Liderazgo es el último
libro de Henry Kissinger en ser publicado en español, en 2023, poco antes de la
muerte de este geopolítico y figura central en la política internacional del
último medio siglo. A los lectores argentinos les recomendamos especialmente ver
el capítulo dedicado a Margaret Thatcher y la Guerra de Malvinas
El
Autor[i]
En
1938, llegaba a los Estados Unidos, procedente de Baviera, un joven judío
alemán que se refugiaba allí, junto a su familia, de los horrores del nazismo y
sus campos de exterminio. En ese entonces nadie podía imaginar que ese
inmigrante adolescente estaba destinado a ocupar los más altos cargos que un
extranjero puede alcanzar en los Estados Unidos.
Tampoco
se podía imaginar que el joven Heinz Alfred Kissinger, que nunca perdería su
fuerte acento alemán, sería uno de los estadistas más brillantes del siglo XX y
que estaba destinado a moldear la política mundial de la Guerra Fría.
Su
accionar siempre estuvo orientado por el “realismo político” más
absoluto, en la misma línea teórica que Nicolás Maquiavelo, Armand Jean du
Plessis, cardenal duque de Richelieu, el conde Otto von Bismarck, Winston
Churchill o, su contemporánea, Golda Meir, apelando a la razón de Estado y en
la búsqueda de un orden internacional estable. Pero, a diferencia de todos
ellos Henry Kissinger fue el único que tuvo la posibilidad de escribir como
estructurar un orden internacional estable y contribuir a moldearlo según sus
ideas.
Por
último, Kissinger fue el pensador y académico que logró rescatar a la “geopolítica” de
todos aquellos que la condenaban por considerarla una “ciencia nazi”. El
Dr. Kissinger empleó el término “geopolítica” centenares de
veces en los documentados tres tomos de memorias y en artículos y otras
contribuciones académicas.
Nació
con el nombre de Heinz Alfred Kissinger
en Fuerth, Baviera, Alemania, el 27 de mayo de 1923. A los quince
años emigró con su familia a los Estados Unidos escapando de la persecución
nazi a los judíos (trece de sus parientes cercanos perecieron en el
Holocausto). Allí realizó una brillante carrera académica y política. En 1943
debió interrumpir sus estudios de ciencia política en Harvard al nacionalizarse
(oportunidad en que cambió su nombre de Heinz por Henry) y ser reclutado por el
Ejército estadounidense. Sirvió como traductor en la inteligencia militar de la
84ava. División de Infantería. Retorno a su patria de nacimiento, en 1945, con
las fuerzas estadounidenses para poder ser testigo de las calamidades que la
guerra dejó en Alemania y del duro camino de la reconstrucción, tal como a
testigos en este libro.
Su brillante desempeño lo llevó a realizar tareas de contrainteligencia
para la Oficina de Servicios Estratégicos –Office Strategic Service- el
organismo de inteligencia estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial
precursor de la Agencia Central de Inteligencia.
Vuelto a la vida civil, recibió el grado Summa del
Bachillerato en Artes Cum Laude en la Universidad de Harvard en 1950, la
Maestría en 1952 y el Doctorado en Ciencias en 1954. Comenzó luego una intensa
actividad profesional donde alternó la docencia con el asesoramiento a
distintas esferas del gobierno americano.
Entre 1954 y 1971 se desempeñó como profesor del
Departamento de Gobierno y del Centro para los Asuntos Internacionales de la
Universidad de Harvard. Entre 1957 y 1960 integro el Asociado del Centro para
los Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard en calidad de director
asociado. Entre 1955 y 1956 se desempeñó como director de Estudios del Programa
de Armas Nucleares y Política Exterior del Consejo para las Relaciones
Exteriores. Entre 1956 y 1958, fue director de Estudios Especiales de la Fundación
Rockefeller.
Entre los principales cargos que desempeñó en el
gobierno de los Estados Unidos figura el de Asesor del Departamento de Estado
(1965 – 1966), Asesor sobre el Control de Armamentos para la Agencia de Desarme
(1961 – 1968). Funcionario del Consejo de Seguridad Nacional (1961 – 1962).
Miembro del Grupo de Análisis de las Prestaciones del Sistema de Armas de la
Junta de Comandantes en Jefe (1959 – 1960). Se desempeñó como consejero para
Asuntos Internacionales y de Seguridad Nacional y secretario particular del
presidente Richard Nixon, desde enero de 1969. Fue el principal negociador de
la reconciliación China - EE. UU., culminada con la visita de Nixon a Pekín
-1971-, de las distensiones con la Unión Soviética, y de la paz en Vietnam,
tras arduas gestiones con el gobierno de Hanói en París.
Ha sido presidente del Consejo de Seguridad Nacional
(1969 – 1976) y secretario de Estado (1973 – 1977). En 1983, el presidente
Ronald Reagan lo nombró presidente de la Comisión Bipartidaria para América
Central del gobierno de los Estados Unidos.
En una época de crueles dictadores, Henry Kissinger
debió tratar con muchos de ellos y arribar a acuerdos que preservasen los
intereses estadounidenses en el mundo. Así se vinculó con Leonid Brezhnev, Mao
Zedong, Fidel Castro, Sukarno, Anastasio Somoza Debayle, Augusto Pinochet
Ugarte, Jorge Rafael Videla, entre otros.
Desde 1977 se ha desempeñado como profesor de
Diplomacia de la Universidad de Georgetown. Transcurridos cinco años desde el
momento en que dejó el cargo de secretario de Estado, Henry Kissinger creó una
firma de consultoría en “diplomacia pública” denominada “Kissinger
Associates” para mejorar la imagen internacional de algunos gobiernos
o apoyarlos en promocionar ciertas causas. También desarrollo una fecunda
actividad como conferencista, escritor y analista periodístico en diversas
publicaciones internacionales.
A lo largo de su vida a recibido numerosas
distinciones académicas y diplomáticas entre las que cabe mencionar que se le
concedió el premio Novel de la Paz en 1973, compartido con el norvietnamita Le
Duc Tho. En enero de 1977 fue condecorado con la medalla presidencial de
la Freedom y en 1986 la medalla Liberty. La
Academia Diplomática de Rusia reconociendo sus méritos como un intelectual de
gran influencia en el mundo, le otorgó el título de “Doctor Honoris
Causa” y la prestigiosa revista Forbes lo incluyó entre los cien
intelectuales más prestigiosos del planeta.
Entre sus múltiples publicaciones se cuentan: “Armas
nucleares y política exterior” (1957), “La necesidad de una
elección”, “Política exterior americana”, “Un mundo
restaurado: Metternich, Castlereagh y los problemas de la paz: 1812 y 1822” (1957),
“Memorias” (1977 y 1982), “¿Crisis en la seguridad
europea?”, “Diplomacia” (1994), “China” (2012),
“Orden mundial” (2014), “Liderazgo” (2022) y numerosos artículos.[i]
Falleció el 29 de noviembre de 2023, en su casa de
Connecticut, poco después de un último viaje a China para negociar un
mejoramiento en las relaciones entre Estados Unidos y Beijin.
LIDERAZGO[i]:
En su último libro editado en
español, Kissinger dedicó 645 páginas en analizar tanto la biografía como las
circunstancias particulares en que les toco gobernar a seis estadistas del
siglo XX a quienes el geopolítico estadounidense conoció personalmente en
diversas ocasiones. Ellos son: Konrad
Adenauer; Charles de Gaulle, Richard Nixon; Anwar Sadat; el singapurense Lee Kuan Yew y Margaret Thatcher.
Para elaborar estos perfiles
biográficos y analizar su forma de liderazgo como jefes de Estado, Kissinger,
recurrió a sus recuerdos y a las grabaciones o notas con que registraba cada
encuentro con esas personalidades. Pero no se limitó a su opinión y a las
impresiones que estos le dejaron, también consultó las memorias de los seis
líderes, las memorias de quienes fueron sus colaboradores, antagonistas y
contemporáneos, y otras diversas fuente bibliográficas que enriquecen a su
libro y que se encuentran perfectamente consignadas en citas y notas en las
páginas que van del 519 al 589.
Las 645 páginas se descomponen de
la siguiente forma: 512 páginas de cuerpo principal dividido en una
Introducción, seis capítulos independientes de biografías y una conclusión. Las
133 páginas se han destinado a agradecimiento, notas, créditos de las imágenes
y un detallado índice alfabético.
La introducción analiza las
características del liderazgo y las características generales de los personajes
biografiados en el libro.
Así Kissinger comienza hablando de
las características generales de los líderes: “los líderes piensan y actúan
en la intersección de dos ejes: el primero, entre el pasado y el futuro; el
segundo, entre los valores perdurables y las aspiraciones de aquellos a los que
lideran. Su primer reto es el análisis, que comienza con una evaluación
realista de su sociedad basada en la historia, sus costumbres y sus capacidades.
Después deben equilibrar lo que saben, que por fuerza extraen del pasado, con
lo que intuyen sobre el futuro, que es inherentemente especulativo e incierto.
Es esta comprensión intuitiva de la dirección que debe seguirse la que permite
a los líderes fijar objetivos y establecer una estrategia.”
“Para que las estrategias inspiren
a la sociedad, los líderes tienen que ser didácticos: comunicar los objetivos,
mitigar las dudas y movilizar apoyos. Si bien el Estado tiene por definición el
monopolio de la fuerza, la dependencia de la coerción es síntoma de un
liderazgo inadecuado; los buenos líderes despiertan en el pueblo el deseo de
caminar a su lado. Además, deben motivar a su entorno inmediato para que
traduzcan sus ideas, de manera que estas guarden relación con las cuestiones
prácticas cotidianas. Ese equipo dinámico que le rodea es el complemento
visible de la vitalidad interior del líder; le proporciona apoyo en su camino y
hace más tolerables los dilemas de la toma de decisiones. Los líderes pueden
verse magnificados -o debilitados- por las cualidades de quienes los rodean.”
Más adelante, Kissinger ensaya una
clasificación de los líderes distinguiendo entre “el estadista” y “el
profeta”. No podemos dejar de señalar que esta clasificación parece estar
inspirada en la que realizara su connacional Max Weber, en el siglo XIX. Weber
hablaba de lideres: tradicionales, carismáticos y racional-burocráticos. Pero
veamos lo que consigna el ex secretario de Estado.
“Los estadistas -señala Kissinger-
comprenden que tienen un par de tareas esenciales. La primer es preservar su
sociedad, manipulado las circunstancias en lugar de dejarse abrumar por ellas.
Estos líderes aceptarán el cambio y el progreso, mientras se aseguran de que la
sociedad conserva su sentido esencial mediante las evoluciones que fomentan en
ella. La segunda es atenuar la visión con la cautela, teniendo en cuenta una
cierta noción de los límites. Estos líderes asumen la responsabilidad no solo
de los mejores resultados, sino también de los peores. Suelen ser conscientes
de las muchas y grandes expectativas que no han cumplido, de las innumerables
buenas intenciones que no han podido realizar, de la obstinada persistencia de
los asuntos humanos del egoísmo, el ansia de poder y la violencia. De acuerdo
con esa definición de liderazgo, los estadistas tienden a establecer
protecciones ante la posibilidad de que incluso los planes mejor elaborados
puedan frustrarse, o de que la formulación más elocuente tenga motivos ocultos.
Tienden a desconfiar de quienes personalizan la política, pues la historia
muestra la fragilidad de las estructuras que dependen en gran medida de una
personalidad. Ambiciosos, pero no revolucionarios, trabajan en lo que perciben
como la corriente de la historia, haciendo avanzar a sus sociedades, al tiempo
que consideran sus instituciones políticas y valores fundamentales como una
herencia que debe transmitirse a las generaciones futuras (aunque con
modificaciones que mantengan su esencia). Los líderes sensatos que encajan con
la calificación de estadistas reconocerán cuándo las nuevas circunstancias
exigen que se superen las instituciones y los valores existentes. Pero
entienden que, para que sus sociedades prosperen tienen que asegurarse que el
cambio no exceda lo que estas pueden soportar.” (Ps. 24 y 25)
“El segundo tipo de líder
-el visionario o profeta- trata las instituciones predominantes no tan tanto
desde la perspectiva de lo posible como desde una visión de lo imperativo. Los
líderes proféticos invocan sus visiones trascendentes como prueba de su
honradez. Anhelan un lienzo en blanco en el que imponer sus proyectos, adoptan
como tarea principal la de borrar el pasado, con sus tesoros y sus trampas. La
virtud de los profetas es que redefinen lo que parece posible; son los ‘hombres
irrazonables’ a los que George Bernard Shaw atribuyó ‘todo el progreso’. Como
creen en las soluciones definitivas, los líderes proféticos tienden a
desconfiar del gradualismo y lo consideran una concesión innecesaria al tiempo
y las circunstancias; su objetivo es trascender el statu quo, y no tanto
gestionarlo.” (P. 26)
“El encuentro entre los dos tipos
suele ser poco concluyente y frustrante debido a sus distintas medidas del
éxito para los estadistas, la prueba es la durabilidad de las estructuras
políticas cuando se encuentran bajo presión, mientras que los profetas miden
sus logros de acuerdo con estándares absolutos. Si el estadista evalúa las
posibles líneas de actuación basándose en su utilidad más que en su ‘verdad’,
el profeta considera este enfoque un sacrilegio, un triunfo de la conveniencia
sobre el principio universal. Para el estadista, la negociación es un mecanismo
de estabilidad; para el profeta, puede ser un medio para convertir o
desmoralizar a los adversarios. Y si, para estadista la preservación del orden
internacional trasciende cualquier disputa que se produzca en su seno, los
profetas se guían por su objetivo y están dispuestos a derrocar el orden
existente.”
“Ambos tipos de liderazgo
-concluye Kissinger- han sido trasformadores, sobre todo en periodos de
crisis, aunque el estilo profético, representativo de los momentos de
exaltación, suele implicar mayor disrupción y sufrimiento. Cada enfoque tiene
también su némesis. La del estadista es que el equilibrio, aunque pueda ser una
condición necesaria para la estabilidad y el progreso a largo plazo, no supone
un impulso por sí sola. Para el profeta, el riesgo es que un estado de ánimo
eufórico pueda sumir a la humanidad en la inmensidad de una visión y reducir al
individuo a un objeto.” (P. 27)
El canciller Adenauer, de Alemania
entre 1949 y 1963, con su “estrategia de la humildad”, según
Kissinger, dejó una herencia inestimable: consolidó la democracia en Alemania
Federal; contuvo a la URSS; ayudó a configurar la integración europea,
reinstalando a Alemania, y dejó el camino preparado para la reunificación
ocurrida años después.
Como información que yo ignoraba,
Kissinger señala que: “En marzo de 1952, para impedir la creación de una
comunidad de defensa europea y el rearme alemán, Stalin ofreció formalmente la
unificación alemana con cinco condiciones: (a) todas las fuerzas de ocupación,
incluidas las soviéticas, se retirarían en el plazo de un año; (b) la Alemania
unida mantendría un estatus neutral y no entraría en ninguna alianza; (c) la
Alemania unida aceptaría las fronteras de 1945, es decir, la línea Óder –
Neisse que constituía la conflictiva frontera con Polonia tras la guerra; (d)
la economía alemana no estaría limitada por condiciones impuestas por terceros;
en otras palabras, se aboliría el Estatuto del Ruhr que limitaba la economía
alemana; y (e) la Alemania unida tendría derecho a desarrollar sus propias
fuerzas armadas. Estas propuestas se dirigían a los aliados occidentales,
dejando clara la posición secundaria de Alemania.”
En opinión de Kissinger, “Stalin
le pedía a Adenauer que abandonara todos los avances que había hecho hacia la
integración europea a cambio de la unificación.” También piensa que Stalin
hizo esa proposición teniendo la certeza de que sería rechazada, tal como lo
fue. “No obstante, puso a Adenauer en una posición difícil. Por primera vez
desde la rendición incondicional la cuestión de la unificación del país se
había planteado formalmente ante las potencias aliadas y el pueblo alemán.”
(P. 51)
Kissinger aprovecha el capítulo
destinado a Adenauer, para describirnos brevemente la transición de Alemania
desde la rendición incondicional en mayo de 1945 hasta la unificación el 3 de
octubre de 1990. Pasando revista a la desnazificación, la situación de los
judíos alemanes, las relaciones con las autoridades aliadas de ocupación, la
integración europea, el rearme, las estrategias de empleo de armas nucleares, las
crisis de Berlín y las políticas seguidas por los sucesores de Adenauer hasta
la unificación definitiva.
Para el final, reservé esta frase
que Kissinger atribuye al estadista alemán en una reunión privada: “Adenauer
tenía buen ojo para el carácter, y en ocasiones expresaba sus observaciones con
sarcasmo. En una conversación sobre las cualidades de un liderazgo fuerte, me
advirtió que “nunca confundiera la energía con la firmeza”. En otra ocasión, me
hizo pasar a su despacho justo en el momento en que se iba otro visitante, que
hacía poco había acaparado la atención de los medios de comunicación por
haberlo atacado. Mi sorpresa ante la cordialidad con que se despidieron debió
ser evidente. Adenauer comenzó la conversación así: “Mi querido profesor, en
política es importante tomar represalias a sangre fría.” (P.64)
Según Kissinger, De Gaulle
desarrolló una “estrategia de la voluntad”. El geopolítico nos brinda un
singular perfil biográfico del estadista francés destacando especialmente
algunos aspectos de su personalidad.
Así relata Kissinger que: “El 2
de marzo de 1916, después de ser herido en el muslo con una bayoneta, De Gaulle
fue hecho prisionero. A pesar de intentar fugarse en cinco ocasiones,
permanecería encarcelado en Alemania hasta el armisticio del 11 de noviembre de
1918.”
“De Gaulle había aprendido alemán
en la Escuela, y mientras estuvo en prisión leyó periódicos alemanes con las
ganas de un estudiante entusiasta y la curiosidad de una analista militar
experto. Escribió mucho sobre el esfuerzo de guerra alemán, leyó novelas,
participó en animadas discusiones sobre estrategia militar con su compañeros de
cárcel e incluso dio una serie de conferencias sobre las relaciones entre
civiles y militares a lo largo de la historia de Francia. Por mucho que ansiara
volver al frente, el internamiento fue su escuela de posgrado. También fue una
prueba de soledad. En la libreta que llevaba en prisión, De Gaulle, con
veintisiete años, escribió: ‘Dominarse a sí mismo debería convertirse en una
especie de hábito, un reflejo moral adquirido por una constante gimnasia de la
voluntad, sobre todo en las cosas más pequeñas: la ropa, la conversación, el
modo de pensar’” (P. 95).
…………………………………………………………………………………………………..
“En circunstancias normales, con su
experiencia en el campo de batalla, el ascenso a general de brigada y su
brillantez intelectual, De Gaulle podría haber aspirado a un alto mando en el
ejército y, después de una década más de servicio quizá a un puesto en el gabinete
francés. En cambio, que se convirtiera en el símbolo de la propia Francia es al
difícilmente concebible.”
“Sin embargo, los líderes que
cambian la historia rara vez aparecen como el previsible final de un camino
recto. Cabría haber esperado que la entrada en escena de un general de brigada
de bajo rango, que declaraba la creación de un movimiento de resistencia en
medio del caos de la capitulación de Francia entre la Alemania hitleriana,
hubiera acabado mereciendo, tal vez, una nota al pie que reconociera su papel
como actor auxiliar en un futuro que determinaría los vencedores finales. Pero,
tras llegar a Londres sin nada más que su uniforme y su voz, De Gaulle salió de
la oscuridad para catapultarse hasta las filas de los estadistas mundiales. En
un ensayo que escribí hace más de cincuenta años, lo describí como un
ilusionista. Primero como líder de la Francia Libre durante la guerra, y más
tarde como fundador y presidente de la Quinta República, evocó visiones que
trascendían la realidad objetiva, convencido a sus audiencias de que las
tratara como hechos. Para De Gaulle, la política no era el arte de lo posible
sino el arte de la voluntad.” (P. 97)
Hablar de Carles De Gaulle le
permite a Kissinger la oportunidad de volver sobre uno de los personajes
históricos de su preferencia y sobre el cual hablo extensamente en su libro “Diplomacia”,
nada más ni nada menos Armand – Jean du Pessis, cardenal de Richelieu, quien
junto a Otto von Bismarck son expresiones históricas del realismo político a
las que rinde culto el ex secretario de Estado, quien nos relata lo siguiente:
“A principios del siglo XVII,
cuando la monarquía de los Habsburgos en Austria se expandía en Europa central
y, en su extremo occidental, hasta España, Francia necesitó una mayor autoridad
central y una estrategia compleja para defenderse de ese envolvimiento. La
tarea recayó en Armand – Jean du Plessis, el cardenal Richelieu, que fue primer
ministro de Luis XIII entre 1624 y 1642 y el principal artífice de que, más
tarde, Francia se convirtiera en una potencia europea destacada durante el
reinado de Luis XIV. Richelieu rechazó las estrategias imperantes basadas en la
lealtad dinástica o la afiliación confesional y orientó las políticas interior
y exterior de Francia de acuerdo con las ‘razones de Estado’ (raisons d’etat);
es decir, la búsqueda flexible del interés nacional basada por completo en un
análisis realista de las circunstancias.”
“Para De Gaulle, se trataba de la
primera gran visión estratégica de los asuntos europeos desde la caída de Roma,
Francia trataría entonces de explotar la existencia de multitud de Estados en
Europa central, fomentando sus rivalidades y aprovechando sus divisiones de una
manera que siempre garantizara que su estatus era más fuerte que cualquier
posible suma de ellos, Ignorando el catolicismo de Francia y el suyo propio,
Richelieu y su sucesor, Jules Mazarin, apoyaron a los Estados protestantes en
la Guerra de los Treinta Años, que devastó Europa central, dejando a Francia
como árbitro de sus rivalidades.” (P. 98)
“Así, Francia se convirtió en el
país más influyente del continente. Al que solo el Reino Unido hacia
contrapeso. A principios del siglo XVIII, el llamado orden europeo del Ancien
Régime consistía en dos coaliciones que en parte se superponían, a veces
estaban en guerra y a veces llegaban a acuerdos, pero nunca llevaban los
conflictos al extremo de amenazar la supervivencia del sistema. Los elementos
principales de este orden eran el equilibrio en Europa central, manipulado por
Francia, y el equilibrio general del poder, gestionado por el Reino Unido, que
lanzaba su armada y sus recursos financieros contra la potencia europea más
fuerte del momento, que solía ser Francia.”
“De Gaulle alabó la estrategia
básica de Richelieu y sus sucesores en un discurso de 1939: ‘Francia siempre ha
encontrado aliados naturales cuando ha querido. Para luchar contra Carlos V,
luego contra la Casa de Austria y, finalmente, contra la pujante Prusia,
Richelieu, Mazarin, Luis XIV y Luis XV se sirvieron sucesivamente de esos
aliados.’” (P. 99)
A lo largo del capítulo dedicado a
De Gaulle, Kissinger analiza la descolonización de Argelia, la caída de la
Cuarta República, la política nuclear de Francia, el ascenso y caída de líder francés
y finalmente una aguda comparación entre De Gaulle y Winston Churchill. Veamos
algunas de las consideraciones finales que hace Kissinger sobre De Gaulle y su
impacto en la política mundial del siglo XX.
“Los estadounidenses suelen
recordar hoy a De Gaulle -si es que lo recuerdan. Como una caricatura: el líder
francés ególatra con delirios de grandeza, siempre agraviado por ofensas reales
o imaginarias. A menudo era un fastidio para sus compañeros. Churchill se
enfurecía con él de vez en cuando. Roosevelt conspiró para marginarlo. En la
década de 1960, las administraciones de Kennedy y Johnson no dejaron de
pelearse con él, al creen que su política era una oposición crónica a los
objetivos estadounidenses.”
“Esas críticas no carecían de fundamento.
De Gaulle podía ser altivo, frío, áspero y mezquino. Como líder, irradiaba
mística, no calidez. Como persona, inspiraba admiración, incluso temor, pero
rara vez afecto.” (P. 164)
“Sin embargo, como hombre de Estado,
De Gaulle sigue siendo excepcional. Ningún líder del siglo XX demostró dotes de
intuición. En todas las cuestiones estratégicas importantes a las que se
enfrentaron Francia y Europa durante al menos tres décadas, su juicio fue
acertado, y lo fue en contra de un consenso abrumador. A su extraordinaria
clarividencia se sumaba el valor de actuar según su intuición, incluso cuando
las consecuencias parecían un suicidio político su carrera validó la máxima
romana de que la fortuna favorece a los valientes.”
“Ya a mediados de la década de 1930,
mientras el resto del ejército francés optaba por una estrategia de defensa
estática, De Gaulle comprendió que serían las fuerzas ofensivas motorizadas las
que decidirían la próxima guerra. En junio de 1940, cuando casi toda la clase
política francesa creía que la resistencia a los alemanes era inútil, la
opinión de De Gaulle fue la contraria: que tarde o temprano Estados Unidos y la
Unión Soviética se verían arrastrados a la guerra, que su fuerza combinada
acabaría aplastando a la Alemania de Hitler y que, entonces, el futuro estaba
del lado de los aliados. Pero, insistió, Francia solo podría desempeñar un
papel en el futuro de Europa si recuperaba su alma política.”
“Tras la liberación de Francia,
volvió a romper con sus compatriotas, al reconocer que el incipiente sistema
político no estaba a la altura del desafío. Por lo tanto, se negó a continuar
al frente del Gobierno provisional y renunció de repente a la posición crucial
que había construido con cuidado durante su servicio en la guerra. Se retiró a
su casa de Colombey-les-Deux-Églises, con la esperanza de que le volvieran a
llamar si se producía la parálisis política que había predicho.”
“La oportunidad tardó doce años en
llegar. En medio de la amenaza de una guerra civil, De Gaulle planeó una
transformación del Estado francés que devolvió al país una estabilidad que él
no había conocido en toda su vida. Al mismo tiempo, a pesar de la nostalgia por
las glorias pasadas de Francia, amputó sin compasión a Argelia del cuerpo
político, tras llegar a la conclusión de que retenerla sería fatal.” (P. 165)
“La forma de gobernar de De Gaulle
es singular. Con un compromiso implacable con el interés nacional francés y un
legado trascendente, su carrera generó pocas lecciones formales para la
elaboración de políticas, ninguna guía detallada que poder seguir en
circunstancias específicas. Pero el legado del liderazgo debe ser inspirador,
no solo doctrinal. De Gaulle dirigió e inspiró a sus seguidores con el ejemplo
no con prescripciones. Más de medio siglo después de su muerte, la política
exterior francesa todavía puede describirse como ‘gaullista’. Y su vida es un
ejemplo de como los grandes líderes pueden dominar las circunstancias y forjar
la historia.” (P. 166)
Para Kissinger, Nixon habría
ejecutado una “estrategia del equilibrio”. Aclaremos que, como el
propio autor reconoce, todo lo referido a Richard Nixon, lo ha tratado muy en
extenso en sus dos tomos de Memorias (1.000 hojas) publicadas a finales de la
década de 1980. Es que el pensamiento estratégico de Nixon es prácticamente
inseparable de las ideas de quien fuera primero su Asesor de Seguridad Nacional
y finalmente su secretario de Estado, cargo que Kissinger mantuvo con su
sucesor: el presidente Gerald Ford.
Nixon fue uno de los presidentes
más controvertidos, el único que debió dimitir, es ponderado por su fiel
colaborador: “fue el presidente que en el momento álgido de la Guerra Fría
reformuló un orden global en declive”. Puso fin a la intervención en
Vietnam, colocó a los Estados Unidos como la potencia exterior dominante
en Oriente Próximo y mediante la apertura a China impuso una dinámica
triangular, en reemplazo de una bipolar, que acabaría dejando a la URSS con una desventaja estratégica decisiva.
Kissinger sobre esta cuestión
afirma “no querer revivir controversias, sino analizar el pensamiento y
la personalidad de un líder que asumió en mitad de una agitación cultural y
política y que al adoptar una noción geopolítica del interés nacional trasformó
la política exterior de su país”. En verdad fue un pensamiento estratégico:
Pekín temía un “castigo preventivo” de
Moscú y los EE. UU. le aportaron un adicional de poder invalorable. En aquellas
circunstancias la cooperación entre los Estados Unidos y China aplicó
como mecanismo de cooperación frente al expansionismo soviético.
Rescatemos de este capítulo lo que
Kissinger denomina “la visión que tenía Nixon del mundo”.
“Las convicciones de Nixon sobre
política exterior no encajaban del todo en las categorías políticas existentes
entonces. En su carrera como congresista se había implicado de manera notable
en el debate sobre el juicio a Alger Hiss, antiguo funcionario del Departamento
de Estado y supuesto agente soviético, al que buena parte de la clase política
consideraba víctima de una ‘caza de brujas’, hasta (aunque también después) que
fue condenado por perjurio y encarcelado. De esta forma, cuando Nixon juró su
cargo como presidente, tanto los conservadores como los progresistas tenían una
idea formada sobre él. Los conservadores le consideraban un sólido
anticomunista y un partidario de la línea dura en la Guerra Fría. A los
progresistas les preocupaba que pudiera iniciar un periodo de exhibición de
fuerza estadounidense en el exterior y de controversia nacional en casa.”
“Las ideas de Nixon sobre la
política exterior eran mucho más matizadas que la percepción que sus críticos
tenían de ellas. Estaban conformadas por su experiencia de servicio público en
la marina durante la Segunda Guerra Mundial, en el Congreso y como vicepresidente.
Nixon estaba firmemente convencido de la legitimidad para la movilidad social, como
ejemplificaba su propia vida. En consonancia con las certezas de la política
exterior de la época, creía que Estados Unidos tenía una responsabilidad
especial en la defensa de la libertad en el plano internacional, y en concreto
la libertad de sus aliados democráticos. Al tratar de poner fin al conflicto en
Vietnam, que había heredado, le preocupaba el impacto que tendría la retirada
estadounidense en la credibilidad de la nación como aliado, pero también como
potencia y presencia en el mundo en general.”
(P. 189)
“Nixon plasmó sus ideas sobre las
responsabilidades internacionales de Estados Unidos en un discurso del 6 de
julio de 1971. En él, explicó las obligaciones de su país en Vietnam en
términos no partidistas, sin culpar a sus predecesores demócratas ni a la
izquierda contraria a la guerra. Reconoció y describió las críticas a la línea
política de Estados Unidos frecuentes entonces: ‘A Estados Unidos no se le
puede confiar el poder; Estados Unidos debería retirarse de la escena mundial y
ocuparse de sus propios problemas, y dejar el liderazgo mundial y ocuparse de
sus propios problemas, y dejar el liderazgo mundial a otro, porque la forma en
que llevamos a cabo nuestra política exterior en inmoral.’” (P. 189)
“Tras aceptar que Estados Unidos
había dado unos primeros pasos equivocados en Vietnam, como lo había hecho en
otras guerras, formuló una pregunta fundamental: ‘¿Qué otra nación del mundo os
gustaría que tuviera la posición de potencia preeminente?’. Estados Unidos era
‘una nación que no buscó una posición preeminente en el mundo. Nos llegó por lo
que sucedió en la Segunda Guerra Mundial. Pero he aquí una nación que ha ayudado
a quienes eran sus enemigos, que ahora es generoso con quienes podrían ser sus
oponente […]. El mundo tiene mucha suerte […] de tenerla en una posición de
liderazgo mundial.’”
“Nixon reiteró su visión de
posguerra de un liderazgo global de Estados Unidos, pero puso en duda las ideas
dominantes sobre su política exterior. Entonces, como ahora, una importante
escuela de pensamiento sostenía que la estabilidad y la paz eran el estado
normal de las relaciones internacionales, mientras que el conflicto era una
consecuencia de la incomprensión o la malicia. Una vez que las potencias
hostiles fueran claramente superadas o derrotadas, volverían a surgir la
armonía o la confianza subyacente. Según esta concepción quinta esencialmente
estadounidense, el conflicto no era inherente, sino artificial.” (P. 190)
“La percepción de Nixon era más
dinámica. Consideraba la paz como un estado de equilibrio frágil y fluido entre
las grandes potencias, un estado de las cosas precario que a su vez constituía un
componente vital para la estabilidad internacional. En una entrevista con la
revista Time en enero de 1972, insistió en el equilibrio de poder como un
requisito para la paz: ‘Cuando una nación se vuelve infinitamente más poderosa
que su competidor potencial es cuando surge el peligro de la guerra. De modo
que creo en un mundo en el que Estados Unidos es poderoso. Creo que el mundo
será más seguro y mejor si Estados Unidos, Europa, La Unión Soviética, China y
Japón con fuertes y sanos, y se equilibran mutuamente y no se enfrentan entre
ellos, un equilibrio igualado.’” (P. 190)
…………………………………………………………………………………………………..
“Nixon ubicaba su estrategia en un
contexto estadounidense específico. A principios del siglo XX, Theodore Roosevelt
(1901 – 1909) había expresado la idea de que un día Estados Unidos heredaría el
papel del Reino Unido como sostenedor del equilibrio global, un papel basado en
la experiencia europea de mantener de Woodrow Wilson (1913 – 1921), según la
cual debía buscarse la estabilidad internacional para conseguir la seguridad
colectiva. Definía está como la aplicación conjunta del derecho internacional;
en palabras de Wilson, ‘no un equilibrio de poder, sino una comunidad de poder;
no rivalidades organizadas, sino una paz común organizada.’”
(P. 191)
Cuando enfrentaba decisiones
complicadas, Nixon tendía a aplicar una máxima que con frecuencia repetía a sus
colaboradores: “Pagas el mismo precio por llevar a cabo una medida sin ganas
o con dudas que llevarla a cabo de la manera correcta y con convicción.”
“A pesar de ser un veterano
anticomunista, -dice Kissinger- Nixon no consideraba que las
diferencias ideológicas con los Estados comunistas fueran una barrera para la
relación diplomática. Consideraba más bien que la diplomacia era el mejor
método para desbaratar planes hostiles y transformar las relaciones
antagonistas en un compromiso con el adversario, o en su aislamiento. Por lo
tanto, la apertura a China se basó en la convicción de que las rigideces comunistas
de Mao Zedong podían compensarse si se sacaba partido de la amenaza soviética a
la seguridad de China.” (P. 193)
Finalmente, Kissinger destaca: “Las
fortalezas de Nixon como hombre de Estado se hallaban en los dos extremos de la
estrategia geopolítica: el rigor analítico en la concepción y una enorme osadía
en la ejecución. Daba lo mejor de sí mismo en los diálogos en los diálogos
sobre objetivos a largo plazo y en los intentos de arrastrar a su homólogo al
límite de un acuerdo estratégico.” (P. 195)
Para Kissinger, Anwar
Sadat fue un hombre que intentó resucitar un antiguo diálogo entre judíos
y árabes. Esa creencia, en la
coexistencia de sociedades basadas en distintas religiones, resultó intolerable
para sus oponentes. A pesar de su amistad con el expresidente Abdel Gamal
Nasser, Sadat mantuvo distancia con la política de dependencia con
la URSS. Luego de la muerte del líder, Sadat habría actuado según sus
instintos, acercándose a los EE. UU. esperando ayuda para lograr la retirada de
Israel a las fronteras de la guerra de 1967. Kissinger explica la decisión de
Sadat de volver a la guerra: era imposible mantener un “estado de no guerra
y de no paz”. Por eso buscó la paz en una nueva guerra: en 1973. Luego de
una nueva derrota, Sadat optó por la diplomacia y apostó a la propuesta de paz
global del presidente Jimmy Carter. En noviembre de 1977, respondió a
la Casa Blanca mencionando una hipotética visita a Israel: “a
Israel le sorprenderá oírme decir que no me niego a ir a su casa para hablar de
paz”. Kissinger destaca los símbolos: visitó el Museo del Holocausto, rezó
en la mezquita de Aqsa y en la Iglesia del Santo Sepulcro, y alegó en la Knéset
por una paz duradera.
Finalmente, Sadat y el premier
israelí Menajen Begin compartieron el Premio Nobel de la Paz, en 1978, por
los Acuerdos de Camp David. Sadat, nos dice Kissinger, no consiguió la paz,
pero logró una “modificación histórica en el patrón de comportamiento
de Egipto”.
“Sadat imaginaba a Egipto como una
nación islámica pacífica, con el poder suficiente para ser socia de su hasta
entonces enemigo, en lugar de dominarlo o ser dominado por él. Comprendía que
una paz justa solo podía lograrse a través de una evolución orgánica y el
reconocimiento de los intereses mutuos, no mediante la imposición de potencias
foráneas.” (P. 345)
En marzo de 1979, durante la
ceremonia de la firma del tratado de paz egipcio -israelí, dijo Sadat: “Que
no haya más guerras ni derramamiento de sangre entre árabes e israelíes. Que no
haya más sufrimiento ni se denieguen más derechos. Que no haya más
desesperación ni pérdida de sus hijos. Qué ningún joven desperdicie su vida en
un conflicto del que nadie se beneficia. Trabajemos juntos hasta que llegue el
día en que conviertan sus espadas en rejas para arado y sus lanzas en
herramientas para la poda. Y Alá invita a la morada de la paz y guía a quienes
quiere al camino recto.” (P. 347)
Kissinger concluye: “Rabin y
Sadat murieron a manos de asesinos que se oponían a los cambios que acarrearía
la paz y el Sadat que conocí había pasado de una visión estratégica a una
profética”.
A Lee Kuan Yew, Kissinger lo trató
en Harvard, donde el primer ministro de Singapur pasó un sabático para “hacerse
con ideas nuevas”. Kissinger y sus colegas tuvieron una sorpresa: Lee
preguntó por la guerra de Vietnam, los profesores manifestaron su oposición y
le pidieron su opinión. Lee fue claro: su pequeño país dependía de que los EE.
UU. enfrentaran a la guerrilla comunista que amenazaba el sudeste asiático.
Para Kissinger esa respuesta
fue “un desapasionado análisis geopolítico” que describió el interés
nacional singapurense: viabilidad económica y seguridad. Lee buscaba apoyo para
un país sin recursos naturales cuya expectativa era crecer gracias “al cultivo
de su principal capital: la calidad de su gente”. No enmarcó su tarea en
las categorías de la Guerra Fría, buscaba un orden regional que Washington debía apoyar. Para Kissinger, Lee no se dejaba
llevar por las tendencias, aprovechaba la contracorriente, gobernaba un país
pequeño sin la cultura de siglos. Sin pasado, dice Kissinger, no tenía garantía
de futuro. No tenía margen de error.
El geopolítico estadounidense
atribuye esa claridad para el liderazgo a que Lee recibió su educación en una
familia tradicional china. “Para Lee -dice Kissinger-, el ideal confuciano era
ser un funzi, un caballero, leal a su padres y a su madre, fiel a su esposa,
que educa bien a sus hijos, y trata de forma adecuada sus amigos, pero que es
sobre todo un ciudadano leal a su emperador.”
Para finalizar el retrato de Lee
Kuan Yew, Kissinger dice: “… fue, como siempre, analítico y poco
sentimental. Se permitió cierto arrepentimiento, también por algunas de sus
actuaciones como líder nacional. “No digo que todo lo que hice fuera correcto
-declaró a The New York Times-, pero todo lo que hice fue por un propósito
honorable. Tuve que hacer algunas cosas desagradables, encerrado a personas sin
un juicio. Citando a un proverbio chino -un hombre no puede ser juzgado hasta
el ataúd esté cerrado-, dijo: ‘Cerrad el ataúd, luego decidid’”. (P. 398)
Finalmente, el retrato de Margaret
Thatcher. Mujer y outsider, desde esa perspectiva Kissinger la agiganta y
destaca su fortaleza personal. Considera que ella logró un momento de
renacimiento, basado en una tenacidad y convicciones puestas al servicio de un
proyecto económico y espiritual. Nunca se retractó; enfrentó a los sindicatos y
reconstruyó la alianza con Washington, en base a una relación privilegiada con
Reagan. Kissinger la coloca en la galería de los mejores retratos de los
estadistas que moldearon un orden internacional: la definió como la “dama
de Hierro del mundo occidental”.
Malvinas
Posiblemente el capítulo de mayor interés, al menos
para los lectores argentinos, sea el referido a la primer ministro británica
Margaret Thatcher por contener referencias a la Guerra de Malvinas en 1982.
Kissinger destaca la determinación de Thatcher en
obtener una victoria militar sin concesiones en el conflicto aún contra la
opinión de los principales ministros de su Gabinete y ante las presiones del
departamento de Estado de los Estados Unidos como una de las claves de la
victoria del Reino Unido en la contienda.
Para Thatcher la victoria militar era una cuestión de
orgullo nacional, un objetivo que persiguió “… inflexible, sorda a cualquier
esfuerzo de llegar a un acuerdo y empecinada”, en palabras de Kissinger.
“La noticia de la invasión conmocionó al Gobierno
británico ‘No podía creerlo -escribiría Thatcher después, insistiendo en que-:
esta era nuestra gente, nuestras islas’. Pero su instinto de actuar se encontró
con muy poca ayuda por parte de sus asesores. El ministerio de Asuntos
Exteriores no veía posible una vía diplomática y el ministro de Defensa, John
Nott, advirtió que una acción militar para recuperar las islas a más de once
mil kilómetros era imposible.”
(P. 427)
[…] “Thatcher impulsó a su Gobierno ‘Tendrás que
recuperarlas’, le dijo a Nott. Cuando él le insistió en que era imposible
repitió: ‘Tienes que hacerlo’.”
Kissinger señala que pase a la afinidad personal de
Ronald Reagan con Margaret Thatcher y la existencia de una “relación
especial” entre Washington y Londres en materia diplomática y de seguridad,
“la Administración Reagan fue ambivalente”. (P.426)
Los Estados Unidos y Argentina operaban conjuntamente
en Centroamérica apoyando a los “Contras” nicaragüenses que luchaban
contra los sandinistas y las guerrillas comunistas que operaban en El Salvador
y Honduras apoyados por los países del Bloque Soviético.
“Algunos líderes estadounidenses temían que cualquier
apoyo al Reino Unido en el conflicto de las Malvinas pudiera poner en riesgo
esta iniciativa conjunta con Argentina y debilitar la posición estadounidense
en el Tercer Mundo subdesarrollado. En este contexto se complicó aún más cuando
la CIA advirtió de que, si el Gobierno de Galtieri sufría una derrota militar
era probable que fuera reemplazado por un “régimen militar muy nacionalista que
establecería lazos militares con la Unión Soviética”. (P. 429)
Por lo cual, Washington siguió lo que Kissinger define
como una “senda dividida y a veces contradictoria”.
Por un lado, el Departamento de Defensa, en manos del
conservador Caspar Weinberger “proporcionó al Reino Unido una gran cantidad
de material militar que era muy necesario desde el inicio del conflicto.”
(P. 429)
Nada dice Kissinger con respecto a la inteligencia
satelital y de vigilancia de las comunicaciones suministrada por los Estados
Unidos a los británicos que les permitió a estos determinar en tiempo real las
posiciones de los barcos argentino en el mar y así poder decidir cuándo
atacarlos o como eludir sus acciones. También le dio conocimiento sobre las
posiciones terrestres en las islas, una ventaja considerable al momento de
atacarlas.
Mientras tanto, el secretario de Estado, general
Alexander Haig, que se oponía al alineamiento de los Estados Unidos con el
Reino Unido en el conflicto, intentaba arribar a una negociación que permitiera
solucionar diplomáticamente la cuestión.
Al respecto de la vía negociadora resulta de interés
la siguiente versión: “En el momento en que se hizo lo que se consideró la
última oferta británica, comunicada a través del secretario general de la ONU,
Javier Pérez de Cuellar, el 17 de mayo, Thatcher había aceptado que la ONU
administrara las islas a cambio de la retirada de Argentina. La soberanía de
las Malvinas sería un tema que se discutiría en el futuro. Estas concesiones,
hechas en gran medida para asegurar el apoyo estadounidense, le habían llevado muy
lejos de su insistencia inicial en restablecer el statu quo anterior.” (P. 432)
“¿Se basaba su ‘ultima’ propuesta en un análisis frío
y racional? ¿O había un elemento maquiavélico en la postura de Thatcher? Es
posible que, tras ser testigo de la intransigencia argentina durante las negociaciones,
hubiera concluido que las posibilidades de que Galtieri aceptara una oferta eran
escasas. Tal vez la oferta fuera un plan alternativo si la flota que entonces
se acercaba a las Malvinas sufría unas pérdidas inasumibles. Con un resultado
tan incierto, y buscando la autoridad que con ella concedía una solución
negociada por la ONU, asumió un riesgo considerable.”
“Si Buenos Aires hubiera aceptado su propuesta,
Thatcher se habría enfrentado a la hercúlea tarea de persuadir a la Cámara de
los Comunes de que aceptara ese acuerdo, o de convencer a la ONU de que cediera
al Reino Unido la administración de las islas cuando se resolviera la disputa.
Si hubiera ocurrido esto, creo que ella habría llevado las negociaciones a una
posición que permitiera a la fuerza especial británica lograr su objetivo inicial:
restablecer la soberanía británica. Por suerte para ella, le salió bien la
jugada: el 18 de mayo, los argentinos rechazaron categóricamente la oferta
británica. Tres días más tarde las fuerzas británicas iniciaron el asalto.”
No fue que Margaret Thatcher tuvo suerte. Kissinger
omite que el 1° de mayo de 1982, el submarino HMS Conqueror hundió al crucero
ARA Belgrano provocando la muerte de 323 de sus tripulantes, más de la mitad de
las bajas argentinas en la contienda, lo que hacía imposible al gobierno
militar aceptar una solución negociada.
Sobre el hundimiento del ARA Belgrano, Kissinger tiene
más adelante una posición más equilibrada, reconoce que fue hundido fuera de
área de exclusión, pero lo justifica por la amenaza que constituía el navío
argentino para las fuerzas británicas.
“El modus operandi de Thatcher como líder de un país
en guerra consistió en establecer unos parámetros y dejar luego que los
oficiales al mando dirigieran la campaña como consideraran conveniente,
mientras ella les apoyaba políticamente con firmeza. Uno de esos parámetros fue
una zona de exclusión de doscientas millas náuticas que rodeaba las Malvinas,
declaraba el 30 de abril por el Gobierno británico. Dentro de ella, cualquier
barco argentino podía ser atacado sin advertencia previa. Esta regla fue puesta
a prueba pronto, y hubo que tomar una decisión: el 1° de mayo, el crucero
argentino General Belgrano fue visto bordeando la zona de exclusión. Al día
siguiente, Thatcher ordenó el hundimiento del Belgrano, a pesar de que ya se
había desplazado a unos sesenta y cinco kilómetros de la zona. Murieron más de
trescientos marineros argentinos. Si bien su decisión produjo una gran
controversia, lo cierto es que la posición de Belgrano representaba una amenaza
latente para las fuerzas especiales británicas que se acercaban a las Malvinas.”
Kissinger omite toda referencia al hecho que el día de
su hundimiento, el ARA General Belgrano, junto al resto de la Flota de Mar
argentina, habían intentado presentar combate naval franco a la fuerza naval
especial del Reino Unido. Combate que se frustró por cuestiones meteorológicas
(falta de suficiente viento favorable para que los aviones del portaviones ARA
25 de Mayo pudieran despegar).
Por último, Kissinger nos ofrece un dato curioso sobre
una cuestión polémica referida a la Guerra de Malvinas, el hundimiento o mejor
dicho puesta fuera de combate del portaviones británico HMS Invencible.
Según Argentina, el 30 de mayo, una fuerza de ataque
compuesta por aviones Super Étendard, 4C Skyhawk y KC-130 H Hércules, que
empleando el último misil AM39 Exocet de que disponía la Armada Argentina logró
impactar al buque británico con ese misil Exocet y al menos tres bombas de 250
kg del Skyhawk. El portaviones impactado comenzó a desprender intenso humo
negro.
Según el gobierno británico ni el Invencible ni ningún
buque británico fue afectado por el ataque del 30 de mayo. Sin embargo, después
de finalizada la guerra el gobierno británico impuso un secreto oficial por 99
años de lo que ocurrió con el HMS Invencible.
Existen diversas pruebas de que el portaviones
británico quedó fuera de combate luego de ese ataque. Ahora, Kissinger nos proporciona
otro indicio en su libro.
Henry Kissinger, en página 434, consigna que el 31 de
mayo, el presidente Ronald Reagan le dijo al secretario Weinberger: “Dale a
Maggie todo lo que necesite para hacer esto.”
¿Qué era lo que necesitaba Maggie?
Según John Lehman, antiguo secretario de la Armada
estadounidense, Reagan había acordado que, si la Royal Navy perdía un
portaviones, Estados Unidos le prestaría el USS Iwo Jima, un buque de asalto
anfibio o portahelicópteros desde el cual podían operar los aviones Harrier de
despegue vertical que empleaba la fuerza británica.
¿Por qué Kissinger menciona este hecho si no es para
indicar que (sin decirlo) que los británicos perdieron un portaviones en Malvinas,
aunque nunca lo reconocieron?
En el resto del capítulo referido a Margaret Thatcher,
Kissinger analiza las negociaciones que llevaron a la restitución de Hong Kong
a China, la sintonía que la primer ministro británica tuvo con el secretario
del PCUS Mijail Gorbachov, su oposición a la reunificación de Alemania en 1990
y los hechos que llevaron a su eclipse política posterior.
“¿Qué tenía en común el liderazgo meritocrático de
estas seis figuras? ¿Qué lecciones se pueden aprender de sus experiencias?”, se pregunta Kissinger en la “Conclusión” de su
libro. Veamos su respuesta:
“Todos eran conocidos por franqueza y a menudo decían
verdades duras. No confiaron el destino de sus países a la retórica puesta a
prueba en las encuestas y los grupos de discusión. ‘¿Quienes creen que perdió
la guerra?’, preguntaba Adenauer con contundencia a los miembros del Parlamento
que se quejaba de las condiciones impuestas por los aliados que habían ocupado
Alemania tras la guerra. Nixon que fue de los primeros en utilizar las modernas
técnicas de marketing en la política, se sentía orgulloso cuando hablaba sin
necesidad de notas, gracias a su dominio de los asuntos mundiales, y de forma
directa y sincera. Sadat y De Gaulle, que mantenían hábilmente la ambigüedad
política, hablaban en cambio en una claridad y viveza excepcionales cuando
querían encaminar a sus pueblos hacia sus objetivos finales. Lo mismo hacia
Thatcher.”
“Todos estos líderes tuvieron una aguda percepción de
la realidad y una visión poderosa. Los líderes mediocres son incapaces de
distinguir lo significativo de lo ordinario; tienden a verse sobrepasados por
el aspecto inexorable de la historia. Los grandes líderes intuyen los
requisitos intemporales del arte de gobernar y distinguen entre los muchos
elementos de la realidad, aquellos que contribuyen a unas elevadas perspectivas
de futuro y deben ser promovidos de otros que deben ser gestionados y, en caso
extremo, quizá solo soportados. Así, tanto Sadat como Nixon heredaron de sus
predecesores dolorosas guerras y trataron de superar las arraigadas rivalidades
internacionales e iniciar una diplomacia creativa. Thatcher y Adenauer
consideraron que una fuerte alianza con Estados Unidos sería lo más ventajoso
para sus países; Lee y De Gaulle optaron por un grado menor de alineamiento que
era el adecuado para ajustarse a las circunstancias cambiantes.”
“Los seis podían ser audaces. Actuaron con decisión en
asuntos de importancia fundamental para la nación, incluso cuando las
condiciones –en su país o internacionales- sin duda parecían desfavorables.
Thatcher envió una fuerza especial de la Royal Navy para recuperar las Islas
Malvinas, que habían sido invadidas por Argentina, incluso cuando muchos
expertos dudaban de la viabilidad de la expedición y mientras Reino Unido
seguía en una crisis económica devastadora. Nixon inició una apertura diplomática
hacia China y negociaciones sobre el control de armas con la Unión Soviética
antes de que se hubiera completado la retirada de Vietnam y en contra de la
opinión generalizada. La frase que solía repetir De Gaulle, como ha observado
su biógrafo Julián Jackson, era ‘siempre he actuado como si…’, es decir, como
si Francia fuera más grande, estuviera más unida y se sintiera más segura que
en la realidad.’”
(P. 496)
Recomendación Final
Realmente, no soy muy objetivo cuando se trata de
Kissinger por que he admirado siempre su capacidad de razonamiento y sus
conocimientos de la historia y la política internacional. Pero, igualmente, voy
a considerar a este libro como una lectura esencial que debería incluirse en la
bibliografía obligatoria de las carreras de ciencia política, relaciones
internacionales e historia.
Se trata de un libro también accesible al lector no
especializado, pero si interesado en conocer la historia del siglo XX y a sus
principales protagonistas. Es de lectura ágil y agradable. Lo recomiendo
ampliamente.
[i] ESPASA CALPE: Espasa biografías: 1.000
protagonistas de la Historia. Ed. Espasa Calpe. Madrid 1993.
Pág. 237.
[ii] DOUGHERTY, James y Robert L. PZFALTZGRAFF:
Op. Cit. Pág. 118.
Ver también Daniel CASTAGNIN: Henry Kissinger y las bases de un nuevo
sistema de política exterior norteamericana. Artículo publicado en la
revista Geopolítica. Bs. As. Págs. 62 a 65.
[iii] DOUGHERTY, James E. y Robert L. PFALTZGRAFF:
Op. Cit. 119.
[iv] DOUGHERTY, James E. y Robert L. PZALTZGRAFF: Op.
Cit. 112.
[v] DOUGHERTY, James E. y Robert L. PFALTZGRAFF:
OP. Cit. Pág. 118.
[vi] KISSINGER,
Henry: Diplomacia. Ed. Fondo de Cultura Económica.
México 1996.
[i] NOTA: La reseña biográfica es
la misma de la nota necrológica publica al momento de la muerte de Henry
Kissinger, no encontré motivos para modificarla y la he consignado nuevamente
debido a que no todos los lectores han visto la necrológica.
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