El imperialismo
siempre se ha justificado de diversas formas. Cabe recordar en el pasado la
Doctrina Monroe o la Doctrina Breznev. Ahora también está la Doctrina Putin.
DEL TRATADO DE VERSALLES A LA CAÍDA DEL MURO
Cuando una nación sufre una severa derrota militar debe
afrontar tres tipos de consecuencias: sufre pérdidas territoriales, se la
desarma para evitar que busque una revancha en el campo de batalla y finalmente
se desarticula su economía para evitar que comience un rearme de sus fuerzas
armadas.
Podría considerarse que la Caída del Muro de Berlín en
1989 fue una suerte de Waterloo que marcó la derrota de la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas en la Guerra Fría y el comienzo de su disgregación como
nación.
La URSS se fragmentó en quince Estados diferentes y en
muchos casos (las Repúblicas Bálticas, Ucrania, Georgia, etc.) hostiles hacia
Moscú dejando atrapadas en cada uno de esos estados a importantes minorías
rusas que el Kremlin debía proteger.
La Federación de Rusia perdió la alianza militar que
ampliaba su capacidad ofensiva: el Pacto de Varsovia, también debió abandonar
sus bases militares y su despliegue de alerta temprana en Europa Oriental e
incluso en los ex Estados soviéticos, se vio forzado a aceptar un programa de
desarme y a reducir sus fuerzas armadas e incluso perdió buena parte de sus
instalaciones misilísticas desplegadas en el antiguo territorio soviético.
En el plano económico, la transición de la economía
planificada a la economía de mercado se llevó a cabo de una manera muy
traumática apelando a “políticas de shock” que empobrecieron y
hambrearon aún más al sufrido pueblo ruso.
La creación de una economía capitalista requería de
empresarios capitalistas y en Rusia, en los años noventa, no los había. Pocos
inversores extranjeros estaban dispuestos a incursionar en un terreno tan
convulsionado y cambiante. Tampoco existían socios rusos con un historial
comercial y financiero confiable para abrir las puertas del mercado local.
Sólo los grandes grupos criminales que habían prosperado
en el mercado negro de la era soviética tenían la experiencia, el capital,
vínculos internacionales y los “contactos” de alto nivel tan necesarios
para hacer buenos negocios en esos convulsionados días.
Fue así que luego de resolver sus disputas comerciales
con Kalashnikov, minas lapas en los automóviles o más sutilmente apelando al
veneno, los grupos criminales se depuraron de sus elementos más marginales y
violentos y se concentraron transformándose gradualmente en la clase
empresarial que Rusia necesitaba.
Sin temor a exagerar, porqué viví en Moscú durante la
primera mitad de la década de los noventa, puedo afirmar que la Caída del Muro
de Berlín y la disgregación de la URSS fueron tan traumáticos para los rusos
como en su momento lo fue para los alemanes el armisticio de 1918 y las infames
condiciones impuestas por los vencedores en el Tratado de Versalles.
Curiosamente había rusos que creían de buena fe que la
desaparición de la URSS era el precio que debían pagar para ingresar a la Unión
Europea. Esperaban en pocos años poder gozar de la prosperidad y el nivel de
consumo de Occidente, así como de su régimen de libertades individuales y
democracia.
Pronto descubrieron con horro que no había lugar para
Rusia en la Europa comunitaria, pero, para entonces resultaba demasiado tarde
para dar marcha atrás. Hoy, según Román Kolevatov. Del Centro Levada, una
entidad independiente que realiza sondeos de opinión en Rusia, el 63% de la
población lamenta la disolución de la URSS, pero esa cifra se incrementa al 76%
entre los mayores de 60 años. La nostalgia hacia la antigua URSS se basa
especialmente en la percepción que los rusos tienen de la perdida de su peso en
la política mundial.
La OTAN lejos de desaparecer cuando lo hizo el Pacto de
Varsovia siguió considerando a Rusia su principal amenaza y se reforzó. Para
ello amplió el número de sus miembros incorporando a países que hasta hacia
unos pocos años eran aliados de los rusos lo que les permitió acercar
considerablemente sus bases e instalaciones militares al territorio ruso.
En los niveles superiores del gobierno, las fuerzas
armadas y los “órganos” (como los rusos denominan coloquialmente a sus
servicios de inteligencia) donde imperaba un fuerte sentimiento nacionalista y
antioccidental comenzó también a desarrollarse un clima de frustración por la
pérdida del status de superpotencia y la marginación de Rusia de los grandes
asuntos internacionales.
No hay que olvidar que los rusos han desarrollado a
través de los siglos un temor obsesivo por su seguridad territorial.
Especialmente, porque han sido invadidos desde el oeste -por suecos,
polacos-lituanos, franceses y alemanes-, desde el este por los mongoles y
tártaros, y en el siglo XX por los japoneses y la República de China (1929)-.
Al estar situada en una enorme llanura que va desde los Urales hasta los
Pirineos atlánticos, la inexistencia de barreras naturales ha propiciado las invasiones,
pero también la voluntad rusa de desplazar lo más posible su perímetro de
seguridad hacia el oeste.[i]
Pero en los años noventa, imperaban las percepciones del
“fin de la Historia” en un mundo próspero en que los principales países
parecían acatar las reglas del “Consenso de Washington”, donde
comenzaban a asomar nuevas potencias emergentes. En ese contexto, la Federación
de Rusia con su economía paralizada y su moneda depreciada, con escasos aliados
internacionales, se presentaba como un gigante con pies de barro que sólo podía
aspirar a ser reconocida como “potencia regional”.
Los años del gobierno de Boris Yeltsin estuvieron
signados por la destrucción de los símbolos y monumentos de la era soviética,
las guerras en Chechenia, la depresión económica, las “berioshkas”
-tiendas- con sus estanterías vacías, las largas filas de gente en las puertas
de las tiendas ofreciendo productos del mercado negro, la irrupción de nuevos
partidos políticos y un cierto aire de libertad.
Sin embargo, el relajamiento de los controles y el avance
de las libertades individuales era más aparente que real. El personal de la
policía y los “órganos” no modificaron demasiado sus brutales métodos
represivos ni sus tácticas de control.
LA MAYOR CATÁSTROFE GEOPOLÍTICA DEL SIGLO XX
La situación fue cambiando gradualmente con el arribo al
poder de Vladimir Putin, un oficial de menor graduación -mayor- en el KGB que
vivió la traumática experiencia de la Caída del Muro desde una base soviética
en Berlín.
Trasladado a San Petersburgo tras la retirada rusa de
Alemania, Putin vivió la humillante experiencia de muchos rusos de verse
forzado a completar su devaluado salario trabajando ocasionalmente como taxista
informal -los únicos taxis que funcionaban en esos años en Rusia- con su auto
particular en sus horas libres.
No es de extrañar entonces que Putin considere al colapso
de la URSS como “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX” y una
tragedia personal.[ii]
Desde su arribo al Kremlin en 1999, Vladimir Putin ha trabajado
intensamente para reparar la autoestima del pueblo ruso y convencer a Occidente
de que debía respetar los intereses de Rusia en el mundo. Comenzando por poner
una contención a la expansión de la OTAN en lo que los rusos consideran el
“extranjero cercano”, es decir, el antiguo territorio soviético.
El 10 de febrero de 2007, en su discurso en la
Conferencia de Paz de Múnich, Vladimir Putin informó a los países occidentales
cuales serían los parámetros de la política exterior rusa, Veamos sintéticamente
que dijo en esa ocasión el amo del Kremlin.
- Estados Unidos trata de imponer sus reglas y su voluntad
a otros países, pero el modelo unipolar es imposible y totalmente inaceptable
en el mundo moderno.
- La expansión de la OTAN tiene un carácter provocador y
reduce el nivel de confianza mutua.
- Rusia respeta los acuerdos sobre la reducción de los
arsenales estratégicos y espera que los Estados Unidos hagan lo mismo.
- Hay un claro estancamiento en el ámbito del desarme, lo
que incrementa el peligro de la desestabilización en las relaciones
internacionales.
- Solo la ONU puede autorizar el uso de la fuerza para
resolver los conflictos.
- Rusia siempre ha desarrollado una política exterior
independiente y tiene la intención de continuar siguiéndola.
Después de esa declaración Putin obró en consecuencia con
esos parámetros.
En 2008, cuando la ex república soviética de Georgia
anunció su intención de incorporarse a la OTAN. El Kremlin comenzó a apoyar a
los separatistas prorrusos de Osetia del Sur. Cuando el presidente Mijaíl
Saakashvili comenzó a actuar contra los osetios, las fuerzas armadas rusas se
movilizaron en apoyo a los separatistas de Osetia y Abjasia. La Segunda Guerra
de Osetia del Sur, en agosto de 2008, culminó con un elevado número de víctimas
fatales y la formación de Estados independientes sin reconocimiento
internacional de Abjasia y Osetia del Sur (solo son reconocidos por Rusia,
Nicaragua, Venezuela, Nauru y Siria) su existencia e independencia esta
garantizada por la presencia permanente de contingentes de tropas rusas.
Los mismo ocurre en Transmistria (Pridnestrovia) una
región separatista moldava habitada por rusos (Stinga Nistruli), una república
popular no reconocida internacionalmente.
A finales del 2013 se produjo el “Euromaidán”, la
revolución de color ucraniana que puso fin al gobierno prorruso de Víctor
Yanukóvich, el Kremlin calificó el hecho como un golpe de Estado y empleó el
incidente como excusa para anexarse la Península de Crimea. También apoyó la
creación de las separatistas Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk. Estados
no reconocidos internacionalmente, habitados por ucranianos de origen ruso y
sostenidos por tropas rusas.
En 2020, Vladimir Putin brindo su apoyo al presidente
Aleksander Lukashenko durante las protestas conocidas como “Revolución de las
Zapatillas”, desatada por el fraude electoral que llevó a la renovación del
sexto mandato presidencial del presidente bielorruso. Cabe destacar que
formalmente, Rusia y Bielorrusia forman una confederación desde 1999.
En noviembre de 2020, Rusia apoyo con asesores y
armamentos a Armenia en su guerra con Azerbaiyán por el enclave de Nagorno
Karabaj. Finalmente, Armenia fue derrotada por los azeríes que contaron con el
apoyo de Turquía.
Por último, en enero 2021, las tropas rusas bajo la
cobertura formal de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva
intervinieron en Kazajstán a pedido del presidente Kassim – Yomart Tokáyev para
poner fin a las violentas revueltas generadas por el incremento desmesurado en
el precio del gas licuado para combustible automotor. Junto a Rusia
participaron del contingente militar tropas pertenecientes a Kirguistán,
Tayikistán, Armenia y Bielorrusia, países aliados a Moscú.
LA DOCTRINA BREZNEV
El nombre de Leonid Breznev ha quedado asociado a la
“doctrina de la soberanía limitada en los países socialistas” de la que se
habló por primera vez en ocasión de la intervención militar de tropas de los
países integrantes del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia, en agosto de 1968.
En esa ocasión, el Kremlin reaccionó para poner fin a la
experiencia de “socialismo con rostro humano” implementado por el primer secretario del
Partido Comunista de Checoslovaquia Alexander Duĉek en lo que se conoció como
la Primavera de Praga.
Esta doctrina ha sido interpretada como la afirmación por
parte de la Unión Soviética del deber internacionalista de intervenir en los
países hermanos en el caso de que los regímenes socialistas estén amenazados en
ellos.
El 3 de julio de 1968, en el curso de una reunión en
honor del dirigente húngaro Janos Kadar, Breznev declaró: “La URSS no puede
ser, no será jamás, indiferente al destino de la edificación del socialismo en
otros países hermanos: tampoco lo será con relación a la causa del socialismo
mundial.”
Ampliando estos conceptos, el 12 de noviembre de 1968,
durante el Congreso del Partido Obrero Unificado de Polonia, Breznev justificó
la intervención militar en Checoslovaquia diciendo: “Cuando las fuerzas
interiores y exteriores al socialismo tratan de orientar la evolución de un
país socialista empujándolo hacia la restauración del capitalismo, esto no supone
sólo un problema para el pueblo de ese país, sino también es objeto de
preocupación para todos los Estados socialistas”.
Esto es lo que se conoce como “Doctrina Breznev” o
de “soberanía limitada”. Ahora bien, el comunismo soviético ha
desaparecido pero los intereses geopolíticos rusos son permanentes por lo cual
Vladimir Putin ha considerado necesario actualizar la doctrina de la soberanía
limitada con sus propios parámetros.
LA DOCTRINA BREZNEV
Con motivo de la intervención militar de las fuerzas de
la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva y las tensiones en la
frontera con Ucrania el presidente de Rusia ha fijado nuevamente los parámetros
de su política exterior en lo que ha dado en denominarse la “Doctrina Putin”.
“Las acciones tomadas por la Organización del Tratado de
Seguridad Colectiva han demostrado claramente que no permitiremos
desestabilizar la situación en nuestro hogar y que tampoco permitiremos que
ocurra ese escenario al que llaman revoluciones de color”, ha declarado Putin durante una videoconferencia con los
líderes de esa alianza militar.[iii]
Anteriormente, en una conferencia ante quinientos
periodistas extranjeros Putin había dijo: “Rusia no puede ser derrotada, solo
puede ser destruida desde dentro.”
La Rusia de Putin es un régimen cada vez más conservador
que reivindica las glorias del pasado ruso y soviético a la vez. Se fundamenta
en una suerte de culto al Estado y su seguridad, en valores como “la familia
tradicional, los vínculos espirituales y el patriotismo”.
Putin suele utilizar la expresión de “revoluciones de
colores” Para igualar las supuestas amenazas en los escenarios asiáticos de
la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (terrorismo yihadista y
delincuencia organizada) y en los europeos (expansionismo de la OTAN). Para
Rusia, lo importante es ejercer su influencia en materia de seguridad en ambas
dimensiones del antiguo espacio postsoviético y, proyectarse como una
superpotencia global.
Putin reclama que la OTAN detenga su expansión hacia el
este porque no quiere bases militares en las fronteras de Rusia y porque
pretende preservar el antiguo espacio soviético (el extranjero cercano) como su
natural esfera de interés e influencia.
Occidente encuentra inaceptable esa demanda, pero lo cierto
es que los Estados Unidos nunca renunciaron a la “Doctrina Monroe” sobre
América Latina. También habría que recordar cuál fue la aptitud del presidente
estadounidense John F. Kennedy en aquellos terribles “trece días de octubre”
de 1963, en que el mundo tembló por la Crisis de los Misiles.
También podríamos preguntarnos como reaccionaria
Washington si Moscú materializara sus insinuaciones de establecer bases
militares en Venezuela y Nicaragua.
[i]
PIQUÉ, Josep: El turbulento
espacio postsoviético. Política Exterior. España. 13/1/2022
[ii]
SAHUQUILLO, María R.: Putin
alimenta el sueño de la gran Rusia. Elpaís.com. Moscú 24/12/2021 Consultado
en https://elpais.com/internacional/2021-12-25/30-anos-despues-de-la-urss-putin-alimenta-el-sueno-de-la-gran-rusia.html
[iii]
CUESTA, Javier G.: Putin avisa de
que no permitirá “revoluciones” en Rusia. Elpaís.com. Moscú. 10/01/2022.
Consultado en https://elpais.com/internacional/2022-01-10/putin-avisa-de-que-no-permitira-revoluciones-en-rusia.html
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