Denostado por
unos, admirado por otros, Henry Kissinger ha sido una figura central en la
política internacional del último medio siglo. Hoy, un mundo conmovido despide
sus restos.
A los
cien años, murió esta noche, en su casa de Connecticut, el Dr. Henry Kissinger,
Premio Nobel de la Paz y el geopolítico y estratega más importante de la
posguerra. Secretario de Estado de los Estados Unidos durante las
administraciones de los presidentes Richard Nixon y Gerard Ford, fue uno de los
hombres que moldeo la política internacional en los últimos setenta años, la
revista francesa Le Point, en su obituario de hoy, lo ha calificado como “El
papa de la diplomacia”. Por su parte, el periodista Alberto Amato, en una
visión crítica, señaló: “Todo
lo hizo Henry Kissinger con el aura clandestina de un espía, la discreción
reservada de un sacerdote y el sigilo sosegado de un diplomático ávido y
calculador”. Mientras
que para la CNN era “una de las figuras de política exterior más influyentes y
controvertidas de la historia de EE. UU.” Seguidamente
brindaremos al lector una breve reseña de su vida y obra para contribuir a que
se forme su propia opinión de la multifacética personalidad que hoy nos ha
dejado.
UNA
VIDA INTENSA
En
1938, llegaba a los Estados Unidos, procedente de Baviera, un joven judío
alemán que se refugiaba allí, junto a su familia, de los horrores del nazismo y
sus campos de exterminio. En ese entonces nadie podía imaginar que ese
inmigrante adolescente estaba destinado a ocupar los más altos cargos que un
extranjero puede alcanzar en los Estados Unidos.
Tampoco
se podía imaginar que el joven Heinz Alfred Kissinger, que nunca perdería su
fuerte acento alemán, sería uno de los estadistas más brillantes del siglo XX y
que estaba destinado a moldear la política mundial de la Guerra Fría.
Su
accionar siempre estuvo orientado por el “realismo político” más
absoluto, en la misma línea teórica que Nicolás Maquiavelo, Armand Jean du
Plessis, cardenal duque de Richelieu, el conde Otto von Bismarck, Winston
Churchill o, su contemporánea, Golda Meir, apelando a la razón de Estado y en
la búsqueda de un orden internacional estable. Pero, a diferencia de todos
ellos Henry Kissinger fue el único que tuvo la posibilidad de escribir como
estructurar un orden internacional estable y contribuir a moldearlo según sus
ideas.
Por
último, Kissinger fue el pensador y académico que logró rescatar a la “geopolítica” de
todos aquellos que la condenaban por considerarla una “ciencia nazi”. El
Dr. Kissinger empleó el término “geopolítica” centenares de
veces en los documentados tres tomos de memorias y en artículos y otras
contribuciones académicas.
Nació
con el nombre de Heinz Alfred Kissinger
en Fuerth, Baviera, Alemania, el 27 de mayo de 1923. A los quince
años emigró con su familia a los Estados Unidos escapando de la persecución
nazi a los judíos (trece de sus parientes cercanos perecieron en el
Holocausto). Allí realizó una brillante carrera académica y política. En 1943
debió interrumpir sus estudios de ciencia política en Harvard al nacionalizarse
(oportunidad en que cambió su nombre de Heinz por Henry) y ser reclutado por el
Ejército estadounidense. Sirvió como traductor en la inteligencia militar de la
84ava. División de Infantería. Su brillante desempeño lo llevó a realizar
tareas de contrainteligencia para la Oficina de Servicios Estratégicos –Office
Strategic Service- el organismo de inteligencia estadounidense durante la
Segunda Guerra Mundial precursor de la Agencia Central de Inteligencia.
Vuelto a la vida civil, recibió el grado Summa del
Bachillerato en Artes Cum Laude en la Universidad de Harvard en 1950, la
Maestría en 1952 y el Doctorado en Ciencias en 1954. Comenzó luego una intensa
actividad profesional donde alternó la docencia con el asesoramiento a
distintas esferas del gobierno americano.
Entre 1954 y 1971 se desempeñó como profesor del
Departamento de Gobierno y del Centro para los Asuntos Internacionales de la
Universidad de Harvard. Entre 1957 y 1960 integro el Asociado del Centro para
los Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard en calidad de director
asociado. Entre 1955 y 1956 se desempeñó como director de Estudios del Programa
de Armas Nucleares y Política Exterior del Consejo para las Relaciones
Exteriores. Entre 1956 y 1958, fue director de Estudios Especiales de la Fundación
Rockefeller.
Entre los principales cargos que desempeñó en el
gobierno de los Estados Unidos figura el de Asesor del Departamento de Estado
(1965 – 1966), Asesor sobre el Control de Armamentos para la Agencia de Desarme
(1961 – 1968). Funcionario del Consejo de Seguridad Nacional (1961 – 1962).
Miembro del Grupo de Análisis de las Prestaciones del Sistema de Armas de la
Junta de Comandantes en Jefe (1959 – 1960). Se desempeñó como consejero para
Asuntos Internacionales y de Seguridad Nacional y secretario particular del
presidente Richard Nixon, desde enero de 1969. Fue el principal negociador de
la reconciliación China - EE.UU., culminada con la visita de Nixon a Pekín
-1971-, de las distensiones con la Unión Soviética, y de la paz en Vietnam,
tras arduas gestiones con el gobierno de Hanói en París.
Ha sido presidente del Consejo de Seguridad Nacional
(1969 – 1976) y secretario de Estado (1973 – 1977). En 1983, el presidente
Ronald Reagan lo nombró presidente de la Comisión Bipartidaria para América
Central del gobierno de los Estados Unidos.
En una época de crueles dictadores, Henry Kissinger
debió tratar con muchos de ellos y arribar a acuerdos que preservasen los
intereses estadounidenses en el mundo. Así se vinculó con Leonid Brezhnev, Mao
Zedong, Fidel Castro, Sukarno, Anastasio Somoza Debayle, Augusto Pinochet
Ugarte, Jorge Rafael Videla, entre otros.
Desde 1977 se ha desempeñado como profesor de
Diplomacia de la Universidad de Georgetown. Transcurridos cinco años desde el
momento en que dejó el cargo de secretario de Estado, Henry Kissinger creó una
firma de consultoría en “diplomacia pública” denominada “Kissinger
Associates” para mejorar la imagen internacional de algunos gobiernos
o apoyarlos en promocionar ciertas causas. También desarrollo una fecunda
actividad como conferencista, escritor y analista periodístico en diversas
publicaciones internacionales.
A lo largo de su vida a recibido numerosas
distinciones académicas y diplomáticas entre las que cabe mencionar que se le
concedió el premio Novel de la Paz en 1973, compartido con el norvietnamita Le
Duc Tho. En enero de 1977 fue condecorado con la medalla presidencial de
la Freedom y en 1986 la medalla Liberty. La
Academia Diplomática de Rusia reconociendo sus méritos como un intelectual de
gran influencia en el mundo, le otorgó el título de “Doctor Honoris
Causa” y la prestigiosa revista Forbes lo incluyó entre los cien
intelectuales más prestigiosos del planeta.
Entre sus múltiples publicaciones se cuentan: “Armas
nucleares y política exterior” (1957), “La necesidad de una elección”, “Política
exterior americana”, “Un mundo restaurado: Metternich, Castlereagh
y los problemas de la paz: 1812 y 1822” (1957), “Memorias” (1977
y 1982), “¿Crisis en la seguridad europea?”, “Diplomacia” (1994), “China” (2012),
“Orden mundial (2014) y numerosos artículos.[i]
La
visión geopolítica de Kissinger se deriva de su análisis de la Europa de
principios del siglo XX. En A Worls Restores -Un mundo
restaurado-, basado en su tesis doctoral, Kissinger escribió: “El éxito de
la ciencia física depende de la selección del experimento crucial; el de la
ciencia política en el campo de los asuntos internacionales, en la selección
del período crucial. He elegido para mi tópico el período que va de 1812
a 1822, en parte, soy franco en decirlo, porque sus problemas me parecen
análogos a los de nuestro tiempo. Pero no insisto en esta analogía.”
La
fascinación de Kissinger con este período se basa en las reflexiones que pueden
ofrecer acerca del ejercicio del poder hombres de Estado tales como Castlereagh
y Metternich para el desarrollo de una estructura internacional que contribuyó
a la paz en el siglo que va entre el Congreso de Viena y el estallido de la
Primera Guerra Mundial. Kissinger estudió la naturaleza y calidad del liderazgo
político, el efecto de las estructuras políticas internas y la relación entre
política diplomática y militar en los sistemas internacionales estables y
revolucionarios.
Como
ha escrito Stephen R. Graubard: “Kissinger consideraba fundamental la
elección para todo el proceso político. Era de la mayor importancia para él que
un Estado dado optara por una política específica por un motivo más que por
otro; porque su burocracia determinaba que sólo había un curso de acción
seguro; porque sus líderes estaban ansiosos de probar las reacciones del
adversario; porque la opinión interna exigía una política específica; porque el
liderazgo político estaba confundido y veía la necesidad de crear la ilusión de
que todavía era capaz de acción.”[ii]
Remitiéndose en gran medida el período 1815 - 1822,
Kissinger postula que la paz se logra no como un fin en sí mismo, sino que por
el contrario emerge como el resultado de un sistema internacional estable, por
contraste con uno revolucionario. En consecuencia, Kissinger desarrolla dos
modelos para el estudio de la política internacional: primero, un sistema
estable y segundo, un sistema revolucionario. Plantea, que la estabilidad ha
sido el resultado no ya “de la búsqueda de la paz, sino de una
legitimidad general aceptada.” Según la definición de Kissinger,
legitimidad significativa “no más que un acuerdo internacional acerca
de la naturaleza de los arreglos factibles y sobre las metas permisibles y los
métodos de la política internacional.” La legitimidad implica una
aceptación del marco de orden internacional por parte de todas las grandes
potencias. El acuerdo entre las grandes potencias respecto del marco del orden
internacional no elimina los conflictos, pero limita su alcance. El conflicto dentro del
marco ha sido más limitado que el conflicto acerca del marco.
La diplomacia, a la que Kissinger define como “ajuste de diferencias a
través de la negociación”, se vuelve posible sólo en los sistemas
internacionales donde “la legitimidad rige”. En el modelo de Kissinger,
el objetivo primordial de los agentes nacionales no es preservar la paz. De
hecho, “siempre que la paz -concebida como elusión de la guerra- ha
sido el objetivo primordial de una potencia o un grupo de potencias, el sistema
internacional ha estado a merced del miembro más brutal de la comunidad
internacional.” Por contraste, “toda vez que el orden internacional
ha reconocido que en ciertos principios no podía transarse siquiera en aras de
la paz, la estabilidad basada en un equilibrio de fuerzas al menos era
concebible.” Posición doctrinaria que podría resumirse con la célebre
frase: “Si vis pacem para bellum” (si quieres la paz,
prepárate para la guerra).
Se puede derivar del modelo de estabilidad de
Kissinger una comprensión de las características de un orden mundial
revolucionario. Cualquier orden en el cual una gran potencia está tan
insatisfecha que busca transformar dicho orden, es revolucionario. En la
generación anterior a 1815, la Francia revolucionaria presentaba un gran
desafío al orden existente. “Las disputas no se referían más al ajuste
de diferencias dentro de un marco aceptado, sino a la validez del marco mismo;
la lucha política se ha vuelto doctrinal; el equilibrio de poder que había
operado de forma tan intrincada a lo largo del siglo XVIII súbitamente perdió
su flexibilidad y el equilibrio europeo pasó a parecer una protección
insuficiente para las potencias enfrentadas con una Francia que proclamaba la
incompatibilidad de sus máximas políticas con las de los demás estados.”
Rastreando la diplomacia de las potencias europeas
entre 1812 y 1822, Kissinger llega a la conclusión de que la restauración de un
orden estable depende de varios factores:
1.- La disposición de los que apoyan la legitimidad a negociar con una potencia
revolucionaria mientras que al mismo tiempo están preparados a usar el poder
militar.
2.- La capacidad de los defensores de la legitimidad de eludir el estallido de
una guerra total, dado que tal conflicto amenazaría el marco
internacional que las potencias partidarias del statu quo quieren
mantener.
3.- La capacidad de las unidades nacionales de usar medios limitados para
lograr objetivos limitados. Ninguna potencia está obligada a rendirse
incondicionalmente; las potencias derrotadas en una guerra limitada no se
eliminan del sistema internacional. Ninguna potencia, sea victoriosa o
derrotada, está completamente satisfecha o insatisfecha. Las limitaciones
planteadas a los medios y metas hacen posible la restauración de un equilibrio
de poder entre los vencedores y los vencidos.
En otros escritos, Kissinger ha aplicado conceptos
derivados de su estudio de la historia diplomática europea de principios del
siglo XX al sistema internacional contemporáneo. Los problemas planteados por
el gran potencial destructivo de las armas nucleares fue una gran preocupación
para él. Como en el pasado, es necesario para las naciones desarrollar medios
limitados a fin de lograr objetivos limitados. “Una política militar de
todo o nada... jugaría en manos de la estrategia soviética de la ambigüedad, que
busca molestar el equilibrio estratégico en pequeños grados y que combina
presiones políticas, psicológicas y militares para inducir al mayor grado de
incertidumbre y hesitación en la mente del oponente.” Si los encargados de
trazar políticas americanas han de tener otra opción que “las temidas
alternativas de rendirse o suicidarse”, deben adoptar conceptos de
guerra limitada derivados de la experiencia de la guerra del siglo XIX. En ese
momento el objetivo de la guerra “era crear un cálculo de riesgos según
el cual la constante resistencia apareciera como más costosa que los términos
pacíficos que se buscaba imponer.” Una estrategia de guerra limitada le
daría a Estados Unidos los medios “de establecer una relación razonable
entre el poder y la disposición a usarlo, entre los componentes físicos y
psicológicos de la política nacional.”
Escribiendo en los años sesenta, Kissinger planteaba
que, si Estados Unidos tenía que eludir las rígidas alternativas del suicidio o
la rendición, debía tener tanto fuerzas convencionales como armas nucleares
tácticas en gran escala. Kissinger estableció tres requisitos para las
capacidades de guerra limitada:
a.- Las fuerzas de guerra limitadas deben ser capaces de impedir que el agresor
potencial cree un fait accompli.
b.- Deben ser de naturaleza tal que convenzan al agresor de que su uso, si bien
invoca un creciente riesgo de guerra total, no es un preludio inevitable a
ella.
c.- Deben acompañarse con una diplomacia que tenga éxito en comunicar que una
guerra total no es la única respuesta a la agresión y que existe una
disposición a negociar un acuerdo que no sea la rendición incondicional.
Si las naciones han de desarrollar una estrategia de
guerra limitada deben desarrollar una comprensión de aquellos intereses que no
amenazan la supervivencia nacional. Los encargados de tomar decisiones deben
poseer la capacidad de contener a la opinión pública si surge el desacuerdo
acerca de si la supervivencia nacional está en juego. Dada una comprensión
tácita entre las naciones acerca de la naturaleza de los objetivos limitados,
es posible librar tanto conflictos convencionales como guerras nucleares limitadas
sin que escalen hacia una guerra total.
En el ajuste de las diferencias entre naciones,
Kissinger le asigna un papel importante a la diplomacia. Históricamente, la
negociación se vio ayudada por las capacidades militares que una nación podía
aplicar si la diplomacia fracasaba. El amplio aumento de capacidad destructiva
ha contribuido a la perpetuación de las disputas. “Nuestra era enfrenta el
problema paradójico de que debido a que la violencia de la guerra ha crecido
fuera de toda proporción con los objetivos que se busca conseguir, no se ha resuelto
ningún tema.”
Más aún, la reducción en el número de potencias que
tienen una fuerza de aproximación equiparable ha aumentado la dificultad de
conducir la diplomacia: “En la medida en que ninguna nación era lo
suficientemente fuerte como para eliminar a todas las otras, cambiar de
coalición podría usarse para ejercer presión o dirigir el apoyo. Sirven en un
sentido como sustitutos del conflicto físico. En los períodos clásicos de
diplomacia de gabinete del siglo XVIII y XIX, la flexibilidad diplomática de un
país y su posición de negociación dependen de su disponibilidad como socio para
tantos otros países como sea posible. Como resultado, ninguna relación se
consideró permanente y ningún conflicto fue llevado hasta sus últimas
consecuencias.”[iii]
“Si bien se produjeron guerras, las naciones no
arriesgaron la supervivencia nacional y pudieron, por el contrario, usar medios
limitados para lograr objetivos limitados.”
Kissinger ve con desagrado la inyección de ideología
en el sistema internacional. La ideología no sólo contribuye al desarrollo de
objetivos nacionales ilimitados, sino que eventualmente crea estados cuyas
metas son derrocar al sistema internacional existente. En ausencia de acuerdo
entre las potencias acerca del marco del sistema -o su legitimidad-, la
conducción de la diplomacia se vuelve difícil, aun imposible. De allí el
énfasis de la política exterior Nixon - Ford - Kissinger en crear una estructura
estable para el sistema internacional: “Todas las naciones, adversarias y
amigas por igual, deben tener una participación en la preservación del sistema
internacional. Deben sentir que sus principios se repiten y sus intereses
nacionales se aseguran. Deben, en resumen, ver un incentivo positivo para
mantener la paz, no sólo los peligros de quebrarla.”
Semejante concepción para fines del siglo XX se
remitía con fuerza al marco teórico desarrollado por Kissinger en A
World Restored. Más aún, su búsqueda, como encargado de trazar una política
para un sistema internacional estable, se remitía a la creencia en la necesidad
de un “cierto equilibrio entre potenciales adversarios”; es decir,
Estados Unidos y Unión Soviética. En sus memorias, Kissinger escribió: “Si
la historia nos enseña algo es que no puede haber paz sin equilibrio y no puede
haber justicia sin restricción.” Pero el sistema global de los años setenta
difería substancialmente del de principios del siglo XIX descripto por
Kissinger en A World Restored.
“El concepto clásico de equilibrio de poder incluía
constantes maniobras para obtener ventajas marginales respecto de los demás. En
la era nuclear, esto no es realista debido a que cuando ambos lados poseen un
poder tan enorme, los pequeños incrementos adicionales no pueden traducirse en
ventaja tangible o siquiera en fuerza política utilizable. Y es peligroso
porque los intentos por obtener ganancias tácticas pueden llevar a una
confrontación, lo que sería una catástrofe”.[iv]
Sin embargo, el concepto de equilibrio de poder
impregnó la política exterior de Estados Unidos en este período: la apertura a
China fue un medio, en parte al menos, de ejercer influencia en la Unión
Soviética para que mitigara las tensiones entre Washington y Moscú en la
llamada diplomacia de la détente; inclinarse hacia Pakistán en
la guerra con la India en 1971 y presionar para un cese el fuego y una
interrupción del combate entre las fuerzas en la guerra de octubre de 1973,
cuando Israel estaba a punto de destruir lo que quedaba del ejército egipcio.
Cada uno de estos ejemplos ilustra un elemento central de la teoría del
equilibrio de poder, es decir, apoyar al más débil de dos protagonistas a fin
de detener el ascenso del más fuerte.
Como Secretario de Estado, Henry Kissinger propuso
varias iniciativas pensadas para reforzar la cohesión de la Alianza Atlántica,
si bien su concepción de un mundo de varios centros de poder, el énfasis puesto
en la flexibilidad diplomática y la sorpresa y la necesidad percibida de
desarrollar una forma de diplomacia de detente tanto con la
Unión Soviética como con la República Popular China, crearon formidables
problemas a principios de los años setenta para las relaciones de alianza de
Estados Unidos, tanto con Europa Occidental como con Japón. El dilema era el de
mantener y reforzar el vínculo con los aliados, mientras se buscaban nuevas
relaciones bilaterales con los adversarios, contra los cuales las alianzas se
formaron originariamente. En especial, luego de la guerra de octubre de 1973,
Kissinger vio la necesidad de desarrollar marcos entre Estados Unidos, Europa
Occidental y Japón para la resolución de problemas tales como el suministro de
energía y otros temas globales de fines del siglo XX. Entre 1973 y 1977,
Estados Unidos tomó iniciativas tendientes a establecer la Agencia
Internacional de Energía, manteniendo negociaciones comerciales multilaterales
y creando un diálogo entre países industrializados y en desarrollo, entre
estados productores y consumidores y entre países industrializados,
simbolizados en encuentros cumbres de jefes de gobierno para discutir
importantes temas económicos.
Kissinger, como muchos de los pensadores que suscriben
a la realpolitik, ha pretendido separar la política interna de la
política exterior. Opinaba que la conducción de una diplomacia eficaz era
difícil, sino imposible, si debía someterse en su concepción y ejecución, al
constante escrutinio de la opinión pública en una democracia como la de Estados
Unidos. La flexibilidad, característica del estilo diplomático de Kissinger,
puede lograrse en secreto más fácilmente que en un proceso político abierto a
la luz de la publicidad.
A diferencia de quienes suscriben el idealismo o
utopismo wilsoniano, Kissinger no busca transformar las estructuras políticas
internas, en la creencia que los sistemas políticos democráticos son un
prerrequisito para un mundo pacífico: “Nunca estaremos de acuerdo con
la supresión de las libertades fundamentales. Instaremos al respeto de los
principios humanitarios y usaremos nuestra influencia para promover la
justicia. Pero el tema llega hasta los límites de tales esfuerzos. ¿Con cuánta
fuerza podemos presionar sin provocar a la dirigencia soviética a que vuelva a
prácticas en su política exterior que aumentan las tensiones
internacionales?... Durante medio siglo hemos objetado los esfuerzos comunistas
por alterar la estructura interna de otros países. Durante una generación de
Guerra Fría buscamos compensar los riesgos producidos por las ideologías en
competencia. ¿Daremos ahora una vuelta de trescientos sesenta grados e
insistiremos en la compatibilidad interna del progreso?”[v]
Aquí la concepción geopolítica de Kissinger contrasta
con la visión de que una precondición para el desarrollo de una relación
estable con la Unión Soviética es la transformación de su sistema político a
fin de que se adecue a los principios de los derechos humanos y la libertad
política valoradas en Occidente. Como máximo, calmar las tensiones entre
Estados es un proceso complejo que depende de la diplomacia, el interés mutuo
y “un fuerte equilibrio militar y una postura de defensa flexible.”
En resumen, la política exterior debería basarse en el poder y el interés
nacional, más que en principios moralistas abstractos o en cruzadas políticas.
Sin embargo, en la visión geopolítica de Kissinger, la
estructura política interna de los estados es un elemento clave. Sus modelos de
sistema estable y revolucionario de política internacional señalados antes
están vinculados con las estructuras políticas internas y se basan en nociones
compatibles respecto de los medios y metas de política exterior. Por
definición, los gobiernos con estructuras políticas internas estables no
recurren a políticas exteriores revolucionarias o aventureras para restaurar o
preservar la cohesión interna. Por contraste, los sistemas revolucionarios
contienen agentes cuyas estructuras políticas internas contrastan agudamente
entre sí.
Kissinger plantea que “cuando las estructuras
internas -y el concepto de legitimidad sobre el cual se basan- difieren
ampliamente, los hombres de Estado todavía pueden cumplir, pero su capacidad
para convencer se ha visto reducida pues ya no hablan más el mismo lenguaje...
Pero cuando un Estado o más reclaman la aplicabilidad universal de su
estructura particular, el cisma sin duda se vuelve profundo.”
Así Kissinger, en efecto, vincula su concepción de la
estructura política interna no sólo con sus modelos de sistemas estables y
revolucionarios, sino también con la noción de legitimidad planteada en A
World Restored. Supuestamente, las estructuras políticas internas que son
compatibles llevan al desarrollo de consenso o legitimidad, en el nivel
internacional. Aquellas eras de estabilidad entre los estados coinciden con la
presencia, en el nivel nacional, de estructuras políticas compatibles basadas
en una proporción módica de estabilidad.
DIPLOMACIA
Su gran obra fue “Diplomacia”, publicada
en 1994. Un monumental trabajo que en su edición en castellano[vi] abarca casi novecientas páginas distribuidas en
treinta y un capítulos.
En esta obra Kissinger recrea las categorías
geopolíticas que han sido su preocupación central en otros escritos: el
equilibrio de poder, el realismo y el idealismo, el aislacionismo americano y
los valores morales.
“Diplomacia” comienza y termina con dos capítulos en los que
Kissinger analiza lo que denomina “Nuevo Orden Internacional”, es
decir, el escenario internacional tal como ha quedado conformado después del
fin de la Guerra Fría. En los veintinueve capítulos restantes Henry Kissinger
se dedica a analizar la historia diplomática de las grandes potencias. Como en
otros trabajos del ex secretario de Estado, el análisis está focalizado en la
política exterior implementada por algunas grandes figuras de la historia.
Kissinger inicia el estudio de visión realista en política internacional con
la “raison d’etat” enunciada por Armand Jean du Plessis,
Cardenal de Richelieu en la primera mitad del siglo XVIII. Luego pasa a
la “realpolitik” del canciller de hierro, Otto von Bismarck en el
siglo XIX.
El estudio de la historia diplomática en el siglo XX
ocupa la mayor parte del libro e involucra la política ejecutada por personajes
como Woodrow Wilson, Franklin Delano Roosevelt, José Stalin, Winston Churchill,
Dwight D. Eisenhower, Lyndon B. Johnson, Richard Nixon y Ronald Reagan.
Kissinger dedica cuatro capítulos a explicar la guerra
de Vietnam y la diplomacia americana durante las administraciones de Richard
Nixon y Gerald Ford. Época en que el autor ocupaba las más altas
responsabilidades en la formulación de esa diplomacia.
Tal como se ha señalado, los capítulos primero y
treinta y uno de “Diplomacia” incursionan en el futuro diseño
del escenario internacional, debido a su mayor interés geopolítico y a
necesidades de espacio se transcriben algunos párrafos del primer capítulo para
ilustrar al lector sobre el pensamiento de Kissinger.
Comienza el Capítulo I diciendo: “Casi como
efecto de alguna ley natural, en cada siglo parece surgir un país con el
poderío, la voluntad y el ímpetu intelectual y moral necesarios para modificar
todo el sistema internacional, de acuerdo con sus propios valores” … “En el
siglo XX, ningún país ha influido tan decisivamente en las relaciones
internacionales, y al mismo tiempo con tanta ambivalencia, como los Estados
Unidos. Ninguna sociedad ha insistido con mayor firmeza en lo inadmisible de la
intervención en asuntos internos de otros Estados, ni ha afirmado más
apasionadamente que sus propios valores tenían aplicación universal. Ninguna
nación ha sido más pragmática en la conducción cotidiana de su diplomacia, ni
más ideológica en la búsqueda de sus convicciones morales históricas. Ningún
país se ha mostrado más renuente a aventurarse en el extranjero, mientras
formaba alianzas y compromisos de alcance y dimensiones sin precedente.”
“Las singularidades que los Estados Unidos se han
atribuido durante toda su historia han dado origen a dos actitudes
contradictorias hacia la política exterior. La primera es que la mejor forma en
que los Estados Unidos sirven a sus valores es perfeccionando la democracia en
el interior, actuando, así como faro para el resto de la humanidad; la segunda,
que los valores de la nación imponen la obligación de hacer cruzada por ellos
en todo el mundo. Desgarrado entre la nostalgia de un pasado prístino y el anhelo
de un futuro perfecto, el pensamiento americano ha oscilado entre el
aislacionismo y el compromiso, aunque desde el fin de la Segunda Guerra Mundial
hayan predominado las realidades de la interdependencia.”
“Ambas escuelas de pensamiento –de los Estados Unidos
como faro y de los Estados Unidos como cruzado- consideran normal un orden
global internacional fundamentado en la democracia, el libre comercio y el
derecho internacional. Como tal sistema no ha existido nunca, a menudo su
evocación les parece utópica, por no decir ingenua, a otras sociedades. Y, sin
embargo, el escepticismo extranjero nunca hizo mella en el idealismo de Woodrow
Wilson, Franklin Roosevelt o Ronald Reagan o, de hecho, de ningún otro de los
presidentes americanos del siglo XX. Si algo ha hecho, ha sido intensificar la
fe del país en que es posible superar la historia, y que, si el mundo realmente
desea la paz, tendrá que aplicar las prescripciones morales de los Estados
Unidos.” […]
“… en el naciente orden mundial…, por vez primera, los
Estados Unidos no pueden retirarse del mundo ni tampoco dominarlo. Esta nación
no puede modificar la forma en que ha concebido su papel a lo largo de su
historia, ni lo desea.” […]
“Los imperios no tienen ningún interés en operar
dentro de un sistema internacional aspiran a ser ellos el sistema
internacional. Los imperios no necesitan un equilibrio del poder.” […] “En
ningún momento de su historia han participado los Estados Unidos en un sistema
de equilibrio de poder. Antes de las dos guerras mundiales se beneficiaron del
funcionamiento del equilibrio de poder sin verse atrapados en sus maniobras,
mientras se daban el lujo de censurarlo a su gusto. Durante la Guerra Fría, los
Estados Unidos participaron en una lucha ideológica, política y estratégica con
la Unión Soviética, en que el mundo de dos potencias operaba siguiendo
principios totalmente distintos de los de un sistema de equilibrio de poder. En
un mundo con predominio de dos potencias, nadie puede decir que el conflicto
conducirá al bien común, todo lo que gane un bando lo perderá el otro. La
victoria sin guerra fue, de hecho, lo que los Estados Unidos lograron en la
Guerra Fría, victoria que ahora los ha obligado a enfrentarse al dilema que
describió George Bernard Shaw: “Hay dos tragedias en la vida. Una consiste en
no lograr lo que más se desea. La otra, lograrlo.”
“Los dirigentes americanos han dado por sentados sus
valores hasta tal punto que rara vez reconocen lo muy revolucionarios y
perturbadores que estos valores pueden parecerles a otros. Ninguna otra
sociedad ha afirmado que los principios de la conducta ética se aplican a la
conducta internacional, de igual manera que a individual: concepto exactamente
opuesto a la raison d’etat de Richelieu. Los Estados Unidos han sostenido que
prevenir la guerra es un desafío tanto jurídico como diplomático, y que no se
resisten al cambio como tal, sino al método de cambio, especialmente al empleo
de la fuerza. Un Bismarck o un Disraeli habrían ridiculizado la idea de que la
política exterior consiste más en el método que en la sustancia, si es que la
realidad la hubiese comprendido. Ninguna nación se ha impuesto a sí misma las
exigencias morales que los Estados Unidos se han impuesto, y ningún país se ha
atormentado tanto por el divorcio entre sus valores morales, que por definición
son absolutos, y la imperfección inherente a las situaciones concretas a las
que deben aplicarse.” […]
“El orden que hoy está surgiendo deberán edificarlo
estadistas que representan culturas sumamente distintas. Administran enormes
burocracias de tal complejidad que, a menudo, la energía de estos estadistas se
gasta más atendiendo la maquinaria administrativa que definiendo un propósito.
Han llegado a la cumbre del poder por unas cualidades que no siempre son las
necesarias para gobernar y son aún menos apropiadas para edificar un orden
internacional. Y el único modelo que tenemos de un sistema multiestatal fue
construido por las sociedades occidentales, que muchos de los participantes
podrían repudiar.” […]
“El estudio de la historia no nos ofrece un manual de
instrucciones que pueda aplicarse automáticamente: la historia enseña por
analogía, dándonos luz sobre las probables consecuencias de situaciones
comparables. Más cada generación deberá determinar por sí misma cuáles
circunstancias de hecho son comparables.”
Kissinger finaliza el primer capítulo con una
interesante comparación entre las tareas del analista y del ejecutor de la
política internacional. Dice este autor: “Los intelectuales analizan
las operaciones de los sistemas internacionales; los estadistas los construyen.
Y hay una gran diferencia entre la perspectiva de un analista y la de un
estadista. El analista puede elegir el problema que desea estudiar, mientras
que los problemas del estadista se le imponen. El analista puede dedicar todo
el tiempo que juzgue necesario para llegar a una conclusión clara: para el
estadista, el desafío abrumador es la presión del tiempo. El analista no corre
riesgos. Si sus conclusiones resultan erróneas, podrá escribir otro tratado. Al
estadista sólo se le permite una conjetura; sus errores son irreparables. El
analista dispone de todos los hechos: se le juzgará por su poder intelectual.
El estadista debe actuar basado en evaluaciones que no pueden demostrarse en el
momento en que las está haciendo, será juzgado por la historia según la
sabiduría con que haya conservado la paz. Por todo ello, examinar cómo
estadistas se han enfrentado al problema del orden mundial –qué funcionó bien,
o qué no funcionó, y por qué- no es el fin de comprender la diplomacia
contemporánea, aunque sí pueda ser un principio.”
CHINA
En su
libro de 2012, China, Kissinger ofrece un recorrido muy buen documentado desde
los orígenes de la cultura china, anclada en un pasado infinito, hasta nuestros
tiempos. Nos conduce por la expansión económica que vive este país, el cual,
desde antaño, se ha considerado a sí mismo el centro del mundo y a todos los
que provenían de fuera del Reino Medio, “bárbaros”.
Mientras
actualmente muchos debaten sobre el papel geopolítico de China en el nuevo
orden mundial, Kissinger proporciona una visión privilegiada, que puede
resumirse mediante la creencia que define la forma en que hasta ahora el
gigante asiático percibía su rol en el contexto internacional: “El
mundo no puede ser conquistado. Los gobernantes sabios únicamente esperan
armonizarse con sus tendencias.” Durante las tres últimas décadas,
hemos sido testigos de la increíble transformación que ha vivido este país, que
ha pasado de ser la “fábrica del mundo” a uno de los mercados
más atractivos para cualquier tipo de negocio.
Para
poder comprenderlo en toda su magnitud, es recomendable acudir a los
conocimientos de quienes tuvieron una visión privilegiada de los espacios donde
se produjo buena parte de esta historia. Una de estas figuras es, sin duda,
Henry Kissinger que ha contribuido a configurar las relaciones de China con
Occidente. En este libro, el antiguo secretario de Estado nos acerca a la
historia de un país que conoce muy de cerca por haberlo visitado en setenta y
ocho oportunidades.
Partiendo
de la idea de que las principales líneas de una sociedad están dibujadas por
los valores que definen sus objetivos más elevados, Kissinger ofrece un
excelente análisis de la sociedad, la cultura y las costumbres de la
civilización milenaria china, que durante la mayor parte de su historia vivió
aislada del resto del mundo y se consideraba a sí misma el Reino Medio. Ninguna
otra civilización moderna tiene una historia continua tan larga, en parte
gracias a uno de los elementos más destacados en el complejo sistema de valores
chino: la continuidad.
El
autor destaca este valor continuista de la tradición china explicando que,
durante muchos siglos, cada nueva dinastía se acogía a los principios de
gobierno de la dinastía previa para asegurar la continuidad, incluso cuando el
cambio dinástico había sido el resultado de la conquista mediante la guerra.
Para ilustrarlo, Kissinger acude al ejemplo de uno de los interlocutores que
tuvo durante las negociaciones de acercamiento entre China y Estados Unidos,
Deng Xiaoping, quien de víctima de la revolución cultural se convirtió en el
sucesor y defensor de la China de Mao. “Una de las características más
asombrosas del carácter de la gente de China es la manera en que muchos de
ellos preservan su dedicación a la sociedad, independientemente de la agonía y
de la injusticia que sufrieron”, señala Kissinger.
Tras
un breve recorrido por la milenaria historia de China, Kissinger se centra en
explicar, desde primera línea de los acontecimientos, los cambios políticos que
acompañaron a las evoluciones prácticas, las reformas económicas y la apertura
diplomática. A partir de documentos históricos y de las conversaciones
mantenidas con los líderes chinos durante los últimos cuarenta años, examina el
modo en que China ha abordado la diplomacia, la estrategia y la negociación a
lo largo de su historia. Todo ello puede resumirse en un recorrido que va desde
la voluntad de distanciamiento de la tradición confucionista que buscaba Mao
hasta el regreso a Confucio durante la última década.
Según
Kissinger, el punto de inflexión que llevó al gigante asiático a emprender un
nuevo rumbo se puede resumir en la modernización de los cuatro sectores que
subrayaba Zhou Enlai, su principal interlocutor y el primer ministro de Mao.
Estos cuatro sectores son la industria, la agricultura, la defensa nacional y
la tecnología. Posteriormente, encontraron continuidad en la iniciativa de
Deng, que hizo hincapié en la ciencia, la mano de obra profesionalizada y,
finalmente, el talento y la iniciativa individual, cualidades que estuvieron
oprimidas durante el mandato de Mao. A pesar de varios episodios nefastos
producidos por las decisiones de Mao, que llevaron a la población a un gran
sufrimiento, los posteriores líderes chinos mantuvieron firme su compromiso con
sus principales ideas.
En
buena parte, gracias a la forma de entender los sucesos en su expresión
cíclica, en que no hay acontecimientos aislados. Para ilustrarlo, el autor
recoge las palabras de Mao: “El ciclo, que es infinito, evoluciona desde el
desequilibrio hacia equilibrio, y al revés. Sin embargo, cada ciclo nos brinda
un alto nivel de desarrollo. El desequilibrio es normal y absoluto, mientras
que el equilibrio es temporal y relativo.” Se trata de un punto de vista que
conviene tener en cuenta, ya que puede resultar muy útil en los tiempos
actuales. Mediante la filosofía que reflejan estas palabras, Kissinger invita a
entender el estilo de liderazgo en China, diciendo que la contribución
distintiva de los líderes consiste en operar en los límites de lo que la
situación permite. En este camino, la estrategia china muestra generalmente tres
aspectos estratégicos: el análisis meticuloso de las tendencias a largo plazo,
el estudio riguroso de las opciones tácticas y la exploración continua de las
decisiones operacionales.
ORDEN
MUNDIAL
En
2014, Henry Kissinger presento un nuevo libro titulado “Orden Mundial.
Reflexiones sobre el carácter de las naciones y el curso de la historia”,
editado en español por el Grupo Editorial Penguin Random House con traducción
de Teresa Arijón, en 2016.
En su
edición en castellano, Orden Mundial tiene 426 páginas divididas diez capítulos
(incluidas sus conclusiones).
En
este texto el antiguo secretario de Estado repite muchas de las ideas
anteriormente expuestas en sus obras “Diplomacia” y “China”, en
especial su devoción por el estadista francés Armand-Jean Du Plessis, Cardenal
de Richelieu y por el conde germano Otto Von Bismark.
En la
revista española “Estudios de Política Exterior” N° 170, marzo
– abril 2016, Manuel Muñiz publicó un artículo titulado: “La confusión
de Estados Unidos en un mundo desordenado” donde realiza un
pormenorizado y exacto análisis del último libro de Kissinger. Nos parece muy
apropiado reproducir los aspectos más destacados de este análisis.
“Kissinger pretende con Orden mundial abordar
la que él considera la cuestión central de nuestro tiempo: la forma y el
contenido del orden mundial del siglo XXI. Para responder a esa pregunta, el
autor mira al pasado y subraya los contornos de órdenes anteriores, ya que
estos pueden ayudar a entender lo que deparan las próximas décadas. Los distintos
casos de relevancia que destaca Kissinger tienen, a su parecer, una doble
manifestación: un marco normativo que rige las relaciones internacionales y una
distribución de fuerzas que lo sustenta. Ese binomio, que él denomina de
legitimidad y poder, es la piedra angular de los distintos órdenes globales que
han existido.
“Con el objetivo de identificar los ejemplos históricos
relevantes, y fiel a su estilo enciclopédico, Kissinger recorre 2.000 años de
historia y cubre la práctica totalidad de la geografía mundial. Nos lleva desde
los orígenes del islam hasta la fundación de Estados Unidos, pasando por la
Europa de la Reforma y destila la esencia de dos milenios de política exterior
china.
“La conclusión fundamental de ese recorrido es que han
existido, y en cierto sentido siguen existiendo, cuatro grandes modelos de
orden global: el orden westfaliano europeo con los conceptos de soberanía
nacional y equilibrio de poder como ejes centrales; el modelo islámico de
régimen religioso global; el orden global chino que posiciona al “Reino del
Medio” en el centro cultural y político de la comunidad internacional y; en
último término, el orden global americano, basado en la creencia en ciertos valores
y derechos inherentes al hombre y en la superioridad, práctica y moral, de la
democracia como sistema de gobierno. Kissinger considera que estos cuatro
modelos son globales porque tienen vocación de generalidad y se constituyen en
auténticos códigos de conducta internacional.
“Las cuatro cosmovisiones (término que no utiliza Kissinger
pero que tiene un significado análogo al concepto de orden global), difieren en
cuanto a aspectos básicos de la comprensión del mundo. Las diferencias son
sustantivas, pues afectan a la forma en que los poseedores de cada una de ellas
abordan la realidad que les rodea, bien a través del prisma de lo objetivo y
empírico, o bien a través de lo subjetivo y teológico. Esas diferencias se
manifiestan (esto es lo que realmente interesa a Kissinger) en la forma que han
dado a las sociedades en las que son hegemónicas y en sus pretensiones a la
hora de definir el orden internacional.
Orden europeo
“Kissinger mantiene que el orden europeo tiene su origen en
la caída del imperio Romano en el siglo V. Con el fin del poder central del
emperador romano se inicia un fraccionamiento de la autoridad política, y
emerge la que el autor considera característica central de la política europea
de los siguientes 1.500 años: la imposibilidad de que una única unidad política
imponga su voluntad sobre el resto. Nace así la necesidad de construir
equilibrios de poder y de respetar la existencia, autonomía y preferencias de
otros. Esta realidad se termina codificando en los tratados de Westfalia del
siglo XVII que a ojos de Kissinger recogen el orden global europeo; un orden
compuesto por Estados soberanos y en permanente búsqueda de equilibrios de
poder que garanticen la paz.
Orden islámico
“La cosmovisión islámica del orden internacional, descrita
por Kissinger es radicalmente distinta de la europea, al dividir el mundo en
dos realidades: la Casa del Islam, dar-al Islam, y el resto o dar-al harb. En
la primera rige la ley de Alá y se vive en paz bajo la autoridad del califa, el
heredero del profeta Mahoma. Fuera de sus fronteras la Casa del Islam debe
luchar contra los infieles y extender la ley de Dios a todos los rincones de la
Tierra. Ese esfuerzo sostenido de expansión de las fronteras del islam se
denomina yihad y, aunque no implica un estado constante de guerra con otras
culturas, sí prohíbe (así
lo interpreta Kissinger) acuerdos de paz duraderos entre regímenes
musulmanes y terceros.
“Según esta interpretación del mundo islámico, la creación
de Estados en Oriente Próximo tras la caída del Imperio Otomano supuso una
imposición del modelo europeo-westfaliano en una región donde el criterio
definitorio de comunidad política había sido de corte estrictamente religioso.
El islamismo moderno, e incluso la versión más radical del mismo que representa
el Daesh, no serían pues más que intentos de recuperar una cosmovisión
puramente islámica de la comunidad política, regida por un califa, y por principios
religiosos y en constante conflicto con el infiel.
“El régimen de los ayatolás en Irán y su política
internacional son para Kissinger ejemplos del carácter revolucionario de la
cosmovisión islámica y de su objetivo último de, a través de acciones
subversivas y amparándose en las garantías que le ofrece el sistema
westfaliano, suplantar ese orden por uno de corte religioso.
Orden chino
“Kissinger describe la génesis de la China moderna en
términos similares al caso del nacimiento de los Estados de Oriente Próximo.
Existía en Asia hasta el siglo XIX un orden regional, con pretensiones de
globalidad, del que China ocupaba el centro y que se vio alterado por la
llegada de los poderes europeos y su imposición de un modelo westfaliano.
“El emperador chino que gobernaba “Todo Bajo el Cielo” se
vio obligado, después de repetidas derrotas militares a manos de los
británicos, a aceptar el estatus de China de mero Estado en un orden
internacional poblado por muchos otros. Tras las Guerras del Opio no volvería
China a ser el centro de su propio orden global, ni a ocupar su cultura la
centralidad que había creído ocupar durante más de 2.000 años”. Kissinger alega que China no olvida el origen
violento de su actual condición y deja la puerta abierta a que se convierta en
un actor revisionista con deseos de recuperar la centralidad política.
Orden americano
“El orden americano es descrito por Kissinger con clara
pasión. Se refiere el libro a la importancia del concepto de la “ciudad que
brilla en la cima de la colina”; la idea de que América es una sociedad
excepcional, llamada a superar las limitaciones de anteriores comunidades
políticas, sobre todo las europeas, y a guiar a otros pueblos hacia la
libertad, la prosperidad y la democracia. Kissinger navega con inteligencia los
matices en la historia de la política exterior de EEUU y dibuja dos grandes corrientes:
una pragmática, encarnada por Theodore Roosevelt, que sin dejar de buscar la
difusión de la democracia y los derechos individuales, entiende el equilibrio
de poder y hasta cierto punto lo sostiene a través de una política exterior que
busca no alterar el statu quo de forma acelerada, y otra, de tipo idealista,
representada por Woodrow Wilson que desea transgredir y transformar el orden
internacional a través de la creación de una comunidad de naciones con normas e
instituciones internacionales.
“La tensión entre esas dos formas de hacer política
exterior dio origen a una disciplina del conocimiento, las relaciones
internacionales, y a sus dos escuelas principales, el realismo y el
liberalismo. Por sus orígenes, esas escuelas tienden a reflejar las tensiones
dentro de la cosmovisión dominante en esa parte del mundo. Cabe pues
preguntarse si la propia disciplina, el marco heurístico bajo el cual se
estudia el orden internacional, no es más que un producto de un orden
específico, de una forma de aproximarse a la realidad y que, por tanto, ignora
otras formas de entender el mundo. El intento de Kissinger es por ello
particularmente valiente, ya que busca desbordar la hegemonía occidental y
mostrar otras formas de hacer política internacional.
“La capacidad de síntesis de Kissinger es extraordinaria.
Extrae de 2.000 años de historia cuatro grandes cosmovisiones que han dado
forma a las relaciones internacionales.
“El libro suscita, sin embargo, algunas dudas, entre las
que destacaría dos. La primera es de tipo empírico, y es que obvia una
cosmovisión central para la comprensión del orden internacional moderno: el
orden postulado por Francia a finales del siglo XVIII. De hecho, muchas de las
características que el autor atribuye a los órdenes westfaliano y americano son
de claro corte francés. Los conceptos de Estado moderno, de libertad, dignidad
humana, derechos universales o democracia representativa son desarrollados en
gran medida por pensadores franceses como Montesquieu, Diderot, Rousseau o
Voltaire. El origen mismo de la Ilustración, una de las referencias del orden
global americano que Kissinger describe, tiene un claro carácter francés. Si
bien es cierto que estos órdenes se gestan antes y que América ha sido desde
principios del siglo XX el gran defensor de aspectos fundamentales de ambos, su
gestación se produce en la Francia revolucionaria.
“La segunda duda es de tipo conceptual, y se debe a la
rigidez y falta de detalle en la definición de los órdenes globales. Kissinger
enuncia grandes cismas entre culturas y los describe como hechos estáticos.
Llega a decir que la historia es para los países lo que la personalidad es
para los individuos: un corsé dentro del cual cada uno opera. No sorprende, por
tanto, que su análisis histórico sirva para apuntalar la idea de que sus cuatro
cosmovisiones han sobrevivido durante muchos siglos con cambios más bien
superficiales.
“Sin embargo, si algo parece enseñarnos la historia es la
mutabilidad de las comunidades políticas, así como de sus objetivos en las
interacciones con terceros. Hay momentos en los que la propia argumentación de
Kissinger parece doblegarse a esta realidad, como cuando acepta que Europa
vivió periodos prolongados en los que fue dominante una visión acerca del orden
mundial nada westfaliana. Los ejemplos que cita el propio Kissinger son los
reinados de Carlos I y Felipe II de España, líderes que en muchas ocasiones se
autodefinieron como la cabeza de una monarquía cristiana global. Algo similar
sucede cuando Kissinger describe la aceptación por parte de China del orden
westfaliano impuesto por los imperios occidentales. De hecho, China es hoy uno
de los grandes defensores en el orden internacional de los principios de
soberanía nacional, y de no injerencia en los asuntos internos de otros
Estados, el corazón mismo de ese modelo. Esto podría cuestionar la sabiduría de
dedicar una porción tan extensa del libro a un orden global, el chino, que
parece ser significativo tan solo en términos históricos y deja al lector con
dudas acerca de la perdurabilidad de estos órdenes, su fortaleza o fragilidad.
“El caso de la Europa contemporánea viene a ilustrar el
problema de definición enunciado arriba. Es evidente que Europa, el lugar donde
nace la cosmovisión westfaliana, lleva inmersa más de medio siglo en un proceso
de construcción de un ente político, la Unión Europea, cuyo eje fundamental es
la disolución de Estados soberanos en una unidad superior, que desactive
cualquier fuente de conflicto entre ellos; es decir, en superar el modelo
westfaliano. Es asimismo evidente que esa Unión tiene una clara cosmovisión,
basada en la defensa de los derechos humanos, el derecho internacional y el
libre mercado”. Esto no
solo demuestra la capacidad evolutiva de los órdenes globales promovidos por
distintos actores políticos en distintos momentos de su historia, sino que
además es una muestra de la interconexión, e incluso confusión, entre los
órdenes sugeridos por Kissinger, ya que el orden europeo moderno tiene grandes
similitudes con el orden americano. No es esto sorprendente, pues EE. UU. fue
uno de los principales promotores del proceso de integración europea, sin duda
una empresa que, a la vista de los hechos, debe entenderse como una gran
victoria de la cosmovisión americana”.
LIDERAZGO[i]:
En su último libro editado en
español: “Liderazgo. Seis estudios sobre estrategia mundial, Kissinger dedicó
645 páginas en analizar tanto la biografía como las circunstancias particulares
en que les toco gobernar a seis estadistas del siglo XX a quienes el
geopolítico estadounidense conoció personalmente en diversas ocasiones. Ellos
son: Konrad Adenauer; Charles de
Gaulle, Richard Nixon; Anwar Sadat; el
singapurense Lee Kuan Yew y Margaret Thatcher.
La síntesis que consignamos seguidamente,
fue publicada por el Dr. Carlos Pérez Llana en el diario Clarín.com y dice los
siguiente: El canciller Adenauer, de Alemania entre 1949 y 1963, con su “estrategia
de la humildad”, según Kissinger, dejó una herencia inestimable: consolidó
la democracia en Alemania Federal; contuvo a la URSS; ayudó a configurar la
integración europea, reinstalando a Alemania, y dejó el camino preparado para
la reunificación ocurrida años después.
Según Kissinger, De Gaulle
desarrolló una “estrategia de la voluntad”, destacando cómo el líder francés,
en su llamamiento del 18 de junio de 1940 al pueblo francés desde Londres, se
comportó como si la Francia Libre no fuera una aspiración sino una realidad.
Nadie lo había nombrado y sus fuerzas eran escasas, pero triunfó contando con
la inestimable ayuda económica y logística de Winston Churchill, quien
además lo protegió de la hostilidad de Roosevelt.
Nixon habría ejecutado una “estrategia
del equilibrio”. Uno de los presidentes más controvertidos, el único que
debió dimitir, es ponderado por su fiel colaborador: “fue el presidente que
en el momento álgido de la Guerra Fría reformuló un orden global en declive”. Puso
fin a la intervención en Vietnam, colocó a los Estados Unidos como la potencia
exterior dominante en Oriente Próximo y mediante la apertura a China
impuso una dinámica triangular, en reemplazo de una bipolar, que acabaría
dejando a la URSS con una desventaja
estratégica decisiva. Kissinger sobre esta cuestión afirma “no querer
revivir controversias, sino analizar el pensamiento y la personalidad de un
líder que asumió en mitad de una agitación cultural y política y que al adoptar
una noción geopolítica del interés nacional trasformó la política exterior de
su país”. En verdad fue un pensamiento estratégico: Pekín temía un “castigo preventivo” de
Moscú y los EEUU le aportaron un adicional de poder invalorable. En aquellas
circunstancias la cooperación entre los Estados Unidos y China aplicó
como mecanismo de cooperación frente al expansionismo soviético.
Para Kissinger, Anwar
Sadat fue un hombre que trató de resucitar un antiguo diálogo entre judíos
y árabes. Esa creencia, en la coexistencia de sociedades basadas en distintas
religiones, resultó intolerable para sus oponentes. A pesar de su amistad con
el expresidente Abdel Gamal Nasser, Sadat mantuvo distancia con la política de
dependencia con la URSS. Luego de la muerte del líder, Sadat habría
actuado según sus instintos, acercándose a los EE. UU. esperando ayuda para
lograr la retirada de Israel a las fronteras de la guerra de 1967. Kissinger
explica la decisión de Sadat de volver a la guerra: era imposible mantener un
“estado de no guerra y de no paz”. Por eso buscó la paz en una nueva guerra: en
1973. Luego de una nueva derrota, Sadat optó por la diplomacia y apostó a la
propuesta de paz global del presidente Jimmy Carter. En noviembre de 1977,
respondió a la Casa Blanca mencionando una hipotética visita a
Israel: “a Israel le sorprenderá oírme decir que no me niego a ir a su casa
para hablar de paz”. Kissinger destaca los símbolos: visitó el Museo del
Holocausto, rezó en la mezquita de Aqsa y en la Iglesia del Santo Sepulcro, y
alegó en la Knéset por una paz duradera.
Finalmente, Sadat y el premier
israelí Menajen Begin compartieron el Premio Nobel de la Paz, en 1978, por
los Acuerdos de Camp David. Sadat, nos dice Kissinger, no consiguió la paz,
pero logró una “modificación histórica en el patrón de comportamiento
de Egipto”. Kissinger concluye: “Rabin y Sadat murieron a manos de asesinos
que se oponían a los cambios que acarrearía la paz y el Sadat que conocí había
pasado de una visión estratégica a una profética”.
A Lee Kuan Yew, Kissinger lo trató
en Harvard, donde el primer ministro de Singapur pasó un sabático para “hacerse
con ideas nuevas”. Kissinger y sus colegas tuvieron una sorpresa: Lee
preguntó por la guerra de Vietnam, los profesores manifestaron su oposición y
le pidieron su opinión. Lee fue claro: su pequeño país dependía de que los EEUU
enfrentaran a la guerrilla comunista que amenazaba el sudeste asiático. Para
Kissinger esa respuesta fue “un desapasionado análisis geopolítico” que
describió el interés nacional singapurense: viabilidad económica y seguridad.
Lee buscaba apoyo para un país sin recursos naturales cuya expectativa era
crecer gracias “al cultivo de su principal capital: la calidad de su gente”.
No enmarcó su tarea en las categorías de la Guerra Fría, buscaba un orden
regional que Washington debía apoyar. Para Kissinger,
Lee no se dejaba llevar por las tendencias, aprovechaba la contracorriente,
gobernaba un país pequeño sin la cultura de siglos. Sin pasado, dice Kissinger,
no tenía garantía de futuro. No tenía margen de error.
Finalmente, el retrato de Margaret
Thatcher. Mujer y outsider, desde esa perspectiva Kissinger la agiganta y
destaca su fortaleza personal. Considera que ella logró un momento de
renacimiento, basado en una tenacidad y convicciones puestas al servicio de un
proyecto económico y espiritual. Nunca se retractó; enfrentó a los sindicatos y
reconstruyó la alianza con Washington, en base a una relación privilegiada con
Reagan. Kissinger la coloca en la galería de los mejores retratos de los
estadistas que moldearon un orden internacional: la definió como la “dama
de Hierro del mundo occidental”.
Para cerrar
esta revisión del pensamiento geopolítico de Henry Kissinger no podemos dejar
de expresar nuestra admiración por un pensador que a los cien años todavía tenía
cosas por decir, con coherencia, sabiduría y elegancia. Quienes lo han visitado
en sus últimos tiempos, decían que estaba encorvado y caminaba con dificultad,
pero su mente permanecía aguda como una aguja.[ii] A tal punto que estaba trabajando en dos libros
más sobre la inteligencia artificial (que le preocupa especialmente) y sobre la
naturaleza de las alianzas políticas.
Este es el hombre que hoy nos ha
dejado y este es tan solo un breve un análisis de una parte de su inmensa obra política e
histórica. Ahora, el amigo lector podrá formarse su propia opinión sobre él.
[i] ESPASA CALPE: Espasa biografías: 1.000
protagonistas de la Historia. Ed. Espasa Calpe. Madrid 1993.
Pág. 237.
[ii] DOUGHERTY, James y Robert L. PZFALTZGRAFF:
Op. Cit. Pág. 118.
Ver también Daniel CASTAGNIN: Henry Kissinger y las bases de un nuevo
sistema de política exterior norteamericana. Artículo publicado en la
revista Geopolítica. Bs. As. Págs. 62 a 65.
[iii] DOUGHERTY, James E. y Robert L. PFALTZGRAFF:
Op. Cit. 119.
[iv] DOUGHERTY, James E. y Robert L. PZALTZGRAFF: Op.
Cit. 112.
[v] DOUGHERTY, James E. y Robert L. PFALTZGRAFF:
OP. Cit. Pág. 118.
[vi] KISSINGER,
Henry: Diplomacia. Ed. Fondo de Cultura Económica.
México 1996.
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