martes, 24 de noviembre de 2020

TRAGEDIA HUMANITARIA EN ETIOPÍA


Una cruenta guerra civil, originada en rivalidades étnicas, provoca matanzas y migraciones forzadas que amenazan con desestabilizar el Cuerno de África.

Etiopía, antiguamente conocida como Abisinia, es una Nación sin Litoral, situada en el Cuerno de África. Con sus cien millones de habitantes es el tercer país más poblado de África (después de Nigeria y Egipto). Sus principales grupos étnicos son los: Oromo, Amhara, Tigray, Sidama, Hadiya, Somalíes, Afar, Gurage, Gamo, Welaita y Arg oba. Las sagas históricas del Imperio Etíope relatan las interminables batallas entre trigiños, wollo, oromo y otros grupos en cambiantes alianzas con dinastías y pretendientes al trono.

Con 1.104.300 km² es el vigésimo séptimo país más extenso del mundo con un territorio similar al de Bolivia.

La mayor parte de Etiopía integra el Cuerno de África, que es el extremo oriental del continente africano. Al oeste limita con Sudán y Sudán del Sur, al norte con Yibuti y Eritrea, al este con Somalia, y al sur con Kenia. El Gran Valle del Rift atraviesa el país de noreste a suroeste, creando una zona de depresión que es cuenca de varios lagos.

Tras la independencia de Eritrea en 1994, Etiopía se convirtió en un Estado sin litoral, dependiendo en gran medida de Yibuti para sus exportaciones marítimas. Más del 95% del comercio etíope pasa por Yibuti y representa el 70% del puerto de ese país.

Su economía está centrada en la explotación agrícola, que genera el 45% del producto interno bruto, el 80% de la exportaciones y absorbe el 20% de la mano de obra, El producto principal es el café destinado en su casi totalidad a la exportación. La agroindustria cafetera permite directa o indirectamente la prosperidad y supervivencia del 25% de su población.

Etiopía es uno de los estados africanos mejor preparados para la guerra. Su sistema de defensa nacional consta de ciento cuarenta mil hombres que tras más de veinte años de lucha contra Eritrea, las milicias fronterizas y conflictos internos cuentan con mucha experiencia de combate. Por su parte, el Frente Popular de Liberación de Tigray cuenta con su propio ejército regular perfectamente equipado.

Hacia 1974, el anciano Negus (Emperador) Haile Selassie se enfrentaba a un gran descontento popular, agudizado por derrotas militares a manos de guerrilleros eritreos y por un gran hambruna en las provincias de Wolo y Tigray debido a una sequía. El descontento detonó un golpe de Estado liderado por oficiales de baja graduación del Ejército y promovida por grupos políticos marxistas, que terminó con la instalación de una Junta Militar conocida como “Derg”.

En 1977, asume el control del “Derg” el coronel Mengistu Haile Mariam, quien instauró la República Democrática Popular de Etiopía estilo soviético. Durante este periodo se socializa la economía y en el plano internacional el país se alineó con el Bloque Socialista.

En mayo de 1991, Meles Zenawi al mando de las milicias del Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope alcanza la victoria sobre los efectivos de Mengistu Haile Mariam que debe huir a Zimbabue, al amparo del dictado Robert Mugabe, donde permanece exiliado.

El tigray Meles Zenawi asumió la presidencia e inició un período de reformas políticas y sociales que llevan a abandonar el modelo soviético de “república popular”. Zenawi, con el apoyo del Frente de Liberación Popular de Tigray.

Entre 1997 y el 2000 se libra una violenta guerra contra los eritreos que finaliza con la independencia de Eritrea y la perdida de la salida al mar de Etiopía.

Si bien, Etiopía prosperó durante los años del gobierno de Zenawi otros grupos étnicos recelaron del dominio de la etnia tigray en la distribución de los principales cargos políticos.

Meles Zenawi falleció en agosto de 2012, entonces asumió como primer ministro, su vice Hailemariam Desalegne (20/08/2012 – 02/04/2018), también perteneciente a la coalición multiétnica Frente Democrático del Pueblo Etíope (EPRDF), que también integra el Frente Popular de Liberación Tigray.

El predominio de la etnia tigray llegó a su fin hace dos años, cuando una ola de rechazo popular llevó al gobierno al primer ministro reformista Abiy Ahmed, de 41 años, de madre amhara y padre oromo. Abiy Ahmed es el primer político de la etnia mayoritaria oromo en ocupar ese cargo y llego al poder gracias al apoyo del Frente Democrático del Pueblo Etíope (EPRDF).  

En un país profundamente fragmentado y con más de ochenta grupos étnicos, muchos de ellos tradicionalmente marginados del proceso político, Ably fue visto como una bocanada de aire fresco. Rápidamente implementó medidas de distensión: liberó a los presos políticos, permitió el regreso de políticos exiliados y ganó el Premio Nobel por firmar la paz con Eritrea.

No obstante, pronto estallaron otros conflictos. Los propios oromo protagonizaron un levantamiento popular por el asesinato de un cantante nacionalista. En 2018, mil personas resultaron asesinadas por violencia étnica y unos dos millones y medio de etíopes debieron dejar sus hogares por conflictos étnicos. Incluso el propio Abiy Ahmed sufrió un intento de asesinato.

La situación política comenzó a complicarse cuando el primer ministro Abliy Ahmed disolvió la coalición multiétnica que había gobernado el país los último veinte años y creó el Partido de la Prosperidad. El FLPT se negó a sumarse a dicho partido y rompió sus relaciones con el gobierno federal.

El pasado 4 de noviembre estalló la guerra civil cuando Abiy lanzó una ofensiva militar, corto las comunicaciones -en especial el servicio de internet- y restringió el acceso de los corresponsales de prensa internacionales a la región de Tigray por un supuesto ataque del Frente Popular de Liberación Tigray -FPLT- contra dos bases del ejército federal próximas a Mekele, la capital regional. El FPLT, que gobierna a los más de cinco millones de habitantes en la montañosa región semiautónoma en el norte del país, declaró el estado de emergencia contra la “invasión” del gobierno etíope.

En realidad, el conflicto en Tigray se inició cuando en este estado montañoso del norte se celebraron unilateralmente elecciones legislativas que el primer ministro había prohibido con la escusa de la pandemia de coronavirus.

El gobierno federal se negó a reconocer el resultado de los comicios y el Ministerio de Finanzas dejó de distribuir fondos al gobierno regional de Tigray.

Desde la invasión de las fuerzas federales a Tigray se suceden los combates que incluyen el empleo de la fuerza aérea, artillería pesada e intercambio de ataques misilísticos. Además, milicias de la étnica Amhara (20% de la población) se sumaron a las fuerzas federales para combatir al FPLT.

Amnistía Internacional denunció que el 9 de noviembre se produjo una masacre de población civil en la urbe de Mai-Kadra, en la que posiblemente cientos de personas fueron asesinados con cuchillos, machetes y palos. La ONG humanitaria responsabilizó al Frente Popular de Liberación de Tigray por los asesinatos.

En menos de dos semanas, el conflicto pareció expandirse más allá de las fronteras de Etiopía. El 13 de noviembre, las fuerzas tigrenses dispararon misiles fuera de sus fronteras y atacaron los aeropuertos de las ciudades etíopes de Bahir Dar Gondar, de donde operaba la fuerza aérea federal. Al día siguiente, al menos tres misiles impactaron en Amara, la capital de Eritrea. El 21, el líder del FLPT, Debretsion Gebremichael, anunció que los tigray habían lanzado misiles contra Eritrea en respuesta al supuesto apoyo de Asmara a la invasión de Tigray al permitir que los aviones de la Fuerza Nacional de Defensa de Etiopía despegaran de sus aeropuertos.

Las Fuerzas de Defensa de Etiopía capturaron, tras intensos combates con empleo de artillería y vehículos blindados, la ciudad tigrense de Humera, situada al noreste de Etiopía, en los confines de Sudán y de Eritrea, que sufrió graves daños en su infraestructura afectando a sus treinta mil habitantes.

Actualmente, los combates se han desplazado hacia el este montañoso que alberga la capital regional de Mekele, una ciudad de medio millón de habitantes que alberga a un número indeterminado de refugiados llegados desde el comienzo de los combates. La captura de Mekele y de los principales dirigentes del FPLT es el objetivo final de la ofensiva de las fuerzas gubernamentales.

El domingo 22 por la noche el primer ministro Abiy Ahmed lanzó a los dirigentes rebeldes de Tigray un ultimátum de 72 horas para deponer su actitud y rendirse, al cual el líder tigrense Debretsion Gebremichael replico: “Somos un pueblo de principios, y estamos dispuestos a morir por ellos.”

El más reciente informe de ACNUR registra que al menos unos treinta mil etíopes se desplazaron forzosamente hacia Sudán y desde el oeste hacia el norte de Tigray. La mayoría de los refugiados que llegan a Sudán son niños y mujeres que caminaron largas distancias para preservar su vida.

Mientras tanto, diversos organismos internacionales: Naciones Unidas, Unión Europea y Unión Africana, Unicef, ACNUR y diversos países individualmente: Noruega, Nigeria, Yibuti, etc. han multiplicado sus gestiones diplomáticas exhortado infructuosamente a los combatientes a implementar un alto al fuego. El mundo teme que, además de los costos humanitarios del conflicto, las operaciones militares en Etiopía terminen expandiéndose y desestabilizando todo el Cuerno de África.

Para colmo de males, Etiopía no solo enfrenta conflictos internos derivados de tensiones étnicas sino también problemas con sus vecinos africanos. Uno de los conflictos internacionales más importantes es el que mantiene con Egipto, por la construcción de la Gran Presa del Renacimiento Etíope, que compromete ser un gran avance para la modernización de la economía etíope, principalmente su agricultura, pero la iniciativa pone en riesgo la seguridad alimentaria del vecino del norte.

Cientos de millones de personas viven de las aguas del río Nilo. Especialmente Egipto, cuyo consumo hídrico depende del 96% del río más largo del mundo. Sin embargo, la construcción cientos de kilómetros río arriba de la presa etíope pone en cuestión del statu quo histórico que durante años ha dado a Egipto un acceso preferente a las aguas del Nilo. Este conflicto ha llegado a escalar hasta las amenazas militares.

Por lo tanto, urge terminar con la guerra civil en Etiopía para evitar su expansión y la posibilidad de un drama humanitario por limpieza étnica o hambruna.

 

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