miércoles, 2 de septiembre de 2020

EL PRIMER GOLPE DE ESTADO EN ARGENTINA OCHENTA AÑOS DESPUÉS.


 

El 6 de septiembre de 1930, el general José F. Uriburu llevó a cabo el primer golpe de Estado triunfante de los seis que sufría el país en los años 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976. Abriendo un ciclo de más de cincuenta años en que las fuerzas armadas se convirtieron en un actor político central de la vida argentina.

EL REGRESO DE DON HIPÓLITO

 

A partir del triunfo de Hipólito Yrigoyen en 1928, el pueblo festejó el triunfo de “la causa” como el de las reivindicaciones de las clases sociales más necesitadas. Pero a los 76 años, “El Peludo” era un hombre muy desgastado, no era quien doce años antes llegara a la primera magistratura impulsado por los ideales de renovación. Su gobierno se aisló de las demás fuerzas cívicas, y él mismo estuvo rodeado y aislado por un círculo que lo adulaba. Se formó un grupo violento para defender al Presidente de su censores, llamado el “Klan Radical”, que no dejó de apelar a los medios violentos para silenciar a los opositores.

 

Hipólito Yrigoyen insistió en dilapidaba su tiempo en audiencias intrascendentes, y los ministros debían aguardar mucho tiempo para ser recibidos. A fin de despachar los asuntos que no se resolvían, se ideo la maniobra de los “decretos ómnibus”, consistentes en que entre la primer y la última hoja podían intercalarse varias disposiciones, conforme a la redacción empleada. Incluso existe la leyenda que algunos de sus funcionarios se complotaron para que se imprimiera un ejemplar del periódico radical que él solía leer todas las mañanas, “La Época” dirigido por José Luis Cantilo, con notificas falsas.

 

La consecuencia de esta falta de una administración eficiente fue un rápido deterioro de la imagen del gobierno, por no atenderse las tensiones sociales cuyas manifestaciones debieron ser reprimidas enérgicamente por la Policía.

 

El crack financiero en Estados Unidos también repercutió muy desfavorablemente en la situación argentina, agravado por la dilapidación de los recursos del Estado, manejados en forma desordenada. Las huelgas y manifestaciones marcaron rápidamente el descontento, agitadas tanto por los obreros anarquistas como por los estudiantes universitarios. El desorden se unió a los manejos políticos, sin faltar el fraude que se adjudicaba a los conservadores.

 

Una figura radical de la envergadura del intelectual Ricardo Rojos pronunció en estos términos severos de conducta: “El gran pecado del radicalismo, acaso, ha consistido no tanto en el estudio administrativo, sino más bien en haber violentado la Ley Sáenz Peña en Córdoba, Mendoza y San Juan; en haber anulado la colaboración del Ministerio y el control del Parlamento, por un mal entendido sentimiento de la solidaridad partidaria; en haber descuidado la selección de sus elegidos, y en haber coaccionado a la oposición mediante ciertos instrumentos demagógicos. Todo esto significa un olvido del radicalismo histórico, de su dogma del sufragio libre, de su programa constitucional, y de sus ideales democráticos.”[i]

 

Un síntoma elocuente de la pérdida del favor del pueblo hacia el gobierno, lo dio en 1929 el triunfo en la Capital de los candidatos a diputados del Partido Socialista Independiente. La unión de los opositores se concretó al poco tiempo: conservadores, socialistas, radicales “antipersonalistas” y el resto de los demócratas progresistas. Estaba pendiente la amenaza de juicio político al Presidente por “mal desempeño de sus funciones”, tal como lo señala la Constitución Nacional, puesto que entre otras características de su paso por el Poder Ejecutivo, debe repetirse que Yrigoyen había abandonado la función pública que el indicaba la Ley Suprema, en la apatía que le provocaba su estado físico y mental. Prácticamente no existía el gobierno: el presidente Yrigoyen aislado por una camarilla indicaba y no ejercía la función que le estaba encomendada; y, por su parte, el Congreso no se reunía en sesiones ordinarias, por temor a la acusación de juicio político que se haría a aquél: ni Ejecutivo, ni Legislativo.

 

En agosto de 1930, el ministro de Agricultura no pudo inaugurar la exposición organizada por la Sociedad Rural por haber sido recibido con una fuerte y sostenida silbatina, que lo forzó a retirarse. Graves escándalos ocurrían en las provincias del interior, como Mendoza y San Juan, y los diarios criticaban severamente a las autoridades.

 

El ambiente público mostraba un continuo y grave descontento contra el gobierno. Las manifestaciones opositoras llenaban con frecuencias las calles del centro porteño. En abril el presidente Yrigoyen sufrió un atentado contra su vida protagonizado por un albañil español anarquista. La decisión presidencial de indultar al anarquista ruso Simón Radowitzky, quien asesinó al Jefe de Policía coronel Ramón L. Falcón, en 1909, también enajenó a Yrigoyen parte de la buena voluntad de los militares y policías y alteró los ánimos de los nacionalistas.

 

Antiguos partidarios, como el intendente de la ciudad de Buenos Aires y el ministro de Guerra, dirigieron elocuentes mensajes a Yrigoyen señalándose la necesidad de un cambio de actitud inmediata, sin ninguna reacción por parte del Primer Mandatario.

 

Por su parte, legisladores de todos los bloques de la Cámara de Diputados, identificados como “De los 44” por el número de sus componentes, lanzaron un manifiesto explicativo del mal proceder del oficialismo y de las medidas que debían adoptarse en el cumplimiento de la Constitución.

 

Finalmente, la renuncia del ministro de Guerra, el general Dellepiane, presentada el 2 de septiembre de 1930 fue redactada en términos alarmantes para el Presidente y para el sistema republicano de gobierno. Veamos algunos de su argumentos: “He acompañado a pesar de mi voluntad y contrariando mi conciencia, a V.E., en la refrendación de decretos concediendo dádivas generosas, pensando que esto pudiera liquidar definitivamente una situación sobre la cual el país no debía reincidir. M repugnan las intrigas que he visto a mi alrededor, obra fundamental de incapaces y ambiciosos. He visto y veo alrededor de V. E. pocos leales y muchos interesados”.

 

Y aludiendo a la personalidad de Yrigoyen agregaba: “Si V.E. no recapacita un instante y analiza la verdad que puede hallarse en la airada protesta que está en todos los labios y palpita en muchos corazones […] Sólo lamento no haber podido alcanzar obra constructiva.”

 

Esta carta es algo así como un fallo casi póstumo a la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen, cuatro días después el presidente radical era derrocado por un golpe de Estado militar.[ii]

 

GÉNESIS DEL GOLPE DE ESTADO

 

El derrocamiento del gobierno radical el 6 de septiembre de 1930 se llevó a cabo con muy escasa planificación y empleando sólo una pequeña fuerza militar. Tomaron parte el Colegio Militar, efectivos de la Escuela de Comunicaciones y algunos otros, que en total sumaron aproximadamente dos mil hombres. La mayoría de los oficiales que marcharon desde el Colegio Militar hasta la Casa Rosada eran oficiales subalternos. Completaron la acción rápidamente, encontraron escasa resistencia y en consecuencia hubo muy poco derramamiento de sangre.[iii]

 

Existió el tácito consenso del Ejército y la Marina de no oponerse y el gobierno de Yrigoyen no tuvo defensores. “Había colmado la paciencia pública –dijo Lisandro de la Torre refiriéndose al caudillo radical- por lo cual sería un gran error considerar que fue solamente una parte del Ejército la que lo derribó.”[iv]

 

Los líderes del movimiento, aunque unidos por una larga hostilidad hacia Yrigoyen, estaban divididos en dos grupos políticos con propuestas de gobierno muy diversos el uno del otro. El grupo nacionalista estaba encabezado por el teniente general José F. Uriburu, quien lideró las acciones militares y se constituyó en el primer presidente de facto de la Argentina.

 

José Félix Uriburu pertenecía a una familia patricia de Salta. Pese a ser militar de carrera a lo largo de su vida evidenció una clara vocación por la política. En 1890 participó junto a los líderes radicales de la Revolución del Parque. Tres años más tarde fue nombrado edecán militar de su tío, el presidente José Evaristo Uriburu. En 1902, siendo Oficial de Estado Mayor, fue enviado a Berlín donde se incorporó a la guardia del Ejército Imperial. En 1907 fue designado director de la Escuela Superior de Guerra. En 1913 fue elegido diputado nacional por Salta. Durante la Primera Guerra Mundial fue agregado militar en Alemania. En 1915 participó de la fundación del Partido Demócrata Progresista. Ese mismo año publicó su libro “La batalla del Marne, apuntes y enseñanzas de la guerra actual”, que en 1918 completaría con el libro “La batalla del Marne. Refutaciones al Mayor General Lord Gleichen”. En 1919 fue ascendido a general de división. En 1929 fue declarado en situación de retiro, con el grado de teniente general, por haber alcanzado la edad reglamentaria.

 

Uriburu era un hombre de fortuna, amparado desde siempre por sus relaciones familiares y sociales. Socio del Círculo de Armas, el club más aristocrático de su tiempo. Sus reiteradas estadías en Europa lo pusieron en contacto con las crecientes ideas totalitarias de su tiempo.

 

Uno de los líderes del socialismo independiente, Federico Pinedo, nos proporciona en sus memorias el siguiente perfil de Uriburu: “un hombre educado, de instrucción suficiente para comprender en sus grandes líneas los problemas de gobierno [...] no era en manera alguna un producto de cuartel, contaba con numerosos amigos o relaciones civiles a quienes estimulaba y respetaba [...] patricio de las provincias mediterráneas, le gustaba el trato con la gente de su clase o de su ambiente, cuyos méritos sabía apreciar, pero que tal vez sobreestimaba”.[v] En tanto que el historiador Tulio Halperín Donghi nos señala cierta paradoja en torno a su personalidad: “ese pudoroso militar e irreprochable caballero, ese ciudadano inspirado por los más altos ideales patrióticos, unía a una ingénita bondad de corazón una señorial campechanería que contrastaba con la severidad de su imagen pública”.[vi]

 

Entre sus partidarios se contaban dentro del Ejército, el general Arroyo, los coroneles Emilio Kinkelin, Rocco, los tenientes coroneles Juan B. Molina, Álvaro Alsogaray, Pedro P. Ramírez y Rafael Eugenio Videla[vii] y el capitán Juan D. Perón. En la Armada el almirante Renard y los capitanes de navío Jorge Campos Urquiza –Jefes de la Base y Arsenal Dársena Norte y Francisco Amaud -jefe de Base Zárate- y los almirantes (R) José Moneta y Carlos G. Daireaux. Las unidades comprometidas por Uriburu comprendían el Colegio Militar, la Base Aérea de El Palomar, Escuela de Comunicaciones, 1º de Artillería, Batallón de Arsenales, 3º y 2º de Infantería, 1º de Caballería, escuelas de Artillería y de Suboficiales, 2º de Artillería, 6º de Infantería y 7º de Infantería; 11º y 12º de Infantería y Base Aérea de Paraná, pertenecientes a la 3º División. La mayor parte de estas unidades el día del levantamiento permaneció fiel al gobierno hasta que las acciones estaban definidas. El coronel Avelino Álvarez, director de la Escuela de Infantería, leal al gobierno, controló los accesos al acantonamiento de Campo de Mayo impidiendo todo movimiento de tropas y sólo pudo eludir el bloqueo algunos escuadrones del Regimiento 1º de Caballería.

 

Pese a todo el general Uriburu siguió adelante con el alzamiento. “Estaba perdido –confesaría más tarde a Lisandro de la Torre- y debía elegir entre ser fusilado allí o en la Plaza de Mayo y opté por lo segundo”.[viii]

 

Entre los grupos civiles se destacaban, elementos militaristas, agrupaciones nacionalistas como la “Liga Patriótica”, de 1919, dirigida por Manuel Carlés y la simpatía de caracterizados dirigentes conservadores.

 

Durante los años de la década del veinte, los nacionalistas se habían tornado cada vez más antidemocráticos, anticomunistas y antiliberales. Se encontraban bajo la influencia de ideas totalitarias que llegaban desde Europa. Especialmente las que provenían de la Italia de Mussolini,  también la doctrina clerical de la hispanidad, que se había desarrollado en la España del general Miguel Primo de Rivera y en especial de su hijo el malogrado José Antonio, y  el pensamiento de “L’Action Franҫaise”[ix]. Estos grupos, liderados por intelectuales del fuste de Leopoldo Lugones y los hermanos Irazusta, se proponían superar la crisis política apelando a las tradiciones nacionales.

 

LA HORA DE LA ESPADA

 

Leopoldo Lugones había nacido en la localidad cordobesa de Villa María del Río Seco el 13 de junio de 1874, y después de pasar parte de su infancia en la provincia de Santiago del Estero, regresó a Córdoba para estudiar en el Colegio Nacional de Monserrat. En su Córdoba natal se vinculó a sectores anarquistas y comenzó a colaborar en sus diarios para difundir ese ideario.

 

En el año 1896 se trasladó a la ciudad de Buenos Aires, donde participó como periodista en diversas publicaciones socialistas, en especial en el diario La Vanguardia, el órgano oficial de prensa del Partido Socialista. Sin embargo el antiguo anarquista devenido en socialista fue expulsado del partido fundado por Juan B. Justo por apoyar, en 1904, la candidatura del conservador Manuel Quintana a la presidencia de la Nación.

 

Su destacada participación en el modernismo estético –movimiento de una fuerte influencia en el ámbito porteño, sobre todo a partir de la promoción de Rubén Darío en la última década del siglo XIX- le permitirá conquistar el centro del sistema literario argentino durante las décadas de 1910 y 1020. Tras obtener el Premio Nacional, en 1926, encarnará de modo prototípico la figura del intelectual –escritor, es decir, del experto en los recursos simbólicos provenientes de la poesía que se propone producir, a través de ellos, efectos materiales en el orden social.[x]

 

Es entonces cuando Lugones sufrirá una nueva mutación ideológica y pasará del conservadurismo de corte liberal al nacionalismo más radical. Lentamente comenzaran sus llamados a la intervención activa de los militares en el gobierno. En diciembre de 1924, Lugones encuentra un nuevo escenario para exponer su ideario político. El presidente peruano, Augusto Leguía, invita a intelectuales y altos funcionarios de distintos países a una fastuosa celebración del Centenario de la Batalla de Ayacucho. El clima político del Perú se encuentra convulsionado por las protestas contra la orientación dictatorial del presidente, y la participación en los festejos implica un posicionamiento político que divide a los intelectuales: José Ingenieros, Ramón del Valle Inclán, José Vasconcelos, Gregorio Berman y Romain Rolland se niegan a asistir en signo de desaprobación a la política represiva del presidente, en cambio intelectuales como Leopoldo Lugones, José Santos Chocano y Francisco Villaespesa serán los representantes de sus respectivos países.

 

Lugones viaja a Lima como parte de la delegación argentina que envía el presidente Marcelo T. de Alvear y que preside su ministro de Guerra, el general Agustín P. Justo, y el 17 de diciembre pronuncia en “La fiesta de los poetas” su célebre “Discurso de Ayacucho”. Allí intenta extender su consagración literaria al campo político, aprovecha su autoridad literaria y la gran audibilidad que le confiere ese espacio para proponer una interpretación del pasado que busca desprender efectos concretos sobre las prácticas políticas del presente. La batalla conmemorada, según Lugones, no es un mero símbolo de la independencia hispanoamericana, como estaría dispuesta a aceptar la historiografía oficial, sino más bien la prueba de la capacidad política del ejército, esto es, de que éste constituye el único actor social apto para corregir el desorden y la demagogia que padecen en la actualidad las sociedades de Hispanoamérica como consecuencia de la democracia, el colectivismo y el pacifismo. El ejército “es la última aristocracia, vale decir la última posibilidad de organización jerárquica que nos resta entre la disolución demagógica. Sólo la virtud militar realiza en este momento histórico la vida superior que es belleza, esperanza y fuerza.”

 

Lugones concluye con su célebre afirmación: “Ha llegado, para el bien del mundo, la hora de la espada”, la convocatoria a la élite militar para que tome el poder, convirtiéndose así en el defensor más visible e indiscutido del autoritarismo dentro del espacio latinoamericano.[xi]

 

Los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta también fueron intelectuales que apoyaron desde el nacionalismo la opción al autoritarismo militar. Dedicados a los estudios históricos, desde una postura revisionista indagaron el pasado nacional, especialmente la época de Rosas y los caudillos federales, convertidos en paradigma de la defensa de los intereses nacionales. Los Irazusta no ocultaron su admiración por Uriburu y lo incitaron a derrocar a Yrigoyen.

 

Sus ideas circulaban en publicaciones que, como el diario “La Nueva República”, dirigido por Rodolfo Irazusta, se distribuían dentro del Ejército. Sostenían que el caos institucional era producto de la transformación de la democracia en una “partidocracia”, donde solo contaban los intereses partidarios y donde la auténtica representación popular era desvirtuada por la continua apelación a prácticas clientelísticas. En consecuencia postulaban la derogación de la Ley Sáenz Peña y el reemplazo del sistema legislativo previsto en la Constitución de 1853, por otro de naturaleza corporativa. Postulaban el nacimiento de “una nueva república” basada en tres principios “orden, jerarquía y autoridad”.[xii]

 

Otro destacado intelectual del conservadurismo nacionalista fue Carlos Ibarguren. Primo hermano de Uriburu y salteño como él. Destacado abogado, profesor en la Facultad de Derecho y prolífico ensayista, había sido ministro del presidente Roque Sáenz Peña.

 

Ibarguren estuvo entre los fundadores de la Democracia Progresista; sin embargo abandonó la convicción en la necesidad de modernizar la política argentina y se sumó a las voces que desde el nacionalismo autoritario clamaban por un general que pusiera orden. Uriburu lo nombraría más tarde interventor en la provincia de Córdoba.

 

La prensa tuvo un rol destacado en la creación de un clima desestabilizador durante la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen. El 1º de octubre de 1919 había aparecido el primer ejemplar de “La Fronda”, fundada por el periodista y político Francisco Uriburu, también primo del general.

 

Francisco Uriburu, que había nacido en 1871, estudio en el Colegio Nacional de Buenos Aires y en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, y a pesar de haber tenido cierta simpatía por el alsinismo se incorporó, en 1887, a la Tribuna Nacional, un medio de orientación roquista dirigido por Agustín de Vedia.

 

La Revolución del Parque, en 1890, lo encontró junto a su primo subteniente en los cantones revolucionarios. Discrepaba con la política seguida por Miguel Juárez Celman como todos los cívicos. Fracasada la revuelta, regreso a sus estudios y a la práctica del periodismo.

 

Una década más tarde se incorporó al periódico “El País”, publicación fundada por Carlos Pellegrini, para defender sus ideas en favor del proteccionismo económico y del desarrollo industrial, aunque a la hora de elegir en 1904, apoyo la candidatura presidencial de Manuel Quintana en contra de Carlos Pellegrini.

 

Ese año ocupó una banca en la Cámara de Diputados de la Nación, representando al pueblo de la provincia de Buenos Aires. Había sido elegido por la lista de Partidos Unidos, una agrupación provincial que aglutinó a cívicos nacionales (mitristas), autonomistas y radicales disidentes del yrigoyenismo. Fue diputado hasta 1908 y luego retornó a sus actividades como periodista.

 

En 1910 dejó de editarse el diario El País, ya que tras la muerte de Pellegrini y con las reformas que proponía Roque Sáenz Peña se habían cumplido parte de las propuestas que dieron origen a esa publicación. Al año siguiente comenzó a publicarse un nuevo periódico “La Mañana”, un tabloide propiedad de Uriburu, quien además era el Jefe de Redacción. La línea editorial de la nueva publicación consistía en apoyar la gestión del presidente Sáenz Peña que prometía moralizar las prácticas políticas mediante el sufragio universal y secreto.

 

Francisco Uriburu, al igual que sus primero José Félix y Carlos Ibarguren participó de la fundación del Partido Demócrata Progresista. Pero dos años más tarde, en 1916, cuando el PDP intentó aliarse con los conservadores bonaerenses al mando de Marcelino Ugarte y éste se opuso a la alianza, una estrategia que pretendía impedir el triunfo del radicalismo yrigoyenista, Uriburu lo criticó duramente desde las páginas de La Mañana.

 

La Fronda le debía su nombre al movimiento insurreccional francés contra el poder absolutista que, a mediados del siglo XVII, protagonizaron nobles y campesinos. En el caso argentino, y a los ojos de conservadores, liberales desencantados y nacionalistas, el absolutismo lo representaba Yrigoyen.

 

En 1926, Francisco Uriburu viajó a Italia donde comenzó su admiración por Benito Mussolini y la política que este llevaba adelante. Por lo tanto, abandonó el conservadurismo liberal para abrazar el ideario corporativista del fascismo. Así no dudó en calificar desde las páginas de La Fronda que “la democracia es el predominio de los mediocres”.[xiii]

 

La agitación periodística contra Hipólito Yrigoyen no fue patrimonio exclusivo de la prensa conservadora y de derecha. El diario sensacionalista Crítica[xiv], que dirigía su fundador el periodista uruguayo Natalio Botana, fue también un activo medio opositor. Bajo el lema de “Diario ilustrado de noche, impersonal e independiente”, Crítica se especializaba en espectáculos, deportes y crónicas del bajo fondo con la particular característica de emplear gran cantidad de dibujos y caricaturas, algo por entonces realmente novedoso al igual que su tamaño tabloide.

 

En su edición del 8 de mayo de 1929, por ejemplo, haciendo referencia a la crisis del trigo dice: “… no es sin inquietud que lo vemos inmiscuirse en los asuntos referentes al primer renglón de la riqueza nacional. Y es que el señor Yrigoyen encara las cosas con un criterio simplista de dueño de estancia, pretendiendo que tiene autoridad para resolver en materias que, si bien le competen en su carácter de Presidente de la República es dudoso que conozca a fondo”.[xv]

 

El general Uriburu, en un discurso pronunciado en la Escuela Superior de Guerra el 15 de diciembre de 1930, se encargó de expresar con claridad ese ideario elitista y antidemocrático: “En nuestro país nos embriagamos hablando a cada momento de la democracia, y la democracia aquí y la democracia allá. La democracia la definió Aristóteles diciendo que era el gobierno de los más ejercitado por los mejores, es decir, aquellos elementos más capacitados para dirigir la nave y manejar el timón. Eso es difícil que suceda en todo país en que, como en el nuestro, hay un sesenta por ciento de analfabetos, de lo que resulta claro y evidente, sin tergiversación posible, que ese sesenta por ciento de analfabetos es el que gobierna al país, porque en elecciones legales ellos son mayoría”.[xvi]

 

Durante las décadas de los años veinte y treinta, dentro del Ejército muchos oficiales adhirieron y hasta fueron animadores de las diversas agrupaciones nacionalistas que florecieron por entonces, algunas de ellas filofascistas, xenófobas y de ultraderecha: la “Legión de Mayo”, la “Guardia Argentina”, la “Legión Colegio Militar”, la “Milicia Cívica Nacionalista”, etc.

 

Pero, aunque contaban con el apoyo del Presidente, general Uriburu, los nacionalistas eran una minoría tanto dentro de la coalición revolucionaria que derrocó a Yrigoyen como dentro de la sociedad argentina. El mayor peso político, como pronto quedó en evidencia, residía en los radicales antipersonalistas dirigidos por el general Agustín P. Justo, quien había sido ministro de guerra durante el gobierno radical de Marcelo T. de Alvear. Los notables se oponían a todas las medidas extremas; consideraban que su tarea era restaurar la Constitución no destruirla, limpiando a la sociedad de la "corrupción" y la "demagogia" de los yrigoyenistas. A diferencia del grupo de Uriburu, los notables no pretendían poner al gobierno por encima del conjunto de la sociedad al estilo corporativista o fascista sino simplemente controlarlo.[xvii] Dentro de las fuerzas armadas Justo contaba con el apoyo del general Maglione, el coronel Luis J. García, el almirante Domecq García, los generales Elías Álvarez, Bruce, Jáuregui y Ponce, los coroneles Pilotto, Pistarini, los tenientes coroneles Tonazzi, Ruzzo, Descalzo, Sarobe, el capitán Juan D. Perón, etc. Muchos de estos oficiales ante la pasividad de Justo se incorporarían a los trabajos conspirativos de Uriburu.

 

Poco después del triunfo del golpe de Estado, el Secretario General de la Presidencia, coronel Juan Bautista Molina, un nacionalista de inclinaciones fascistas. Molina como su jefe, era salteño. Había nacido el 29 de agosto de 1882 y se incorporó al Ejército, en 1898, como soldado voluntario. En 1903, con el grado de sargento, ingresó a la Escuela de Aplicación para Oficiales de Campo de Mayo, de donde egresó como subteniente del arma de Infantería al año siguiente.

 

Cuando alcanzó el grado de Teniente 1º fue enviado, entre 1911 y 1913, a Alemania, donde se incorporó al Regimiento Prinz- Carl, perteneciente al XVIII Cuerpo de Ejército Imperial. La experiencia alemana de Molina lo convirtió, como a Uriburu, en un admirador del Imperio Alemán.

 

A su regreso al país fue destinado al Colegio Militar de la Nación, dirigido por el coronel Agustín P. Justo, quien lo describió en su calificación anula como “un oficial sin escuela pero empeñoso, trabajador y con gran amor profesional, subordinado y correcto”.

 

En los años posteriores su carrera siguió su curso sin sobresaltos, y alcanzó las jerarquías de mayor, a fines de 1919, y de teniente coronel en 1924. Con ese grado viajó a Paris primero y a Bruselas más tarde como miembro de la Comisión de Adquisiciones en el Extranjero. Un destino nada despreciable para cualquier militar que pretendiera influir en la compra de equipamiento. Pero la suerte cambió y a su regreso, ya durante el segundo gobierno de Yrigoyen, quedó en disponibilidad antes y, poco después, fue enviado a destino burocrático y sin mando de tropas, en el Distrito Militar de provincia de La Rioja.

 

A fines de abril de 1930 Molina regresó a Buenos Aires para incorporarse a la Dirección General de Administración, al tiempo que se integró al Estado Mayor Revolucionario de Uriburu, como encargado de reclutar a quienes simpatizaban con su movimiento.

 

Molina era un militar que “se ubicaba a la derecha de cualquier derecha, con una disposición fuertemente antiliberal y anticomunista, teñida por la admiración al esquema político del Duce. Junto con otro nacionalista ultramontano, el doctor Juan Carulla[xviii], le dio vida e incluso legalidad a la Legión Cívica Argentina. El 20 de mayo de 1931 consiguió que el presidente de facto Uriburu le reconociera oficialmente por medio de un decreto en el que se resaltan las cualidades de una ‘asociación de hombres patriotas que moral y materialmente están dispuestos a cooperar con la reconstrucción institucional del país’. Así, el régimen uriburista tuvo sus propias fuerzas de choque, que fueron un remedo de las ‘camisas negras’ mussolinianas. Sus cuadros civiles se entremezclaban con el Ejército, del cual recibían instrucción militar. Detrás de la integración de esta fuerza paramilitar estaba el sueño típicamente fascista de partido único en estrecha vinculación con el Ejército.”[xix]

 

Este remedo de organización fascista provocó un hondo malestar entre los miembros de la elite tradicional y ahondaron las diferencias entre los nacionalistas y los notables, que tradicionalmente respondían a la influencia de las ideas liberales. La respuesta del general Justo fue movilizar sus influencias, tanto dentro del Ejército como en los círculos del poder económico, para debilitar al gobierno. Los doce meses que siguieron al golpe de Estado presenciaron una sorda lucha por el poder y por las relaciones con los radicales depuestos. El golpe de Estado del 6 de septiembre había sido recibido con entusiastas demostraciones populares en Buenos Aires y otras ciudades; una muchedumbre de exaltados había incendiado y saqueado la humilde casa de Hipólito Yrigoyen. Pero la euforia tuvo corta vida: la crisis se agudizó, y las medidas de emergencia del gobierno provisional tuvieron altos costos sociales. Grupos radicales intentaron organizar movimientos contrarrevolucionarios en las provincias de Córdoba y Buenos Aires, contando con el apoyo de los cuadros de suboficiales. Incluso se distribuyeron panfletos de orientación marxista en los cuarteles, convocando a la constitución de “soviets” de soldados y suboficiales.

 

El Gobierno aplicó una dura represión, al estado de sitio se sumó la implementación de la ley marcial. En aplicación de esta legislación fueron fusilados los anarquistas expropiadores Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó. También se detuvo a gran número de dirigentes políticos, gremiales y estudiantiles. La Policía de la Capital bajo el control de Leopoldo Lugones (h) y David Uriburu –sobrino del general- comenzó a aplicar la tortura como procedimiento habitual en la investigación de actividades políticas opositoras.[xx] Por último, las tensiones sociales se incrementaron también como resultado de la crisis económica del sistema capitalista internacional, con sus secuelas de recesión, desocupación y miseria. La opinión pública sufrió otra violenta transformación, esta vez en favor de la desplazada Unión Cívica Radical.

 

El general Uriburu no supo reconocer este cambio en el estado de  ánimo popular. El  5 abril de 1931, buscando proporcionar alguna legitimidad a su gobierno, permitió una elección de prueba en la estratégica provincia de Buenos Aires para elegir un nuevo gobernador. Para su sorpresa, se impusieron los candidatos de la Unión Cívica Radical con su fórmula integrada por Honorio Pueyrredón – Mario Guido, que obtuvo 218.783 votos sobre los 187.083 de los conservadores Antonio Santamarina – Celedonio Pereda. El Gobierno Provisional reaccionó suspendiendo las elecciones previstas en otras provincias y el ministro del Interior, autor de la convocatoria, comicial debió renunciar. Se trataba del doctor Matías Sánchez Sorondo, un polémico conservador de inclinaciones nacionalistas, que al jurar su cargo el 8 de septiembre de 1930, no había dudado en afirmar que el yrigoyenismo había sido vomitado por el pueblo, “al ghetto de la historia”.[xxi]

 

En julio de 1931, se produjo un movimiento revolucionario en la provincia de Corrientes protagonizado por el teniente coronel Gregorio Pomar, ex edecán de Yrigoyen. El levantamiento sirvió de justificación a Uriburu para reprimir los intentos de rebeldía en el Ejército y perseguir a los radicales. Marcelo T. De Alvear había arribado al país en el mes de abril procedente de Francia y asumido la jefatura del radicalismo, el Gobierno Provisional lo obligó a abandonar el territorio nacional, acusándolo de haber propiciado el movimiento de Pomar.

 

Sin embargo, el gobierno de facto había entrado en una pendiente de la cual no podría salir sino restaurando el funcionamiento de las instituciones democráticas. El malestar en el Ejército era cada día mayor. Cuando se conocieron los resultados electorales de la provincia de Buenos Aires un gran número de oficiales manifestó a Uriburu su oposición a la prolongación del Gobierno Provisional, y en la tradicional cena de camaradería de las fuerzas armadas en la víspera del 9 de julio, el coronel Manuel A. Rodríguez, jefe de la Guarnición de Campo de Mayo –que luego sería ministro de Guerra de Justo- expresó en su discurso el rechazo del Ejército a ser utilizado con propósitos políticos.

 

El general Uriburu debió convocar a elecciones generales ese año. Merced a la proscripción de la UCR y el encarcelamiento o exilio de sus principales dirigentes y al “fraude patriótico” se impuso la fórmula de “La Concordancia”: Agustín P. Justo – Julio A. Roca (h). La Concordancia fue una alianza de partidos constituida por la UCR Antipersonalista, el Partido Demócrata Nacional (conservadores) y el Partido Socialista Independiente que gobernó el país entre 1932 y 1943.

 

LA SITUACION POSTERIOR A 1930

 

La larga década de los años treinta –1930 / 1943-, fue moldeada, en un principio, por la Gran Depresión y luego por la Segunda Guerra Mundial. La crisis económica de 1930 tuvo por consecuencia un rechazo mundial de los principios del librecambismo y florecimiento general de las tendencias proteccionistas. Esto produjo un cambio fundamental en las relaciones de la Argentina con las naciones industrializadas en Europa. Las crecientes dificultades de colocación de los productos primarios de exportación tradicional en el mercado europeo significaron el final del incesante crecimiento económico argentino. La Argentina estaba inserta en el cuadro de las relaciones económicas internacionales controlado por Inglaterra, mientras la economía nacional se basaba sobre todo en la exportación de productos agrarios y por tanto se hallaba gravemente expuesta ante el reajuste económico de los mercados europeos. El colapso en los precios internacionales y el proteccionismo de los mercados tradicionales afectó al vital sector agrícola - ganadero. El desempleo era cada vez mayor. El sistema bancario no estaba preparado para soportar la crisis y los ingresos del sector público eran tan escasos que no podía enfrentar ni el pago de sus empleados ni sus acreedores del exterior.[xxii]

 

El gobierno del general Agustín P. Justo se aprestó a controlar la crisis económica y financiera contando para ello con sus recursos políticos, con una actitud pragmática respecto de la realidad y con una consecuente disposición para abandonar los rígidos principios del liberalismo político. Para ello adoptó una serie de medidas controvertidas, que implicaban en algunos casos la decidida intervención del Estado en campos hasta entonces prohibidos por quienes, en el mejor de los casos, decían defender mecanismos económicos que sus referentes extranjeros habían descartado sin demasiados escrúpulos. Las divisas comenzaron a escasear y con ello se redujeron las posibilidades de importar productos industriales. Surgió entonces la tendencia a encarar la gradual organización de una industria nacional bajo el principio de industrialización por sustitución de importaciones.[xxiii]

 

LOS NOTABLES DE INNOVADORES A CONSERVADORES

 

Otro rasgo importante que distingue claramente a la situación posterior a 1930 de la existente en los años precedentes, es la inestabilidad político institucional que se arraigó a partir de entonces. La irrupción del ejército en el escenario político –un hecho que ocurría por primera vez desde que el mismo se había convertido en una institución profesional- no sólo abre el período cronológicamente, sino que es también un signo de los nuevos tiempos: las tensiones generadas por la crisis eran demasiado violentas para que pudieran resolverse por la vía tradicional de equilibrios, acuerdos y compromisos. Esta presencia del Ejército como actor político, ya sea en primer plano o entre las sombras, será  desde entonces un dato inevitable de la realidad nacional.

El movimiento golpista suprimió al estilo político radical, a sus dirigentes, provenientes de los estratos medios, y a la relación particular que se había entablado entre la elite y los estratos medios a fines de la década del veinte; pero en ningún momento significó un retorno al siglo XIX. Más exacto es decir que logró que los sectores medios retrocedieran y ocuparan el papel subalterno que la generación de Sáenz Peña había previsto para ellos, eliminando el carácter de eje central del sistema electoral que ellos mismos se habían adjudicado. En muchos aspectos, la década del treinta implicó más que una ruptura completa con el pasado, un ajuste retrospectivo de la estructura política.

 



[i] RUIZ MORENO, Isidoro J.: Vida política y electoral (1880 – 1930). El Ejército. Capítulo 3. La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas Armadas. Debates históricos en el marco del Bicentenario 1810-2010. Ed. Ministerio de Defensa Presidencia de la Nación. Buenos Aires, 2010. P. 164

[ii] RUIZ MORENO, Isidoro J.: Op. Cit. P. 164.

[iii] POTASH, Robert: “El ejército y la política en la Argentina 1928 – 1945. De Yrigoyen a Perón”. Ed. Sudamericana. Bs. As. 1971. Pág. 25. Ver también: ROUQUIE, Alain: “Poder militar y sociedad política en la Argentina”. Bs. As. 1982. Tal sólo en un enfrentamiento armado en Plaza de los dos Congresos, disparos provenientes de los edificios de la Confintería del Molino y la Caja de Ahorro Postal provocaron la muerte de los Cadetes Jorge Güemes de Torino y Carlos Larguía y una decena de heridos.

[iv] CONGRESO NACIONAL. Cámara de Senadores 23 –VII- 1936. Pág. 682. Citado en FERNANDEZ LALANNE, Pedro: “Justo – Roca – Cárcano”. Ed. Sinopsis Bs. As. 1996. Pág. 49.

[v] PINEDO, Federico: citado en HALPERIN DONGHI, Tulio: “La república imposible (1930 – 1945)”. Biblioteca del Pensamiento Argentino. Ariel Historia. Bs. As. 2004. p. 31.

[vi] HALPERIN DONGHI, Tulio: “La república imposible (1930 – 1945)”. Biblioteca del Pensamiento Argentino. Ariel Historia. Bs. As. 2004. p. 30.

[vii] Rafael E. Videla: Se trata del padre del futuro presidente de facto general Jorge R. Videla, por ese entonces jefe del Regimiento de Infantería 6, con cuarteles en la ciudad de Mercedes. Ver. SEOANE, María y Vicente MULEIRO: “El Dictador. La historia secreta y pública de Jorge R. Videla”. Ed. Sudamericana. Bs. As. 1988. p. 88

[viii] CONGRESO NACIONAL, Cámara de Senadores. Sesión del 17/09/1935. Citado en FERNÁNDEZ LALANNE, Pedro: “Los Uriburu”. Ed. Emece. Bs. As. 1989, p. 451.

[ix] L’ACTION FRANҪAÍSE: La Acción francesa era una organización fundada a fines del siglo XIX con el propósito de terminar con la liberal Tercera República. Su ideario sirvió de fundamento para muchos de los movimientos conservadores y reaccionarios de Europa y América Latina. Su principal ideólogo a través de los años fue Charles Maurras, poeta y escritor nacido en 1868 en el sur de Francia. Vinculado al llamado orleanismo, es decir, los pretendientes de la restauración monárquica de los descendientes de Luis Felipe de Orleans, Maurras manifestó una original manera de entender el conservadurismo. Por un lado, sostuvo un nacionalismo de características xenófobas y antisemitas y, por el otro, un agnosticismo que reconocía a la Iglesia Católica como pilar de la vida social pero sin otorgarle entidad alguna al bagaje teológico que ésta predica. Esto le valió algunas disputas con Roma y la excomunión. L’Actión Franҫaise rindió culto a la violencia física –a la que calificaba de acción directa- y no dudó, a la hora en que lo creyó conveniente, en ejercerla. Para esto organizó los “camelots du roi”, grupos de choque integrados por jóvenes que atacaban los actos opositores, comercios judíos y a personalidades de izquierda. Si bien sufrió deserciones y disidencias, L’Action fue un baluarte del pensamiento conservador, aunque se presentó ante la sociedad como una fuerza revolucionaria, capaz de transformar el mundo capitalista y liberal.

[x] BUSTELO, Natalia: “La figura política de Leopoldo Lugones en los años veinte”. Papeles de Trabajo. Revista electrónica del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de General San Martín. ISSN: 1851 – 2577. Año 2, Nº 5, Buenos Aires, junio de 2009.

[xi] BUSTELO, Natalia: Ob. Cit. Pág. 10.

[xii] SABSAY, Fernando t Roberto ETCHEPAREBORDA: “Yrigoyen – Alvear – Yrigoyen” Ed. Ciudad Argentina. Bs. As. 1998. Pág. 451.

[xiii] DALMAZZO, Gustavo: Ob. Cit. P. 104.

[xiv] CRITICA: El diario Crítica estuvo en la calle por primera vez el 15 de septiembre de 1913. Con un precio de tapa de ocho centavos; ese día los canillitas unos cinco mil ejemplares, lejos de las grandes tiradas que más tarde lo convertirían en un fenómeno periodístico innovador de enorme influencia en la política argentina. Natalio Botana inició la empresa con un préstamo de cinco mil pesos que le proporcionó el conservador Marcelino Ugarte y aplicó la fórmula periodística del magnate de la prensa estadounidense, William Randolph Hearst. Con los recursos del sensacionalismo, un inédito despliegue de gráficos y el protagonismo de las noticias policiales y deportivas.

[xv] CLARIN: “Historia de las elecciones argentinas. 1928. La gran victoria de Yrigoyen.” Ed. EGEA S. A. Bs. As. 2011. Pág. 50.

[xvi] HALPERIN DONGHI, Tulio: “La república imposible (1930 – 1945)”. Biblioteca del Pensamiento Argentino. Ariel Historia. Bs. As. 2004. p. 349.

[xvii] ROCK, David: Op. Cit. Pág. 279.

[xviii] CARULLA, Juan Emiliano (1888 – 1968): Médico y político nacionalista. En sus orígenes adhirió al anarquismo antes de convertirse en firme admirador de la Action Franҫaise de Charles Maurras. Durante la Primera Guerra Mundial se había alistado en el Ejército Francés como médico. Había fundado un periódico denominado “La Voz Nacional”, que el general Uriburu leía frecuentemente y dio origen a un minúsculo partido nacionalista en la ciudad de Buenos Aires.

[xix] SEOANE, María y Vicente MULEIRO: “El dictador. La historia secreta y pública de Jorge Rafael Videla”. Ed. Sudamericana. Bs. As. 2001. Pág. 88

[xx] REPRESION: a Leopoldo Lugones (h), el hijo del poeta se atribuye popularmente la introducción de la “picana” –un instrumento de tortura que administraba descargas eléctricas a los detenidos- en los interrogatorios de los presos políticos.

[xxi] HALPERIN DONGHI, Tulio: “La república imposible (1930 – 1945)”. Biblioteca del Pensamiento Argentino. Ariel Historia. Bs. As. 2004. p. 44.

[xxii] FERRER, Aldo: “La economía argentina: las etapas de su desarrollo y problemas actuales”. Bs. As. 1977. Pág. 153.

[xxiii] DEL CAMPO, Hugo: “Sindicalismo y peronismo”. Bs. As. 1983. Pág. 78.

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