La
votación en el 68° Congreso de la FIFA para decidir la sede de la XXIII edición
de la Copa Mundial de Fútbol, en 2026, desnudó el verdadero alcance de los
vínculos entre Marruecos y Arabia Saudita.
Pocas personas en el mundo
dudan de que el futbol se ha convertido, en las últimas décadas, en una gran
industrial multinacional que opera con millones de dólares en publicidad y
turismo.
Cada cuatro años, la Copa
Mundial del Futbol organizada por la FIFA constituye un evento de gran magnitud
que proporciona al país organizador no sólo importantes réditos económicos sino
ola oportunidad de ganar visibilidad internacional. El país sede tiene la
oportunidad de presentar al mundo su sociedad, de mostrar la pujanza de su
economía y la estabilidad de sus instituciones.
La importancia que este evento
ha adquirido es de tal dimensión que países como los Estados Unidos, Canadá y
México han archivado sus múltiples diferencias y desencuentros -en materia de política
migratoria, muros fronterizos, NAFTA y cambio climático, etc.- para forjar una
candidatura conjunta como país sede.
Es que el futbol también se ha
infiltrado en la agenda diplomática de los Estados y es una pieza más el
tablero geopolítico internacional. A tal punto que no puede sorprender que el
presidente Donald Trump haya aprovechado un encuentro en la Casa Blanca con el
presidente nigeriano Muhammad Buhari para presionar en favor de la candidatura
de su país. “Espero que todos los países africanos y del resto del mundo apoyen
nuestra candidatura con Canadá y México para la Copa del Mundo 2016. Estaremos
mirando muy de cerca y cualquier ayuda que nos den será apreciada, dijo en tono
de advertencia el primer mandatario estadounidense.
En estas ocasiones los países
suelen privilegiar la solidaridad regional. Votan en bloque a algún país de su
región o a alguno de sus aliados internacionales como candidato a país sede.
América Latina, por ejemplo,
voto por la candidatura conjunta de los tres países americanos. La única
excepción fue Brasil. Muy cuestionado por sus vecinos por esta aptitud
discordante.
Es por ello por lo que no deja
de sorprender la aptitud poco solidaria asumida por el gobierno de Arabia
Saudita al votar contra la candidatura de Marruecos. En especial porque no solo
se trató de un voto en contra, sino que Riad hizo campaña en favor de la
candidatura conjunto ante los gobiernos de otros países árabes.
En Rabat la aptitud saudita
fue vivida como una auténtica traición. Marruecos siempre ha sido un aliado
firme y confiable de la monarquía saudí. Marruecos siempre ha estado presente
con su apoyo a los sauditas en todos los casos en que se le requirió, en
especial en su disputa con el régimen shíi de Irán.
Como entender entonces esta
defección de Riad, en una votación en que Marruecos cosechó la solidaridad de
la mayoría de los países africanos -incluso de su rival regional: Argelia- y
árabes, reuniendo por sí solo 65 votos frente a los 134 votos reunidos por tres
importantes estados: la superpotencia de los Estados Unidos, sumada a Canadá y
México.
La explicación más sencilla
sería pensar que la monarquía saudita procedió en esa forma buscando
congraciarse con Washington. Pero puede haber algo más.
En los últimos tiempos, en
especial desde que el príncipe Mohamed ibn Salmán se ha convertido en el poder
tras el trono, Riad ha comenzado a mirar con suspicacia el creciente soft power de Marruecos y el gran
prestigio que como estadista tiene Mohamed VI en todo el mundo. En especial, el
incremento de la influencia de Marruecos en África.
Además, lo saudíes no pueden
perdonar que Marruecos no los haya acompañado en su rompimiento con el emirato
de Qatar.
El 5 de junio de 2017, Riad y
un conjunto de países aliados (Baréin, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Libia,
Maldivas y Yemen) rompieron relaciones diplomáticas con Qatar.
La causa fue el pago, por
parte del gobierno de Qatar, de una gran suma de dinero a las milicias shiís en
Irak como rescate por 26 rehenes cataríes (entre ellos miembros de la familia
real Thani). Arabia Saudita y sus aliados acusaron a Qatar de financiar a
grupos terroristas.
En esa ocasión Marruecos, dio
una muestra de prudencia y prefirió buscar un entendimiento entre países
musulmanes. Riad no encajó bien esa muestra de independencia por parte del país
magrebí y esperó arteramente la oportunidad de hacerle pagar esa “factura” a su
tradicional aliado.
Posiblemente esto explique el
comportamiento de Arabia Saudita. Al mismo tiempo, Marruecos, como sede de la
Copa Mundial de Futbol 2026, se habría proyectado aún más claramente como una
nación líder en el ámbito global, opacando la influencia saudita en el mundo
árabe.
Como es de esperar, Marruecos
tampoco olvidará fácilmente la afrenta infligida por Arabia Saudita y el hecho
seguramente tendrá repercusiones posteriores en el mundo árabe.
Cada vez es más evidente que en
los estadios de la Copa Mundial de la FIFA se juega algo más que un resultado
deportivo. Podríamos decir, en términos clausewitzcianos,
que el futbol se ha convertido en una “guerra
por otros medios” donde se juegan negocios y el prestigio de los países.
Lo único cierto por el momento
es que Marruecos ha intentado infructuosamente seis veces ser país sede y el
tema se ha convertido en una cuestión de orgullo nacional. Por lo cual,
seguramente el Reino intentará nuevamente, en 2022, ser designado el país
organizador de la Copa Mundial de la FIFA 2030. Esperemos que en esa ocasión no
sufra nuevas traiciones de quienes considera sus amigos y hermanos.
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