En el seno de
las civilización occidental ha surgido dos modelos de sociedad antagónicos que
pujan por imponerse librando una auténtica batalla cultural.
¿Qué es Occidente?
Pocos conceptos son tan empleados como el término “Occidente”
y tan difíciles de precisar. Según el geopolítico español Pedro Baños en su
libro de reciente edición “La Encrucijada Mundial”, Este concepto surgió
en el siglo XVI para referirse a las culturas de base cristinas localizadas en
la zona occidental de Eurasia. Por extensión, se empleó para referirse también
a aquellos países que paulatinamente adoptaron la cultura europea, ya
considerada como cultura occidental. Se entiende que estos países conformaron
la llamada civilización occidental. Pero el ámbito geográfico que abarca nunca
ha estado bien definido.
Un error muy común es hablar de “Occidente”
identificándolo con los alineamientos de la Guerra Fría. Así Occidente estaría
conformado por los Estados Unidos, sus aliados de la OTAN y otros en Asia, como
Japón, Corea del Sur, Taiwán o Singapur. Estos últimos con tradiciones
inspiradas en el budismo, el confucianismo, taoísmo, sintoísmo, etc. y sus
propias diversidades culturales que los diferencian entre sí y de las
tradiciones cristinas.
Mientras que el Bloque Socialista o comunista quedaba
formado por la antigua URSS, sus aliados del Pacto de Varsovia, al que en
algunos casos se agregaban la República Popular China, Vietnam, Corea del
Norte, etc.
Pero estos son alineamientos geopolíticos que en gran
medida perecieron con la caída del Muro de Berlín, en 1989, y la disolución
primero del Pacto de Varsovia y luego de la Unión Soviética y que no son objeto
de este artículo.
Llamaremos “Occidente”, grosso modo, al
conjunto de sociedades conformado por los países del Norte de América (Estados
Unidos y Canadá), los países de la Europa Comunitaria y otros como Suiza,
Ucrania, Israel y los países de América Latina, que comparten los valores
surgidos de la cultura grecolatina, transformados por la llegada del cristianismo,
en su evolución política, económica y social a partir del Renacimiento.
Es una clasificación difícil, muy discutible, sujeta
muchas veces a la polémica y a la necesidad de algunas aclaraciones. Por
ejemplo, Rusia, ese país que, como el dios romano Jano, tiene dos caras una
mirando a Europa y la otra a Asia. ¿Es Rusia parte de la cultura occidental en
tanto nación cristiana, o debe ser considerada de otra forma debido a su
tradición de gobierno autocrático y poco (o ningún) respeto por la democracia y
los derechos civiles? No me atrevo a dar una respuesta concluyente.
Reitero que mi intención es la de abandonar los
alineamientos geopolíticos para centrar mi mirada en los aspectos sociales,
culturales y en última instancia en la política nacional de las sociedades que
entiendo forman parte de la “civilización occidental”, tal como el
historiador estadounidense Samuel P. Huntington la denominó en su libro: “Choque
de Civilizaciones”.
Claramente, no forman parte de Occidente las
sociedades musulmanas, estructuradas bajo los preceptos del islam, debido a que
tienen un plexo de valores absolutamente distintos del vigente en Occidente,
que se manifiesta en su organización social, su legislación, la posición de la
mujer en la sociedad, etc.
Tampoco podemos considerar como integrante de
Occidente, ni a la India ni a China, entidades plurinacionales, que se asientan
en tradiciones religiosas y filosóficas propias, muy alejadas de las vigentes
en las naciones occidentales.
La grieta
Una vez, precisado someramente el concepto de
Occidente que emplearemos, ha llegado el momento de hablar de la grieta o
división que se está gestando en el seno de algunas sociedad occidentales por
la existencia de dos modelos sociales enfrentados: a los cuales denominaremos,
provisoriamente y a falta de una mejor y más precisa clasificación: la sociedad
liberal - conservadora y la sociedad woke. Veamos, las características de cada
una.
La sociedad liberal - conservadora
La sociedad que hemos denominado liberal – conservadora,
y que otros autores denominan “tradicionalista”, se asienta sobre la base de
los valores tradicionales que formaban parte del ideario tradicional del siglo
la primera mitad del siglo XX, antes de los que el sociólogo estadounidense Alvin
Toffler, denominó “El Shock del Futuro”, en 1959, es decir el cambio
tecnológico acelerado que diera paso a la actual sociedad tecnoctrónica del
siglo del XXI.
Este modelo social se asiente sobre la base del
respeto a la vida (son antiabortistas), la aceptación a los preceptos de la
región cristina (católica o evangélica), defensa de la familia tradicional
heterosexual, creencia en el esfuerzo y el mérito como motores del progreso social,
economía de mercado, reducción del Estado a sus funciones primordiales,
disminución de impuestos, plena vigencia de la democracia liberal, rechazo
total al terrorismo, los “movimientos de liberación” y el separatismo en
todas sus variantes. Son declarados antisocialistas, antipopulistas y
antimarxistas.
Las expresiones políticas que impulsan este modelo
societal han agregado algunos otros aspectos, no siempre compartidos por todos
los adherentes a este modelo, como son la libre tenencia y portación de armas, la
lucha contra el crimen (mano dura), el negacionismo frente al cambio climático,
el rechazo a las migraciones provenientes de países pobres, el nacionalismo xenófobo,
la homofobia, el rechazo a los conglomerados LGBT y al llamado matrimonio
igualitario y el lenguaje inclusivo. Cultivan la tendencia a llamar a las cosas
por su nombre sin preocuparse por la corrección política. Si están en Europa,
además, suelen ser islamofóbicos, antinmigración y euroescépticos.
Las expresiones políticas que adhieren
en gran medida este modelo son el Partido Republicano de los Estados Unidos, especialmente
el sector que apoya a Donald Trump, la llamada “derecha alternativa”
estadounidense representada especialmente por Steven Bannon y la Asociación
Nacional del Rifle. Sectores del Partido Conservador y Unionista (familiarmente
“Tory”) del Reino Unido. Es España, el partido Vox, de Santiago Abascal,
el Francia la Agrupación Nacional de la diputada Marie Le Pen, en Italia los
Fratelli d’Italia de la presidenta del Consejo de Ministros, Giorgia Meloni y
la Liga del Norte de Matteo Salvini. En los Países Bajos el Partido de la
Libertad (PVV), que lidera Geer Wilders y el Partido Popular Suizo. En Brasil, el Partido Liberal del expresidente
Jair Bolsonaro y su hijo Eduardo; Fidesz, Unión Cívica Húngara (Fidesz.Magyar Szövetség)
del presidente Viktor Orbán, o la Alternativa para Alemania (Alternative für
Deutschland) o Nuevas Ideas de Nayib Bukele, en El Salvador.
En Argentina, las ideas liberal -
conservadoras están representadas por el partido gobernante La Libertad Avanza
de Javier Milei, el Partido Nos de Juan José Gómez Centurión y, en gran medida,
el PRO liderado por Mauricio Macri y Patricia Bullrich, entre otros muchos.
La sociedad woke
El término “woke” proviene
de la expresión en inglés que podría traducirse como “despierto” o estar
despierto: stay woke.
La expresión surgió en los Estados
Unidos hacia la década de 1930, al desarrollarse dentro del lenguaje propio del
inglés afroestadounidense, el termino woke hacia referencia a los problemas
sociales y políticos que afectan a los afroamericanos, especialmente a los
prejuicios raciales y a la discriminación.
En 1965, el pastor Martin Luther
King empleó la expresión en su discurso “Remaining Through a Great
Revolution” (Permanecer despierto a través de esta gran revolución).
Desde esta concepción original, el
término migró a otros contextos. Tras el asesinato de Michael Brown, en
Ferguson, Misuri, en 2014, la expresión fue popularizada por los activistas del
“Black Lives Matter” -BLM- (Las vidas negras importan) que buscaba crear
conciencia sobre la violencia policial hacia los miembros de la comunidad
afroamericana.
El Diccionario Oxford incorporó el
término en 2016, bajo la definición de: “Alerta ante la injusticia en la
sociedad, especialmente el racismo.”
Mientras que el diccionario Merriam
– Webster definió la palabra “woke” como “consciente y atento a los
hechos y cuestiones importantes (especialmente a las cuestiones de justicia
racial y social)” y lo califica dentro del “slang”, la jerga
estadounidense.
En diversas partes del mundo, el
término se emplea para describir un amplio espectro de ideas y movimientos de
izquierda relacionados con la justicia social: como el antirracismo, el
feminismo, los derechos de los transexuales, el anticolonialismo, la solidaridad
social e incluso el asistencialismo. También se invocó en el marco del #Me Too,
contra el acoso, el abuso sexual y otras diferentes injusticias.
Quienes integran la cultura woke
suelen mostrar un gran fanatismo en censurar de forma dogmática cualquier
desviación de su pensamiento e ideología. Estar woke implica ser políticamente
correcto en todo momento y en todos los ámbitos.
En el corazón de la cultura woke
subyace el repudio al hombre blanco heterosexual. a la familia heterosexual y a
la religión.
El filósofo y profesor de la
Facultad de Letras de la Universidad de la Sorbona, Pierre-Henri Tavoillot
caracteriza a la cultura woke como un conjunto de ideas que circulan en torno a
la identidad, el género y la raza, con el objetivo principal de “revelar y
condenar formas ocultas de dominación”, proponiendo que todos los aspectos
de la sociedad pueden reducirse a una “dinámica de opresores y oprimidos”,
en la que aquellos que no son conscientes de esta noción son considerados “cómplices”,
mientras que los “despertados” impulsan la “abolición (cancelación)
de cualquier cosa que se perciba como sustentadora de tal opresión”, lo que
resulta en implementaciones prácticas como adoptar el lenguaje incluso,
reconfigurar la educación o deconstruir las normas de género.
A mediados de la década de 2020, el
lenguaje vinculado con el movimiento woke entró en los principales medios de
comunicación y se lo comenzó a emplear para el marketing. Abas Mirzael,
profesor de la Universidad Macquarie, de Sidney, Australia, afirma que el
término “se ha aplicado cínicamente a todo, desde refrescos hasta cosméticos”.
En Argentina la ideología woke llegó con los gobiernos de
Néstor y Cristina Kirchner, en especial a partir del segundo gobierno de
Cristina Kirchner y el de Alberto Fernández, con modificaciones en la educación
implantando criterios de diversidad, equidad e inclusión y en la cultura, aprobación
del matrimonio igualitario, Ley 26.618/2010, Ley de Identidad de Género N°
26.743/2012, legalización del aborto, ley de Promoción del Acceso al empleo
formal para personas travestis, transexuales y transgénero “Dianna Sacayán –
Lohana Berkins”, N° 27.636/2021, y la creación del ministerio de la Mujer,
Genero y Diversidad (2019) y otras medidas similares, como el decreto presidencial N°476/21, que
reconoce identidades por fuera del binomio masculino y femenino al incorporar
la nomenclatura “X” en el Documento Nacional de Identidad (DNI) como alternativa, para todas las personas que no se
identifiquen como varón o como mujer. Cristina Kirchner incluso fue la
madrina de la primera hija nacida en un matrimonio de lesbianas.
El periodista y presentador de radio afroamericano Sam
Sanders afirma que el auténtico significado de despertar (woke) se esta
perdiendo debido al uso excesivo por parte de los izquierdistas blancos y a la
cooptación por parte de empresas que intentaban parecer progresistas (wake –
washing), lo que en última instancia provoca que surjan una reacción violenta
por los tradicionalistas.
El término “capitalismo woke” fue creado por el
escritor y columnista de The New York Times, Ross Douthat para designar a las
marcas que empleaban mensajes políticamente progresistas como sustituto de una
reforma genuina. Según la revista The Economist, ejemplos de capitalismo woke
incluyen campañas publicitarias diseñadas para atraer a los millenials, que a
menudo tienen puntos de vista socialmente por los clientes como poco sinceras e
inauténticas.
“Algunas empresas -dice Pedro Baños- han
intentado aprovechar esta tendencia para destacar, llevando a cabo iniciativas
tan llamativas como cuestionadas. Por ejemplo, ofrecer a sus empleados correr
con los gastos si deseaban abortar o manifestarse a favor de la formación sobre
orientación sexual e identidad de género en los colegios. Y eso con
independencia de que realmente creyeran en esas ideas o no, pues, como ha
sucedido con otras situaciones similares, siempre hay quienes buscan obtener beneficios
uniéndose a las corrientes del momento.”[i]
Donde es más fácil percibir la influencia de la cultura
woke es en el cine y la televisión donde todas la series y telenovelas deben
presentar actores de una amplia diversidad racial: afros, latinos, asiáticos; religiosa:
católicos, evangélicos, musulmanes, judíos o personajes pertenecientes a
minorías sexuales: gay, lesbianas, transexuales, etc. Al punto tal que ninguna
producción cinematográfica puede aspirar a obtener algún premio internacional
si no respeta esta norma.
Las psicólogas sociales Akane Kanai, de la Universidad de
Monash, de Australia y Rosalid Clair Gill de la Universidad de Londres, describen
al capitalismo woke como la tendencia “dramáticamente intensificada” de
incluir grupos históricamente marginados (principalmente en términos de raza,
género o religión) como “mascotas” en anuncios con un mensaje de
empoderamiento para señalar valores progresistas. Por un lado, las psicólogas
sociales sostienen que esto crea la idea individualizada y despolitizada de
justicia social, reduciéndola a un aumento de la confianza en uno mismo. Por
otro lado, la visibilidad omnipresente en la publicidad también puede amplificar
una reacción contra la igualdad precisamente de estas minorías.
“Los miembros de estas minorías se convierten en “mascotas”
no sólo de las empresas que los utilizan sino también del indiscutible sistema
económico neoliberal con su propio orden social injusto”, afirman las autoras.
La cultura woke se encuentra representada total o
parcialmente en el ámbito político por el Partido Demócrata de los Estados Unidos;
por los partidos socialdemócratas y verdes del Reino Unido y Europa: el Partido
Laborista británico, el PSOE, el Partido Renacimiento de Emanuel Macron. En
España adoptan sus postulados el partido Unidos Podemos y los partidos
separatistas vascos y catalanes.
En América Latina la cultura woke tiene gran cantidad de
adherentes. La impulsan sin nombrarla los partidos de adhieren al “socialismo
del Siglo XXI”: el Partido Socialista Unido de Venezuela (chavismo), el
Partido Comunista de Cuba, en Bolivia el Movimiento al Socialismo de Evo
Morales; el partido Colombia Humana de Gustavo Petro, en Brasil el Partido de
los Trabajadoras de Luis Inacio “Lula” da Silva, la Unidad por Chile de Gustavo
Boric.
En Argentina la cultura woke esta representada a través del
peronismo kirchnerista y, en especial, por la Agrupación La Cámpora.
Además, de los partidos citados la cultura woke se afirma
en la región a través de nucleamientos de partido de izquierda, movimientos
sociales y entidades defensoras de las minorías políticas, raciales o sexuales;
movimientos insurreccionales, como el Foro de São Paulo, el Grupo de Puebla o
incluso la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).
De
la grieta a la guerra cultural
Tal como hemos reseñados el mundo occidental comienza a
dividirse ante la vigencia de los interpretaciones enfrentadas del hombre, de
su destino como ser pensante y del orden social en el que debe desenvolverse.
Estas dos visiones enfrentadas llevan a algunos a hablar de
la existencia de una profunda grieta y aún de una lucha o guerra cultural,
entre las narrativas sociales intencionalmente contradictorias de los liberal –
conservadores o tradicionalistas y los izquierdistas partidarios de la
ideología woke, destinada a provocar la polarización política en cuestiones
económicas y sociales de política pública.
Las diferencias culturales han comenzado a tornarse cada
vez más antagónicas y rígidas. En cada visión cultural niega toda posibilidad
de disidencia o discrepancia, quien piensa distinto es percibido como un “enemigo”.
El reduccionismo cultural percibe al diferente y lo
califica inmediatamente como “de ultraderecha”, “un facho”, un “comunista”
o “un zurdo”, según los casos.
El campo de batalla donde se libera esta contienda cultural
es el ámbito de los medios de comunicación, donde opinadores y comunicadores
sofistas machacan con sus monólogos mal intencionados llenos de arteras
acusaciones, simplificaciones y adjetivaciones descalificantes. Un claro
ejemplo, de este tipo de periodismo intencionado, lo brinda el excomentarista
de la cadena conservadora Fox News, Tucker Carlson, con sus entrevistas a
personajes polémicos como Javier Milei y Vladimir Putin.
Aunque el espacio central de la contienda cultural son las
redes sociales, donde el armamento principal son las fake news, los memes, las
falsas encuestas y los escraches mediáticos.
Rápidamente, a uno y otro lado de la grieta cultural han
tomado posiciones los medios de prensa (periódicos, radios, televisoras y
cadenas informativas) y los periodistas, comentarista e intelectuales
mediáticos.
El pluralismo político e ideológico ha fallecido de causas
naturales. Cada medio solo contrata a los periodistas que se han alineado con
su visión cultural y los fuerzan a convocar para sus paneles, entrevistas y
comentarios a los políticos y expertos que coinciden con la línea política del
medio.
En esta forma cada medio informativo termina por consultar siempre
a los mismos actores políticos y sociales, formulándoles las mismas preguntas,
sobre la actualidad política, para recibir, obviamente, las respuestas de
siempre.
También los políticos y opinadores sociales se tornan
reacios a debatir o ser entrevistados por periodistas notoriamente hostiles a
sus valores y pensamientos, temeroso de sufrir una suerte de bullying mediático.
La existencia de esta lucha cultural que implica la
polarización de los valores, la moral y el estilo de vida está provocando en
las sociedades occidentales una división política claramente perceptible en los
parlamentos, la prensa y las redes sociales que atenta contra el entendimiento y
la gobernabilidad en las sociedades actuales, creando un campo propicio para
que prosperen las “cazas de brujas”, la violencia política, la represión
y opresión, o, incluso en casos extremos a la limpieza étnica o cultural..
[i] BAÑOS, Pedro: La
encrucijada mundial. Un manual del mañana. Ed. Ariel. Barcelona. 2022.
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