lunes, 2 de noviembre de 2020

DEJEN A ALBERTO FRACASAR TRANQUILO


 

La lapidaria frase acuñada por el escritor Jorge Asís en referencia al presidente Alberto Fernández amenaza con convertirse en una cruel realidad ante la mirada azorada de los argentinos.

Si la ciencia política pudiera contar con leyes universales como la física o la química seguramente una de las primeras leyes que establecería sería la “Ley de vacío político”.

Es decir que, en un sistema político cualquier vacío de poder que deja un actor político es inmediatamente ocupado por otro actor.

Si el presidente Alberto Fernández hubiera tomado en consideración este principio básico de la política posiblemente hubiera meditado más su proceder para evitar el evidente vacío de poder que ha generado su gobierno en la Argentina de hoy.

Alberto Fernández gobierna con lentitud e ineficacia diciendo una cosa y todo lo contrario veinticuatro horas más tarde, sin dar instrucciones precisas a sus ministros o explicitar un plan de gobierno.

Mientras tanto, el país anarquizado se debate en una crisis económica que ha agotado las reservas de divisas de libre disponibilidad del Banco Central, ha disparado el valor de dólar, potenciando la profunda recesión y la inflación.

Las consecuencias de la crisis golpean duramente a la población jaqueada por la pobreza, la informalidad y un nivel histórico de desempleo.

Este dramático cuadro social se ve potenciado por el espantoso manejo que han hecho las autoridades nacionales de la pandemia de covid que ya ha costado la vida a más de treinta mil personas, situando al país sexto entre las naciones más afectadas por la enfermedad en el mundo.

Frente a esta crisis el presidente Fernández no parece estar a la altura de las necesidades del país. Fernández no se le cae una idea ni por casualidad. Incluso muy suelto de cuerpo afirma que no cree en planes de gobierno, o sea, que conduce al país resolviendo los problemas día a día sin saber muy bien hacia dónde va.

Argentina se convierte así en un país gobernado tácticamente sin plan estratégico que establezca metas de mediano y largo plazo y regule los medios para alcanzarlos.

No puede sorprender entonces el clima de desconcierto e incertidumbre que impera no sólo en la clase política sino también en el conjunto de la sociedad argentina.

En un principio muchos observadores creyeron que la inoperancia del presidente Fernández se debía al hostigamiento o condicionamiento impuesto por la jefa del Frente de Todos, Cristina Fernández de Kirchner. Es conocido que la Vicepresidenta tiene su propia “lista negra” de dirigentes peronistas vetados y un programa político inspirado en el socialismo del siglo XXI de raíz chavista.

Sin embargo, Alberto Fernández también tiene su propia agenda basada en sus vínculos con el Consenso de Puebla y el apoyo a expresidentes populistas en desgracia como Evo Morales o Inacio Lula da Silva. Incluso cuenta con una lista de kirchneristas vetados. No quiere cerca suyo a ninguno de los exfuncionarios de Cristina con problemas en la justicia debido a acusaciones de corrupción o aquellos con los cuales tuvo enfrentamientos en sus tiempos de Jefe de Gabinete como el inefable Aníbal Fernández o el verborrágico Guillermo Moreno.

Hoy la opinión pública está convencida de que los errores del gobierno son más responsabilidad del presidente Fernández que del veto de Cristina Kirchner.

Entonces, a río revuelto ganancia de pescadores dice el refrán y son muchos los pescadores que aprovechan para intentar sacar beneficio de los errores e indefiniciones y del vacío de poder generado por el Presidente.

Los sectores más radicalizados de dentro y fuera del gobierno corren a Alberto Fernández por izquierda con tomas de terrenos, rebeliones de presos en las cárceles, ataques a los derechos de propiedad, expresiones de rebeldía -como la renuncia de la exembajadora Alicia Castro o el vedetismo de Sergio Berni- o demandas menores que son irritativas para algunos sectores de la sociedad, como el “impuesto a la riqueza”, la legalización del aborto o la imposición compulsiva del lenguaje inclusivo.

Estas operaciones dan visibilidad a grupos minoritarios y a dirigentes sin ningún peso electoral, como el polémico  Juan Grabois, cuya única entidad pública proviene del apoyo financiero y político que recibe del papa Francisco y del dinero que recauda con sus extorsiones a los gobierno provinciales y municipales.

Porque muchos de estos grupos que agitan en las calles y las tomas de terrenos tienen por único propósito incrementar los aportes monetarios que reciben mensualmente del Estado nacional. Así se ofrecen como mediadores o presentantes de los pobladores que reclaman soluciones inmediatas sus más acuciantes necesidades. Primero arman las tomas con el lumpen violento, instalan familias necesitadas -en ocasiones cobrándoles para dejarlos participar de la toma- y luego negocian con el Estado desocupar la toma a cambio de dinero y otras ventajas.

Ante la agudización de la crisis también otros dirigentes del Frente de Todos y de la oposición explotan las falencias de la Casa Rosada.

La primera en tratar de despegarse del fracaso de Fernández e intentar aportar otra mirada, es la propia Cristina Kirchner.

El 27 de noviembre, Cristina Kirchner dio a conocer una carta de la cual presidente se enteró por los diarios como el resto de los argentinos. En la misiva, la Jefa reconoce que “Alberto Presidente” es una creación suya, aunque se apura a tomar distancia de los errores del presidente que ayudó a consagrar.

Finalmente, Cristina Kirchner propone en un tono imperativo, una suerte de diálogo con la oposición para alcanzar algún tipo de consenso que aumente la gobernabilidad del país. Así, la Vicepresidenta recurre a la misma estrategia empleada por su amigo el dictador venezolano Nicolás Maduro que en cada oportunidad en que se ve acosado por las protestas opositoras arma algún tipo de mesa de negociación para ganar tiempo y reforzar su posición.

La propuesta de Cristina consiguió poco apoyo de propios y ajenos. Pero, para el presidente Fernández, salir a buscar el apoyo de la oposición para dar sustentabilidad a su gobierno implica reconocer su fracaso a tan sólo diez meses de haber asumido la presidencia.

Para la oposición tampoco resulta atractivo dar un “cheque en blanco” a un gobierno que carece de un proyecto claro y sustentable para el país. Tampoco queda claro qué tipo de concesiones está dispuesto a hacer el Frente de Todos para obtener gobernabilidad y reducir la “grieta” que divide a los argentinos.

Además, que tipo de “acuerdo nacional”  pueden establecer con un gobierno donde el presidente y su vicepresidenta y jefa del movimiento no se hablan desde hace meses y evitan presentarse juntos en público.

Es difícil establecer el siguiente paso de Cristina. Seguirá tolerando la peligrosa ineficiencia de Alberto Fernández o tomará medidas al respecto.

También el futuro del presidente Fernández se torna incierto si pierde el apoyo concreto de la real e indiscutida jefa del espacio político que gobierna el país.

No es extraño entonces que frente a la crisis y el autismo que exhibe el Presidente y su gabinete algunos dirigentes políticos -oficialistas y opositores- buscan ganar protagonismo.

Cristina Fernández negocia por su cuenta con el gobierno de Vladimir Putin para traer al país la vacuna rusa contra el covid ante el silencio del presidente y de su ministro de Salud Ginés González García.

El presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, tercero en la línea de sucesión presidencial, recorre los canales de televisión. El líder del Frente Renovador intenta crear la imagen de una alternativa de poder que lo tenga por protagonista, con Martín Redrado como posible ministro de Economía y en alianza de un sector del radicalismo encabezado por Ricardo Alfonsín, el hoy embajador en España.

También el expresidente Mauricio Macri ha abandonado su voluntario ostracismo para intentar presentarse como líder absoluto del espacio de Juntos por el Cambio obviando el traumático final de su gobierno en diciembre pasado, el fuerte rechazo que despierta en un sector del electorado y la existencia de otros dirigentes con peso y mérito para aspirar al liderazgo del país. Mientras tanto, juega con dos alfiles: Patricia Bullrich y Miguel Ángel Pichetto.

También la siempre oportuna Lilita Carrió abandonó su retiro de la política antes de un año, multiplica sus polémicas declaraciones habituales e incrementa sus contactos y reuniones en la búsqueda de renovar su candidatura para volver al Congreso. Posiblemente, como un primer escalón para construir una candidatura aún más relevante.

El jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta se dedica pacientemente a gestionar su territorio. Por algo es el único dirigente político que ha visto crecer su imagen positiva en medio de la crisis y la pandemia. Mientras tanto, lenta y silenciosamente teje alianzas y forja planes para lanzar en el momento oportuno su candidatura presidencial.

Otro tanto hace, el senador radical Martín Lousteau con respecto a la jefatura de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Recorre los medios de comunicación e incrementa sus actividades, siempre de la mano del silencioso e incansable Enrique “Coty” Nosiglia con los ojos puesto en la elección de 2023.

También el actual vicejefe de Gobierno de la ciudad, el experonista hoy miembro del PRO, Diego Santilli, un dirigente activo y con capacidad de gestión, quien se dispone a dirimir en una interna la sucesión de Rodríguez Larreta al final de su mandato.

Así lentamente, comienza a configurarse el escenario electoral para los comicios legislativos de medio turno a realizarse en octubre de 2021.

Las llamas de la hoguera de vanidades en que se ha convertido la política argentina crepitan impiadosas consumiendo los egos de los políticos argentinos y el destino del cuarto gobierno kirchnerista.

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