jueves, 21 de noviembre de 2013

UN RODRIGAZO EN CUOTAS


UN RODRIGAZO EN CUOTAS

Por el Dr. Adalberto C. Agozino

            Una compleja combinación de factores, la pérdida de veinte puntos en el caudal electoral sumado a un grave problema de salud que limita sus actividades, la falta de una posibilidad de reelección y la mala marcha de la economía, han terminado por alejar a Cristina Kirchner del poder. Cristina hoy reina pero no gobierna. 
            Se han terminado los tiempos en que la señora Presidente resolvía sobre el gobierno y sobre el Partido Justicialista sin consultar a nadie más que al grupo de íntimos que compartían su cercanía.
            Los gobernadores peronistas que fueron capaces de superar los recientes comienzos con éxito han comenzado a hacer valer su caudal electoral y a imponer condiciones a la debilitada presidente. Lo han hecho con habilidad y sutileza. Tratando de que el cambio pase lo más desapercibido posible. Pero lo cierto es que el eje del poder se ha desplazado, desde los sectores juveniles de izquierda, grupos piqueteros y organizaciones defensoras de derechos humanos que constituían el núcleo duro del cristinismo, hacia los antiguos caciques peronistas del interior del país que controlan las situaciones provinciales desde hace tres décadas.

            Estos hábiles caudillos provinciales pretenden retener el poder en sus provincias más allá de 2015. Para ellos no habrá mucha diferencia si el nuevo presidente es Massa, Scioli o cualquier otro. El peronismo siempre termina por responder al líder de turno. Rápidamente las lealtades se reacomodan y por lo general los agravios también se olvidan. No son cuestiones personales, tan sólo cuestiones de negocios.

            Pero hay un límite. Los caudillos peronistas no pueden permitir que un gobierno peronista fracase y la ola de crisis termine por eyectarlos a ellos de sus posiciones de poder provincial.

            Es por ello que se han decidido a tomar el timón para evitar que el barco naufrague. Lo han hecho con sutileza y prolijidad. Impusieron un Jefe de Gabinete de aspecto kirchnerista pero con autonomía propia. Un candidato que podría aparecer como elegido por Cristina aun cuando en realidad le ha sido impuesto.

            A su vez, Jorge Capitanich ha elegido para conducir a la economía –un cargo siempre estratégico pero aún más en este momento- a un hombre de confianza de la presidente, pero que antes –y siempre- ha sido un hombre de su propio riñón y empleado de su consultora.

            Con prolijidad el cambio incluyó también el alejamiento de las figuras más desgastadas y cuestionadas del elenco cristinista. Todo muy sutil y gradual. Probablemente los cambios no hayan terminado y otros ministros dejen sus cargos en los próximos días para oxigenar aún más la nueva gestión

            Pero a no llamarse a engaño los cambios no son producto del retorno de Cristina se trata de un nuevo gobierno. Un gobierno de transición que efectuará correcciones para dotar de gobernabilidad al gobierno que asumirá en 2015.

            En qué consistirán esas correcciones. Seguramente en un recorte de la gran masa de subsidios, un sinceramiento –o ajuste- de las tarifas de los servicios públicos, incrementos en los precios de los combustibles, reducciones en los niveles de emisión y una fuerte devaluación del peso.

            Es decir, la receta es siempre la misma y los efectos son también los mismos. Podrá emplearse mucha retórica pero al final la cuestión siempre termina en una drástica rectificación de la política económica que afecta el nivel de consumo de los sectores populares, aumenta la desocupación y empobrece aún más a la clase media, a los pobres y a los marginados.

            La fiesta se ha terminado y ahora hay que pagar la cuenta. Se podrá abonar al contado. A través de una “política de shock” como la aplicada por el ingeniero Celestino Rodrigo, en junio de 1975. En esa oportunidad, una brusca devaluación del peso acompañado de incrementos en los precios de los combustibles, la energía y el transporte, derivó en una rebelión sindical seguida de un huracán de rechazo social que puso fin al ajuste y abrió el camino hacia la hiperinflación de 1976 y al golpe de Estado.

            Al parecer, Capitanich y su equipo, parecen inclinarse más por un pago en cuotas. Es decir, por aplicar un ajuste gradual que reduzca a su mínima expresión las reacciones sociales. Como en el antiguo relato de la rana en la olla. A fuego lento, muy lento, terminaremos todos cocinados sin que nadie salte de la olla.

            En los próximos días y meses veremos si la rectificación del rumbo económico tiene éxito y se prolonga sin contemplar los costos sociales del mismo o, por el contrario, la reacción social obliga a buscar caminos alternativos y nuevos conductores para la nave gubernamental.  

                         

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