El mundo
necesita de un Neville Chamberlain para contener la escalada bélica en Europa
Oriental.
A propósito de mi artículo de ayer titulado “Creen las
tensiones en Europa Oriental”, un historiado militar y colaborador de
Alternative el Licenciado Rodolfo Miraglia Succi me señalaba que la situación
que se vivía hasta entonces en Europa Oriental guardaba similitudes con los
días de la Conferencia de Múnich de 1938 cuando se particionó Checoeslovaquia
en un intento de apaciguar el expansionismo belicista de Adolfo Hitler.
Miraglia Succi reconocía que se encontraba influenciado
por la película británica “Múnich en vísperas de una guerra”, dirigida
por Christian Shwochow, basada en la novela homónima de Robert Harris (2017) y
con elenco de actores consagrados.
El film reconstruye acertadamente el clima que imperaba
en Europa y reproduce fielmente lo que se conoce de la aptitud adoptada por
algunos de los personajes claves en esta crisis.
Más allá de algunas concesiones que los productores
realizan para ser políticamente correctos. Por ejemplo, la caricaturesca interpretación
que desacertadamente realiza el actor Ulrich Matthes (y que el director
tolera).
La película erróneamente también da escasa importancia a
la intervención de Benito Mussolini y a los temores que por ese entonces tenía
el Duce de que el Tercer Reich se apoderara del control de Europa relegando a
Italia a rol de simple acompañamiento. Como efectivamente ocurrió posteriormente
cuando el Ejército y la Armadas italianos demostraron no estar a la altura de los
planes expansionistas de Mussolini en Grecia y en Norte de África. Poniendo fin
a las ilusiones del dictador italiano de reconstruir el Imperio Italiano.
O el énfasis que la película otorga a la existencia de un
fuerte descontento en la Wehrmacht hacia la política expansionista y belicista
de Hitler y un nunca comprobado complot militar para detener al Führer.
Es que, en 2021, Alemania e Italia son repúblicas
democráticas, parte de la OTAN y de la Unión Europea. Alemania incluso es el
gran motor económico y político de Europa (tal como ambicionaba el principal
geopolítico alemán Gral. Dr. Karl Haushofer) y por eso que el film intenta desvincular
al pueblo alemán de su responsabilidad en el estallido de la Segunda Guerra
Mundial y en el genocidio de los judíos europeos.
No obstante, la película describe muy bien el impacto de
la “teoría de la puñalada por la espalda” en el pueblo alemán durante la
posguerra de 1918 – 1939.
La “teoría de la puñalada por la espalda” difundida
por Haushofer y tomada por Adolfo Hitler en su libro “Mein Kampf” (Mi
Lucha) sostenía que el Ejército Imperial Alemán no había que sido traicionado
en la retaguardia por un complot de los políticos socialistas con los banqueros
e industriales judíos.
Esta teoría era precisamente lo que necesitaba escuchar
el pueblo alemán para restaurar su orgullo nacional herido por la derrota y los
humillantes términos impuestos por los Aliados en el Tratado de Versailles que
no solo desarmó a Alemania, sino que le impuso fuertes compensaciones
económicas que destruyeron la economía alemana condenado al pueblo alemán al
desempleo, la hiperinflación y el hambre, mutiló territorialmente al país y
dejó a siete millones de alemanes étnicos bajo el gobierno de países hostiles.
Los términos del Tratado de Versailles fueron tan duros e
injustos que el Mariscal francés Ferdinand Foch a augurar que no era un tratado
de paz sino simplemente “un armisticio por veinte años”. Lamentablemente,
el militar francés estuvo en lo cierto.
La situación actual en Europa guarda similitudes y diferencias
en 1938.
Putín es un dictador que no duda en emplear la violencia
para lograr sus objetivos. Así lo ha demostrado eliminado a los políticos y
periodistas opositores o mandando a envenenar a los traidores de los servicios
de inteligencia que luego de fugar o ser intercambiados por otros espías, aceptaron
trabajar para organismos de inteligencia extranjeros.
Pero sus objetivos, al menos por el momento, parecen
limitarse a reconstruir una esfera de influencia y seguridad con las antiguas
repúblicas soviéticas.
No parece pretender reconstruir “manu militari” la
antigua Unión Soviética y no alberga planes genocidas hacia ninguna minoría.
Tampoco parece tener los desequilibrios psíquicos ni los delirios
de grandeza de Adolfo Hitler con su “Reich de los 1.000 años”. Aunque con estos
personajes nunca se sabe hasta donde llegarán.
En cuanto al pueblo ruso no necesitan una “teoría de la
puñalada por la espalda”, nunca asimiló el desmembramiento de la URSS y la
pérdida de su estatus de superpotencia. Después de todo se trataba de su
patria.
Sólo aceptaron esa situación en un comienzo bajo la
errónea creencia de que en cuatro o cinco años alcanzarían el nivel de vida que
imperaba en la Unión Europea.
Pero, cuando se hizo evidente para los rusos que nunca
ingresarían a la Comunidad Europea y que la OTAN lejos de disolverse se
ampliaba incorporando a los países del antiguo Pacto de Varsovia (las repúblicas
báticas, Polonia, Hungría, etc.) inmediatamente se sintieron traicionados y
ambicionaron la revancha.
Putin, muy hábilmente, supo expresar políticamente esos
sentimientos, posiblemente porque él íntimamente los comparte.
Era posible contener al Vladimir Putin con garantías
formales de no incorporar a las antiguas repúblicas soviéticas a la OTAN.
Especialmente alejando la posibilidad de que Ucrania una vez en la OTAN
avanzara militarmente contra los separatistas prorrusos de Donbás o incluso
intentara recuperar militarmente la península de Crimea.
En realidad, no sabemos con certeza si era posible evitar
que Putin invadiera Ucrania pero no parece que la gestión diplomática de la
crisis haya sido la mejor.
Porque en la ecuación interviene Joe Biden un presidente
estadounidense con importantes vínculos personales y comerciales con Ucrania
(su hijo Hunter Biden era empresario en Ucrania), que atraviesa un momento
delicado en su gobierno a punto de perder las elecciones legislativas de medio
término a fin de año.
Además, está el tema del gasoducto Nord Stream 2
contruido por Alemania y Rusia y que afecta seriamente la economía de Ucrania
haciéndole perder dos mil millones de dólares anuales en concepto de regalías
de paso por el gasoducto Nord Stream 1, Los deseos de las empresas
estadounidense de entrar en el mercado europeos con gas licuado rompiendo la
dependencia de la Unión Europea del gas ruso.
Pero no solo el gas licuado estadounidense en más caro
sino que si los rusos toman el control de Ucrania no necesitan el Nord Stream 2
porque tendrán el gasoducto del gasoducto ucraniano para seguir exportando su
gas a Europa. ¿Estará dispuesta Europa a aplicar sanciones a los rusos prescindiendo
del gas que le suministran?
Por último, están las importantes alemanas (también
francesas) en Rusia.
Alemania fue el país más beneficiado por la desaparición
de la URSS, desde antes de diciembre de 1991 los alemanes aprovecharon los
importantes vínculos comerciales y la diplomacia secreta forjada desde los
tiempos del canciller socialdemócrata Willy Brandt (1969 – 1974) y su “Neve
Ostopolitik” (Nueva Política Oriental) que en plena Guerra Fría comenzó un
acercamiento hacia el Kremlin de Leonid Breznev.
Sus sucesores discretamente siguieron en la misma línea y
por eso Alemania fue el país europeo que más rápidamente y mejor pudo aprovechar
económica y políticamente las oportunidades que se habrían para ella en el
antiguo espacio soviético y especialmente en Rusia.
Por lo tanto, Alemania tiene mucho que perder y casi nada
que ganar aplicando sanciones económicas a Rusia.
Hoy ante el avance de las tropas rusas por Ucrania, el
mundo parece necesitar de un apaciguador al estilo de Neville Chamberlain mucho
más que un guerrero como Winston Churchill.
Especialmente, porque en 2022, los ejércitos en el conflicto
cuentan con arsenales nucleares y armas convencionales muchísimo más
destructivas que las existente en 1939 cuando Alemania invadió Polonia. Por eso
se impone una mayor prudencia.
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