viernes, 19 de febrero de 2021

LA RESISTENCIA FRANCESA REVIVE EN UN AMENO LIBRO


 


El profesor británico Robert Gildea relata la historia de la Resistencia del pueblo francés durante la ocupación alemana después del armisticio que siguió a la derrota militar de junio de 1940.

Las obras traducidas al castellano sobre la ocupación alemana de Francia (1940 – 1944) y en particular sobre las actividades de la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial no son frecuentes.

Por tal motivo, cuando encontré en una librería el tratado del profesor de Historia Moderna de la Universidad de Oxford, Robert Nigel Gildea (1952) titulada de castellano “Combatientes en la sombra. La historia definitiva de la resistencia francesa”, publicado en ingles en 2015 y en castellano, con traducción de Federico Corriente, por editorial Taurus de Buenos Aires en 2017, no dudé en adquirirlo para completar la sección dedicada a temas de inteligencia y operaciones especiales de mi biblioteca personal.

No obstante, atraído por otros textos fui demorando hasta comienzos de febrero de 2021 la lectura del libro del profesor Gildea que ahora comparto con el lector.

Debo comenzar por reconocer que esa demora estaba originada en ciertos prejuicios sobre este tipo de libros. Estaba seguro de que me encontraría con otro aburrido relato del funcionamiento de redes de espionaje, con sus actos de heroísmo y traiciones, o la descripción de la planificación y ejecución de osadas acciones de sabotaje, al estilo de “La casa de la calle Garibaldi” de Isser Harel[1].

Nada más alejado del excelente trabajo del profesor Gildea. Pero iniciemos el análisis del libro hablando de su autor.

EL AUTOR

Robert Gildea se formó en el Dulwich College y en el Merton College de Oxford, antes de asistir a St. Antony’s para obtener su doctorado en Filosofía bajo la dirección de Theodore Zeldin. Su trabajo de tesis estuvo referido a la educación provincial francesa.

Se inició como docente en el King’s College de Londres hasta alcanzar la designación de reserch fellow (miembro investigador) en Historia Moderna en el Merton College de la Universidad de Oxford en 1979.

En 2002 publicó un importante trabajo titulado: “Marianne[2] in chains” (Marianne encadenada: la vida cotidiana en el corazón de Francia durante la ocupación alemana) que obtuvo el Premio Wolfson de Historia.

El libro analizaba la vida en las provincias de Francia durante la ocupación alemana y despertó inmediatamente una intensa polémica por las afirmaciones de Gildea de que muchos franceses habían cooperado con los ocupantes alemanes mucho más de lo que se había admitido anteriormente, argumento que reitera en su nuevo libro sobre la Resistencia. Además, publicó “Hijos de la Revolución 1799 – 1914” (2013); “Imperios de la mente: el pasado colonial y la política del presente.” (2019).

LA OBRA

Como explicita Gildea en la “Introducción” de su libro se propone a través de él exponer y rebatir lo que denomina “el mito fundacional de la Resistencia” que permitió “a los franceses reinventarse y mantener su orgullo nacional durante el periodo de posguerra. Este relato estaba compuesto por diversos elementos. En primer lugar, la Resistencia era un continuo que había comenzado el 18 de junio de 1940, cuando de Gaulle, que se encontraba aislado en Londres hizo un llamamiento a la resistencia a través de una emisión radiofónica de la BBC y que había llegado a su apogeo el 26 de agosto de 1944, día en que desfiló por los Campos Elíseo entre las aclamaciones del pueblo francés. En segundo lugar, se consideraba que mientras ‘un puñado de miserables’ había colaborado con el enemigo, el esfuerzo de una minoría activa de resistentes había gozado del apoyo de la inmensa mayoría del pueblo francés. En tercer lugar, y por último, se consideraba que, a pesar de que los franceses estuvieron militarmente endeudados con los Aliados y con algunos extranjeros que habían participado en la Resistencia, el pueblo francés se había liberado a sí mismo y había sido capaz de restaurar su honor nacional, su autoestima y su unidad”. (Ps. 18 y 19).

El profesor de Oxford proporciona un relato muy diferente. El de una Francia profundamente dividida donde un gran sector de la población se alegró del armisticio y del establecimiento del gobierno de la “Revolución Nacional” encabezada por el mariscal Philippe Pétain, aunque con ello llegó la ocupación alemana y la partición del país.

Este sector de los franceses, en general, coincidía con las ideas autoritarias, corporativas, xenófobas, antisemitas y anticomunistas impulsadas por Pétain o bien pretendía olvidar la guerra y la derrota para intentar continuar con su vida anterior.

Incluso el Partido Comunista Francés y muchos de sus miembros condicionados por el Pacto Ribbentrop – Molotov, de 1939, no se sumaron a la lucha contra el fascismo hasta después de la invasión a la Unión Soviética en junio de 1941.

Gildea nos habla del clima de resignación y derrotismo con que la mayoría de los franceses aceptaron calladamente la ocupación alemana y de la escasa aceptación que tuvo en 1940 el llamamiento del general Charles de Gaulle. El líder de la Francia Libre aparecía en un principio a los franceses de a pie, dice Gildea, “como un exiliado utilizado por los británicos y asesorado por judíos.” (P. 112).

El propio general de Gaulle en sus Memorias reconoce veladamente los problemas para captar voluntades en favor de la Francia Libre entre las tropas francesas evacuada desde Dunkerque que prefirieron retornar a su país luego del armisticio. Lo que no menciona es que hasta 1943 las fuerzas de la Francia Libre estaban formadas esencialmente por tropas coloniales (especialmente los Tirailleurs Sénégalais, Argelinos y Asiáticos -vietnamitas, laosianos, anamitas y tonkineses) encuadradas por mandos franceses.

Además, Gildea describe la desconfianza y hasta el odio de los franceses hacia los ingleses, especialmente después del ataque de la Royal Navy a la flota francesa surta en el puerto de Mers-el-Kébir, Argelia, el 3 de julio de 1940, en que hundieron varios barcos y murieron 1.297 marinos galos. Tampoco ayudó a la imagen de los Aliados que los bombardeos mataran a civiles franceses, muchos de ellos trabajadores forzados en las fábricas alemanas y de la Francia ocupada.

A menudo el general Charles de Gaulle es blanco de las críticas de Gildea, tanto por su soberbia como por otros rasgos de su personalidad, como su excesiva desconfianza hacia cualquiera que pudiera real o potencialmente convertirse en un rival para su liderazgo.

El autor lo considera un tanto aislado en una torre de marfil rodeado de un entorno de incondicionales sin mayores méritos. Las principales credenciales de sus colaboradores más cercanos eran su origen social y una fidelidad absoluta al General.

Afirma, no sin cierta justicia, que desde su arribo a Londres en 1940 Charles de Gaulle no condujo tropas en combate ni sobresalió por sus dotes de organizador. En realidad pasó la guerra tejiendo intrigas, rivalizando con el general Henri Giraud (1879 – 1949) y el almirante François Darlan (1881 -1942) y desconfiando de las intenciones de los británicos y estadounidenses sobre el imperio colonial francés.

Sin embargo, reconoce que Charles de Gaulle era el general francés con mayor capacidad política (aunque Darlan salió del escenario prematuramente cuando las balas de una agente gaullista Fernand Bonnier de La Chapelle terminaron con su vida en diciembre de 1943) y que muchas de sus aparentemente caprichosas acciones estaban orientadas a crear la sensación de que Francia seguía combatiendo contra los nazis pese al armisticio y, al mismo tiempo tratar de preservar a las colonias francesas de África, Medio Oriente y el Sudeste Asiático.

Por último, de Gaulle maniobró hábilmente para que fueran las fuerzas francesas las primeras en entrar a París y al mismo tiempo evitar que los Estados Unidos organizaran un gobierno militar de ocupación para administrar al país. De allí la necesidad de “inventar” la versión de que Francia se había liberado a sí mismo.

Para reivindicar históricamente al Ejército francés de su humillante derrota de 1940, De Gaulle minimizó el papel desempeñado por la resistencia del interior y los “maquis” en el levantamiento final contra los ocupantes alemanes.

FRANCIA BAJO LA OCUPACIÓN ALEMANA

Gildea realiza una muy interesante descripción de las condiciones en que vivió el pueblo francés bajo la ocupación alemana y el régimen de Vichy.

Así, relata que los franceses debieron entregar todas sus armas bajo pena muerte, incluso las escopetas de caza de los agricultores. Relata la escasez de alimentos y de trabajo. Necesidades que los franceses paliaron con el Système du Debruillage o Système D (que puede traducirse como “sistema de ir tirando”) señalando: “La gente aprendió a improvisar: se volvía a establecer contacto con primos que vivían en el campo y que tenían suministros alimentarios, las ruedas de las bicicletas se rellenaban con paja, los coches funcionaban con carbón y se criaban conejos en los balcones y las viviendas.” (P. 78). También apareció el tradicional “mercado negro” para cubrir otras necesidades. En los primeros años de la guerra, tanto las fábricas de aviones y automóviles y los astilleros franceses se reactivaron con pedidos de Alemania y demandaron una mayor mano de obra (además muchos trabajadores eran prisioneros de guerra retenidos en Alemania) el desempleo prácticamente desapareció.

Los alemanes impusieron además a Francia el pago de “indemnizaciones” por haberle declarado la guerra tras la invasión germana a Polonia, en agosto de 1939, que se cobraron con productos alimenticios y materias primas. Incluso la imposición de un marco alemán sobrevaluado contribuyó a empobrecer a los franceses.

La prensa y la correspondencia privada estaban sujetas a censura, no podía exhibiese la bandera francesa y mucho menos festejar las fechas patrióticas (1° de mayo, “Día del Trabajo”, el 14 de julio “Día de la Bastilla”, el segundo domingo de mayo, el “Día Nacional de Juana de Arco y del Patriotismo” y mucho menos el 11 de noviembre “Día del Armisticio” de 1918).

LA RESISTENCIA

El movimiento de la Resistencia no fue producto de una creación coordinada ni por los británicos, la Francia Libre o el Partido Comunista sino que surgió espontáneamente a través de diversos grupos de personas con motivaciones distintas y proyectos diferenciados.

Así lo define precisamente Gildea al hablar de que era “como un panal fragmentado en muchas celdas”, más adelante plantea: “… en febrero de 1943. También obedecía a la evolución de la resistencia, que había pasado de un puñado de pequeñas organizaciones a convertirse en un movimiento de protesta de gran envergadura desencadenado por la demanda alemana de mano de obra francesa para ir a trabajar a Alemania. La opinión pública, gran parte de la cual había concedido durante tanto tiempo el beneficio de la duda al régimen de Vichy, se volvió ahora en contra de este, a medida que su afirmación de que iba a proteger al pueblo demostraba que era falsa.” (P. 303).

Entre quienes primero organizaron células de la Resistencia predominaban los antiguos combatientes de las brigadas internacionales que habían retornado de luchar contra el franquismo en la Guerra Civil Española, españoles exmilicianos  republicanos exiliados en Francia después del fin de la guerra española el 1° de abril de 1939, franceses huidos de los departamentos de Alsacia y Mosela anexados a Alemania por el armisticio, exsoldados franceses que se negaron a abandonar la lucha cuando se firmó el armisticio, extranjeros antifascistas que habían buscado refugio en Francia ante el avance del fascismo: polacos, checos, belgas, italianos e incluso gran cantidad de comunistas y socialistas alemanes, judíos franceses y europeos que trataban de no ser deportados a los campos de exterminio, sacerdotes católicos y de otras confesiones que ocultaron a los resistentes y a los judíos para ayudarlos a escapar y a partir de diciembre de 1942 los mencionados “refractaires”, jóvenes nacidos entre 1921 y 1924 obligados a trasladarse a Alemania para cumplir dos años de trabajo obligatorio en las fábricas que contribuían al esfuerzo bélico alemán que escapaban y se veían forzados a pasar a la clandestinidad. Entre el 5 y 25% de ellos ingresaron al maquis.

Aunque el Partido Comunista era el partido mayoritario de Francia, fue ilegalizado por el gobierno de la Tercera República, el 2 de septiembre de 1939, a raíz del Pacto entre Adolf Hitler y Iósif Stalin, tal como hemos mencionado. Los comunistas no comenzaron la resistencia activa hasta el lanzamiento de la Operación Barbarroja, la invasión a la Unión Soviética, el 22 de junio de 1941. Las redes comunistas de la Resistencia además de colaborar con el esfuerzo de guerra soviético y la liberación de Francia tenían el proyecto de convertir el estallido final contra los ocupantes alemanes en una gran revolución social y popular que les permitiera tomar el poder y establecer una república democrática como las que en la posguerra se formarían en Europa Oriental. Para ello acumulaban armamentos y preparaban a sus cuadros para el día de la liberación.

La “Resistencia” comenzó con pequeños gestos simbólicos de rebeldía, tales como escuchar las transmisiones en francés de la BBC (estaba rigurosamente prohibido), izar una bandera francesa en alguna iglesia u oficina pública. Otros más decididos afrontaron los riesgos de tratar de llegar a Londres para sumarse a las fuerzas británicas o de la Francia Libre para continuar la lucha.

En un primer momento, quienes se plegaron a la Resistencia se limitaron a confeccionar y distribuir volantes o precarios diarios (como Combat o Tireux) para difundir noticias de los Aliados, desenmascarar las mentiras del gobierno e incitar a la no colaboración y la resistencia a la población o a pintar la “V” de la victoria británica en las paredes. También ayudaron a algunos soldados aliados que quedaron aislados o heridos en los hospitales después de la evacuación de Dunkerque a llegar a Inglaterra, escoltaron a pilotos aliados derribados sobre Francia (la Red Cometa), a ocultarse a los judíos cuando comenzaron a ser deportados a los campos de exterminio, encontraron hogares de acogida y ocultamiento para niños judíos, etc.

Las acciones violentas fueron, en un principio, muy escasas debido a las represalias llevadas a cabo por los alemanes. El 20 de octubre de 1941, dos resistentes Gilbert Brustlein y Spartaco Guisco asesinaron al Feldkommadant Karl Hotz, gobernador militar de Nantes. Los alemanes en represalia fusilaron a 77 rehenes en su mayoría miembros del Partido Comunista Francés.

También los actos de sabotaje eran castigados con fusilamientos de rehenes. Incluso cuando se detectaba la presencia de un maquis en una zona rural la represalia caía sobre la población más cercana en forma de fusilamiento de todos los hombres y niños varones y la destrucción de viviendas.

Las actividades de la Resistencia fueron cambiando con el tiempo haciéndose más diversas y violentas conforme avanzaba la guerra: comenzaron a fabricar documentos, en especial cartillas de racionamiento para quienes debían cambiar su identidad al “pasar a la clandestinidad”, castigaban con la muerte a los delatores y colaboracionistas, liberaban a sus compañeros encarcelados, volaban trenes y otras instalaciones claves, recibían a los agentes británicos del SOE lanzados en paracaídas sobre Francia, además de reunir información para los Aliados.

Pero, como ha mencionado Gildea, la Resistencia adquirió carácter masivo a partir de “La Revele -el plan proclamado a bombo y platillo por el primer ministro Laval en junio de 1942, según el cual por cada tres trabajadores cualificados que se ofrecían voluntarios para ocupar su lugar regresaría de Alemania un prisionero de guerra- que suscitó una resistencia de masas”. (303).

Por el armisticio de 1940 Francia quedó dividida en dos al norte se situaba la “Francia Ocupada” bajo gobierno militar alemán. Allí los hombres de la Resistencia sufrían la persecución de las tropas de la Werhtmarch, la Abwehr, al Gestapo y SD el departamento de inteligencia de las SS.

En el sur se situaba la Francia de Vichy donde los resistentes no sólo se enfrentaban a los alemanes, sino también a la policía francesa y a los efectivos de los cuerpos parapoliciales que respondían al régimen de Pétain: la Légion Française des Combattants, el Service d’Ordre Légionnaire (SOL) y a partir del 30 de enero de 1943 la “Milicie Française” creada por el primer ministro Pierre Laval y dirigida por Joseph Damand. Este cuerpo que llegó a contar con 30.000 efectivos, por estar formado por franceses eran más difíciles de engañar que los alemanes, conocían mejor la idiosincrasia de los miembros de Resistencia y sabían distinguir los acentos de los extranjeros. La Milicia fue muy efectiva especialmente en la captura de judíos fugitivos y “refractaires”. También combatieron contra el maquis en las áreas rurales.

Después de la liberación de Francia una parte de los miembros de la Milicia siguieron combatiendo integrados en las filas de la Wehrmacht o formaron la Waffen-Granadier-Division der Waffen-SS “Charlemagne”. La mayoría de sus miembros murieron en la defensa final de Berlín, Laval y Damand fueron ejecutados en octubre de1945.

Como resultado de la guerra unos 70.000 hombres y mujeres de la Resistencia pagaron con su vida la lucha por la liberación de Francia.

Para concluir esta reseña sobre el libro “Combatientes en las sombras” mencionaré algunas de las medidas tomadas por el régimen de Vichy contra los judíos según lo consigna el profesor Gildea.

Una vez en el poder, en junio de 1940, el mariscal Philippe Pétain y su primer ministro Pierre Laval decretaron la “arianización” del Estado francés expulsando de la administración pública y de toda actividad cultural a los franceses y extranjeros de religión judía a quienes el régimen consideraba al mismo tiempo “cosmopolitas, decadentes, belicistas, derrotistas, capitalistas y bolcheviques” (P. 199) y estableció el Status des Juifs obligándolos a llevar una estrella de David de color amarillo cosida en sus ropas. El 7 de octubre de 1942 se suprimió la Ley Crémieux privando a los judíos franceses de su ciudadanía y deportándolos a los campos de exterminio nazi.

En 1941 se estableció un “numerus clausus” por el cual los niños judíos en las escuelas elementales no podían superar el 14% de la población escolar. En 1942 se redujo aún más al 7%. En la enseñanza superior el “numerus clausus” era del 3%. Cabe señalar que la discriminación hacia los judíos con “numerus clausus” era común en esa época, las universidades de Columbia y Harvard en los Estados Unidos y en Hungría se aplicaban aunque en proporciones mucho más generosas.

“De los 330.000 judíos que había en Francia durante la guerra, doscientos cincuenta mil sobrevivieron al Holocausto”, dice Gildea, (P. 480) en gran medida por la solidaridad del resto del pueblo francés y por la decisión de estos de resistir armas en mano la barbarie nazi.

Estos y otros interesantes temas son tratados con honestidad y audacia en las 645 páginas de su libro (en realidad 470, el resto son agradecimientos, notas, bibliografía, índices, fotografías, etc.) dividido en una introducción, quince capítulos y una extensa conclusión.

Seguramente la obra de Gildea no es la historia final de la Resistencia contra la ocupación alemana de Francia entre 1940 y 1944, porque la historia siempre esta abierta a nuevas interpretaciones, aún quedan muchos documentos oficiales que permanecen clasificados y esta todavía vigente lo que podría denominarse como la interpretación oficial sobre la Segunda Guerra Mundial, pero se trata de una importante contribución al esclarecimiento de ese período y para abrir nuevos debates.

Recomendación final un libro imperdible para todos aquellos interesados en conocer más sobre la trama política que rodeo a la Segunda Guerra Mundial y las actividades de inteligencia asociadas a ella. Además, estos lectores podrán encontrar en Youtube vídeos muy bien realizados, amenos y bien documentados incluso con dramatizaciones.

 



[1] HEREL, Isser: La casa de la calle Garibaldi. Ed. Grijalbo. Buenos Aires. 1976.

[2] MARIANNE: Bajo la simbología de una mujer tocada con un gorro frigio, encarna a la República Francesa y representa la permanencia de los valores de la república y de los ciudadanos franceses: “Libertad, igualdad y fraternidad”. El nombre deriva del jesuita español Juan de Mariana (1536 – 1624), filósofo del derecho natural moderno, que recorrió Europa difundiendo su pensamiento y fue profesor en París (1569 – 1574). Durante la Revolución Francesa los aristócratas conservadores denominaban a los revolucionarios “marianos”. Eugéne Delacroix la inmortalizó con los senos al aire en su maravilloso cuadro: “La libertad guiando al pueblo”. Su imagen está en la Estatua de la Libertad regalada por el pueblo francés al pueblo estadounidense, en 1886, para conmemorar el centenario de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos. Una obra del escultor francés Fréderic Auguste Bartholdi y diseñada por el ingeniero Alexandre Gustave Eiffel, situada en la Isla de la Libertad en la desembocadura del Río Hudson. La imagen de Marianne también estuvo presente en monedas y billetes argentinos (la moneda de 20 centavos de 1883, los billetes de 50 centavos y un peso entre 1942 y 1960) y munida de lanza y escudo corona la Pirámide de Mayo.

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