El 25 de mayo de 1973, la asunción de un gobierno
democrático, y el retorno al poder del peronismo tras casi dos décadas de
proscripción, marcó uno de los periodos más caóticos y anárquicos de la
historia argentina. Durante los 1.035 días que duraría esta nueva experiencia
democrática se alternarían en el poder cuatro presidentes de la nación y
ochenta ministros.
LA CASA MONTONERA
El clima de anarquía, que imperó entre el 25 de mayo de 1973 y el 24 de marzo de 1976, comenzó en el mismo acto de traspaso del gobierno a las autoridades electas. En la Casa Rosada -bautizada por los manifestantes como “Casa Montonera”-, donde la ceremonia de asunción del presidente Héctor J. Cámpora se realizó en un marco cargado de tensión. En la Plaza de Mayo se produjeron incidentes entre las autoridades militares salientes y los manifestantes peronistas que arrojaron varios muertos, cinco automóviles particulares, una motocicleta y un camión celular de la Policía Federal volcados e incendiados.
Desde el día anterior grupos de
manifestantes juveniles acamparon y encendieron fogatas en la Plaza de Mayo.
Enormes banderas y las fotos de los terroristas muertos en Trelew anunciaban la
presencia de las “formaciones especiales”: FAP, FAR y Montoneros.
Los manifestantes alborozados entonaban cánticos contra los militares: “Se
van, se van y nunca volverán”. Otras consignas anunciaban la llegada de la
utopía al poder: “Que lindo, que lindo, que lindo que va a ser, el
Hospital de Niños en el Sheraton Hotel”.
Héctor J. Cámpora era un dirigente
histórico del peronismo que había sido presidente de la Cámara de Diputados
durante la primera presidencia de Juan D. Perón. Su principal mérito, además
del hecho de haber sido compañero de salidas nocturnas del malogrado hermano de
Evita, Juan Duarte, era la fidelidad perruna que sentía por Perón. Muchos
recordaban la frase desafortunada con que Cámpora respondió a Perón cuando en
una ocasión le preguntó la hora. “La que
usted quiera general, la que usted quiera” fue la respuesta del odontólogo
devenido en político.
En 1971, Perón lo designó “Delegado Personal” para representarlo
en las negociaciones con la Junta Militar. Cámpora reemplazó a Daniel Paladino
que había caído bajo la influencia del general Alejandro A. Lanusse. Luego lo
convirtió en candidato presidencial del FREJULI pese a la oposición de la
dirigencia sindical y de la mayoría del sector político del movimiento
peronista. Sólo los sectores juveniles veían con simpatía al antiguo odontólogo
al que denominaban cariñosamente: “El tío”.
El día de la asunción del nuevo gobierno,
una verdadera alfombra humana cubría la Plaza de Mayo y la avenida homónima,
desde la casa Rosada hasta el edificio del Congreso Nacional. Para muchos esta
era la posibilidad de ver un verdadero acto peronista, el primero desde agosto
de 1955. Un acontecimiento que sólo conocían por referencias de sus mayores. La
euforia popular y la curiosidad fueron más convocantes que la ideología
política. Todos querían sumarse a la fiesta ciudadana y saludar al nuevo
gobierno democrático. Parejas jóvenes concurrían con sus hijos de corta edad
esgrimiendo banderas argentinas. Hombres maduros, que habían acompañado a Perón
en los días de 1945, volvían al escenario de tantas convocatorias populares
anhelando que la magia hiciera resurgir la prosperidad de antaño.
Entre la multitud, ese día en la
Plaza, no faltaron personalidades de la farándula como los actores Soledad
Silveyra, Juan Carlos Gené –nombrado pocos días después director general del
Canal 7 de televisión-, la modelo Chunchuna Villafañe, Irma Roy y su marido el
periodista Osvaldo Papaleo, el cantante Piero, mezclados con intelectuales como
Arturo Jauretche, sacerdotes tercermundistas como Carlos Múgica, o incluso el
cardiocirujano Miguel Ángel Bellizi. Pero, poco faltó para que la fiesta
terminara en tragedia.
CÁMPORA EN EL CONGRESO
Siguiendo la tradición, Cámpora concurrió
al Congreso Nacional para jurar su cargo ante la Asamblea Legislativa formada
por ambas cámaras de legislatura. El odontólogo de San Andrés de Giles leyó un
extenso y tedioso discurso durante tres horas y media. En el cual propuso un
ambicioso programa de gobierno que no lograría cumplir en los escasos 49
días que duraría su presidencia.
En la alocución no faltaron los reiterados
elogios a Perón y Evita y un encendido tributo a “una juventud
maravillosa [que] supo responder a la violencia con la
violencia”, pero dio la seguridad a los asistentes de que “la
violencia decaerá. La paz prevalecerá”.
Cámpora, para remarcar la orientación
que seguiría su gobierno dijo: “No vacilo en proclamarlo: ¡es la hora
de Perón! Y sé que interpreto el sentimiento que anida en los hombres y mujeres
de Patria”. [...] “¡Por decreto del 31 de octubre de 1955 quienes utilizaban
sus armas contra el pueblo privaban de su grado al Teniente General don Juan
Perón!” [...] “Como Presidente de los argentinos e interpretando su
asentimiento prácticamente unánime he de hacer todo lo que sea necesario para
el reintegro formal del grado al General don Juan Perón.”
La extensa alocución concluía
diciendo: “La Revolución pacífica que vamos a realizar mediante un
conjunto de medidas de gobierno que irán directamente a la raíz de nuestros
males, exige también su desarme de los ánimos, que ha estado siempre en nuestro
temperamento y en nuestra intención”.
“La Revolución no es para nosotros
una gimnasia ni una profesión. Es una conducta. Desde hace treinta años, desde
1943, los hombres que hoy tenemos la responsabilidad de gobernar vivimos en
Revolución”.
“Quienes se suman hoy a nuestra
marcha tienen que aceptar que el ritmo, el procedimiento y los objetivos, los
fijamos nosotros, los que conocemos el punto de partida y las acechanzas del
camino. Los que hemos recorrido este largo sendero que, si en algunos momentos
fue de gloria y alegría, también supo ser de negación, de sangre y de dolor. Y
lo hemos transitado sin perder nunca el rumbo y sin traicionar jamás la fe
depositada en nuestras manos”.
“Nuestra posición doctrinaría es la que ha definido el general Perón. Ni más acá ni más allá de nuestra doctrina”.
“Con total acatamiento a lo que el
pueblo quiere, porque el pueblo identificó una conducta y un programa en
nosotros, a través de la figura de Perón y de la doctrina justicialista que
levantamos como bandera”.
“Esta es la lealtad esencial que el
pueblo espera de quienes fuimos elegidos por sus votos: No alterar. No
adulterar. No traicionar. Ser esencialmente fieles a la voluntad popular”.
VIOLENCIA EN LA PLAZA
Terminada la ceremonia en Congreso de
la Nación el presidente intentó trasladarse en automóvil a la Casa Rosada. La
gran multitud y el fervor de la gente impido que Cámpora hiciera el trayecto en
automóvil tal como estaba previsto. Debió trasladarse en helicóptero.
Tampoco pudo realizarse el desfile
militar. En la zona de Plaza de Mayo, en especial en la intersección de la
Avenida de Mayo con la calle Perú, se produjeron una serie de incidentes violentos
entre manifestantes y militares. En especial con el destacamento perteneciente
a la Escuela de Mecánica de la Armada. La Armada concitaba, especialmente, el
odio de los manifestantes, los peronistas ortodoxos la responsabilizaban por
los bombardeos de la Plaza de Mayo en junio de 1955, en tanto que la Juventud Peronista
los culpaba de la ejecución de dieciséis guerrilleros, presos en una base naval,
durante la llamada “Masacre de Trelew”,
ocurrida el 22 de agosto de 1972.
Otros manifestantes habían impedido a
las ocho de la mañana que el intendente municipal Saturnino Montero Ruiz,
acompañado de tres oficiales de las fuerzas armadas cumpliera con la
tradicional ceremonia de izar el pabellón nacional en el mástil de la Plaza de
Mayo.
En general, los militares eran hostigados con la consigna: “Se
van, se van / y ya nunca volverán”, “Ya van a ver / ya van a ver / cuando
venguemos / los muertos de Trelew o la más truculenta de “Duro,
Duro, Duro / Aquí están los Montoneros / que mataron a Aramburu”.
A las diez y media de la mañana, la Plaza de Mayo resultaba chica para
la multitud que presionaban, en oleadas sucesivas, sobre el palco oficial y la
propia Casa Rosada. Los manifestantes invadieron también el palco oficial que
pasó a convertirse en “Palco del Pueblo”. Había gente en los
balcones del Cabildo, en la terraza de la vieja Curia, quemada en junio de
1955, sobre el techo de la Catedral formando un gigantesco símbolo de “Perón Vuelve” para que los vieran desde
el aire. La gente se había subido a los árboles, las columnas del alumbrado público
e incluso a fachada de la Casa Rosada que por ese entonces carecía de vallado
protector.
Las puertas de la Casa Rosada debieron ser fuertemente cerradas para
impedir que grupos de exaltados manifestantes ingresaran al recinto donde debía
efectuarse la transición del mando presidencial. Los insultos y escupitajos
empezaron a llover sobre oficiales del Ejército y el cardenal arzobispo de
Buenos Aires cuando se aproximaron al edificio. Algunos jefes militares
debieron apelar a las armas para preservar su integridad de la furia de los
manifestantes, tal lo ocurrido con los custodios del Comandante en Jefe de la
Armada, Almirante Carlos Guido Natal Coda, que dispararon contra la multitud
para impedir que agredieran a su jefe provocando una decena de heridos. El
personal policial que custodiaba la zona era agredido, algunos perdieron sus
gorras y sus armas, otros debieron de aceptar pasivamente que grupos de la
Juventud Peronista pintaran con aerosoles la “V” y la “P” sobre
sus uniformes.
Por momentos, los efectivos policiales
de la Guardia de Infantería reprimían a la multitud para contenerla, el aire se
tornaba irrespirable por los gases lacrimógenos, los proyectiles de goma y las
corridas provocaban heridos y desmayados. Finalmente, grupos de activistas
de la Juventud Peronista tomaron el control del acto y comenzaron a establecer
cierto orden. A lo largo de la Avenida de Mayo se rompieron vidrieras y algunos
negocios fueron saqueados por los manifestantes, entre ellos el local de la emblemática
sastrería Modart, sito en la esquina
de Avenida de Mayo y Perú. Se incendiaron varios vehículos que no pudieron ser
retirados a tiempo por la policía. El saldo de víctimas de la jornada nunca se
dio a conocer, pero un centenar de personas recibieron heridas de armas de
fuego, pisotones y apretujones.
LOS COMPAÑEROS PRESIDENTES
Dentro de la Casa Rosada, los
militares trataban de sobrellevar con estoicismo las diversas humillaciones a
que eran sometidos. No parecían poder creer lo que sucedía. Los asistentes
entonaban las estrofas de la marcha peronista y levantaba los brazos haciendo
la “V” de la victoria mientras el presidente Cámpora recibía
la banda y el bastón presidenciales. El presidente de facto saliente,
Alejandro A. Lanusse escuchó los cánticos, firme como una estaca, con una
sonrisa apenas insinuada y desafiante.
A su lado, en un lugar de
preferencia, fueron ubicados los invitados especiales: el presidente socialista
de Chile, Salvador Allende y el presidente comunista de Cuba, Osvaldo Dorticós
Torrado, a quienes la izquierda peronista saludaba alborozada como “compañeros
presidentes”.
Según lo planeado, Héctor J. Cámpora
juró como primer presidente peronista, dieciocho años después del derrocamiento
de Perón. En un hecho inédito, el acta de asunción del flamante presidente
democrático fue rubricada por los presidentes Allende y Dorticós, más tarde
también lo haría el presidente del Uruguay Juan María Bordaberry a quien los
manifestantes impidieron su ingreso a la Casa Rosada. También estuvo presente
el primer ministro del Perú, Edgardo Mercado Jarrin.
Los miembros de la saliente Junta
Militar debieron retirarse del edificio en helicóptero para evitar nuevos
incidentes con los exaltados manifestantes. El único que partió en automóvil
fue el Teniente General Lanusse, quien con un gesto personal de indudable
coraje y ánimo provocador dijo: “Yo no me ando escapando de
nadie. Me iré por donde vine”. Contra todas las previsiones, pudo salir en
su vehículo sin ser molestado mayormente por la multitud.
Después de asumir el cargo, Cámpora
habló al pueblo desde el histórico balcón de la Casa Rosada en el cual tantas
veces había acompañado a Perón, instando a la calma. Junto a él se encontraban
además de sus ministros los siete delegados de las Regionales de la Juventud
Peronista. El nuevo presidente hizo referencia a grupos que “han
querido provocar y distorsionar esta fiesta” y terminó
solicitando “de casa al trabajo y del trabajo a casa”. Luego, en un
mensaje difundido por radio y televisión, reiteró sus recomendaciones ante el
cariz violento que asumían los hechos, exhortando a la calma “a los
compañeros y a las fuerzas de seguridad”.
EL DEVOTAZO
Pero, el 25 de mayo de 1973 no ha
terminado aún. Finalizados los festejos por el traspaso del mando en
la Casa Rosada y los incidentes en la Plaza de Mayo, tanto la Juventud
Peronista como las distintas organizaciones terroristas convocaron a trasladarse
a la cárcel de Devoto para “liberar a los compañeros presos” bajo
una de las consignas más coreadas en los actos peronistas: “El
Tío Presidente libertad a los combatientes”.
Al anochecer, varias columnas de
manifestantes provenientes del centro de la ciudad convergían hacia el barrio
de Villa Devoto. Unas treinta mil personas se congregaron rodeando los muros
exteriores de la cárcel, exigiendo la libertad de los presos políticos, muchos
de ellos terroristas condenados. “Minuto a minuto –relata
Bonasso- llegaba más camiones y ómnibus y
más caravanas a pie, con una consigna muy clara: ‘No moverse hasta
que salga el último compañero’.”
Dentro del penal, desde las primeras
horas del día 25 de mayo, los miembros de las organizaciones terroristas allí
detenidos habían tomado los pabellones donde estaban alojados, protagonizando
episodios de violencia con el personal del Servicio Penitenciario Federal que,
sin embargo, retuvo el control de los patios internos y del perímetro de
seguridad. Los reclusos respondían al comando de Fred Ernest, por parte de
los Montoneros y Pedro Cazes Camarero por el PRT – ERP y controlaban también la
central telefónica.
En el Congreso Nacional, la flamante
Cámara de Diputados, presidida por Raúl Lastiri, había formado una comisión
integrada por una docena de legisladores para conocer la situación de los
detenidos políticos en las cárceles porteñas. Los miembros de esta comisión se
trasladaron de inmediato a los penales porque existían versiones de que se
encontraban tomados por los presos.
El Secretario General del Partido
Justicialista, Juan Manuel Abal Medina, a pedido del diputado Julio Mera
Figueroa, se trasladó al penal de Devoto donde después de varias horas cargadas
de tensión se encargó de gestionar la liberación de los presos políticos.
EL 25 EN LA CALLE, EL 26 EN LA
TRINCHERA
Debemos recordar que cuando comenzó a
generalizarse la violencia terrorista, durante el gobierno de la llamada “Revolución
Argentina”, el presidente Lanusse y su ministro de Justicia, el doctor
Jaime Perraiaux, crearon, el 15 de julio de 1971, la Cámara Federal en lo
Penal.
Un tribunal con jurisdicción en todo
el país para combatir con la ley los hechos de terrorismo. Al 25 de mayo de
1973 –según señala el doctor Jaime Smart-, la Cámara había dictado 600
sentencias condenatorias y se encontraban a la espera de su juzgamiento otros 500
terroristas.
Muchos de estos terroristas se
encontraban detenidos en la Unidad Nº 2 del Servicio Penitenciario Federal,
cita en el barrio porteño de Villa Devoto. Entre ellos Rodolfo Alsina Bea,
Manuel Ponce de León y Sigfrido De Benedetti, todos ellos procesados por el
secuestro y posterior muerte del presidente de la Fiat, Oberdán Sallustro;
Roberto Montoya y Julio Roqué, por el asesinato del General Juan Carlos
Sánchez; Alberto Carlos Maguid, por el asesinato del Teniente General Pedro
Eugenio Aramburu, y María Antonia Berger, Ricardo René Haidar, y Alberto Camps,
sobrevivientes de la Masacre de Trelew.
Apelaremos al testimonio de Juan
Manuel Abal Medina –recogido por Ernesto Jauretche- para obtener una versión de
cómo se desarrollaron los hechos en el penal de Devoto: “Yo no ocupaba
ningún cargo público, era Secretario del Movimiento. Ese 25 de mayo todo se
precipitó a un ritmo imposible. Sobre ese asunto yo le comenté al doctor
Cámpora, que veía difícil demorar las definiciones hasta el momento en que se
aprobara la ley de amnistía, como estaba previsto. Me parecía un imposible
político: era muy peligros. Estábamos hablando de miles de presos por todo el
país en una situación política terriblemente fluida... Y allí perdimos contacto
con el doctor Cámpora durante las tres o cuatro horas siguientes porque el
protocolo lo bloqueó. Teníamos la visita de muchos jefes de Estado extranjeros
y había toda una secuencia de hechos a los que prestar atención. Entonces tuve
que definirme ahí mismo, definir las cosas un poco por mi cuenta”.
“Sabíamos que en Devoto este tema se
vivía de una manera explosiva. Julio Mera estaba informándome, y me dijo que la
situación era insostenible, que podía haber violencia en cualquier momento. Por
ese motivo me fui hasta allí. Cuando llegué a Villa Devoto ya el problema se
había extendido, porque había más de 300 presos comunes fuera de sus celdas y
de sus zonas. Incluso muchos de ellos estaban bastante drogados y
alcoholizados. Indudablemente que eso amenazaba convertirse en un desastre en
el primer día de gobierno. Y allí realmente... bajo mi responsabilidad,
acompañado de tres diputados (Julio Mera, Santiago Díaz Ortiz y creo Diego
Muñiz Barreto), ordené al director de la cárcel que abriera las puertas y
soltara a la gente.”
“Esto no tenía, obviamente,
legalidad, pero sí teníamos poder político para hacerlo, y creo que en el
momento con esa decisión se evitó un hecho más grave. Esto ha sido muy
criticado después; pero yo no veo qué otra solución podría haber tenido la
situación que se había creado. Se llegaba a la violencia en cualquier momento.
Sobre todo, porque había una columna del ERP, sumamente agresiva y armada,
justo en la puerta del penal. En ese sentido esto no tenía otra solución. Pero,
por otra parte, nosotros habíamos hecho una consigna de campaña aprobada por el
General que decía ‘Ni un solo día de gobierno peronista con presos políticos’.
Y bueno, debíamos cumplir.”
“El doctor Cámpora actuó a la altura
de las circunstancias. Podría haberse sentido molesto de que yo hubiera
adoptado esa actitud. No hubo absolutamente nada de eso. Al contrario. En la
noche, ya muy tarde, se instrumentó el indulto que firmó el Presidente, para
que al día siguiente salieran los presos de las demás cárceles.”
La amnistía del 25 de mayo de 1973
liberó a unos 1.500 terroristas junto con presos políticos y delincuentes
comunes sin que se exigiera a las organizaciones terroristas ninguna
contrapartida. Ni un alto el fuego, ni la entrega del armamento que habían
robado de diversas instalaciones militares, ni siquiera que liberaran al
contralmirante Alemán secuestrado por un comando del PRT-ERP.
Del penal de Devoto fueron liberados
371 detenidos. Otros 173 detenidos llegaron por vía aérea a Buenos Aires, desde
Rawson, el día 26 de mayo. En el aeropuerto de Ezeiza se produjeron nuevos
incidentes, ataques a las autoridades y depredaciones. Las paredes de la
estación aérea y hasta algunos aviones quedaron cubiertos por leyendas de las
organizaciones terroristas pintadas por jóvenes encapuchados que recibieron con
euforia la llegada de los liberados.
En alguna pared olvidada de la ciudad
de Buenos Aires, una pintada, mezcla de consigna política y programa político,
advertía premonitoriamente: “el 25 en la calle, el 26 en la trinchera”.
Pronto, la sociedad argentina comprendería que el gobierno constitucional no
generaría automáticamente la pacificación de los espíritus ni la tan ansiada
paz social.
Muchos de los liberados morirán años
después en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad o en el monte tucumano,
otros integrarán las listas de desparecidos, solo los más afortunados lograrían
huir al extranjero. Los exilados retornaron al país en 1983 y se reciclarán
como políticos democráticos.
Pocos días después de la asunción de
las autoridades constitucionales, los miembros de la Cámara Federal comenzaron
a sufrir amenazas de muerte. Al mismo tiempo, recibieron presiones desde
diversas instancias gubernamentales. Cuando el cadáver del terrorista, del “ERP - 22 de Agosto”, Víctor J. Fernández
Palmeiro, asesino del contralmirante Hermes Quijada ingresó a la morgue, el
coronel Alberto Cáceres informó a la Cámara Federal que “por orden de
Cámpora debía suspenderse la autopsia”. La situación se hizo insostenible
para los camaristas que retiraron sus efectos antes de la disolución del
Cuerpo. Días antes del cambio de gobierno, los miembros de la Cámara Federal,
enviaron a la Armada el armamento secuestrado a los terroristas y fotocopia de
los expedientes elaborados por el cuerpo.
Posteriormente, cuatro de los
miembros de ese tribunal sufrieron atentados, entre ellos el que costó la vida
al doctor Quiroga. Los que no murieron debieron exilarse y todos los empleados
fueron dejados cesantes sin indemnización alguna, degradados y perseguidos.
Este fue el comienzo de una época
trágica que algunos vivimos, otros han convertido en un “relato” y
los más jóvenes sólo conocen por referencias interesadas que pretenden
presentar unos tiempos trágicos como si de una epopeya se tratara.
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