viernes, 9 de febrero de 2024

Una profunda grieta se está gestando en la sociedades occidentales


 

En el seno de las civilización occidental ha surgido dos modelos de sociedad antagónicos que pujan por imponerse librando una auténtica batalla cultural.

¿Qué es Occidente?

Pocos conceptos son tan empleados como el término “Occidente” y tan difíciles de precisar. Según el geopolítico español Pedro Baños en su libro de reciente edición “La Encrucijada Mundial”, Este concepto surgió en el siglo XVI para referirse a las culturas de base cristinas localizadas en la zona occidental de Eurasia. Por extensión, se empleó para referirse también a aquellos países que paulatinamente adoptaron la cultura europea, ya considerada como cultura occidental. Se entiende que estos países conformaron la llamada civilización occidental. Pero el ámbito geográfico que abarca nunca ha estado bien definido.

Un error muy común es hablar de “Occidente” identificándolo con los alineamientos de la Guerra Fría. Así Occidente estaría conformado por los Estados Unidos, sus aliados de la OTAN y otros en Asia, como Japón, Corea del Sur, Taiwán o Singapur. Estos últimos con tradiciones inspiradas en el budismo, el confucianismo, taoísmo, sintoísmo, etc. y sus propias diversidades culturales que los diferencian entre sí y de las tradiciones cristinas.

Mientras que el Bloque Socialista o comunista quedaba formado por la antigua URSS, sus aliados del Pacto de Varsovia, al que en algunos casos se agregaban la República Popular China, Vietnam, Corea del Norte, etc.

Pero estos son alineamientos geopolíticos que en gran medida perecieron con la caída del Muro de Berlín, en 1989, y la disolución primero del Pacto de Varsovia y luego de la Unión Soviética y que no son objeto de este artículo.

Llamaremos “Occidente”, grosso modo, al conjunto de sociedades conformado por los países del Norte de América (Estados Unidos y Canadá), los países de la Europa Comunitaria y otros como Suiza, Ucrania, Israel y los países de América Latina, que comparten los valores surgidos de la cultura grecolatina, transformados por la llegada del cristianismo, en su evolución política, económica y social a partir del Renacimiento.

Es una clasificación difícil, muy discutible, sujeta muchas veces a la polémica y a la necesidad de algunas aclaraciones. Por ejemplo, Rusia, ese país que, como el dios romano Jano, tiene dos caras una mirando a Europa y la otra a Asia. ¿Es Rusia parte de la cultura occidental en tanto nación cristiana, o debe ser considerada de otra forma debido a su tradición de gobierno autocrático y poco (o ningún) respeto por la democracia y los derechos civiles? No me atrevo a dar una respuesta concluyente.

Reitero que mi intención es la de abandonar los alineamientos geopolíticos para centrar mi mirada en los aspectos sociales, culturales y en última instancia en la política nacional de las sociedades que entiendo forman parte de la “civilización occidental”, tal como el historiador estadounidense Samuel P. Huntington la denominó en su libro: “Choque de Civilizaciones”.

Claramente, no forman parte de Occidente las sociedades musulmanas, estructuradas bajo los preceptos del islam, debido a que tienen un plexo de valores absolutamente distintos del vigente en Occidente, que se manifiesta en su organización social, su legislación, la posición de la mujer en la sociedad, etc.

Tampoco podemos considerar como integrante de Occidente, ni a la India ni a China, entidades plurinacionales, que se asientan en tradiciones religiosas y filosóficas propias, muy alejadas de las vigentes en las naciones occidentales.

La grieta

Una vez, precisado someramente el concepto de Occidente que emplearemos, ha llegado el momento de hablar de la grieta o división que se está gestando en el seno de algunas sociedad occidentales por la existencia de dos modelos sociales enfrentados: a los cuales denominaremos, provisoriamente y a falta de una mejor y más precisa clasificación: la sociedad liberal - conservadora y la sociedad woke. Veamos, las características de cada una.

La sociedad liberal - conservadora

La sociedad que hemos denominado liberal – conservadora, y que otros autores denominan “tradicionalista”, se asienta sobre la base de los valores tradicionales que formaban parte del ideario tradicional del siglo la primera mitad del siglo XX, antes de los que el sociólogo estadounidense Alvin Toffler, denominó “El Shock del Futuro”, en 1959, es decir el cambio tecnológico acelerado que diera paso a la actual sociedad tecnoctrónica del siglo del XXI.

Este modelo social se asiente sobre la base del respeto a la vida (son antiabortistas), la aceptación a los preceptos de la región cristina (católica o evangélica), defensa de la familia tradicional heterosexual, creencia en el esfuerzo y el mérito como motores del progreso social, economía de mercado, reducción del Estado a sus funciones primordiales, disminución de impuestos, plena vigencia de la democracia liberal, rechazo total al terrorismo, los “movimientos de liberación” y el separatismo en todas sus variantes. Son declarados antisocialistas, antipopulistas y antimarxistas.

Las expresiones políticas que impulsan este modelo societal han agregado algunos otros aspectos, no siempre compartidos por todos los adherentes a este modelo, como son la libre tenencia y portación de armas, la lucha contra el crimen (mano dura), el negacionismo frente al cambio climático, el rechazo a las migraciones provenientes de países pobres, el nacionalismo xenófobo, la homofobia, el rechazo a los conglomerados LGBT y al llamado matrimonio igualitario y el lenguaje inclusivo. Cultivan la tendencia a llamar a las cosas por su nombre sin preocuparse por la corrección política. Si están en Europa, además, suelen ser islamofóbicos, antinmigración y euroescépticos.

Las expresiones políticas que adhieren en gran medida este modelo son el Partido Republicano de los Estados Unidos, especialmente el sector que apoya a Donald Trump, la llamada “derecha alternativa” estadounidense representada especialmente por Steven Bannon y la Asociación Nacional del Rifle. Sectores del Partido Conservador y Unionista (familiarmente “Tory”) del Reino Unido. Es España, el partido Vox, de Santiago Abascal, el Francia la Agrupación Nacional de la diputada Marie Le Pen, en Italia los Fratelli d’Italia de la presidenta del Consejo de Ministros, Giorgia Meloni y la Liga del Norte de Matteo Salvini. En los Países Bajos el Partido de la Libertad (PVV), que lidera Geer Wilders y el Partido Popular Suizo.  En Brasil, el Partido Liberal del expresidente Jair Bolsonaro y su hijo Eduardo; Fidesz, Unión Cívica Húngara (Fidesz.Magyar Szövetség) del presidente Viktor Orbán, o la Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland) o Nuevas Ideas de Nayib Bukele, en El Salvador.

En Argentina, las ideas liberal - conservadoras están representadas por el partido gobernante La Libertad Avanza de Javier Milei, el Partido Nos de Juan José Gómez Centurión y, en gran medida, el PRO liderado por Mauricio Macri y Patricia Bullrich, entre otros muchos.

La sociedad woke

El término “woke” proviene de la expresión en inglés que podría traducirse como “despierto” o estar despierto: stay woke.

La expresión surgió en los Estados Unidos hacia la década de 1930, al desarrollarse dentro del lenguaje propio del inglés afroestadounidense, el termino woke hacia referencia a los problemas sociales y políticos que afectan a los afroamericanos, especialmente a los prejuicios raciales y a la discriminación.

En 1965, el pastor Martin Luther King empleó la expresión en su discurso “Remaining Through a Great Revolution” (Permanecer despierto a través de esta gran revolución).

Desde esta concepción original, el término migró a otros contextos. Tras el asesinato de Michael Brown, en Ferguson, Misuri, en 2014, la expresión fue popularizada por los activistas del “Black Lives Matter” -BLM- (Las vidas negras importan) que buscaba crear conciencia sobre la violencia policial hacia los miembros de la comunidad afroamericana.

El Diccionario Oxford incorporó el término en 2016, bajo la definición de: “Alerta ante la injusticia en la sociedad, especialmente el racismo.”

Mientras que el diccionario Merriam – Webster definió la palabra “woke” como “consciente y atento a los hechos y cuestiones importantes (especialmente a las cuestiones de justicia racial y social)” y lo califica dentro del “slang”, la jerga estadounidense.

En diversas partes del mundo, el término se emplea para describir un amplio espectro de ideas y movimientos de izquierda relacionados con la justicia social: como el antirracismo, el feminismo, los derechos de los transexuales, el anticolonialismo, la solidaridad social e incluso el asistencialismo. También se invocó en el marco del #Me Too, contra el acoso, el abuso sexual y otras diferentes injusticias.

Quienes integran la cultura woke suelen mostrar un gran fanatismo en censurar de forma dogmática cualquier desviación de su pensamiento e ideología. Estar woke implica ser políticamente correcto en todo momento y en todos los ámbitos.

En el corazón de la cultura woke subyace el repudio al hombre blanco heterosexual. a la familia heterosexual y a la religión.

El filósofo y profesor de la Facultad de Letras de la Universidad de la Sorbona, Pierre-Henri Tavoillot caracteriza a la cultura woke como un conjunto de ideas que circulan en torno a la identidad, el género y la raza, con el objetivo principal de “revelar y condenar formas ocultas de dominación”, proponiendo que todos los aspectos de la sociedad pueden reducirse a una “dinámica de opresores y oprimidos”, en la que aquellos que no son conscientes de esta noción son considerados “cómplices”, mientras que los “despertados” impulsan la “abolición (cancelación) de cualquier cosa que se perciba como sustentadora de tal opresión”, lo que resulta en implementaciones prácticas como adoptar el lenguaje incluso, reconfigurar la educación o deconstruir las normas de género.

A mediados de la década de 2020, el lenguaje vinculado con el movimiento woke entró en los principales medios de comunicación y se lo comenzó a emplear para el marketing. Abas Mirzael, profesor de la Universidad Macquarie, de Sidney, Australia, afirma que el término “se ha aplicado cínicamente a todo, desde refrescos hasta cosméticos”.

En Argentina la ideología woke llegó con los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, en especial a partir del segundo gobierno de Cristina Kirchner y el de Alberto Fernández, con modificaciones en la educación implantando criterios de diversidad, equidad e inclusión y en la cultura, aprobación del matrimonio igualitario, Ley 26.618/2010, Ley de Identidad de Género N° 26.743/2012, legalización del aborto, ley de Promoción del Acceso al empleo formal para personas travestis, transexuales y transgénero “Dianna Sacayán – Lohana Berkins”, N° 27.636/2021, y la creación del ministerio de la Mujer, Genero y Diversidad (2019) y otras medidas similares, como el decreto presidencial N°476/21, que reconoce identidades por fuera del binomio masculino y femenino al incorporar la nomenclatura “X” en el Documento Nacional de Identidad (DNI) como alternativa, para todas las personas que no se identifiquen como varón o como mujer. Cristina Kirchner incluso fue la madrina de la primera hija nacida en un matrimonio de lesbianas.

El periodista y presentador de radio afroamericano Sam Sanders afirma que el auténtico significado de despertar (woke) se esta perdiendo debido al uso excesivo por parte de los izquierdistas blancos y a la cooptación por parte de empresas que intentaban parecer progresistas (wake – washing), lo que en última instancia provoca que surjan una reacción violenta por los tradicionalistas.

El término “capitalismo woke” fue creado por el escritor y columnista de The New York Times, Ross Douthat para designar a las marcas que empleaban mensajes políticamente progresistas como sustituto de una reforma genuina. Según la revista The Economist, ejemplos de capitalismo woke incluyen campañas publicitarias diseñadas para atraer a los millenials, que a menudo tienen puntos de vista socialmente por los clientes como poco sinceras e inauténticas.

“Algunas empresas -dice Pedro Baños- han intentado aprovechar esta tendencia para destacar, llevando a cabo iniciativas tan llamativas como cuestionadas. Por ejemplo, ofrecer a sus empleados correr con los gastos si deseaban abortar o manifestarse a favor de la formación sobre orientación sexual e identidad de género en los colegios. Y eso con independencia de que realmente creyeran en esas ideas o no, pues, como ha sucedido con otras situaciones similares, siempre hay quienes buscan obtener beneficios uniéndose a las corrientes del momento.”[i]

Donde es más fácil percibir la influencia de la cultura woke es en el cine y la televisión donde todas la series y telenovelas deben presentar actores de una amplia diversidad racial: afros, latinos, asiáticos; religiosa: católicos, evangélicos, musulmanes, judíos o personajes pertenecientes a minorías sexuales: gay, lesbianas, transexuales, etc. Al punto tal que ninguna producción cinematográfica puede aspirar a obtener algún premio internacional si no respeta esta norma.

Las psicólogas sociales Akane Kanai, de la Universidad de Monash, de Australia y Rosalid Clair Gill de la Universidad de Londres, describen al capitalismo woke como la tendencia “dramáticamente intensificada” de incluir grupos históricamente marginados (principalmente en términos de raza, género o religión) como “mascotas” en anuncios con un mensaje de empoderamiento para señalar valores progresistas. Por un lado, las psicólogas sociales sostienen que esto crea la idea individualizada y despolitizada de justicia social, reduciéndola a un aumento de la confianza en uno mismo. Por otro lado, la visibilidad omnipresente en la publicidad también puede amplificar una reacción contra la igualdad precisamente de estas minorías.

“Los miembros de estas minorías se convierten en “mascotas” no sólo de las empresas que los utilizan sino también del indiscutible sistema económico neoliberal con su propio orden social injusto”, afirman las autoras.

La cultura woke se encuentra representada total o parcialmente en el ámbito político por el Partido Demócrata de los Estados Unidos; por los partidos socialdemócratas y verdes del Reino Unido y Europa: el Partido Laborista británico, el PSOE, el Partido Renacimiento de Emanuel Macron. En España adoptan sus postulados el partido Unidos Podemos y los partidos separatistas vascos y catalanes.

En América Latina la cultura woke tiene gran cantidad de adherentes. La impulsan sin nombrarla los partidos de adhieren al “socialismo del Siglo XXI”: el Partido Socialista Unido de Venezuela (chavismo), el Partido Comunista de Cuba, en Bolivia el Movimiento al Socialismo de Evo Morales; el partido Colombia Humana de Gustavo Petro, en Brasil el Partido de los Trabajadoras de Luis Inacio “Lula” da Silva, la Unidad por Chile de Gustavo Boric.

En Argentina la cultura woke esta representada a través del peronismo kirchnerista y, en especial, por la Agrupación La Cámpora.

Además, de los partidos citados la cultura woke se afirma en la región a través de nucleamientos de partido de izquierda, movimientos sociales y entidades defensoras de las minorías políticas, raciales o sexuales; movimientos insurreccionales, como el Foro de São Paulo, el Grupo de Puebla o incluso la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).

De la grieta a la guerra cultural

Tal como hemos reseñados el mundo occidental comienza a dividirse ante la vigencia de los interpretaciones enfrentadas del hombre, de su destino como ser pensante y del orden social en el que debe desenvolverse.

Estas dos visiones enfrentadas llevan a algunos a hablar de la existencia de una profunda grieta y aún de una lucha o guerra cultural, entre las narrativas sociales intencionalmente contradictorias de los liberal – conservadores o tradicionalistas y los izquierdistas partidarios de la ideología woke, destinada a provocar la polarización política en cuestiones económicas y sociales de política pública.

Las diferencias culturales han comenzado a tornarse cada vez más antagónicas y rígidas. En cada visión cultural niega toda posibilidad de disidencia o discrepancia, quien piensa distinto es percibido como un “enemigo”.

El reduccionismo cultural percibe al diferente y lo califica inmediatamente como “de ultraderecha”, “un facho”, un “comunista” o “un zurdo”, según los casos.

El campo de batalla donde se libera esta contienda cultural es el ámbito de los medios de comunicación, donde opinadores y comunicadores sofistas machacan con sus monólogos mal intencionados llenos de arteras acusaciones, simplificaciones y adjetivaciones descalificantes. Un claro ejemplo, de este tipo de periodismo intencionado, lo brinda el excomentarista de la cadena conservadora Fox News, Tucker Carlson, con sus entrevistas a personajes polémicos como Javier Milei y Vladimir Putin.

Aunque el espacio central de la contienda cultural son las redes sociales, donde el armamento principal son las fake news, los memes, las falsas encuestas y los escraches mediáticos.

Rápidamente, a uno y otro lado de la grieta cultural han tomado posiciones los medios de prensa (periódicos, radios, televisoras y cadenas informativas) y los periodistas, comentarista e intelectuales mediáticos.

El pluralismo político e ideológico ha fallecido de causas naturales. Cada medio solo contrata a los periodistas que se han alineado con su visión cultural y los fuerzan a convocar para sus paneles, entrevistas y comentarios a los políticos y expertos que coinciden con la línea política del medio.

En esta forma cada medio informativo termina por consultar siempre a los mismos actores políticos y sociales, formulándoles las mismas preguntas, sobre la actualidad política, para recibir, obviamente, las respuestas de siempre.

También los políticos y opinadores sociales se tornan reacios a debatir o ser entrevistados por periodistas notoriamente hostiles a sus valores y pensamientos, temeroso de sufrir una suerte de bullying mediático.

La existencia de esta lucha cultural que implica la polarización de los valores, la moral y el estilo de vida está provocando en las sociedades occidentales una división política claramente perceptible en los parlamentos, la prensa y las redes sociales que atenta contra el entendimiento y la gobernabilidad en las sociedades actuales, creando un campo propicio para que prosperen las “cazas de brujas”, la violencia política, la represión y opresión, o, incluso en casos extremos a la limpieza étnica o cultural..



[i] BAÑOS, Pedro: La encrucijada mundial. Un manual del mañana. Ed. Ariel. Barcelona. 2022.

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