EL
AGOTAMIENTO DE UN LIDERAZGO ENVEJECIDO
En el Norte de África, Argelia, el segundo país más
extenso del continente, se enfrenta con un cuadro socioeconómico complejo. El
liderazgo gerontocrático del presidente Abdelaziz Buteflika, interpreta al
mundo con una visión propia de los tiempos de la Guerra Fría –Argelia es
gobernada aún por la generación que se forjó en la lucha anticolonial de la
década de 1960-.
Esto impide al gobierno argelino encontrar una
estrategia adecuada para amortiguar el impacto que han tenido sobre su economía
el descenso de más de un 60% en el precio internacional del petróleo.
La economía argelina depende en gran medida del sector
de los hidrocarburos, que contribuye con un 26,2% en el PBI y cuyas ventas
constituyen el 97% del total de sus exportaciones, es por ello que Buteflika
advirtió recientemente en el consejo ministerial que la crisis actual provocada
por el descenso del precio del petróleo es “grave,
con perspectivas imprevisibles a corto plazo”.
La crisis económica ha llevado al gobierno de Argel a
implementar un fuerte ajuste presupuestario reduciendo las inversiones públicas
y efectuando otros recortes en los gastos de funcionamiento de la
administración pública, en especial congelando las contrataciones de personal
por el resto del 2015.
En este país, donde las
industrias son escasas e impera la pobreza y la desocupación, la función pública, permite absorber un gran número de
desempleados, especialmente en las ciudades meridionales del país donde, pese a
estar prohibidas, son recurrentes las manifestaciones y protestas sociales para
reclamar trabajo y vivienda.
LA
GOBERNABILIDAD PUESTA A PRUEBA
Además, la gobernabilidad de Argelia se ve puesta a
prueba por otros problemas económicos de carácter estructural. La sobre
explotación está llevando al agotamiento de sus yacimientos de hidrocarburos
convencionales y, al mismo tiempos, los ambientalistas se resisten
violentamente al empleo de técnicas de fracking
en la explotación del gas de esquisto –shale-.
Argelia posee las terceras mayores reservas mundiales
de shale, después de China y
Argentina, con 700 millones de pies cúbicos de gas distribuidos en seis
yacimientos. El problema reside en que la explotación de los yacimientos de gas
de esquisto, en la región de In Salá, en el desierto del Sáhara, al sur del
país, demanda por parte de Argelia una inversión de 70.000 millones de dólares
y consumiría enormes recursos hídricos –muy escasos en el país- a riesgo de
contaminar irreparablemente el frágil sistema de acuíferos subterráneos que
comparte con Túnez y Libia, destruyendo la frágil agricultura del norte del continente.
Además, el gobierno argelino debe hacer frente a la
permanente actividad de los grupos islamistas y controlar extensas y porosas
fronteras con países inestables como Libia, Malí, Mauritania, etc.
Para colmo, el empeño de Argel en mantener su rivalidad
con Marruecos, financiando y apoyando políticamente a los separatistas del
Frente Polisario, complican el panorama regional.
Argel también mantiene, desde 1994, cerrada la
frontera común de 1.559 kilómetros de largo que constituye la frontera cerrada
más extensa del mundo. Aún entre las dos Coreas, teóricamente en guerra,
circulan trenes de mercancías y sólo otras dos fronteras –las que separan a
Armenia de Turquía y Azerbaiyán- son tan infranqueables como la que divide a
Marruecos de Argelia.
La política seguida por Argelia con respecto a
Marruecos alimenta las tensiones, genera carreras armamentistas e impide a toda
la región del Magreb avanzar en la cooperación y complementación económica una
alternativa vital en épocas de crisis.
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