viernes, 5 de septiembre de 2014

EL MUNDO MIRANDO AL PRECIPICIO

En todas partes entorno a nosotros

vemos una mentalidad expansionista del siglo XVIII;

acorralando a otro país,

allanando las aguas de otros,

invadiendo otros países y capturando territorio.”
Narendra Modi
Primer Ministro de la India

EL EXPANSIONISMO BELICISTA TRADICIONAL

Para muchos expertos el escenario internacional preanuncia un retorno al expansionismo belicista de comienzos de siglo XX. Podría considerarse que la Gran Guerra (1914 – 1918) fue una confrontación entre los sistemas políticos liberales y los restos del orden conservador decimonómico disputando por territorios, mercados y colonias. La contienda se resolvió con el triunfo de los primeros. Tres grandes imperios colapsaron: el Zarista, el Austrohúngaro y el Otomano.
 
Las potencias europeas -especialmente el Imperio Británico y Francia- perdieron en gran medida su rol hegemónico pero aún pudieron mantenerse por un par de décadas como grandes potencias en un sistema internacional ahora caracterizado por la inestabilidad que generó la aparición de un conjunto de nuevos y débiles Estados en Europa Oriental. Pero ya se vislumbraba en el horizonte la silueta de nuevos y pujantes actores reclamando su participación en el proceso de toma de decisiones que afectaba sus intereses y aspiraciones. Entre ellos estaban los protagonistas de la próxima guerra: EE. UU., la URSS, Japón, Italia e incluso la por entonces derrotada Alemania.
No obstante, las potencias europeas todavía fueron capaces de protagonizar un nuevo reparto colonial. Bajo el manto de seudo legalidad que ofrecía la Sociedad de las Naciones, se adjudicaron las posesiones coloniales de los países vencidos en la contienda en forma de “Mandatos” que pasaron a controlar como “potencias administradoras”; incluso agregaron otras regiones como “Protectorados”, tal el caso de Francia en Marruecos.
Pero, el Imperio Británico y su homólogo francés habían perdido el empuje geopolítico de otros tiempos. Sus economías habían salido debilitadas de la guerra, no podían competir con la producción industrial estadounidense, sus flotas perdían gradualmente la supremacía que habían disfrutado durante siglos e incluso sus dilatados imperios coloniales comenzaban a consumir más recursos de los que generaban.
La principal característica del orden internacional surgido de la Paz de París era esencialmente su inestabilidad. El mapa europeo se convirtió en un caprichoso dibujo donde los intereses geopolíticos de las grandes potencias se ocultaron bajo la aplicación sesgada y por momentos caprichosa del “derecho a la autodeterminación de los pueblos”, creando rencores y odios que pronto derivaron en el surgimiento de un nacionalismo exacerbado reclamando rectificaciones territoriales.
LA CONFRONTACIÓN IDEOLÓGICA
Además nuevas fuerzas venían a hacer aún más complejo un escenario internacional poblado de tensiones. En Rusia, los bolcheviques se adueñaron del poder y consideraban vital para su subsistencia exportar su revolución al resto del planeta. Pronto el ejemplo revolucionario de los rusos se expandió en los ambientes intelectuales y obreros de todo el mundo donde germinaban las ideas anarquistas, marxistas y socialistas.
Casi simultáneamente, la Marcha sobre Roma, en 1923, llevó al poder a Benito Mussolini. La ideología fascista se expandió en los ámbitos de las derechas tradicionalistas y entre los ex combatientes. Gradualmente el fascismo se transformó en la ideología contrarrevolucionaria de moda que posibilitó el desarrollo de un nacionalismo xenófobo y belicista. Los grandes empresarios, los terratenientes y la burguesía en general, encontraron en el fascismo un arma adecuada para hacer frente a las turbulencias revolucionarias que se fogoneaban desde Moscú.
En este complejo panorama político la economía internacional estalló. A fines de 1929, la crisis de la bolsa de Wall Street, puso en cuestión la eficacia de las ideas económicas liberales y el propio funcionamiento del sistema capitalista.
La crisis incluso tuvo sus proyecciones en el orden colonial. En muchas colonias de África y Asia, la participación de tropas nativas en la guerra europea combinada con la formación de las élites locales en universidades europeas, dieron origen a una generación de líderes anticolonialistas y de partidos políticos que reclamaban la independencia nacional. Las potencias colonizadoras se obstinaron en hacer concesiones a la élites nativas y apelaron a desatar una exacerbada represión que solo sirvió para potenciar al movimiento anticolonial.
En 1936, en España comenzó un conflicto que luego se prolongaría en la Segunda Guerra Mundial conformando un conflicto bélico que duraría casi una década y que involucraría a múltiples pueblos en diversos escenarios geográficos. Esta confrontación bélica clausuró definitivamente la hegemonía que Europa había ejercido en forma ininterrumpida durante siglos en la política mundial.
Los regímenes fascistas gradualmente fueron desapareciendo aunque el totalitarismo siguió presente en la forma de “democracias populares” que adherían al modelo soviético o de gobiernos militares que tomaban el poder con la aprobatoria mirada de Washington.
El auge de los procesos de descolonización y la expansión del ideario antiimperialista sirvió de cobertura ideológica para el desplazamiento de las empresas e inversiones europeas de sus mercados coloniales en el Tercer Mundo.
Cuatro décadas de Guerra Fría (1946 – 1989) tiñeron todos los conflictos inter e intra estatales de una confrontación ideológica. El mundo pareció partirse en dos mitades antagónicas que vivían en un equilibrio inestable siempre con un dedo sobre el botón nuclear.
EL ORDEN DE POSGUERRA FRÍA
Abruptamente, en los noventa se derrumbó el Telón de Acero, el capitalismo de Estado al estilo soviético dejó de ser un modelo de desarrollo válido. Francis Fukuyama decretó que había llegado el “fin de la historia” y las ideas liberales parecieron retornar con todo su entusiasmo al ritmo del “Consenso de Washington”. Los expertos se apresuraron a hablar de un nuevo orden internacional que desterraría las guerras interestales y donde los principales problemas de seguridad lo constituían las “nuevas amenazas a la seguridad”: el narcotráfico, el crimen organizado, la proliferación de armas de destrucción masiva, las migraciones ilegales, etc. 
El Bloque Socialista, el Pacto de Varsovia y la propia Unión Soviética desaparecieron. No obstante, la OTAN no sólo siguió existiendo sino que incrementó el número de países miembros, sumando nuevas instalaciones militares y mayores medios ofensivos.
Aprovechando la distención, empresas multinacionales y bancos europeos y estadounidenses se lanzaron optimistas a la caza de buenos negocios en los países de Europa Oriental, de los recursos petroleros y gasíferos del Asia Central y de la propia Rusia.
Durante dos décadas, los EE. UU. fueron la potencia hegemónica en un mundo unipolar que ni siquiera pudo alterar el fatídico 11 de septiembre de 2001 y el comienzo de la “Guerra con el Terror”. Entonces llegó la crisis económica, en 2007, y la economía americana entró en recesión arrastrando al resto del mundo y el sistema internacional comenzó a crujir. La recuperación no llegaba y los problemas económicos y la consiguientes “indignación social” comenzaron a afectar la gobernabilidad en países como Portugal, Grecia, España, Italia…
LA ACTUAL INCERTIDUMBRE
El ambiente internacional recién comenzó a cambiar hacia fines del 2010 con el estallido de la llamada “Primavera Árabe”, que dinamitó el orden social y el equilibrio político militar del Norte de África y Medio Oriente.
La complejidad del actual escenario internacional ha sido descripta recientemente por el ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, Frank-Walter Steinmeier: “Viendo el arco de crisis que va del Magreb a Oriente Próximo, pero también lo que está ocurriendo en el Este de Europa, mucha gente en Alemania y Europa tiene la sensación de que el mundo se cae a pedazos. Las crisis y conflictos se nos van acercando cada vez más, incluso en nuestra vecindad europea ya no valen las certezas que dimos por supuestas a los largo de 25 años.”[i]
En estos días crecen las tensiones entre la OTAN y Rusia en Europa Oriental, lo que se inició como una guerra regional en Medio Oriente –que inicialmente involucró únicamente a Siria e Irak-, se transformó, por acción de las milicias yihadistas del llamado Califato Islámico, en un conflicto que amenaza involucrar a Irán, El Líbano, Jordania y las monarquías del Golfo y arrasar con el mundo árabe, mientras que en Asia, China mantiene serios diferentes territoriales con Japón, Corea del Sur, Taiwan, Vietnam e India, al mismo tiempo crecen los incidentes y las tradicionales tensiones entre Pakistán e India.
Esta multiplicación de los conflictos territoriales, en el contexto de un proceso recesivo de la economía mundial tiende a configurar un escenario internacional que guarda similitudes con el vivido en la segunda mitad de la década del treinta. Mientras esto sucede, los líderes occidentales pierden día a día credibilidad al no encontrar las medidas adecuadas para contener la expansión de los conflictos y los expertos en todo el mundo contienen la respiración esperando que un improbable brote de racionalidad evite tragedias aún mayores.  

 



[i] STEINMEIER, Frank-Walter: “Qué podemos hacer y qué debemos hacer”. Artículo publicado en el diario El País. 3/9/2014, ps. 22 y 23.

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