Argentina debe abandonar la visión de África
como una tierra incógnita y comenzar a pensarla como un continente de
oportunidades y un actor internacional cada día más presente.
África,
para la mayor parte de los latinoamericanos, se presenta como una “terra incógnita”.
Lo que es paradójico para un continente con quién comparte el Atlántico Sur y
que contiene a más de la cuarta parte de los Estados representados en Naciones
Unidas. África es una suerte de motor demográfico que, según The World
Economic Forum, tiene 1.100 millones de habitantes y que pasará a 4.400
millones en el año 2100. Gran parte de ese crecimiento demográfico se producirá
en las ciudades.
África
está ocupando un lugar central en la geopolítica del planeta en este siglo, y
no sólo por causas demográficas, sino por sus importantes recursos naturales.
África alberga el 60% de las tierras cultivables del planeta y el 70% de los
ríos. Tiene importantes yacimientos de petróleo y el gas que abastecen a la
Europa mediterránea. Bosques llenos de maderas preciosas, depósitos de
fosfatos, minerales raros, oro y diamantes, entre otras riquezas. A lo que hay
que sumar su gran diversidad biológica y un potencial turístico subexplotado.
El
continente africano es el origen de los migratorios irregulares hacia Europa
que con frecuencia culminan en dramas humanitarios.
Es
también la región más impactada por los efectos adversos del cambio climático que
son causa de frecuentes migraciones internas, conflictos por el dominio de las
tierras fértiles entre etnias de agricultores y ganaderos. Además de ser el
origen de las espantosas hambrunas que sacuden al continente y conmueven al
mundo entero.
Por
último, algunas regiones africanas se han convertido en áreas sin ley donde
realizan sus negocios ilícitos y operan grupos del crimen organizado
transnacional, movimientos separatistas y grupos del terrorismo yihadista. En
el centro de está problemática se sitúa el Sahel, una región que alberga
misiones militares estadounidenses y de los países de la Comunidad Europea.
Es por
todos estos factores que gobiernos y empresas de todo el mundo ponen cada día
más su atención en el continente, expresada a través del fortalecimiento de
lazos diplomáticos, acuerdos de seguridad y comerciales.
Desde
2010, es han abierto más de 350 embajadas y consulados en África (sólo Turquía
ha abierto 26); algo desconocido anteriormente en cualquier región de la
economía global.
Otras
regiones africanas de gran valor estratégica han aceptado la instalación de
bases militares. Siria con su base rusa y Djibouti, el diminuto Estado del
Cuerno de África, que alberga instalaciones militares de Francia, Italia,
Estados Unidos, Japón y la única base permanente de China en el extranjero.
Los
países africanos reciben continuos ofrecimientos de asociación comercial por
parte de los países emergentes, los BRICS, entre los que se destaca China, que
desea involucrarlos en su megaproyecto de inversiones y penetración comercial
denominado “la Nueva Ruta de la Seda”. Una estrategia comercial basada
en acuerdos bilaterales con diversos países, en los cuales China hace jugar su
mayor peso económico y estratégico, para el otorgamiento de préstamos para la
realización de obras de infraestructura que siempre llevan incluidos los
correspondientes contratos sumamente beneficiosos para las empresas proveedoras
chinas.
Argentina
debería imitar, de acuerdo con la proporción de su potencial económico, a las
grandes potencias buscando oportunidades y socios comerciales. Para ello debe
incrementar su hoy raquítica presencia diplomática en el continente. Pero deben
ser especialmente los empresarios argentinos, a través de las cámaras que los
agrupan y representan, quienes motoricen ese proceso, comenzando por el estudio
de los diversos mercados africanos para justar su oferta de productos y
servicios a la demanda de los 1.100 millones de consumidores africanos.
Naturalmente,
los Estados africanos tienen diferentes enfoques en su política de alianzas.
Cada uno opta por el que parece más conveniente.
Aún
está lejana la posibilidad de acuerdos multilaterales realmente efectivos que
permitan a África hacer valer sus intereses y derechos.
Esa
carencia de poder global, tanto económico como de softpower, se hace
evidente cuando se observa que un solo país: Sudáfrica, forma parte del G-20,
frente a seis de Asia-Pacífico, o tres de América Latina.
Por
último debemos reconocer que África enfrenta desafíos institucionales,
políticos y sociales. Junto a la consolidación democrática en la gran mayoría
de los países, persisten conflictos armados y hay algunos Estados fallidos.
África sigue siendo el continente más pobre del mundo. Con el 13% de la
población mundial, el continente acoge el 33% de la población pobre del planeta
y alcana tan sólo l 1,6% del PBI global. Casi 418 millones de personas viven
aún con menos de U$S 1,25 dólares al día. Todavía un cuarto de su población sufre
desnutrición, un flagelo que suele matar más gente por año que el HIV/SIDA, la
malaria y la tuberculosis juntas.
África
sigue siendo, después de América Latina, la región más desigual del planeta. Si
bien la educación y la sanidad mejoran, como así también los ingresos fiscales,
o los niveles de seguridad jurídica para las inversiones y negocios, estos
avances son aún muy lentos y casi imperceptibles en áreas tales como la
igualdad de género, o el control de los flujos financieros ilícitos. En este panorama
complejo para el observador poco familiarizado con la realidad africana los
desafíos parecen superar a los logros.
Sin
embargo, África es actualmente una región clave para dar respuesta a los
grandes desafíos globales: crecimiento económico, acceso a las tecnologías de
punta, energías limpias, instalación del Estado de bienestar, cambio climático,
migraciones, terrorismo yihadista, etc.
No obstante la persistencia de algunos obstáculos, el continente africano, está llamado a ser, en un futuro no muy lejano, un actor esencial en un nuevo sistema de balance de poder global que se está conformando.
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