El
Sáhara – Sáhel conforma un amplio espacio sin ley de 12.000 km² donde
terroristas yihadistas, traficantes y contrabandistas enfrentan a tropas
especiales europeas en una guerra en las sombras.
El imponente conjunto de la región Sáhara – Sahel
constituye una gran masa territorial, más grande que el continente europeo.
Esta región vincula al Océano Atlántico, en el oeste, con el Mar Rojo en la
costa este y, a través de este último, con el Océano Índico. En esta forma
actúa como una porosa frontera de 5.400 km, de extensión, a través de la cual
se intercomunican las dos mitades del continente africano.
La región Sáhara – Sahel abarca más de doce millones de
kilómetro cuadrados (9.400.000 km² para el Sáhara y 3.053.200 km² para el
Sahel) y conforma un vasto espacio de integración e intercomunicación donde las
crisis alimentarias, el subdesarrollo económico y la actividad de grupos
terroristas y organizaciones criminales internacionales han conformado un
gigantesco espacio sin ley.
En esta región sin ley, formada por estados fallidos en
un escenario geográfico muy particular, prosperan todo tipo de negocios
ilícitos. En vastas áreas del Sáhara – Sahel se trafica con todo tipo de
materiales desde personas y ayuda humanitaria hasta armas, drogas, combustible,
sin olvidar los diamantes y el oro. Mientras se aplica implacablemente la “sharía” y se destruyen monumentos
históricos, patrimonio de la humanidad, y del pasado de los pueblos de la
región.
Las crisis alimentarias son endémicas debido a la
irregularidad de las precipitaciones, las rudimentarias técnicas agrícolas y la
continua inestabilidad política que provoca el éxodo de la población de las
áreas más violentas e interrumpe el flujo natural de los intercambios
comerciales con los países vecinos.
Además, los circuitos habituales de pastoreo trashumantes
se ven alterados. Los pastores se desplazan en busca de zonas de pastoreo y
agua más alejados para proteger a su ganado del creciente pillaje. Todo esto
deja a millones de personas a merced del clima y de los terroristas.
Es inmenso oasis terrorista opera como base logística
desde la cual se recluta, radicaliza, entrena y financia la yihad. Desde allí
se difunde propaganda extremista, se planifican atentados y se entrenan
terroristas y guerrilleros sin que las potencias occidentales sepan con
precisión donde ubicarlos.
Moviéndose como “peces
en el agua”, conviven con la población local toda suerte de personajes:
terroristas, narcotraficantes, traficantes de armas, mercenarios, guerrilleros
separatistas, o una combinación de todos estos delincuentes con negociadores de
secuestros de empresas de servicios militares, instructores de fuerzas
especiales y agentes secretos de los principales servicios de inteligencia del
mundo. Como señala el Alto Representante de la Unión Europea para el Sahel: “…el vacío del Estado es el oxígeno del
terrorismo”.
En síntesis, podríamos decir que se trata de una
gigantesca región que combina las características desestabilizantes y
peligrosas de Afganistán, Irak, Siria y Somalia. Un área sin ley a las puertas
de la Europa Comunitaria que desestabiliza por igual a los países de la región
y afecta la seguridad de otros ámbitos del escenario atlántico. Es por ello por
lo que los países europeos han optado gradualmente por militarizar la región.
El primer país en desembarcar en la región fue Francia
(la potencia colonizadora de la región), que lleva cinco años de presencia
militar activa en el lugar. Sus operaciones comenzaron en enero de 2013 con la
denominada “Operación Serval”
destinada a preservar la vida de los seis mil residentes franceses de Malí. El
primer contingente contaba con 1.700 hombres de la fuerza de intervención
francesa y el apoyo de los Estados Unidos que proporcionó la capacidad de
repostar combustible en el aire a los aviones galos. Las fuerzas francesas,
apoyadas por efectivos del maltrecho ejército maliense, efectivos de la
Comunidad Económica de África Occidental -CEDEAO-, y 800 hombres del Ejército
de Chad, repelieron con aparente facilidad el avance de los grupos rebeldes y
recuperaron el control de las principales ciudades del norte de Malí: Tombuctú
y Gao.
En agosto de 2014, al Operación
Serval se transformó en Operación
Barkhane, que estableció su cuartel general en Yemena y extendió sus
responsabilidades del norte de Mali hasta cubrir parte de Níger, Mauritania,
Chad y Burkina Faso. El contingente francés se incrementó hasta los 4.000
hombres.
Junto a Francia, los Estados Unidos están presentes en el
Sahel desde hace tiempo. Desde 2002, los Estados Unidos han llevado a cabo una
serie de operaciones de entrenamiento antiterrorista a miembros de los
ejércitos de la región. Además, en Níger tienen estacionado el mayor
contingente estadounidense en África, compuesto por 800 soldados. En ese país
construye dos nuevas bases militares que se sumaron a una destinada a drones,
casi concluida, cerca de Agadez. Así, por ejemplo, el 4 de octubre de 2017,
cuatro soldados estadounidenses de una fuerza especial resultaron muertos
durante una misión de reconocimiento en Níger.
En noviembre, Níger dio la aprobación para que los
aviones no tripulados estadounidenses portasen armas. Esto permite que se lleve
a cabo en la región saharo-saheliana el mismo tipo de guerra -de efectos
letales y graves consecuencias para la población civil- que ya se lleva a cabo
en Afganistán, Yemen y Somalia.
España fue otro de los veintitrés países europeos que
primero respondió a la llamada de la “Misión
de Entrenamiento de la Unión Europea en Mali (EUTM-Mali)”, establecida por
la Unión Europea, con auspicio de las Naciones Unidas. Actualmente, los
españoles han desplegado 292 efectivos en Mali y además han ofrecido
instructores y profesores para el Colegio
de Defensa del G-5 situado en la capital mauritana, Nuakchot.
España es el mayor contribuyente a las misiones militares
de la Unión Europea en África. Además del personal militar desplegado en Mali,
tiene otros 65 efectivos destinados en Senegal en apoyo a la Operación Barkhane y la EUTM-Mali más otro ocho dentro del
apartado de cooperación bilateral. Bajo esa misma categoría también se enmarcan
los 32 militares españoles que están en Mauritania y los dos de Cabo Verde.
Además, hay 45 en Gabón como apoyo a Francia y a la EUTM-RCA, cinco en República Centroafricana y 23 en Somalia. A
estas cifras hay que añadir los 375 militares españoles que forman parte de la “Operación Atalanta”, establecida en
2008 en Somalia para luchar contra la piratería en el Océano Índico y los 250
desplegados en el mar Mediterráneo en la “Operación
Sofía”, además de los efectivos que participan de la “Operación Sea Gardian” y los que están con la OTAN en la misma
zona. Son oficialmente 1.347 militares españoles que prestan servicio en África
sin contar con las tripulaciones de los buques y submarinos.
En Malí opera también la “Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones
Unidas (MINUSMA)” que cuenta con 14.000 efectivos provenientes de 123
países. Es una de las más caras de todas las que ha montado la ONU hasta ahora
y ha sido objeto de ataques por parte de grupos vinculados a Al Qaeda. Unos 86
cascos azules han sido asesinados en la región desde julio de 2013.
Alemania aporta a la MINUSMA
con 875 efectivos. En los últimos años la presencia alemana ha experimentado
cada vez más peso y ha sido fundamental en el apoyo a operaciones francesas,
sobre todo en lo referente al control de fronteras. Además, hay otro
contingente germano que participa de la EUTM-Mali.
Actualmente, los alemanes están a punto de concluir la construcción de una base
de apoyo a sus tropas en Níger.
El gobierno italiano también ha desplegado 470 soldados
en Níger, que se suman a los que prestan servicio en Libia y en el mar
Mediterráneo. Roma, además de su colaboración en la lucha contra el terrorismo
yihadista, otorga prioridad en el control de fronteras y de los flujos
migratorios. Estos efectivos se alojan en la base francesa de Madam, que está
próxima a las rutas migratorias en Libia.
También el Reino Unido ha expresado su propósito de
enviar efectivos militares para colaborar en la lucha contra el yihadismo en la
región, aunque no se sabe aún que cantidad y donde estarán desplegados.
El aporte africano a la seguridad de la región
saharo-saheliana se ha materializado a través del llamado G-5, un grupo de
países compuesto por Burkina Faso, Chad, Mali, Mauritania y Níger, cuyo
propósito es brindar mayor seguridad a la región.
Estos países, organizados por Francia y financiados por
los Estados Unidos, que aportaron sesenta millones de dólares; conformaron la “Force Conjointe du G-5 Sahel (FC-G5S)”
que tiene desplegados, desde julio de 2017, 5.000 efectivos en la zona. Además,
cuenta con una Escuela Saheliana de
Seguridad con sede en Bamako y una Escuela
de Defensa, en Nuakchot; así como cuarteles en distintos puntos
estratégicos.
Recientemente, Arabia Saudí prometió para el FC-G5S unos
82 millones de euros y Emiratos Árabes Unidos, otros casi 25 millones.
Este importante despliegue militar ha terminado con la
vida de docenas yihadistas y ha conseguido la destrucción de grandes cantidades
de armamento, pero no ha logrado evitar la actividad de los grupos extremistas
y del crimen organizado, e incluso la formación de nuevas organizaciones, que
ahora además de Mali, operan en Burkina Faso y Níger.
Aunque la Unión Europea destina a la zona hasta ocho mil
millones de euros (incluyendo las aportaciones de los países) prioriza siempre
sus intereses geopolíticos, la respuesta militar al terrorismo yihadista, la
lucha contra el crimen organizado y el control de flujos migratorios con
destino a su territorio sin aportar mayores contribuciones al desarrollo de la
región. Frecuentemente, el envío de ayuda humanitaria para aliviar las
necesidades más urgentes de la población local llega tarde o directamente no
llega.
De nada sirve que el Alto Representante de la Unión
Europea para el Sahel, el español Ángel Losada, comprenda todo el dramatismo de
cuestión. Al señalar que “La pobreza
engendra un problema de inseguridad, terrorismo y radicalización”. En la
región saharo-saheliana, este proceso de radicalización hacia el yihadismo es
muy distinto de cómo se desarrolla en Europa. “Es gente que no tiene nada que perder. Estamos hablando de una zona
con enorme pobreza en la que la población se multiplica de forma exponencial y
la riqueza en forma aritmética. Por eso hay que trabajar con esa juventud para
que tenga salidas, porque si no las tiene buscará la migración o incluso la
radicalización”, sentenció el funcionario comunitario.
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