¿POR QUÉ HAY QUE CUIDAR A CRISTINA?
Por el Dr. Adalberto C. Agozino
EL PAÍS DEL “YO NO FUI”
Días pasados he vivido dos hechos que deseo compartir con el lector porque
me parecen un reflejo del país que vivimos. El primero de estos hechos ocurrió
en la universidad privada en que dicto clases desde hace 35 años. Al detectar
un error en el cómputo de mi antigüedad docente, fui a ver a la jefa del
Departamento de Personal Docente para solicitarle que rectificara dicho error.
Grande fue mi sorpresa cuando la respuesta de la joven empleada consistió en
decirme con algo de indignación que ella no era responsable del error porque se
había originado en “otra gestión”. Es
decir, que el error se había producido antes de que ella sumiera su actual
cargo cuando otra empleada estaba a cargo de ese Departamento. En consecuencia,
como la anterior jefa se había desvinculado de la institución, ni ella ni la
Universidad eran responsables por el error y por el perjuicio económico que me
habían originado. Curiosa interpretación. Seguramente la juventud o la falta de
conocimientos le impedían comprender a la jefa del Departamento Docente que
existe algo llamado “continuidad
jurídica” por los actos administrativos que una institución lleva a cabo a
través del tiempo.
El segundo hecho es similar a este pero aún más pueril e insólito.
Frecuentemente, me veo obligado a viajar en chárter desde la localidad
bonaerense donde tengo mi residencia hasta la ciudad de Buenos Aires, como
miles de sufrientes argentinos. La semana pasada efectué telefónicamente, como
es habitual, la reserva de mi pasaje. La telefonista que atendió mi llamado
confundió el horario de mi reserva y perdí el viaje.
El hecho era tan sólo un simple error humano que puede ser sencillamente
comprendido y disculpado. De todas formas decidí formular un reclamo telefónico
con el objeto de evitar la repetición del hecho y recordarle a los encargados
de tomar las reservas que debían efectuar su trabajo con mayor responsabilidad
y atención. Perder la reserva y no poder viajar siempre ocasiona al frustrado
pasajero inconvenientes que nadie puede compensarle. Grande fue mi sorpresa
cuando la telefonista algo molesta me dijo: “Yo
no tomé la reserva fue Fulana y no tengo nada que ver”. Ante lo cual me vi
obligado a recordarle a la inexperta telefonista que tanto ella como su
compañera eran parte de una misma empresa y que precisamente esa empresa era
responsable por los inconvenientes y perjuicios que la negligencia de sus
empleados me habían ocasionado.
Estos hechos, más allá de lo poco significativos que puedan parecer son el
reflejo de un país donde nadie se siente responsable de nada de lo que ocurre.
Un país donde la culpa siempre la tiene el otro: los militares, los políticos,
los empresarios, los peronistas, los villeros que viven de los planes sociales,
los zurdos, los fachos, los periodistas o los medios. Cada cual puede elegir el
chivo expiatorio de su preferencia
para depositar en él la responsabilidad. Un país en que nadie asume su
responsabilidad por la franca decadencia en que se debate la sociedad.
Porque si algo no admite discusión es que la Argentina en los últimos
sesenta o cincuenta años ha perdido la posición de prestigio y consideración en
el mundo. Pasando de ser un país en vías de desarrollo para convertirse en un
país en vías de subdesarrollo.
Uno de más factores que más ha contribuido a esta decadencia es
probablemente la tendencia fundacional que suelen asumir los gobiernos
nacionales y la propia sociedad cada tanto.
LA TENDENCIA FUNDACIONAL
Los argentinos cada diez años estamos refundando a la Nación. Cada diez
años aproximadamente rompemos o pretendemos romper con algún gobierno al que se
responsabiliza por todos los males del presente.
La “Revolución” de junio de 1943,
encabezada por la logia militar del GOU prometió terminar con la era del “fraude patriótico” y los gobiernos
oligárquicos.
En 1955 la “Revolución Libertadora”
puso fin a la llamada “Segunda Tiranía”,
es decir, al gobierno constitucional de Juan D. Perón –recordemos que la “Primera Tiranía” era la época de Juan
Manuel de Rosas-.
El 28 de junio de 1966, el general Juan Carlos Onganía y los militares del
sector “azul” del Ejército derrocaron
al gobierno semiconstitucional –tengamos en consideración que el peronismo
durante esta etapa estaba proscripto- de Arturo U. Illia para llevar a cabo la “Revolución Argentina” que sacaría al
país del subdesarrollo.
El 25 de mayo de 1973, el delegado de Perón, Héctor J. Cámpora asumió la
presidencia de la Nación, frente a la atenta mirada de los presidente Salvador
Allende de Chile y Osvaldo Dorticós Torrado de Cuba, para inaugurar en Argentina
el “gobierno nacional y popular”.
Mientras en la Plaza de Mayo los militantes de la Juventud Peronista cantaban alborozados: “Se van, se van y nunca volverán” en referencia a los militares que
dejaban el poder.
Pero volvieron tan sólo tres años después. El 24 de marzo de 1976 los
militares retomaron el poder e inauguraron “El
Proceso de Reorganización Nacional”. Por fin el país iba a iniciar una
etapa de verdadero desarrollo en orden y en paz, sin el terrorismo revolucionario
ni el caso provocado por el desgobierno de María Estela Martínez de Perón.
El 10 de diciembre de 1983 los militares abandonaron humillados el
gobierno. Atrás dejaban nueve mil desaparecidos, bebes apropiados, personas
arrojadas vivas desde aviones al Río de la Plata y una guerra internacional
perdida. Ante el fracaso de los militares retornó la institucionalidad al país.
De la mano de Raúl Alfonsín el país se reencontró con la legalidad
constitucional, se juzgó a los integrantes de las Juntas Militares y de las
cúpulas terroristas. Pero Alfonsín se mostró incapaz de encauzar la economía y
debió dejar el gobierno seis meses antes del fin de su mandato corrido por la
hiperinflación, los cortes de energía eléctrica, los saqueos y las protestas.
Arribó al gobierno entonces Carlos S. Menem quien convirtió al peronismo
del nacionalismo estatista al neoliberalismo del “consenso de Washington” pero siempre en tono nacional y popular.
Indultó a los militares y terroristas, estableció “relaciones carnales” con los Estados Unidos y restableció los
vínculos con el Reino Unido al mismo tiempo que ponía el rostro del Che Guevara
en una estampilla del correo argentino. Menem abrió la economía argentina al
mundo, privatizó –o mejor dicho: regaló- las empresas estatales. Los argentinos
pudieron comprarse las primeras computadoras y teléfonos celulares. El peso
valía un dólar, los argentinos vacacionaban en Miami y gozaban de una tregua
sin inflación o inestabilidad económica. Claro que en el proceso destruyó buena
parte de la industria nacional y disparó los índices de desempleo. Pero, como
el lector comprenderá siempre hay “daños
colaterales”.
En 1999, de la mano de la Alianza
de los radicales con el Frepaso, llegó a la presidencia Fernando de la Rúa. Un presidente
de centro derecha liderando una coalición de centro izquierda. No podía durar y
no duró. Dos años más tarde un pacto entre Duhalde y Alfonsín sepultó al
gobierno de la Alianza. Pero el
precio fue demasiado alto. La abrupta salida de la convertibilidad cambiaria,
el corralito bancario y el endeudamiento externo se convirtieron en un coctel
explosivo que una clase política inexperta e imprudente no supo manejar. El
alegre festejo del default de la deuda en el Congreso Nacional, es el claro
ejemplo de una sociedad donde nadie se siente responsable de los errores del
pasado. Un país sin memoria colectiva, donde todos creen que cada tanto se
puede recomenzar de cero sin la carga de los errores cometidos.
El 25 de mayo de 2003 asumió la presidencia Néstor Kirchner para continuar
la fallida experiencia de gobierno del dentista Cámpora treinta años después.
El gobierno argentino fue nuevamente “nacional
y popular” pero mucho más rencoroso y revanchista.
Luego, de la mano de Cristina, el peronismo convertido en kircherismo retornó a la tradición del
primer peronismo: la economía estatista y dirigista, a la defensa de la
industria nacional, al culto a la personalidad, a la persecución de los opositores
y disidentes, como así también de la prensa independiente. Nuevamente la
Argentina se dividió en dos bandos irreconciliables.
EL PRÓXIMO GOBIERNO
El 10 de diciembre de 2015, la Argentina tendrá un nuevo presidente y se
cerrará el ciclo kirchnerista pero el país será el mismo.
El nuevo gobierno no fundará un nuevo país o una nueva república
simplemente representará un cambio de administración. Deberá reparar los
errores del pasado, rectificar las políticas equivocadas y encontrar el rumbo
adecuado para encauzar el país hacia la prosperidad, la integración regional y
una adecuada inserción internacional.
El nuevo presidente recibirá de manos de Cristina Fernández de Kirchner no
sólo la banda y el bastón, sino también un país que atraviesa una compleja
realidad económica y social. Cuando el Papa Francisco aconseja: “cuiden a
Cristina”, seguramente está pensando en la Argentina y no en la presidenta.
Cuidar a Cristina para que termine la gestión lo mejor posible significa cuidar
al país para no repetir los errores del 2001. A nadie, y menos que nadie al
próximo presidente, le sirve que la Argentina se sumerja en un periodo de
inestabilidad y confrontación similar al que hoy vive Venezuela, por ejemplo.
Por eso, es conveniente cuidar al actual gobierno y desear que culmine lo
más normal posible… porque no tendrá una sucesión proveniente de sus propias
filas. La era del kirchnerismo ha terminado y en el 2015 vendrá algo distinto
seguramente algo mejor.
Pero el nuevo gobierno deberá gobernar a la misma sociedad que en su
momento eligió a Cristina, a Néstor, a Menem, a De la Rúa, a Alfonsin o que
inicialmente apoyó los golpes de Estado de 1976, de 1966, de 1955, etc. para
luego arrepentirse y clamar por elecciones y constitucionalidad.
Entre todos hicimos la Argentina de hoy, no fue Cristina ni el kirchnerismo
el único responsable de nuestra actual decadencia. Por lo tanto, es
responsabilidad de todos que este barco arribe a buen puerto en diciembre de
2015.
Hasta entonces lo más conveniente para todos es preservar la gobernabilidad
del país para evitar el caos. Recordemos que en las épocas de crisis profundas
quienes más sufren son quienes menos tienen…
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