Los resultados de los comicios del 25 de octubre
último evidencian la profundidad de la grieta
que divide a la sociedad argentina y que en la misma rige un amplio hartazgo
que anuncia el fin de una época que en realidad se inició con el derrocamiento
de Fernando de la Rúa por una alianza informar de caudillos provinciales
peronistas con sectores del alfonsinismo. Al mismo tiempo estos resultados han
llevado al candidato del Frente para la Victoria a enfrentar un dilema
existencia: presentarse o no a la segunda ronda electoral.
La estrategia del candidato de Cambiemos, Mauricio Macri, fue siempre llegar a la segunda vuelta
para aglutinar a todos los sectores opositores que aspiraban a un cambio de los
elencos políticos y de las políticas públicas de los últimos doce años de la
agotadora autocracia kirchnerista.
En consecuencia, Macri siempre pensó en el ballotage y se preparó mentalmente para
la misma. Su festejo al conocerse los primeros resultados se debía más al hecho
de que habría segunda vuelta que a la reducida distancia que lo separaba en los
guarismo del candidato oficial. Su negativa a aceptar cualquier acuerdo previo
al comicio con el otro candidato opositor, Sergio Massa, se basaba precisamente
a ese planteo estratégico.
El asesor de campaña de Cambiemos, el ecuatoriano Jaime Duran Barba habría insistido en que
frente a un ballotage, el electorado se vería forzado a una alternativa de
hierro: elegir entre el oficialista Scioli o el opositor Macri. Es decir, entre
el continuismo y el cambio. En ese escenario serán los votantes y no los
acuerdos entre dirigentes políticos quienes definirán al próximo presidente de
los argentinos.
En otras palabras, Macri cifró todas sus esperanzas de
alcanzar la presidencia en un triunfo en segunda vuelta, en consecuencia ha
previsto una estrategia y los recursos humanos y económicos para llevarla a
cabo.
Por lo tanto, para Macri los resultados del domingo
significaron una clara victoria –aún cuando en realidad salió segundo- y así lo
ha vivido tanto él como sus partidarios. En Cambiemos se sienten ampliamente
triunfadores y van por más.
El kirchnerismo, por el contrario, cifraba todas sus
esperanzas en obtener una clara victoria en la primera vuelta contra una
oposición dividida, tal como había ocurrido en los comicios presidenciales de
2003, 2007 y 2011. Contaba para ello con todo el peso del aparato informativo y
publicitario manos del Estado. Además partía de un piso electoral de
aproximadamente el 27% del electorado, conformado en su mayor parte por la
adhesión que lograba entre los beneficiarios de la ayuda social, entre los
jóvenes votantes de menor experiencia y de todos aquellos que obtuvieron
empleos estatales y otras ventajas en la llamada década ganada.
Este piso electoral parecía suficiente para superar el
40% de los votos y mantener una distancia de más de diez puntos del más
inmediato competidor.
En pos de tal objetivo, Cristina Kirchner forzó a los
miembros de La Campora y a los
sectores más radicalizados que la apoyan a aceptar a un candidato presidencial
que no sentían como propio pero que parecía capaz de aportar la suficiente
cantidad de votantes independientes como para asegurar el triunfo en la primera
vuelta. El gobierno sabía que debía tratar de evitar una segunda vuelta en la
que el voto opositor se unificaría.
En consecuencia, al no alcanzar este objetivo, tanto Daniel
Scioli como todo el kirchnerismo se sintieron derrotados y así lo transmitieron
a la sociedad. Es que no sólo debían ir a una segunda vuelta –la primera que se
llevara a cabo en la historia argentina- sino que el candidato oficial fue
derrotado claramente en su propio distrito –allí donde se sitúa el 38% del
electorado-, el cual gobernó los últimos ocho años. El peronismo no perdía en
la provincia de Buenos Aires desde el año 1983.
Por otra parte, mientras Mauricio Macri es el líder
indiscutido de Cambiemos. Scioli no conduce al peronismo histórico, ni mucho
menos al kirchnerismo. Tampoco cuenta con la adhesión de un bloque de
legisladores o un conjunto significativo de intendentes bonaerenses que sigan
sin retaceos sus directivas.
Es más, Scioli se ve obligado a organizar su repliegue
del gobierno bonaerense dejando en su reemplazo a un opositor que seguramente
posará su ojo crítico sobre la gestión pasada en búsqueda de irregularidades. También
debe encontrar la forma de contener y evitar la espantada de los cuadros
políticos que pierden sus cargos y prebendas la provincia y las intendencias sin
tener la certeza de que encontrarán una alternativa en un futuro gobierno
nacional. Simultáneamente, Scioli debe enfrentar una nueva elección donde el
único candidato será él y en la cual el pronóstico inicial no se presenta como
muy halagador.
La pregunta clave consiste en saber si Scioli cuenta
con la presencia de ánimo suficiente para triunfar en esta nueva contienda e
incluso si posee los recursos financieros y los apoyos políticos suficientes
para librar con posibilidades de éxito una lucha a cara o cruz por la
presidencia.
Incluso es un interrogante cuál será la actitud que
adoptará Cristina Kirchner. La primera mandataria saliente nunca contó entre
sus afectos al mandatario bonaerense y mucho menos a su esposa, Karina
Rabollini, con quien mantiene una sórdida rivalidad femenina.
No se fía de su candidato y por ello intentó rodearlo
de sus más incondicionales seguidores –especialmente Carlos Zannini y Aníbal
Fernández- para asegurarse que una vez presidente Scioli no se apartase de sus
directivas, le asegurase impunidad en las múltiples causas penales que tiene
abiertas en la justicia y le guarde el “sillón
de Rivadavia” hasta su eventual regreso en 2019.
El apoyo de Cristina al motonauta durante la campaña electoral fue a cuenta gotas y con
marcadas reticencias. La presidente no ahorró a su candidato desaires y humillaciones.
Muchas veces guardó un silencio cómplice cuando sus más fieles partidarios
punzaban al gobernador con comentarios hirientes. Ahora se encuentra a mitad
del río y enfrenta la alternativa de acompañar a su candidato en una posible
derrota o tomar una relativa distancia de él, preservando su imagen de
candidata nunca derrotada para competir por la presidencia nuevamente en el
2019.
Finalmente, el candidato presidencial del Frente para
la Victoria debe resignarse a la incertidumbre que le genera saber cuál será el
comportamiento final de los gobernadores e intendentes peronistas y de los
militantes de La Campora.
El 22 de noviembre nadie se juega su suerte política
salvo Daniel Scioli y Mauricio Macri. Tal como hemos señalado, Macri cuenta con
un aparato político propio no dependiente del control del Estado o del apoyo de
otro líder político.
La estructura que apoya a Scioli no le es propia, se
encuentra en otras manos –ya sea de los tradicionales caudillos peronistas o de
Cristina Kirchner-, además es extremadamente dependiente del flujo de dinero
que aporten quienes dirigen la campaña a nivel nacional y de la credibilidad de
las promesas de cargos públicos en una futura administración sciolista. Si
alguno de estos componentes falla nadie sabe con certeza si este aparato –con
sus punteros, fiscales y aparato de prebendas, medios de transporte gratuitos
para los electores, los incentivos económicos a los votantes y otras
corruptelas habituales en el comportamiento electoral del peronismo- se pondrá
realmente en marcha o tan sólo harán una
presencia formal en los comicios.
El delicado balance de todos estos aspectos y las
conclusiones a que arribe el candidato oficial determinará, pese a todas las
declaraciones previas, si finalmente competirá en el ballotage o se retirará para negarle a Mauricio Macri una clara
victoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario