La
vicepresidenta Cristina Kirchner ensaya una maniobra política de pinzas para
explotar las contradicciones internas y fragmentarla con miras a las elecciones
del próximo año.
Nadie puede discutirle a Cristina Kirchner su capacidad
para sacar “conejos de la galera”. Es decir, para idear una estrategia
oportuna que le permita mantener la iniciativa y, cuando no tiene otra
alternativa, replegarse golpeando.
Algunas de estas estrategias tienen efectos muy efímeros.
Recordemos por ejemplo el “plan platita” instrumentado después de las
PASO de 2021. Esta maniobra, si bien no le permitió al kirchnerismo evitar la
derrota en las elecciones, redujo la diferencia electoral y evitó una
catástrofe total.
Otros “conejos” que dan una ventaja inicial, luego
tienen efectos tóxicos. Tal el caso de la candidatura presidencial de Alberto Fernández.
Si bien le permitió a Cristina Fernández retornar al poder, ya todos sabemos
como terminó. Una auténtica victoria pírrica. Dos de estos triunfos y el
kirchnerismo desaparecerá para siempre.
Ahora, la maniobra pergeñada por la “maquiavélica del
Calafate” parece destinada a dividir a Juntos por el Cambio a cualquier
costo.
Para ello, Cristina Kirchner impulsa una “maniobra de pinzas”
sobre la oposición. Por un lado, impulsa la eliminación de las Primarias
Abiertas Simultáneas Obligatorias -PASO-, previas a la elección presidencial
del año próximo.
Sabe muy bien -como todos los argentinos- que en
Cambiemos algunos dirigentes están “juntos” tan sólo por la existencia
de un enemigo común. El conglomerado opositor tiene demasiados aspirantes a
ocupar el “sillón de Rivadavia”.
Las aspiraciones presidenciales de algunos dirigentes
encontrarían un límite natural en las PASO sin afectar demasiado la cohesión
del nucleamiento opositor.
Pero de no existir la elección primaria algún candidato podría
sentirse con fuerzas suficientes como para intentar probar suerte en forma
independiente rompiendo la unidad del frente opositor, lo que favorecería al
oficialismo.
La otra punta de la pinza kirchnerista es la llamada al
diálogo y a construir un acuerdo de gobernabilidad.
Casi con certeza, Cristina Kirchner no se propone
realmente dialogar, acercar posiciones y arribar a acuerdos que otorguen mayor
previsibilidad al país, no solo para alcanzar diciembre de 2023, en orden y con
calma social sino, especialmente, para que el nuevo gobierno que asuma en esa
fecha no se encuentre con un campo minado a punto de estallar.
La vicepresidente sabe muy bien que, en Juntos por el Cambio,
más allá de los nombres, subyacen dos propuestas de gobierno muy diferenciadas,
incluso antagónicas, que conviven tan solo por la existencia de un enemigo
común: el kirchnerismo.
La convocatoria al diálogo puede detonar estas
diferencias, y este (además de lograr impunidad ante la justicia) es el
auténtico objetivo de Cristina Kirchner.
Los dialoguistas o “palomas” proponen que un
eventual futuro gobierno de Juntos por el Cambio implemente una política
económica gradualista, que mantenga la actual carga impositiva (retenciones
incluidas), los subsidios existentes y los planes sociales otorgados para no
correr el riesgo de un incremento de la conflictividad social. Es decir, un
kirchnerismo más prolijo y eficiente, pero con similar grado de estatismo y de
economía cerrada.
Quienes impulsan esta propuesta imaginan un ligero y
gradual ajuste del gasto fiscal que mejore los números de la economía (en especial
una reducción gradual de la inflación sin una brusca devaluación) sin el riesgo
de provocar recesión.
Dicho en otras palabras, las palomas acuerdistas,
imaginan un “cambio gatopardista”. Al decir de Giusepe di Tomasi di
Lampedusa, significa cambiar el elenco político sin que cambien en absoluto las
políticas implementadas, bajo la consigna de: “todo tiene que cambiar para
que nada cambie”.
En este sector militan figuras tan diversas como Horacio
Rodríguez Larreta, Facundo Manes, los dirigentes radicales del grupo “Evolución”
(Martín Lousteau, Rodrigo de Loredo, Martín Tetaz, Emiliano Yacobitti, etc.) e
incluso dirigentes radicales de otros sectores del partido.
Los anti-dialoguistas o “halcones” se niegan a
cualquier entendimiento con el kirchnerismo bajo el argumento de que con los
corruptos no se negocia, que la justicia y no los acuerdos políticos deben
resolver los problemas jurídicos de Cristina Kirchner y que es inútil llegar a
un acuerdo con quienes tienen un largo historial de no cumplir los pactos.
Los halcones descreen del gradualismo. Opinan que la
situación del país es de tal gravedad que requiere de una drástica rectificación
del rumbo y de dirigentes con el temple suficiente como para llevarlas a cabo
pese a las resistencias que seguramente ofrecerán algunos sectores.
Son dirigentes partidarios de la economía de mercado, de
terminar con los subsidios, la inflación y el gasto social desbocado.
En este sector se mira con simpatía una posible
dolarización (o ley de convertibilidad) de la economía en 2024. Buscan hacer que
la Argentina futura tenga una economía más abierta y competitiva. Para ello se
proponen dar seguridad jurídica a las inversiones extranjeras. Aspiran a llevar
a cabo una reforma laboral que termine con la “industria del juicio” e
incremente la productividad de los trabajadores y otras reformas liberales.
Estas políticas económicas deben necesariamente ir
acompañadas de cambios radicales en la política exterior para vincular al país
con los más importantes países de Occidente.
También tienen en la mira de los “gerentes de la
pobreza” y buscaban implementar mecanismos que terminen con la permanente
extorsión de los piquetes.
Por lo tanto, mientras el kirchnerismo insista en implementar
políticas “combatiendo al capital” habrá muy poco para acordar con los “halcones”.
En las filas de este sector militan entre otros: el
expresidente Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Ricardo López Murphy, Roberto
García Moritán, Miguel Ángel Pichetto y posiblemente María Eugenia Vidal y
Lilita Carrió, para mencionar tan sólo a algunos de los más notorios.
Cristina Kirchner pretende incentivar las contradicciones
internas dentro de la oposición con su convocatoria al diálogo. Dejando
entrever que negarse al diálogo es una actitud antidemocrática, mientras
mantiene siempre latente la velada amenaza de que, sin un acuerdo previo, una
eventual condena de la justicia en su contra abriría las puertas al caos y la
violencia.
Incluso intentará sumar al papa Francisco a su iniciativa
dialoguista, tal como alguna vez hizo Nicolás Maduro cuando sintió que la
presión internacional contra su gobierno estaba teniendo éxito.
El kirchnerismo está contra la pared, pero aún así
siempre encuentra como mantener la iniciativa, en esta ocasión con una falsa
convocatoria al diálogo.
Juntos por el Cambio debe meditar muy bien sus próximos
pasos. Las encuestas muestran que el setenta por ciento de los argentinos
desaprueban al gobierno y no creen en nada de lo que dice. Al mismo tiempo, un
gran sector del electorado busca un cambio radical en el país.
Si Cambiemos aparece acordando con el kirchnerismo dará
la impresión de que es más de lo mismo y sufrirá una importante sangría de
votantes duros hacia las filas del economista liberal Javier Milei. Un sector que
ya cuenta con el voto sub-25 y el de aquellos que se oponen al mantenimiento de
un sistema impositivo de carácter confiscatorio. Hoy, las encuestas señalan que
Milei podría convertirse en la segunda fuerza electoral nacional, relegando al
peronismo a un insólito tercer lugar.
Es estéril que, desde el gobierno, con el apoyo de
algunos comentaristas en los medios, se hable de realizar unos “Pactos de la
Moncloa”. Esos pactos tuvieron lugar en una sociedad que salía de una
cruenta guerra civil y treinta años de férrea dictadura.
Pactos de esta naturaleza no deberían ser necesarios
después de casi cuarenta años de democracia, donde el peronismo en sus diversas
vertientes ha gobernado por veintisiete años, incluidos los últimos tres.
Por otra parte, son muchos los argentinos que repudian
decididamente los acuerdos de cúpula entre dirigentes políticos a espaldas del
pueblo y de sus necesidades más urgentes.
En este contexto cualquier diálogo o pacto con el
kirchnerismo se transformaría en una suerte de “abrazo del oso” con la
corrupción.
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