A un mes de la elecciones Primarias
Abiertas Simultáneas Obligatorias el oficialismo se debate en la incertidumbre
y zozobra que provocan las escandalosas reuniones presidenciales en la Quinta
de Olivos y su baja performance en las encuestas.
Hasta
hace un par de meses las empresas encuestadoras -muchas de ellas con lucrativos
contratos con el gobierno- anunciaban una amplio triunfo del Frente de Todos en
las elecciones legislativas de mitad de mandato que tendrían lugar en noviembre
de 2021.
Dado
que la oposición debe renovar un mayor número de bancas, los analistas
políticos centraron sus especulaciones en determinar si el oficialismo
alcanzaría el quorum propio o incluso la mayoría en la Cámara de Diputados.
El
gobierno confiaba en repetir su estrategia tradicional para ganar elecciones:
poner dinero en el bolsillo de la gente un mes antes de los comicios. El
periodista Jorge Lanata, en base a datos de la consultora Equilibria, ha
estimado que el gobierno está inyectando 425.510 millones de pesos para
estimular el consumo. Si a esta cifra se suman los subsidios energéticos,
créditos a tasa cero y las transferencias a las provincias el estímulo oficial
preelectoral rondaría los ochocientos millones de pesos.
La
segunda fase de esa estrategia comprende lubricar con dinero en efectivo a su
extensa red clientelística de punteros barriales y organizaciones sociales de
base, que integran agrupaciones como Barrios de Pie, Movimiento Evita, Unión de
Trabajadores de la Economía Popular y otras, para mantener el control la calle
y colaborar en la fiscalización del proceso de votación.
En las
últimas semanas la situación se modificó drásticamente. Comenzaron a difundirse
encuestas que hablan de casi paridad entre el oficialismo y la principal
coalición opositora: Juntos (ex Juntos por el Cambio). Incluso algunas
encuestas comenzaron a anunciar un claro triunfo opositor.
Además,
las encuestas contratadas por el gobierno que dan por triunfador al Frente de
Todos lo sitúan dentro del margen de error técnico. Donde se observa el mayor
retroceso es en la provincia de Buenos Aires. Allí, en las elecciones de
octubre de 2019 el kirchnerismo se impuso por el 16,2% (52,1 a 35,9%) y hoy los
sondeos dan al oficialismo como perdedor (hasta por 7%) o ganando por un margen
muy ajustado. Todos esto sondeos se practicaron antes del escándalo de las
reuniones y visitas en la Quinta de Olivos.
Cabe
preguntarse entonces ¿Qué ha cambiado para que esta estrategia parezca no estar
dando resultado?
Fundamentalmente,
podría decirse que se debe al deterioro de la economía pero no todo el mal
humor con el oficialismo se reduce a ella. El PBI se derrumbó en 2020 y la recuperación
de este año ha sido muy baja. La inflación que el gobierno estimó en el 29% se
sitúa actualmente en la franja del 50% interanual. Los salarios se desplomaron
entre un 25 y 30% en pesos y muchísimo más si se calcula en dólares.
Durante 2020 cerraron en todo el país 90.700
locales y 41.200 pymes, lo que generó que unos 185.300 trabajadores quedaran
afectados, según una encuesta realizada por la Confederación Argentina de la
Mediana Empresa (CAME).
En dos
años de gobierno kirchnerista por la crisis económica y la mayor percepción de
riesgo político y judicial dejaron el país o redujeron sustancialmente sus
negocios 33 empresas multinacionales; generando un proceso de desinversión que
impacta en variables clave de la economía como el empleo y la escasez de
capitales. En ese periodo se perdieron 1,5 millones de empleos formales. Hoy hay
menos empleos privados que hace una década.
Según
datos de la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC, la indigencia o pobreza
extrema subió del 8,6% al 11,2% y la pobreza según datos oficiales alcanzó al
39,5% (en estimaciones privadas llega al 50%), sumando 2,5 millones de nuevos
pobres. A nivel nacional los pobres suman 18,1% millones de argentinos. De
ellos más de diez millones requieren asistencia alimentaria para sobrellevar la
crisis. Entre los menores de 18 años, la pobreza alcanza al 57% de los niños.
Este
desquicio socioeconómico no cambia sustancialmente con la inyección de dinero
que esta dispuesto a realizar el gobierno unos días antes de las PASO.
Además,
hay que considerar que los argentinos han enfrentado debido a la forma en que
el gobierno ha manejado la pandemia uno de los aislamientos más prolongados del
mundo que sin embargo no pudo evitar que murieran 110.000 personas y tan solo
el 18% de la población total tiene el esquema de vacunación completo con dos
dosis.
Las
personas sufrieron las consecuencias psicofísicas del encierro, de no poder
enviar sus hijos a la escuela, los cuentapropistas de no poder trabajar, los
enfermos crónicos de no poder continuar con sus tratamientos todo ello para
descubrir que mientras el presidente Alberto Fernández y su pareja realizaban
reuniones sociales en la Quinta de Olivos y recibían a estilistas, personal
trainer, asesores de imagen y hasta al entrenador de sus perros.
La
combinación de estos factores hicieron que rápidamente una parte del electorado
que voto al kirchnerismo en 2019 descreyera del “relato oficial”,
especialmente cuando no puedo, como esperada, comprar el asado del domingo y al
ver que el peso del ajuste se descargaba sobre los jubilados.
El
problema se agravó por la pérdida de militancia y el descrédito del “socialismo
del siglo XXI” (en especial en Cuba y Venezuela), del cual el kirchnerismo
es ideológicamente tributario, que llevó a los votantes más jóvenes a
inclinarse hacia las ideas liberales libertarias.
Los
integrantes de La Cámpora, en promedio hoy están por encima de los cuarenta
años, muchos se han convertido en funcionarios y legisladores, han cambiado sus
domicilio a zonas y barrios más prósperos de aquellos en que residían cuando
iniciaron su militancia en lo que entonces era una agrupación juvenil del
kirchnerismo. Este hecho y la falta de un recambio generacional ha llevado a
una suerte de “aburguesamiento” y falta de militancia barrial en los
cuadros del kirchnerismo que carece de presencia en el electorado de base.
Para
colmo, sus socios de las agrupaciones piqueteras no están conformes con su
escasa presencia en el Gobierno y en las listas de legisladores. A estas
organizaciones barriales les cuesta “militar” por un lado la crisis
socioeconómica y por otro pagar el costo político de los vacunatorios “vips”
y la ostentación de algunos personajes del oficialismo. Tampoco están
dispuestos a apoyar a los candidatos del Gobierno que compiten con ellos por el
control de los mismos territorios electorales.
Todos
estos factores parecen estar generando que, aún estando en el gobierno, el
kirchnerismo este perdiendo parte de su electorado incondicional. A aquellos
votantes que lo apoyaban en cualquier
circunstancia, cualquiera fueran sus candidatos y le otorgaba un piso del 25%.
Así lo indican las dos recientes elecciones provinciales donde el kirchnerismo
obtuvo 14,3% en Misiones y en Salta el 9,17%.
No es
suficiente con que Cristina Kirchner se ponga “la campaña al hombro” y
salga a dar un par de discursos encendidos con los argumentos de siempre:
culpar de todo a Mauricio Macri, a los poderes concentrados y a la prensa
hegemónica. Resulta evidente que el gobierno no encuentra la fórmula para
revertir el clima de disgusto y apatía imperante en la población.
Los
votantes parecen dispuestos, en esta elección legislativa, a decirle al
gobierno que no esta conforme con sus dos primeros años en la Rosada. En el
kirchnerismo lo saben pero no encuentran la forma de revertirlo por lo cual su
mayor preocupación reside en saber por cuanto perderán las PASO, como recuperar
votantes para la votación en noviembre. Y, especialmente, como será gobernar
los dos años restantes a un país en crisis sanitaria y socioeconómica sabiendo
que es un “pato rengo” que no tendrá sucesión del mismo espacio político en
2023.
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