domingo, 18 de septiembre de 2022

NUEVA ESTRATEGIA KIRCHNERISTA: DIVIDIR A LA OPOSICIÓN


 

La vicepresidenta Cristina Kirchner ensaya una maniobra política de pinzas para explotar las contradicciones internas y fragmentarla con miras a las elecciones del próximo año.

Nadie puede discutirle a Cristina Kirchner su capacidad para sacar “conejos de la galera”. Es decir, para idear una estrategia oportuna que le permita mantener la iniciativa y, cuando no tiene otra alternativa, replegarse golpeando.

Algunas de estas estrategias tienen efectos muy efímeros. Recordemos por ejemplo el “plan platita” instrumentado después de las PASO de 2021. Esta maniobra, si bien no le permitió al kirchnerismo evitar la derrota en las elecciones, redujo la diferencia electoral y evitó una catástrofe total.

Otros “conejos” que dan una ventaja inicial, luego tienen efectos tóxicos. Tal el caso de la candidatura presidencial de Alberto Fernández. Si bien le permitió a Cristina Fernández retornar al poder, ya todos sabemos como terminó. Una auténtica victoria pírrica. Dos de estos triunfos y el kirchnerismo desaparecerá para siempre.

Ahora, la maniobra pergeñada por la “maquiavélica del Calafate” parece destinada a dividir a Juntos por el Cambio a cualquier costo.

Para ello, Cristina Kirchner impulsa una “maniobra de pinzas” sobre la oposición. Por un lado, impulsa la eliminación de las Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias -PASO-, previas a la elección presidencial del año próximo.

Sabe muy bien -como todos los argentinos- que en Cambiemos algunos dirigentes están “juntos” tan sólo por la existencia de un enemigo común. El conglomerado opositor tiene demasiados aspirantes a ocupar el “sillón de Rivadavia”.

Las aspiraciones presidenciales de algunos dirigentes encontrarían un límite natural en las PASO sin afectar demasiado la cohesión del nucleamiento opositor.

Pero de no existir la elección primaria algún candidato podría sentirse con fuerzas suficientes como para intentar probar suerte en forma independiente rompiendo la unidad del frente opositor, lo que favorecería al oficialismo.

La otra punta de la pinza kirchnerista es la llamada al diálogo y a construir un acuerdo de gobernabilidad.

Casi con certeza, Cristina Kirchner no se propone realmente dialogar, acercar posiciones y arribar a acuerdos que otorguen mayor previsibilidad al país, no solo para alcanzar diciembre de 2023, en orden y con calma social sino, especialmente, para que el nuevo gobierno que asuma en esa fecha no se encuentre con un campo minado a punto de estallar.

La vicepresidente sabe muy bien que, en Juntos por el Cambio, más allá de los nombres, subyacen dos propuestas de gobierno muy diferenciadas, incluso antagónicas, que conviven tan solo por la existencia de un enemigo común: el kirchnerismo.

La convocatoria al diálogo puede detonar estas diferencias, y este (además de lograr impunidad ante la justicia) es el auténtico objetivo de Cristina Kirchner.

Los dialoguistas o “palomas” proponen que un eventual futuro gobierno de Juntos por el Cambio implemente una política económica gradualista, que mantenga la actual carga impositiva (retenciones incluidas), los subsidios existentes y los planes sociales otorgados para no correr el riesgo de un incremento de la conflictividad social. Es decir, un kirchnerismo más prolijo y eficiente, pero con similar grado de estatismo y de economía cerrada.

Quienes impulsan esta propuesta imaginan un ligero y gradual ajuste del gasto fiscal que mejore los números de la economía (en especial una reducción gradual de la inflación sin una brusca devaluación) sin el riesgo de provocar recesión.

Dicho en otras palabras, las palomas acuerdistas, imaginan un “cambio gatopardista”. Al decir de Giusepe di Tomasi di Lampedusa, significa cambiar el elenco político sin que cambien en absoluto las políticas implementadas, bajo la consigna de: “todo tiene que cambiar para que nada cambie”.

En este sector militan figuras tan diversas como Horacio Rodríguez Larreta, Facundo Manes, los dirigentes radicales del grupo “Evolución” (Martín Lousteau, Rodrigo de Loredo, Martín Tetaz, Emiliano Yacobitti, etc.) e incluso dirigentes radicales de otros sectores del partido.

Los anti-dialoguistas o “halcones” se niegan a cualquier entendimiento con el kirchnerismo bajo el argumento de que con los corruptos no se negocia, que la justicia y no los acuerdos políticos deben resolver los problemas jurídicos de Cristina Kirchner y que es inútil llegar a un acuerdo con quienes tienen un largo historial de no cumplir los pactos.

Los halcones descreen del gradualismo. Opinan que la situación del país es de tal gravedad que requiere de una drástica rectificación del rumbo y de dirigentes con el temple suficiente como para llevarlas a cabo pese a las resistencias que seguramente ofrecerán algunos sectores.

Son dirigentes partidarios de la economía de mercado, de terminar con los subsidios, la inflación y el gasto social desbocado.

En este sector se mira con simpatía una posible dolarización (o ley de convertibilidad) de la economía en 2024. Buscan hacer que la Argentina futura tenga una economía más abierta y competitiva. Para ello se proponen dar seguridad jurídica a las inversiones extranjeras. Aspiran a llevar a cabo una reforma laboral que termine con la “industria del juicio” e incremente la productividad de los trabajadores y otras reformas liberales.

Estas políticas económicas deben necesariamente ir acompañadas de cambios radicales en la política exterior para vincular al país con los más importantes países de Occidente.

También tienen en la mira de los “gerentes de la pobreza” y buscaban implementar mecanismos que terminen con la permanente extorsión de los piquetes.

Por lo tanto, mientras el kirchnerismo insista en implementar políticas “combatiendo al capital” habrá muy poco para acordar con los “halcones”.

En las filas de este sector militan entre otros: el expresidente Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Ricardo López Murphy, Roberto García Moritán, Miguel Ángel Pichetto y posiblemente María Eugenia Vidal y Lilita Carrió, para mencionar tan sólo a algunos de los más notorios.

Cristina Kirchner pretende incentivar las contradicciones internas dentro de la oposición con su convocatoria al diálogo. Dejando entrever que negarse al diálogo es una actitud antidemocrática, mientras mantiene siempre latente la velada amenaza de que, sin un acuerdo previo, una eventual condena de la justicia en su contra abriría las puertas al caos y la violencia.

Incluso intentará sumar al papa Francisco a su iniciativa dialoguista, tal como alguna vez hizo Nicolás Maduro cuando sintió que la presión internacional contra su gobierno estaba teniendo éxito.

El kirchnerismo está contra la pared, pero aún así siempre encuentra como mantener la iniciativa, en esta ocasión con una falsa convocatoria al diálogo.

Juntos por el Cambio debe meditar muy bien sus próximos pasos. Las encuestas muestran que el setenta por ciento de los argentinos desaprueban al gobierno y no creen en nada de lo que dice. Al mismo tiempo, un gran sector del electorado busca un cambio radical en el país.

Si Cambiemos aparece acordando con el kirchnerismo dará la impresión de que es más de lo mismo y sufrirá una importante sangría de votantes duros hacia las filas del economista liberal Javier Milei. Un sector que ya cuenta con el voto sub-25 y el de aquellos que se oponen al mantenimiento de un sistema impositivo de carácter confiscatorio. Hoy, las encuestas señalan que Milei podría convertirse en la segunda fuerza electoral nacional, relegando al peronismo a un insólito tercer lugar.

Es estéril que, desde el gobierno, con el apoyo de algunos comentaristas en los medios, se hable de realizar unos “Pactos de la Moncloa”. Esos pactos tuvieron lugar en una sociedad que salía de una cruenta guerra civil y treinta años de férrea dictadura.

Pactos de esta naturaleza no deberían ser necesarios después de casi cuarenta años de democracia, donde el peronismo en sus diversas vertientes ha gobernado por veintisiete años, incluidos los últimos tres.

Por otra parte, son muchos los argentinos que repudian decididamente los acuerdos de cúpula entre dirigentes políticos a espaldas del pueblo y de sus necesidades más urgentes.  

En este contexto cualquier diálogo o pacto con el kirchnerismo se transformaría en una suerte de “abrazo del oso” con la corrupción.

  

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