En escaso diecinueve meses un nuevo presidente estará instalándose en la
Casa Rosada. Una nueva Primera Dama comenzará a redecorar las habitaciones de
la Residencia Presidencial de Olivos. Con un poco de suerte los argentinos
podrán descansar de los vespertinos discursos presidenciales por la cadena
nacional detallando los efectos constipatorios del arroz, por ejemplo, o los
soliloquios del Jefe de Gabinete, “Coquí”
Capitanich negando las afirmaciones de algunos de sus ministros o,
viceversa, afirmando lo que estos habían negado. Antes de concluir el 2015 el “modelo” y sus artífices pasaran a ser
parte del “relato” y este comenzará a
ser olvidado.
Por ahora, la gran incógnita consiste en determinar quién será el nuevo
ocupante de Balcarce 50. A medida que transcurren los meses y arrecia la guerra
de encuestas y las especulaciones, el escenario electoral del 2015 parece
adquirir un perfil similar al que se conformó durante las elecciones
presidenciales del año 2003.
ALGO SIMILAR AL 2003
Si no surgen imponderables de último momento, como la aparición de un
postulante netamente kirchnerista apoyado abiertamente por la Presidente o una
candidatura de último momento de Marcelo Tinelli, la oferta comicial se
concentrará entre cuatro candidatos muy parejos en las preferencias del
electorado.
Tal como aconteció en el año 2003 cuando Carlos Menem, Néstor Kirchner,
Ricardo López Murphy, Adolfo Rodríguez Saá y Elisa Carrió se repartieron en
forma bastante equitativa el 91,22% de los sufragios. Conformando un escenario
donde ningún candidato alcanzó el 25% , ni descendió del 14%, de los votos
emitidos.
De producirse un escenario similar, forzaría por primera vez la realización
de una segunda ronda electoral. La primera vuelta electoral, se transformaría
en una competencia por situarse entre los dos más votados. Luego, los dos candidatos
mejor situados ingresarían en una contienda final donde, en un mano a mano, se
definiría el nuevo presidente.
Siguiendo con este razonamiento, los candidatos peronistas: Daniel Scioli y
Sergio Massa se adjudicarían en conjunto un caudal cercano al 60% de los votos.
El centro izquierda –que hoy sumaría el 14% que en aquella oportunidad
obtuvo Elisa Carrió a los votos logrados por Leopoldo Moreau (2,34%) y Patricia
Walsh (1,72%). De este modo una fórmula integrada por alguno de los candidatos
del FAU: Hermes Binner, Julio Cobos, Ernesto Sanz o Fernando “Pino” Solanas,
podría situarse levemente por encima del 20% de las preferencias electorales.
El centro derecha representado actualmente –pese a todas sus negativas- por
el ingeniero Mauricio Macri, muy probablemente supere la performance lograda,
hace una década, por Ricardo Lópz Murphy (16,37%) y alcance un expectante 20%
de los votos.
LA SEGUNDA VUELTA ELECTORAL
Cualquier variante en este esquema supondría la realización de una segunda
vuelta entre dos candidatos peronistas, un candidato peronista y otro
proveniente del centro izquierda o entre un peronista y un representante de la
centro derecha. Escoja el lector la variante que más prefiera.
Ninguna de estas combinaciones tiene mayor relevancia porque en todos los
casos en la segunda ronda electoral el voto se decidirá por la antinomia
kirchnerismo versus antikirchnerismo.
Al margen de las alianzas entre dirigentes que se proclamen después de la
primera vuelta, el electorado en forma independiente, según su posición
política, elegirá al candidato que considere más kirchnerista o al que estime
más antikirchnerista.
LA GRIETA SOCIAL
No olvidemos que, tal como los bautizara Jorge Lanatta, estos son “los años
de la grieta” donde la sociedad argentina –tal como había ocurrido en la década
de 1950- se encuentra escindida en dos sectores antagónicos.
El antagonismo crece a medida que el gobierno insiste en la aplicación de
políticas erradas que descargan el peso de la crisis económica sobre los
sectores medios. El kirchnerismo podrá retener en gran parte el voto de los
sectores marginales que se han beneficiado con el clientelismo feroz de la Década Ganada. Pero, el voto de estos
sectores, pese a la expansión alarmante de la pobreza y la marginalidad en los
últimos años, probablemente no sea suficiente para garantizar la continuidad
del “modelo” más allá del 2015.
Especialmente porque el mejor jefe de campaña que tiene la oposición es
precisamente Cristina Kirchner. La Presidente aporta votos a la oposición con
cada discurso en tono de superioridad moral que descarga con impunidad en forma
despectiva sobre las forzadas audiencias de la “Cadena Nacional de Radiodifusión”, cuando insiste en sostener a
funcionarios desgastados por la mala gestión y sospechados de graves hechos de
corrupción, cuando permite que los derechos humanos se instrumenten para la
revancha o sirvan de escusa a algún turbio negocio inmobiliario, y finalmente,
cuando insiste en cerrar filas con un círculo íntimo de obsecuentes de
incondicional obediencia pero de escasas ideas.
En conclusión, cuanto menos cambie el Gobierno y más insista en profundizar
el modelo, más posibilidades tendrá
la oposición de alcanzar el sillón de
Rivadavia, en el 2015, y el país de disfrutar una tregua.
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