El hallazgo accidental de una fosa con
8.600 cadáveres en la ciudad de Odessa revive todo el horror del genocidio del
pueblo ucraniano a manos del régimen soviético.
Obreros
que realizaban obras de ampliación de un aeropuerto en la ciudad portuaria de
Odessa a orillas del Mar Negro, en el sur de Ucrania, encontraron un
enterratorio clandestino compuesto por 29 fosas comunes con un total aproximado
de 8.600 cadáveres.
Al
parecer los cuerpos datan de finales de la década de 1930, la época del “Gran
Terror” o “Yezhovschina”, (la época de Yezhov). Cuando la NKVD (el
servicio de inteligencia y policía política de la Unión Soviética) era dirigido
por Nikolay Yezhov (de septiembre de 1936 a noviembre de 1938) cuando la
población soviética fue purgada de “elementos antisociales extraños”.
Aunque la identificación de los restos será difícil por falta de registros y
por la negativa a colaborar de Moscú.
La “depuración”
llevada a cabo a través del Gran terror afectó a todos los sectores de
la sociedad soviética desde los miembros del Politburó, pasando por los altos
mandos del Ejército Rojo y la NKVD (el propio Yezov terminó con un disparo en
la nuca) hasta los ciudadanos detenidos en la calle para cumplir con las cuotas
de “enemigos del pueblo”.
En
tres procesos públicos espectaculares en Moscú, ordenados por el Camarada
Stalin, de agosto de 1936, enero de 1937 y marzo de 1938, los compañeros más
prestigiosos de Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, (Zinoviev, Kamenev, Krestinski,
Rykov, Piatakov, Radek, Bujarín y otros) “confesaron”, antes de ser ejecutados,
haber organizado “centros terroristas” de obediencia “trotsko – zinovievista”
o “trotsko – derechista”, para derribar al gobierno soviético, asesinar
a sus dirigentes, restaurar el capitalismo (que ellos mismos habían derrocado
en octubre de 1917), ejecutar actos de sabotaje, erosionar el poder de la URSS,
desmembrar la Unión Soviética y separa de ella en beneficio de Estados
extranjeros a Ucrania, Bielorrusia, Georgia, Armenia, el Extremo Oriente
Soviético…
Así se
inició la etapa más intensa de la “liquidación de los antiguos kulaks,
criminales, espías y otros elementos antisoviéticos” que tuvo lugar desde
agosto de 1937 a mayo de 1938 y que según el historiador británico Robert
Conquest implicó seis millones de arrestados, tres millones de ejecuciones (la
mayoría de ellas efectuadas con un disparo en la nuca en una oscura mazmorra de
los sótanos del edificio de la Lubyanka) y dos millones de fallecidos en el
Gulag (la red de campos de concentración soviéticos).
En
realidad la era del terror en la Unión Soviética comenzó el 27 de diciembre de
1929 cuando Iósif Stalin anunció el paso de “la limitación de las tendencias
explotadoras de los kulaks a la liquidación de los kulaks como clase.”
La
categoría de “kulaks”, que se traduce como “campesino rico” era
muy imprecisa cuando no insólita. Podía convertirse en kulak un campesino por
se dueño de una vaca o de un caballo, por haber vendido en el verano granos en
el mercado o por haber empleado dos meses en 1925 o 1926 a un jornalero, por
haber poseído dos samovares o por haber carneado un cerdo en septiembre de 1929
“con la finalidad de consumirlo y de sustraerlo así de la apropiación socialista”.
La
represión a los kulaks bajo estos parámetros fue propicia para arreglar cuentas
personales, para el oportunismo y el pillaje porque todos los bienes de los
arrestados se vendían en subasta en el lugar de detención, muchas veces a
precios viles.
La
guerra contra el kulaks fue el inicio del proceso de colectivización forzada y
el consiguiente genocidio que devastó la zona cerealera de la República
Socialista de Ucrania, Kuban, el Norte del Cáucaso, Kazajistán y las riberas
del río Volga.
Esta
tragedia fue denominada “Holodomor” en ucraniano “hambre provocada o
artificial” por el escritor Oleksa Musienko, en 1988, para referirse al
proceso de colectivización forzada, saqueo al campesinado, confiscación de
cosechas y rusificación implementada en Ucrania entre 1931 y 1933 por el
régimen de Stalin y que según Stépane Courtois[i] llevó a la muerte por
hambre o fusilamiento a seis millones de campesinos, en su mayoría ucranianos y
a la deportación a otros dos millones de personas, entre ellos ancianos y
niños. Los deportados fueron transportados apiñados en vagones de carga, sin
agua ni baños. Los que arribaban vivos a su destino en el Ártico o Siberia
terminaban muriendo al poco tiempo de frío, hambre o los trabajos extenuantes.
La
aparición en 2021 de estas fosas en Odessa revive todo el horror de esos años y
abre un nuevo frente de tormenta con Moscú, debido al énfasis que Vladimir
Putin pone en reivindicar el “pasado de gloria” de la era soviética.
Aunque seguramente el Kremlin insistirá en responsabilizar a las tropas nazis
por esos crímenes.
[i]
COURTOIS, Stéphane: Los crímenes del comunismo. En la obra colectiva “El
libro negro del comunismo”, Ed. Planeta. Madrid. 1998. P.171.
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