De la transición energética a la
industria militar, estos diecisiete elementos químicos se han convertido en un
recurso estratégico comparable al petróleo del siglo XX. China domina su
producción y refinado, Estados Unidos y Europa buscan reducir su dependencia y
países como la Argentina aparecen en el radar geopolítico como reservas aún
poco explotadas, atravesadas por dilemas ambientales, económicos y de
soberanía.
Contenido:
Las
tierras raras ya no son una cuestión de laboratorio ni una nota al pie en los
informes científicos. En los últimos años han pasado a ocupar un lugar central
en la disputa por el poder global, al punto de convertirse en uno de los
insumos más sensibles de la economía mundial y de la seguridad internacional.
Invisibles para el gran público, pero omnipresentes en la vida cotidiana, estos
elementos químicos sostienen desde los teléfonos inteligentes hasta los misiles
de última generación, desde los aerogeneradores que simbolizan la transición
energética hasta los sistemas de guiado que definen la superioridad militar de
las potencias.
Pese
a su nombre, las tierras raras no son ni tierras ni particularmente raras. El
término designa a un grupo de 17 elementos químicos —el escandio, el itrio y
los quince lantánidos— relativamente abundantes en la corteza terrestre. Su “rareza”
reside en otra parte: rara vez aparecen en concentraciones suficientemente
altas como para que su explotación sea rentable y, sobre todo, su separación y
refinado son procesos técnicamente complejos, costosos y altamente
contaminantes. Ese cuello de botella explica por qué el verdadero poder no
reside solo en poseer yacimientos, sino en dominar la cadena industrial que va
de la mina al producto final.
Entre
estos elementos hay nombres que se repiten una y otra vez en los documentos
estratégicos. El neodimio y el praseodimio son esenciales para fabricar imanes
permanentes de altísima potencia, indispensables para los motores de los
vehículos eléctricos, las turbinas eólicas, los drones y los discos duros. El
disprosio y el terbio aportan estabilidad térmica a esos imanes. El europio y
el itrio permiten la luminiscencia de pantallas, luces LED y sistemas de
señalización. El lantano y el cerio son claves en catalizadores industriales y
refinerías, mientras que el gadolinio cumple un rol central en la medicina y la
industria nuclear. La mitad del consumo mundial de tierras raras se concentra
en imanes y procesos de catálisis, los segmentos de mayor valor económico y
mayor sensibilidad geopolítica.
Su
importancia económica se ha disparado al calor de la transición energética.
Lejos de reducir la dependencia de los recursos naturales, el paso de los
combustibles fósiles a las energías renovables ha trasladado esa dependencia
hacia nuevos minerales críticos. La Agencia Internacional de la Energía estima
que, si el mundo pretende cumplir los objetivos climáticos, la demanda de
tierras raras deberá multiplicarse por diez antes de 2030. En ese escenario,
garantizar el suministro se ha convertido en una prioridad estratégica
comparable a la seguridad energética del siglo pasado.
El
componente militar refuerza aún más esa centralidad. Las tierras raras están
presentes en radares, sistemas de visión nocturna, satélites, misiles de
precisión, aviones de combate y submarinos. La tecnología que define el
equilibrio de poder en los conflictos contemporáneos depende de estos
materiales. Por eso figuran en las listas de “minerales críticos” de
Estados Unidos, la Unión Europea y sus aliados, y por eso su control se ha
vuelto un asunto de seguridad nacional.
El
mapa global muestra un dominio claro: China. El gigante asiático concentra
cerca de la mitad de las reservas mundiales y controla alrededor del 70 % de la
producción y casi el 90 % de la capacidad de refinado. Durante décadas, Pekín
aceptó los costos ambientales y sociales que Occidente rechazó, desarrolló
conocimiento técnico, infraestructura industrial y una política de largo plazo
que hoy le permite utilizar las tierras raras como una poderosa herramienta
geopolítica. Las restricciones a la exportación y los controles administrativos
se han convertido en un instrumento de presión en el marco de las disputas
comerciales y tecnológicas con Estados Unidos y Europa.
Washington,
que fue pionero en la explotación de estos minerales en la segunda mitad del
siglo XX, perdió terreno y ahora intenta recuperar capacidades. Australia,
Canadá, Brasil, Vietnam, Rusia y Groenlandia aparecen como proveedores
alternativos en una estrategia de diversificación destinada a reducir la
dependencia china. Europa, por su parte, promueve la exploración, el reciclaje
y la reapertura de minas, aunque choca con resistencias sociales y regulaciones
ambientales estrictas que encarecen y ralentizan los proyectos.
Esta
competencia ha dado lugar a una nueva carrera extractiva global, una suerte de
guerra fría mineral en la que se combinan inversiones, acuerdos diplomáticos,
presiones comerciales y conflictos indirectos. Ucrania, con importantes
reservas, se ha convertido en un ejemplo de cómo los minerales críticos se
entrelazan con la geopolítica de la guerra, la ayuda militar y la
reconstrucción económica.
En
ese tablero aparece también la Argentina. Estudios oficiales han identificado
la presencia de tierras raras en provincias como Salta, Jujuy, San Luis,
Santiago del Estero, Córdoba, Buenos Aires, Chubut y Santa Cruz, además de
indicios en la plataforma continental. Sin embargo, la experiencia productiva
es mínima y remota: la única explotación registrada data de mediados del siglo
XX. El país cuenta con capacidades científicas relevantes, universidades y
centros de investigación que trabajan sobre estos elementos, pero enfrenta
obstáculos estructurales: falta de inversiones, ausencia de tecnología de
refinado, marcos regulatorios inestables y un debate social cada vez más
intenso sobre los impactos ambientales de la megaminería.
La
atención internacional sobre los minerales críticos ha vuelto a colocar a la
Argentina en el radar de las grandes potencias. Memorandos de entendimiento,
acuerdos de cooperación y promesas de financiamiento se entrelazan con la
urgencia económica y con un modelo que vuelve a apostar por la explotación de
recursos naturales como vía rápida de inserción global. El interrogante de
fondo es si el país logrará convertir ese potencial en una estrategia de
desarrollo industrial y tecnológico o si reproducirá, una vez más, un esquema
primario-exportador, ahora bajo el ropaje verde de la transición energética.
Las
tierras raras condensan, en definitiva, las tensiones del mundo contemporáneo.
Son indispensables para la descarbonización y la revolución digital, pero su
extracción conlleva costos ambientales elevados. Prometen autonomía energética,
pero generan nuevas dependencias geopolíticas. Para la Argentina y para buena
parte del Sur Global, el desafío consiste en decidir si estos minerales serán
una palanca de soberanía y valor agregado o apenas el último botín de una
competencia global cada vez más áspera y desigual.

No hay comentarios:
Publicar un comentario