sábado, 11 de octubre de 2025

El Rey Mohammed VI aboga por un Marruecos más justo y solidario


 

En la solemnidad del Parlamento marroquí, el rey Mohammed VI volvió a proyectar este viernes la imagen del monarca que ha hecho de la justicia social uno de los ejes de su reinado.

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Acompañado por el príncipe heredero Moulay El Hassan y el príncipe Moulay Rachid, el Rey Mohammed VI, como en cualquier democracia estable, inauguró el último año legislativo de la undécima legislatura con un discurso que combinó serenidad, autocrítica y una firme visión de futuro.

En su intervención, el monarca destacó que la justicia social y territorial no son un simple lema, sino una “orientación estratégica” que debe guiar todas las políticas públicas. “El desarrollo local es el espejo que refleja el progreso del Marruecos emergente y solidario”, afirmó ante los parlamentarios, reclamando una acción política basada en resultados tangibles, transparencia y compromiso con la ciudadanía.

El rostro humano del desarrollo

Mohammed VI insistió en que el crecimiento económico carece de sentido si no llega a todos los marroquíes, con independencia del lugar donde vivan. “Nuestro objetivo es que todos se beneficien de los frutos del desarrollo y de la igualdad de oportunidades”, subrayó. Por ello, instó a las instituciones a centrarse en las regiones más vulnerables, especialmente las zonas montañosas y los oasis, que representan el 30% del territorio nacional.

El soberano pidió una política pública integrada para esas áreas, adaptada a sus particularidades y recursos, así como un impulso a la economía marítima nacional, “capaz de generar riqueza y empleo sin comprometer la sostenibilidad de los recursos naturales”.

Los pilares de un Marruecos más solidario

El monarca definió tres prioridades estratégicas: empleo juvenil, educación y sanidad. Consideró que son “las palancas esenciales del desarrollo territorial” y reclamó un mayor impacto de los programas destinados a fortalecer esos sectores. “No debe haber contradicción entre los grandes proyectos nacionales y los programas sociales”, advirtió, en alusión al equilibrio que el Reino debe mantener entre su modernización y la atención a las necesidades básicas de su pueblo.

Mohammed VI, conocido por su estilo pausado y su tono didáctico, apeló a un cambio de mentalidad y a una nueva cultura política basada en la solidaridad, la eficiencia y la rendición de cuentas. “Es inaceptable cualquier negligencia de la eficiencia y rentabilidad de la inversión pública”, sostuvo, reclamando una administración moderna y transparente que responda a las aspiraciones de los ciudadanos.

Un llamado a la responsabilidad colectiva

El monarca recordó que la construcción del Marruecos emergente es una tarea compartida. “La justicia social y la lucha contra la desigualdad no son solo responsabilidad del Gobierno, sino de todos los actores políticos, de los medios de comunicación, de la sociedad civil y de las fuerzas vivas de la nación”, señaló. Con ese mensaje, Mohammed VI reafirmó su convicción de que la cohesión nacional es el fundamento del progreso.

Al mismo tiempo, realizó un llamamiento al Parlamento, convocando a los legisladores a trabajar “con seriedad y compromiso” en el último año de la actual legislatura, el año próximo habrá elecciones generales en el Reino, completando los programas iniciados y defendiendo las causas de los ciudadanos “con plena integridad, compromiso y abnegación”.

Un rey cercano y consciente

El discurso real confirmó una vez más la imagen de Mohammed VI como un estadista que ama profundamente a su pueblo. Sus palabras estuvieron impregnadas de una sensibilidad social poco habitual en el lenguaje político, reflejo de un reinado que ha buscado modernizar Marruecos sin perder su identidad.

Para el monarca, la justicia social no es solo un objetivo económico, sino una cuestión moral. “Quien hace el peso de un átomo de bien lo verá, y quien hace el peso de un átomo de mal lo verá”, recordó citando el Corán, como un recordatorio espiritual de que la prosperidad debe ir acompañada de justicia y equidad.

Con un tono sereno pero firme, Mohammed VI volvió a delinear el rumbo de su país: un Marruecos unido, solidario y moderno, donde el progreso no se mida únicamente en cifras, sino en la dignidad de sus ciudadanos. En palabras del propio rey, se trata de “una apuesta crucial que todos los actores deben asumir” para consolidar un futuro de bienestar y armonía social.

 

¿Un final para la Guerra de los ocho Estados?


 

Tras dos años de guerra en Medio Oriente, que involucró a ocho Estados, dejando un saldo de 67.000 muertos, miles de heridos y desplazados y destrucción al por mayor un acuerdo entre Israel y Hamás crea la esperanza de paz en la región. Este artículo resume el balance humano y estratégico de esos dos años, desgrana las consecuencias para cada actor implicado y plantea tres escenarios plausibles a partir del acuerdo recientemente anunciado.

Por Adalberto Agozino

Hace dos años, la madrugada del 7 de octubre de 2023, un asalto coordinado de Hamás a localidades del sur de Israel sacudió la región y abrió un ciclo de violencia que se ha prolongado, con diferentes intensidades y frentes, hasta la firma de la primera fase de un acuerdo entre Israel y Hamás en octubre de 2025.

El episodio inicial —que causó más de mil muertes israelíes y el secuestro de decenas de personas— desencadenó una respuesta militar masiva de Israel en la Franja de Gaza y una escalada regional que implicó directamente al territorio o las fuerzas armadas de ocho Estados: Israel, el proto Estado palestino de Gaza, Estados Unidos, El Líbano, Irán, Qatar, Siria y Yemen, e indirectamente al menos a otros tres: Egipto, Jordania y Turquía. Por lo que puede decirse que este conflicto constituyó una suerte de guerra mundial circunscripta a Medio Oriente.

El coste humano y material: cifras que pesan

Las cifras son, en sí mismas, una forma de contar la devastación. Según informes de Naciones Unidas y organizaciones humanitarias, el conflicto ha dejado más de 67.000 muertos palestinos, centenares de miles de heridos, 1,3 millones de desplazados y una destrucción casi total de la infraestructura civil en Gaza: hospitales, escuelas, redes de agua y viviendas. En Israel, los ataques del 7 de octubre y los enfrentamientos posteriores provocaron también miles de bajas y un trauma nacional que aún no cicatriza.

“Volví con imágenes que no se borran: niños sin extremidades, familias cavando fosas improvisadas con cucharas y hospitales que funcionan como morgues”, relató un trabajador humanitario de la ONU tras una misión a la Franja en junio de 2024. Sus palabras condensan la doble emergencia: la de las heridas causadas por la guerra y la de la erosión de los servicios básicos que mantiene viva a la población.

“Vi a mi hijo morir lentamente por falta de comida y medicinas”, confesó una mujer desplazada en testimonios reunidos por organizaciones de derechos humanos en 2025, que documentan casos de inanición y colapso sanitario entre los desplazados. Esos relatos han sido utilizados por ONGs para denunciar que, más allá de las víctimas directas de las bombas, millones sufren efectos indirectos letales.

Según France Press, la contienda fue particularmente letal para los hombre de prensa. Desde el 7 de octubre de 2023, 237 periodistas han perecido, más muertos que en las guerras de Corea, Vietnam, los Balcanes y Afganistán juntas.  

Israel la seguridad al precio de una sociedad fragmentada

Militarmente, Israel entró en una guerra a gran escala con el objetivo declarado de neutralizar la capacidad militar de Hamás y rescatar a los rehenes. Pero el costo interno ha sido profundo. El país vivió una movilización nacional sin precedentes y, al mismo tiempo, una crisis de confianza hacia el Gobierno y las Fuerzas de Defensa. La guerra unió a la población en los primeros meses, pero pronto reavivó divisiones políticas y protestas por la gestión del conflicto.

En Hostages Square, en Tel Aviv, decenas de familias han pasado jornadas enteras exigiendo la liberación de los suyos; “no podemos cerrar esta herida hasta que vuelvan”, repiten los manifestantes, según crónicas de agencias internacionales en octubre de 2025. La presión social por recuperar a los rehenes fue motor de la política israelí durante dos años.

Hamás: la lucha por la supervivencia

Hamás llegó al acuerdo tras más de dos años de asedio militar y costos operacionales muy altos. Aunque el movimiento islamista salió debilitado en términos militares y administrativos —con capacidad operativa reducida y un territorio devastado— mantiene una posición dentro de Gaza que le permite negociar intercambios y una salida política.

El gran interrogante es si esa negociación concluirá en la desmilitarización efectiva de la organización o en una suerte de statu quo vigilado: el acuerdo contempla liberación de rehenes y canje de prisioneros, pero deja abiertas las preguntas sobre el futuro del poder civil, la reconstrucción y la supervisión internacional en la Franja. Para Hamás, la supervivencia política puede exigir concesiones difíciles que tensionarán su base social

La población civil, sin embargo, ha pagado el precio más alto. “Escuchábamos bombas y rezábamos”, contó una médica que evacuó pacientes del hospital Shifa durante las ofensivas de 2024. Sus palabras reflejan la vida cotidiana en la Franja: entre sirenas, ruinas y la incertidumbre del siguiente ataque.

Líbano y Hezbolá: guerra abierta.

El conflicto se extendió pronto al norte. Hezbolá, que reaccionó a las operaciones israelíes en Gaza, lanzando ataques que derivaron en una intensa campaña entre Israel y las milicias shiítas en el sur del Líbano. El choque dejó miles de muertos y una devastación significativa en poblaciones libanesas cercanas a la frontera; por su parte, Israel sufrió pérdidas y daños en su territorio por cohetes y ataques transfronterizos.

“Perdimos casas, cosechas y a vecinos”, relató un agricultor de Bint Jbeil, en el sur del Líbano, a medios locales. Sus palabras resumen la devastación cotidiana de una guerra que no eligieron.

La muerte en 2024 del liderazgo de Hezbolá —un golpe simbólico y organizativo— no apagó su capacidad de ataque, aunque sí reconfiguró su estructura y su relación con Beirut y Teherán. La contienda en El Líbano demuestra cómo la guerra contra Hamás se convirtió en un conflicto regional con efectos más amplios sobre la seguridad estatal y la gobernabilidad en El Líbano.

“No confiamos en el futuro inmediato”, reconoció una vecina de Nabatieh a la prensa internacional. El cansancio colectivo en ese país se ha convertido en un límite político para las aventuras militares de la milicia chií.

Siria: campo de operaciones

Siria, aún desangrada por la guerra civil previa, fue escenario de ataques israelíes puntuales y de fricciones con milicias proiraníes. A lo largo de 2024–2025 las tensiones crecieron hasta escaladas localizadas entre Israel y fuerzas sirias o asentamientos de milicias aliadas de Irán, lo que contribuyó a convertir partes del territorio sirio en un teatro secundario pero significativo del conflicto regional. La volatilidad en su territorio complica cualquier marco de seguridad regional y ofrece a Teherán y Moscú nuevas palancas de influencia.

Irán: asimilar los daños

Irán, como patrocinador político y militar de Hezbolá y de otras milicias en la región, vio su papel reforzado en algunos frentes y costoso en otros. El conflicto incrementó su influencia sobre actores armados no estatales, pero también atrajo respuestas militares y sanciones que complicaron su economía y posicionamiento internacional. Irán ha encontrado, sin embargo, una rentabilidad estratégica al proyectar poder contra Israel mediante proxies, haciéndole pagar un precio político y militar a Tel Aviv sin confrontación directa masiva, aunque esa misma política provocó la intervención militar estadounidense y terminó por dañar su programa de desarrollo nuclear y además, alimentó la intervención naval contra objetivos iraníes y el aumento de presión de Estados Unidos y aliados en teatros como el Mar Rojo y el Golfo.

Los hutíes (Yemen): la guerra por procuración

El conflicto en Gaza incentivó la actuación de los hutíes en Yemen como instrumento de presión regional: ataques a la navegación en el Mar Rojo y el Golfo de Adén, interdicciones y el hundimiento de embarcaciones han llevado a respuestas militares multinacionales para proteger las rutas comerciales. Las ofensivas hutíes, alineadas con el eje proiraní, pusieron en riesgo el comercio global y forzaron operaciones internacionales —lideradas por Estados Unidos y aliados— en la zona, con costes tecnológicos y humanos. La persistencia de estos ataques y la respuesta naval han convertido al Mar Rojo en un frente adicional del conflicto regional

“Antes salíamos a pescar cada día; ahora no nos atrevemos”, dijo un pescador de Hodeida en reportes sobre el impacto de los ataques en la economía costera. ONG internacionales han documentado la pérdida de medios de vida y la inseguridad en la ruta del Mar Rojo.

Estados Unidos: los costos en tensiones domésticas y geopolíticas

La Casa Blanca y el Congreso han jugado un papel central: el apoyo militar y diplomático a Israel se mantuvo sólido, incluidas entregas de material y asistencia que crecieron desde 2024. Al mismo tiempo, la administración estadounidense tuvo que equilibrar el respaldo a la seguridad israelí con presiones humanitarias y críticas internacionales por la destrucción en Gaza. Además, la guerra reconfiguró prioridades estratégicas —con recursos desviados hacia el Mediterráneo oriental y el Golfo— y tensionó la política exterior en Washington en un momento de fracturas internas. La intermediación estadounidense para el acuerdo de octubre de 2025 aparece como un éxito de su diplomacia, aunque la sostenibilidad del arreglo depende de muchos factores en la región.

Consecuencias transversales

Más allá del teatro bélico, los efectos se extendieron a la diplomacia (una nueva oleada de mediaciones regionales), a la economía (caída del turismo, aumento del costo de la seguridad, impacto en el comercio marítimo), y a la sociedad (refugiados, trauma colectivo, radicalización y desgaste de la confianza en las instituciones). La reconstrucción de Gaza exige recursos y garantías de seguridad que los donantes internacionales y las potencias regionales aún no han acordado plenamente; la fragmentación política palestina dificulta además la entrega ordenada de ayuda y la gobernabilidad postconflicto.

Tres escenarios posibles tras el acuerdo Israel–Hamás

El acuerdo anunciado en octubre de 2025 abre una ventana de oportunidad, pero no garantiza una paz duradera. A continuación se detallan tres escenarios plausibles, con sus riesgos y probabilidades relativas.

Escenario 1 — Consolidación vigilada: tregua duradera con supervisión internacional (probabilidad: moderada)

En este escenario, la primera fase del acuerdo avanza: intercambio de prisioneros y rehenes, retirada de tropas israelíes de áreas urbanas y entrada sostenida de ayuda humanitaria. Mediadores (Egipto, Qatar, Turquía y la ONU) establecen mecanismos de verificación y una presencia civil internacional que supervisa la reconstrucción. Hamás se compromete a una política de menor hostilidad —no desmantelamiento inmediato, pero sí control sobre ataques— a cambio de una mejora palpable en las condiciones de vida en Gaza. La violencia se reduce considerablemente, y aunque la cuestión política final (estado, fronteras, soberanía) queda para negociaciones posteriores, la calma reduce ganancias para actores externos y limita la expansión del conflicto a terceros países. Este resultado exige que las grandes potencias (EE. UU., la UE) garanticen recursos sostenibles y que Hezbolá y los hutíes perciban que sus objetivos estratégicos pueden ser alcanzados sin escaladas adicionales.

Escenario 2 — Frontera de baja intensidad: tregua precaria y episodios de violencia (probabilidad: alta)

Aquí la tregua se mantiene de forma intermitente: se producen intercambios de prisioneros y alivios humanitarios, pero las raíces del conflicto —ausencia de una solución política global, frágil gobernanza en Gaza, presiones de los grupos armados y agendas regionales— generan rebrotes periódicos de violencia. Los incidentes pueden venir tanto de facciones disidentes dentro de Gaza como de Hezbolá en Líbano o ataques esporádicos desde Siria y Yemen. El comercio marítimo mejora pero permanece vulnerable a acciones de los hutíes; la reconstrucción es lenta y la inestabilidad política persiste. Este escenario alarga el sufrimiento civil y mantiene la presencia de actores internacionales en calidad de pacificadores temporales.

Escenario 3 — Deslizamiento hacia escalada regional (probabilidad: baja pero con alto impacto)

Si la implementación del acuerdo fracasa —por incumplimientos percibidos, un ataque sangriento que reactive la lógica de venganza, o una intervención directa de potencias regionales— el conflicto podría convertirse nuevamente en un enfrentamiento generalizado que arrastre a El Líbano (Hezbolá), Siria, fuerzas iraníes y una respuesta naval sostenida contra los hutíes. En ese caso, la fragmentación y la multiplicación de frentes podrían conducir a una guerra por delegación prolongada que paralice la reconstrucción, aumente las bajas civiles y desestabilice aún más a los gobiernos implicados. Aunque hoy este desenlace no parece el más probable, sus consecuencias serían estratégicamente devastadoras y costosas para todas las partes.

¿Qué hace falta para que la paz prospere?

Tres condiciones parecen imprescindibles para que el alto el fuego evolucione hacia una paz sostenible: 1) un mecanismo de verificación y presión internacional que impida la reanudación rápida de las hostilidades; 2) un plan creíble y transparente de reconstrucción de Gaza con garantías de que la ayuda no será desviada y que mejore las condiciones materiales de la población; y 3) una estrategia regional que incluya a Irán, Líbano, Turquía y actores del Golfo en acuerdos que reduzcan la lógica de guerra por delegación. Sin esos elementos, el acuerdo será, como otros en la historia de la zona, una pausa frágil entre episodios de violencia.

Epílogo

A dos años del 7 de octubre de 2023, el saldo es al mismo tiempo cuantitativo —números que miden muertos, heridos, desplazados y destrucción— y cualitativo: sociedades fragmentadas, generaciones arrancadas de su infancia, odios perdurables y deseos de venganza, tejidos urbanos y políticos rotos. El acuerdo de 2025 ofrece la primera posibilidad real de una tregua extensa desde aquel octubre de 2023; sin embargo, la paz no será sólo la ausencia de fuego, sino la construcción compleja y lenta de condiciones de seguridad, justicia y dignidad para civiles de ambas orillas. La historia inmediata de esta región, como tantas veces, dependerá no sólo de lo que acuerden los Estados y las milicias, sino de la voluntad internacional y regional para transformar un cese de hostilidades en un proyecto de convivencia.

domingo, 5 de octubre de 2025

Audaz y realista la diplomacia comercial de Marruecos, proyecta al Reino en el escenario Internacional


 

Bajo el certero liderazgo del rey Mohammed VI, Marruecos ha convertido la diplomacia comercial en el eje vertebrador de su política exterior y en una herramienta de desarrollo económico nacional.

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A lo largo de los últimos años, Rabat ha multiplicado sus acuerdos de libre comercio y asociaciones estratégicas, consolidando su posición como “puerta de África” y como actor económico de peso en el espacio euroatlántico y africano.

El reciente acuerdo agrícola rubricado con la Unión Europea en octubre de 2025 y la consolidación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos ejemplifican esta nueva etapa de expansión. Ambos hitos reflejan una diplomacia económica activa y planificada, impulsada directamente por las directrices reales que orientan la acción exterior hacia la apertura, la atracción de inversiones y la integración del Reino en las principales corrientes del comercio mundial.

Una diplomacia económica al servicio del desarrollo

El propio monarca ha subrayado en diversas ocasiones que la diplomacia marroquí debe situarse “al servicio del desarrollo nacional”. Con este propósito, Rabat ha reestructurado su aparato diplomático con la creación de la Dirección General de la Diplomacia Económica dentro del Ministerio de Asuntos Exteriores y el nombramiento de agregados económicos en la mayoría de sus embajadas.

Esta política permite capitalizar una amplia red diplomática —más de 110 embajadas y 60 consulados— y articular una agenda exterior orientada a la captación de inversiones, la promoción del producto marroquí y la apertura de nuevos mercados.

Desde el año 2000, Marruecos ha suscrito más de 1.000 acuerdos con países africanos y alrededor de 7.500 convenios internacionales, dos tercios de ellos durante el reinado de Mohammed VI. El resultado es un entramado de vínculos comerciales que abarca el mundo árabe, el Mediterráneo, Europa y América del Norte.

El acuerdo agrícola con la Unión Europea: una alianza renovada

El acuerdo agrícola firmado el 4 de octubre de 2025 en Bruselas marca un punto de inflexión en la asociación Marruecos–Unión Europea. El texto, suscrito por el embajador Ahmed Réda Chami ante la Unión Europea, amplía los beneficios comerciales de las provincias del sur del Reino, cuyos productos agrícolas disfrutarán de las mismas condiciones preferenciales que los del resto del país.

Además, introduce mejoras técnicas que facilitan la exportación y promueven la transparencia mediante un nuevo etiquetado que indica las regiones de origen —Laayún-Sakia el Hamra y Dajla-Ued Eddahab—. Esta medida no sólo refuerza la integración económica nacional, sino que consolida la legitimidad de Marruecos sobre sus territorios del sur a través de mecanismos comerciales.

El acuerdo es también la confirmación de una asociación multidimensional con la Unión Europea, que se remonta al Acuerdo de Asociación de 1996 y al Estatuto Avanzado de 2008. Bruselas y Rabat comparten intereses en materia de energía renovable, migración, seguridad y agricultura. En palabras de diplomáticos europeos, “Marruecos se ha convertido en el socio más estable y fiable de la UE en África y el mundo árabe”.

La asociación con Estados Unidos: un modelo africano

Al otro lado del Atlántico, Marruecos es el único país africano con un tratado de libre comercio con Estados Unidos, firmado en 2005 y plenamente vigente. Dos décadas después, el comercio bilateral se ha multiplicado por ocho, y el Reino se ha posicionado como el principal socio norteamericano en el norte de África

Un reciente informe del Departamento de Estado de EE. UU. publicado en octubre de 2025 reitera esta visión: Marruecos es “la puerta de entrada a África”, un país con estabilidad política, seguridad jurídica y una infraestructura logística avanzada, centrada en nodos como Casablanca Finance City y el puerto de Tánger Med.

Washington destaca también la convergencia de su cooperación con los objetivos del Nuevo Modelo de Desarrollo y la Estrategia Digital 2030 impulsados por el rey Mohammed VI. Estos programas buscan diversificar la economía, aumentar el peso de las energías renovables hasta el 40 % en 2035 y generar 240.000 empleos tecnológicos.

Diversificación global: África, el Golfo y América del Norte

El nuevo activismo exterior no se limita a Europa y América. Marruecos ha tejido alianzas estratégicas con Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos y hermanos países africanos francófonos. El lanzamiento de líneas marítimas directas entre Tánger Med y el puerto saudí de Yeda o los proyectos conjuntos en energía y turismo con Riad ilustran la voluntad de equilibrar la balanza comercial y potenciar los flujos de inversión.

En África, el Reino mantiene una presencia empresarial sólida en sectores de infraestructura, finanzas, telecomunicaciones y agricultura. Marruecos se ha convertido en el segundo inversor africano en el continente, solo detrás de Sudáfrica, con una estrategia que combina intereses económicos con diplomacia cultural y religiosa.

El Centro Regional de Inversiones de Tánger-Tetuán-Alhucemas refleja esta vitalidad: solo en el primer semestre de 2024 gestionó inversiones por valor de 40.800 millones de dírhams (más de 4.000 millones de dólares), un 72 % más que el año anterior

Una visión real de largo alcance

Los avances de Marruecos en materia de comercio internacional no son casuales. Responden a una visión estratégica delineada por el rey Mohammed VI desde su ascensión al trono en 1999: convertir al Reino en un polo de estabilidad, modernidad y apertura en el norte de África.

En su discurso del Día Nacional de la Diplomacia Marroquí, el soberano definió a los embajadores como “soldados al servicio de los objetivos económicos del país”. Esta directriz se ha traducido en una diplomacia pragmática y orientada a resultados, que combina el prestigio político con la búsqueda de inversiones y la creación de empleo.

El éxito de esta política se mide tanto en la creciente integración de Marruecos en la economía global como en su capacidad para influir en las agendas regionales. Con acuerdos que abarcan desde la Unión Europea y Estados Unidos, hasta Turquía, Canadá o la Comunidad Económica y Monetaria del África Central, Rabat se posiciona como un actor bisagra entre África, Europa y América.

Hacia una nueva arquitectura comercial internacional

La diplomacia comercial marroquí se inscribe en un contexto mundial marcado por la transición energética, la digitalización y la competencia por los mercados africanos. Marruecos ha sabido leer esta coyuntura y proyectarse como un socio estable, previsible y abierto, capaz de ofrecer garantías a las empresas extranjeras y oportunidades a las locales.

Los acuerdos con Bruselas y Washington son las dos caras de una misma moneda: la consolidación de un modelo diplomático que combina apertura y soberanía, modernización y estabilidad. Un modelo que, según las palabras del presidente de la Comisión de la Unión Africana, “ha hecho de Marruecos un hub africano y un referente en la diplomacia económica continental”.

Con la mirada puesta en la organización del Mundial de Fútbol de 2030 junto a España y Portugal, y en la transición hacia una economía verde y digital, el Reino de Marruecos reafirma su papel como puente entre continentes y ejemplo de cómo una diplomacia inteligente puede transformar un país en un actor global.

 

jueves, 2 de octubre de 2025

El plan de paz de Trump para Gaza


 

Donald Trump ha vuelto a situar a Medio Oriente en el centro del tablero internacional con la presentación de un plan de paz de veinte puntos para Gaza.

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Este lunes acompañado por Benjamín Netanyahu en la Casa Blanca, el presidente estadounidense planteó una hoja de ruta que, de aceptarse, supondría el fin de la guerra que desde 2023 devasta la Franja y abriría paso a una etapa de transición bajo tutela internacional.

El plan, sin embargo, ha sido recibido con lecturas opuestas. Mientras Israel y gran parte del mundo árabe lo avalan, Hamás se encuentra ante un dilema existencial: aceptar un desarme que significaría su disolución política o rechazar la propuesta y exponerse a una ofensiva militar sin precedentes.

Un marco de veinte puntos

El proyecto contempla un alto el fuego inmediato, la liberación de rehenes israelíes y de prisioneros palestinos, la retirada gradual del ejército israelí, la entrada masiva de ayuda humanitaria y la creación de una “Junta de Paz” encabezada por el propio Trump y en la que participaría Tony Blair, además de expertos internacionales y palestinos no vinculados a milicias.

El texto exige la desmilitarización total de Hamás y la destrucción de su infraestructura bélica. En paralelo, una Fuerza Internacional de Estabilización, integrada por países árabes y apoyada por EE. UU., asumiría la seguridad en el territorio y entrenaría a un nuevo cuerpo policial palestino.

Aunque el plan menciona la “posibilidad futura” de un Estado palestino, evita comprometer un calendario, dejando la cuestión en suspenso. Ese silencio es, para muchos, su mayor debilidad.

Los aspectos positivos del plan

El mayor logro de la iniciativa reside en su capacidad de generar un consenso regional inédito. Qatar, Egipto, Arabia Saudí, Jordania, Emiratos Árabes Unidos y Turquía han mostrado su apoyo al plan, aislando políticamente a Hamás y empujándolo a negociar. También la Autoridad Palestina ha expresado disposición a participar en la reconstrucción, aunque con reservas.

En el terreno, la propuesta ofrece una perspectiva inmediata de alivio humanitario: el desbloqueo de la Franja, el envío masivo de medicinas, alimentos y agua, y el inicio de un plan de reconstrucción económica supervisado por la ONU. Para los más de 1,5 millones de gazatíes desplazados, agotados tras dos años de guerra, el plan representa la única esperanza de frenar la catástrofe.

Además, el acuerdo permitiría recuperar a los rehenes aún en poder de Hamás, un reclamo prioritario para la sociedad israelí.

Los aspectos negativos: protectorado y rendición

El plan también acumula críticas severas. Organizaciones palestinas y voces de la sociedad civil lo califican de “rendición impuesta” que excluye a los propios palestinos de decidir su futuro. El diseño de una Gaza administrada por una Junta de Paz liderada por Trump se interpreta como un modelo paternalista, o incluso neocolonial.

Otro punto controvertido es el desarme obligatorio de Hamás. Para el movimiento islamista, renunciar a sus armas equivale a disolverse. La Yihad Islámica Palestina ya ha rechazado de plano el plan, y sectores duros de Hamás advierten que aceptarlo sería suicida.

También en Israel hay divisiones. Netanyahu apoya el plan, pero enfrenta la oposición de sus socios de ultraderecha, que lo acusan de “fracaso diplomático”. Para ellos, el fin de la guerra limitaría sus aspiraciones de recuperar Gaza por la fuerza y pondría en riesgo la coalición de gobierno.

Por último, la ausencia de un horizonte claro para un Estado palestino mantiene abierta la herida histórica del conflicto.

Cómo interpretan el plan los actores involucrados

Estados Unidos

Para Trump, el plan representa un triunfo personal y diplomático. El presidente lo calificó de “uno de los días más grandes de la civilización”, presentándose no solo como mediador, sino como garante y protagonista directo del proceso. Washington interpreta el acuerdo como un “punto de no retorno” en el que Hamás debe elegir entre desarmarse o desaparecer. La administración republicana subraya, además, que el plan podría consolidar los Acuerdos de Abraham de 2020 y extender la normalización entre Israel y el mundo árabe.

Para el presidente Donad Trump, en lo personal, lograr un alto alfuego duradero en Gaza lo acercaría a su objetivo de obtener el Premio Nobel de la Paz, equiparándose con su rival demócrata Barack Obama, y le dejaría las manos libres para su segundo obtetivo: imponer la paz entre Ucrania y Rusia.

Israel
Netanyahu respalda públicamente el plan porque cumple con los objetivos militares: debilitar a Hamás, liberar a los rehenes y asegurar que Gaza no vuelva a ser una amenaza. Pero en el interior de su gobierno la propuesta provoca fisuras. Los socios de ultraderecha acusan al primer ministro de “claudicar” y advierten que aceptar el plan podría significar el final de la coalición. Netanyahu, pragmático, mantiene un doble discurso: apoya el texto ante la comunidad internacional, pero insinúa ante sus aliados que Israel mantendrá presencia militar en partes de Gaza, incluso si el plan avanza.

Hamás
El grupo islamista percibe el plan como una “rendición impuesta”. Sus líderes rechazan de plano la exigencia de desarme y ven con recelo la creación de una Fuerza Internacional de Estabilización, que consideran una nueva forma de ocupación. Al mismo tiempo, Hamás afronta divisiones internas: mientras la facción política en Doha evalúa un sí condicionado, los mandos militares dentro de Gaza insisten en continuar la resistencia armada. Para la milicia, entregar de golpe a todos los rehenes supondría quedarse sin su última carta de negociación

La Autoridad Palestina (ANP)

La dirigencia de Fatah en Cisjordania celebra los esfuerzos diplomáticos de Washington, pero denuncia que el plan legitima la exclusión de los palestinos de la toma de decisiones. Mahmoud Abbas ha mostrado disposición a participar en la reconstrucción de Gaza, aunque dirigentes de su círculo advierten que el esquema podría fracturar aún más la unidad nacional palestina.

El club de los mediadores árabes (Qatar, Egipto, Turquía)

Estos países han desempeñado un papel esencial. Qatar y Egipto presionan a Hamás para aceptar la iniciativa, conscientes de que un rechazo podría desencadenar una ofensiva israelí devastadora. Turquía, tradicional aliada del grupo islamista, intenta suavizar las condiciones del plan, pero también se muestra pragmática: prefiere un acuerdo imperfecto antes que un Gaza arrasada. Para el bloque árabe, el plan supone la oportunidad de estabilizar la región y evitar un desbordamiento del conflicto.

La Liga Árabe

La organización panárabe está dividida. Algunos Estados lo consideran un punto de partida positivo, mientras que otros lo tachan de “suicida” por las exigencias de desarme inmediato y la indefinición sobre la retirada israelí. El secretario adjunto Hosam Zaki alertó de que el texto contiene cláusulas “inaceptables” y que la falta de concreción deja a los palestinos en una situación vulnerable.

Europa y la ONU

La Unión Europea ha recibido el plan con cautela, valorando la apertura humanitaria pero recordando que la solución debe incluir el derecho de autodeterminación palestino. Naciones Unidas lo interpreta como una oportunidad para abrir un corredor humanitario estable, aunque advierte de que la “Junta de Paz” no puede sustituir la voluntad soberana de los palestinos.

La sociedad civil en Gaza

Los testimonios recogidos en medios internacionales revelan una postura ambivalente. Muchos gazatíes desconfían de Trump y de Israel, pero al mismo tiempo confiesan que apoyarían “cualquier plan que acabe con la guerra”. Exhaustos y devastados, priorizan el alto el fuego inmediato por encima de la arquitectura política que pueda surgir después.

Tres escenarios posibles

  1. Aceptación condicionada de Hamás

Hamás, bajo presión de Qatar, Egipto y Turquía, podría aceptar el plan con reservas, exigiendo garantías sobre la retirada total de Israel y revisiones en las cláusulas sobre desarme y gobernanza. Sería el escenario más estable a corto plazo, aunque con enormes dificultades de implementación y tensiones internas dentro del movimiento palestino.

  1. Rechazo y escalada militar

Si Hamás opta por rechazar la propuesta, Trump ya ha dado “luz verde” a Israel para intensificar la ofensiva. Este escenario conduciría a una guerra total en Gaza, con un saldo devastador en vidas humanas y el riesgo de una crisis regional mayor. Netanyahu, respaldado por Washington, podría buscar la destrucción definitiva de Hamás.

  1. Aceptación parcial y bloqueo político

Una tercera opción sería un sí ambiguo por parte de Hamás, que aceptase el alto el fuego y la liberación de rehenes, pero dilatase su desarme y su salida del poder. Esto permitiría un alivio inmediato de la situación humanitaria, pero mantendría un conflicto latente. El resultado sería una Gaza fragmentada, bajo control parcial de fuerzas internacionales, con una paz frágil y susceptible de romperse en cualquier momento.

Entre la esperanza y el abismo

El plan de Trump para Gaza no garantiza la paz, pero redefine los términos del conflicto. Por primera vez en dos décadas, la comunidad internacional y gran parte del mundo árabe se alinean en torno a una propuesta que podría acabar con la guerra. Pero esa misma unidad deja a Hamás en la encrucijada: aceptar una desmovilización que amenaza su existencia, o arrastrar a Gaza a un desenlace aún más sangriento.

El reloj corre. Trump ha dado apenas “tres o cuatro días” para una respuesta. En Oriente Próximo, como tantas veces, la paz depende de una delgada línea entre la diplomacia y la guerra.