy
buena información sobre el padre de Roca, el coronel José Segundo Roca, muerto
de causas naturales durante la Guerra del Paraguay, bucea en las causas del
enfrentamiento entre Julio A. Roca y Miguel Juárez Celman que pasaron de
pariente y socios políticos a enemigos irreconciliables.
Ruiz Moreno también detalla las circunstancias que
llevaron a la Campaña del Desierto, comenzando por la política implementada por
el ministro de Guerra Dr. Adolfo Alsina con respecto a los indígenas, la
participación chilena en los malos indígenas y la verdadera dimensión de la
amenaza indígena sobre las poblaciones argentinas.
En la descripción que nos proporciona Ruiz Moreno se
aprecia claramente que gracias a la Campaña al Desierto la República Argentina
sentó las bases para el reconocimiento de su soberanía sobre la región
patagónica.
Hoy, cuando se cuestiona la gesta colonizadora llevada a
cabo por Roca y una decena de seudo “mapuches” se niegan a reconocer la
integridad territorial argentina y apelan a táctica terroristas al amparo de
funcionarios públicos, ONG extranjeras y activistas de izquierda.
Cuando el discurso de odio contra Julio A. Roca recorre a
la sociedad argentina, es conveniente recordar las tantas veces repetidas palabras
de Nicolás Rodríguez Peña al respecto de las críticas que despertó el
fusilamiento del héroe de la Reconquista y ex Virrey, Santiago de Liniers: “Hombres
de nuestro temple no podían echarse atrás. Repróchennoslo ustedes, que no han
pasado por las mismas necesidades, ni han tenido que obrar en el mismo terreno.
¿Qué fuimos crueles? ¡Vaya con el cargo! Mientras tanto, ahí tienen ustedes una
patria que no está ya en el compromiso de serlo. La salvamos como creíamos que
debíamos salvarla. ¿Habría otros medios? ¡Así será! Nosotros no los vimos, ni
creímos que con otros medios fuéramos capaces de hacer lo mismo… Arrójennos la
culpa a la cara y gocen de los resultados… nosotros seremos los verdugos, sean
ustedes los hombres libres.”
En otras palabras, los argentinos le debemos a Julio A.
Roca tener hoy la Patagonia, porque la ocupó militarmente como ministro de
Guerra, la consolidó diplomáticamente con el Tratado General de Límites de
1881, durante su primera presidencia y ratificó la soberanía argentina en esa
región con los “Pactos de Mayo” de 1902, durante su segunda presidencia.
Podría extenderme mucho más sobre este interesante libro.
Le dejo al lector un consejo y un recuerdo.
El consejo es que lea este apasionante libro, descubrirá
facetas nuevas sobre la vida de Julio A. Roca. Ahora, el recuerdo.
Tuve la suerte de conocer al Dr. Isidoro J. Ruiz Moreno
hace muchos años cuando era un estudiante del Profesorado en Historia, durante
un examen final. Fue la única vez que lo vi.
No recuerdo la materia, pero si el hecho claramente.
Isidoro Ruiz Moreno no era nuestro profesor. La titular de la cátedra era una
profesora muy mala de la cual afortunadamente no recuerdo el nombre. Lo cierto
es que el día del examen, para terror de todos los alumnos, llegó Ruiz Moreno a
tomar la evaluación final. Mi examen no fue para nada brillante y entonces Ruiz
Moreno me preguntó la diferencia en el teatro griego entre la comedia y la
tragedia.
En ese momento no supe que contestar y permanecí en
silencio. Pero, aún hoy no olvido su explicación: en la comedia los temas son
tomados de la vida cotidiana incluyen la sátira, la gula y el erotismo, en la
tragedia los temas son míticos tomados del pasado heroico y suelen participar
héroes, semidioses o dioses.
Ruiz Moreno, muy generosamente, me calificó con siete
puntos. Yo me hubiera aplazado sin ninguna duda...
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