miércoles, 15 de julio de 2020

LA FORESTAL UNA TRÁGEDIA OLVIDADA



La masacre de trabajadores de los obrajes de la empresa La Forestal, entre 1919 y 1921, en el chaco santafesino es una de las mayores violaciones a los derechos humanos ocurrida durante un gobierno constitucional sin embargo permanece absolutamente desconocida para muchos argentinos
Promediando el siglo XIX, el Chaco santafesino era una tierra indómita moteada de humedales y bosques de quebracho colorado, todavía parcialmente habitada por indígenas abipones y mocovíes que pronto serían desplazados o eliminados por las campañas militares y con algunas colonias agrícolas y chacras dispersas. La vida transcurría dentro de las circunstancias y conflictos característicos de las zonas “de frontera”. Esta situación cambió en 1872.
El 10 de marzo de 1874, embarcaron en el buque “Gassendi” desde el puerto de Liverpool con destino Santa Fe treinta y siete cajas de hierro en las cuales había  180.187 libras esterlinas. Ese monto era el total de un empréstito celebrado por la firma londinense Murrieta & Cía. y el gobierno de la provincia de Santa Fe con el objetivo de conformar el capital inicial del Banco Provincial de Santa Fe.
El crédito se había firmado, el 22 de junio de 1872, con el apoderado de la entidad prestamista, el doctor Lucas González, quien luego también arbitraría de representante del Estado santafesino a la hora de saldar la deuda. En julio de 1881, la deuda era de 110.873 libras esterlinas y 3 chelines, es entonces cuando la provincia, a sugerencia del propio Lucas González, decidió pagar ese compromiso con tierras fiscales. A tal efecto se destinaron 668 leguas de territorio. La operación se concretó a través de una ley de la propia legislatura santafesina sancionada el 5 de octubre de 1880.
La escritura debía ser firmada por el mismísimo Juan Bautista Alberdi que intervenía a nombre del gobierno, pero no lo pudo hacer por problemas de salud. Lo reemplazó un inglés, Federico Woodgate, que junto a Lucas González, firmaron la entrega del Chaco santafesino en una extensión de 1.804.563 hectáreas cubiertas por bosques de quebracho. La más importante reserva de esta especie arbórea en el planeta, que comprendía el este y norte de la provincia de Santa Fe.
En los escaños del Congreso nadie cuestionó la venta, tal vez porque se habían untado algunas manos o porque se rumoreaba que las tierras se subdividirían en colonias. Para el flamante Estado nacional, la región necesitaba pobladores europeos -es decir “blancos”- con disciplina para el trabajo. Es más, durante algún tiempo se consideró al Chaco Austral como “zona de excelencia para la instalación de colonos anglosajones”.
El gobierno provincial cobró 1.002.594 pesos, pero devolvió en juicios reivindicatorios la suma de 3.212.190 pesos y así nació la Santa Fe Land Company, después Compañía de Tierras, Maderas y Ferrocarriles La Forestal Limitada, después La Forestal Argentina Sociedad Anónima de Tierras y Maderas y Explotaciones Comerciales e Industriales, una empresa de capitales británicos y alemanes que se instaló en la ciudad de Santa Fe en 1906.
La Forestal con sus dos millones de hectáreas, cuarenta mil obreros y empleados, cuatro fábricas, seis ciudades, un tren, cuatrocientos kilómetros de vías, un puerto, barcos, policía, moneda y bandera propias y fortunas en maquinarias, pronto se convirtió en un Estado dentro de otro Estado.
El gigantesco imperio se dedicó a triturar troncos para obtener tanino, sustancia empleada en el curtido industrial del cuero e incluso como colorante para diversas actividades como la vitivinicultura. Además, la madera se empleaba para la construcción de muebles, edificios, durmientes ferroviarios -los ferrocarriles británicos en la India, por ejemplo, corrían sobre durmientes de quebracho argentino-, embarcaciones, puentes y postes de telégrafo. La organización fabril era de dos grandes figuras obreras, estaba el operario de fábrica y el hachero u obrajero . Esta última está dividida en una serie de funciones, desde el hachero propiamente dicho hasta el labrador-pulidor, que limpiaba el árbol ya cortado y le daba forma al rollizo. También estaba el carrero, que transportaba los rollizos hasta el ferrocarril. En el mundo de la fábrica, existía el operario con sus distintas calificaciones: cocinero, aserrinero, peones y sirvientes, etcétera. También estaban los obreros del ferrocarril privado y los marítimos de La Forestal, ya federados en la década de 1910. Además, los empleados  administrativos, con gran diferencia salarial y de trato respecto de los operarios, y los empleados jerárquicos. Puede hablarse de veinte mil personas que dependían de La Forestal.
Los obrajeros trabajaban de sol a sol y recibían 2,50 pesos por tonelada de leña, en vales que sólo podían cambiar por mercaderías en almacenes de la empresa. Pero la compañía vendía la producción a un precio veinte veces superior. Además, las tres cuartas partes de los treinta mil pesos diarios pagados en concepto de mano de obra regresaban a las arcas de La Forestal a través de la proveeduría. La mayoría de los obreros eran jóvenes, de entre 20 y 30 años, a los cuáles una década de trabajo en el monte y las enfermedades sociales, como la tuberculosis, destruían su salud. Los trabajadores vivían hacinados con sus familias en chozas o enramadas que denominaban “benditos”. Cuando un peón era rechazado por el jefe de fábrica, era despedido y desalojado de su humilde vivienda por los capataces y la policía. Todo: vidas, herramientas, alimentos, hasta la tierra pisada, el aire respirado y las alimañas del monte eran de la compañía. En caso de resistencia, la familia y sus muebles eran sacados con violencia del rancho y arrojados sobre un carro, que los llevaba fuera de los límites de la compañía. Así, padres e hijos terminaban abandonados en medio del campo.[1]
El poblamiento que se dio en torno a la actividad forestal produjo flujos migratorios internos de Corrientes, Chaco y Paraguay. La gran mayoría de los trabajadores del monte, principalmente en las primeras décadas, eran indígenas (qom, moqoit, guaraní) que fueron forzados a trabajar en los obrajes para sobrevivir, como consecuencias de las campañas militares de conquista territorial. Además, les pagaban menos que a los criollos por el solo hecho de ser indígenas. El trabajo del monte también formó parte del universo forestal, que tan magistralmente describió, en 1917, el escritor y periodista uruguayo Horacio Quiroga en su cuento “Los Mensú”, como parte de su libro “Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte”.
Antes de que finalizara la segunda década del siglo XX, los libros de Karl Marx y Lenin y las noticias sobre la naciente  Revolución Bolchevique en Rusia, llegaron a manos y oídos de muchos obreros. Gente de la F.O.R.A.  (Federación Obrera Regional Argentina) se había filtrado y hablaba de derechos obreros, de acción, de lucha, de huelgas. A través del puerto, con ayuda de los marineros, entraban las primeras armas. Villa Guillermina tenía siete mil habitantes (el pueblo había sido fundado en 1900, antes de la instalación de La Forestal), entre ellos algunos independientes de la empresa.
A comienzos de la década de 1910, los trabajadores comenzaron a organizarse con el fin de reclamar mejoras en las terribles condiciones de trabajo y de vida a que estaban sometidos. Las luchas obreras fueron alentadas por activistas anarquistas que concurrían a los obrajes para despertar la conciencia de los trabajadores y de los que apenas se tiene memoria: Juan Giovetti, Ifran, Lafuente, Vera, Cochia y Luis Lotito. Así se formó el primer Centro Recreativo en Villa Guillermina, que luego fue local sindical de la F.O,R.A., Juan Giovetti, logró introducir -quien sabe cómo- una imprenta y comenzó a redactar y editar el periódico "Aña Membuí" -‘Hijo del diablo’-.
Hacia 1915, el malestar de los pueblos de Villa Guillermina, San Cristóbal, Tartagal, Villa Ana y otros, se hizo público en los medios políticos de Buenos Aires. El Congreso de la Nación envió una comisión investigadora. A su regreso elaboró un informe donde señalaba que para corregir los males que sucedían en Santa Fe “había que crear escuelas”. Sólo unas pocas voces se levantaron en el Congreso contra la explotación que sufrían los trabajadores de La Forestal, especialmente las de Alfredo Palacios, Belisario Salvadores y Amadeo Ramírez.
Un año más tarde, el diario La Razón de Buenos Aires, calificaba de excelente el ejercicio de La Forestal. Por entonces, la compañía era dueña de 2.100.000 hectáreas y pagaba como contribuyente provincial unos 300 mil pesos anuales. En cambio, en Londres, oblaba en concepto de impuestos y otros rubros, 768.036,17 libras esterlinas (8.797.503 pesos argentinos de entonces). El gobierno de Su Majestad cobraba casi ocho millones y medio de pesos más que la provincia de Santa Fe, productora del quebracho.
Hacia 1919, las fábricas de Villa Guillermina, Villa Ana, Tartagal. Santa Felicia y La Gallareta, producían 5.500 bolsas de tanino por día, las que se vendían a razón de 40 pesos cada una. Los más de diez mil trabajadores ocupados en las fábricas, ganaban un promedio de tres pesos por día. Un observador de entonces estimaba que, de los treinta mil pesos diarios pagados por la empresa como salarios, tres cuartas partes regresaban a sus arcas a través de sus proveedurías.
En julio de 1919, se declaró la primera huelga organizada. Los obreros demandaron aumento de salarios, disminución de la jornada de trabajo de doce a ocho horas y suspensión de los despidos. Los reclamos fueron oídos luego de varios días de huelga, cuando los trabajadores del ferrocarril comenzaron a obstaculizar el recorrido de los trenes en el trayecto del kilómetro 39 y el empalme Villa Guillermina con el ferrocarril Santa Fe.
El siguiente movimiento huelguistico comenzó el 13 de diciembre de 1919 y se prolongó hasta mediados de enero de 1920. A través de la F.O.R.A. del IX Congreso -sindicalista- los obreros un petitorio que la empresa rechazo y así se desató el conflicto. Los puntos del petitorio incluían: jornada de ocho horas, descanso semanal, algunos feriados, mayores jornales para todas las categorías, mejoras de infraestructura edilicia en las viviendas y el último punto, el Nº 35, tal vez el que marcaba el tono del conflicto de clases existente, decía textualmente: “Se les exige a los empleados jerárquicos de La Forestal que exhiban mayor respeto hacia los obreros”. Prácticamente un convenio colectivo de trabajo.
La Forestal obtuvo entonces que la gobernación de Santa Fe, a cargo del dirigente radical el abogado Enrique Mosca -el mismo que, en 1946, integró junto a José P. Tamborini la fórmula presidencial de la Unión Democrática que perdió la elección frente a la dupla Juan D. Perón – Jazmín H. Quijano-, formara una gendarmería volante a su servicio.
El gobierno radical asignaba a los miembros de este cuerpo de gendarmería -que no debe confundirse con la Gendarmería Nacional Argentina que recién se creó en 1938- un salario de $150 pesos. La Forestal reforzaba los salarios con $450 adicionales por mes y una partida de otros $70 pesos para forrajes. Además suministró uniformes, armas y medios de transporte. La Forestal incluso proporcionaba a los “comisarios” de la gendarmería volante: casa habitación, luz, leña y caballos.
Una convocatoria tan generosa y la perspectiva de actuar con impunidad reunió a asesinos, y desalmados de todo tipo dispuestos a la violencia. Además, la empresa logró que de las cárceles provinciales liberaran para el servicio en la gendarmería a presidiarios peligrosos y los integró al “cuerpo de seguridad”. A ellos se unieron algunos soldados y oficiales del regimiento 12 de infantería.
Para marzo de 1920, continuaban los despidos y atropellos de La Forestal. Los gendarmes golpeaban con más fuerza y desconocían las conquistas logradas por los trabajadores en la última huelga. Ese cuerpo paramilitar le costaba a la empresa entre 30 y 40 mil pesos mensuales, lo que equivalía a los jornales de 400 obreros. La población los bautizó rápidamente con el nombre de “Cardenales”, por su ostentosa vestimenta.
La compañía convencida de que necesitaba más seguridad, contrató ochenta civiles en Santa Fe, los armó con fusiles Winchester, revólveres y cuchillos. Desde Buenos Aires comenzaron a llegar también miembros de la Liga Patriótica que siempre concurrían al lugar en que se producían huelgas de carácter revolucionario. Además, Lorenzo Anadón, vicepresidente de la compañía, era miembro de la Liga.
La represión desatada por los parapoliciales y rompehuelgas fue feroz, activistas como Luis Lotito y Juan Giovetti. Algunos testigos contaron como el cuerpo 12° de Infantería intervino con fuego de ametralladoras contra los huelguistas. Según el diario Santa Fe, solo en la jornada del 26 de abril, un rumor indicaba que habían muerto doscientos obreros. Rápidamente el hecho fue desmentido por las autoridades santafesinas.
Entre tanto, el directorio de la compañía vendía porciones de tierra ya devastada y compraba nuevas con lotes de quebracho. Los despidos se sucedían, la represión y la cárcel eran cosa común. La empresa hizo “listas negras” con los trabajadores más combativos, saqueó e incendió sus casas, desplazó hacheros de un enclave a otro, vedó la provisión de agua, que llegaban en tren a los obrajes y cerró establecimientos.[2] Para 1921 había doce mil obreros despedidos lo que provocó el vaciamiento de pueblos. La Forestal comenzó a cerrar establecimientos y corrió la voz de que se disponía a producir un lock-out. Ofreció a los trabajadores que quisieran regresar a sus lugares de origen, pasajes de ferrocarril y dinero para el viaje. Comenzaba la despoblación. Unida a esta decisión, la compañía resolvió golpear más bajo y en un alarde de extraño nacionalismo, prohibió el uso de los colores rojo y granate en las vestimentas, por ser “juzgado peligroso para los intereses de la empresa”. Los cardenales atrapaban a la gente en las calles y les arrancaban las rotosas prendas a tirones, y se los obligaba a gritar ¡Viva la patria!
El 28 de enero de 1921 se desató otra huelga. La resistencia de los obrajeros, a quienes el accionar de la F.O.R.A. proporcionó una enfervorizada conciencia de justicia y libertad, se inició en Villa Guillermina y Villa Ana simultáneamente luego de que un “comisario” que registraba obreros a la salida de una fábrica resultara muerto, en apariencia por un policía no uniformado de la empresa, hecho que fue utilizado como excusa para desencadenar la represión.
Relata Gastón Gori: “Se vivía en un volcán. Con las primeras víctimas caídas en los choques se desató la violencia. Los huelguistas ocuparon vagones, zorras y caballos para transportar obreros que se plegaban al movimiento. La gendarmería volante actuaba en patrullas por las líneas ferroviarias y en zonas de obrajes para proteger las comunicaciones, y se concentraba, con otras fuerzas, en las dos localidades. Los ataques fueron violentos… la represión tuvo caracteres de caza del hombre y en los bosques se comenzó a vivir ambiente de guerrilla para salvarse de la muerte”. Los diarios indicaban que “el tiroteo es continuo y en todas direcciones”.[3]
Pobladores y familias enteras huían despavoridos ante la violencia de los gendarmes. Sacaban a los obreros fuera de sus chozas, atacaban a las mujeres y luego ponían fuego a sus pertenencias. Esta era su política de “deportaciones”, al amparo del gobierno nacional en manos del presidente Hipólito Yrigoyen. Era tal el éxodo, que el entonces gobernador del Chaco, otro radical, Oreste Arbo y Blanco, envió una nota al ministerio del Interior señalando: “Llegan al Chaco en número alarmante familias acosadas por la miseria, buscando en este territorio alivio a su situación”.
Nunca se sabrá cuantos muertos dejó la faena de la gendarmería volante. Ni siquiera las cruces anónimas de los cementerios identifican a todos los caídos. Las crónicas periodísticas de la época hablan de más de seiscientos obrajeros asesinados. Jornadas de horror, quizá solo comparables a las vividas por la represión oficial de las huelgas de la Patagonia.
Cabe destacar que estamos hablando de graves violaciones a los derechos humanos, toleradas y mantenidas impunes por la indiferencia de un gobierno constitucional, democrático y popular. Que luego muchos historiadores y periodistas prefirieron ignorar. Lamentablemente la cuestión no concluyó con esa masacre.
Entre 1948 y 1963, La Forestal clausuró, finalmente, sus cuatro fábricas de Santa Fe. Había puesto en marcha el plan de retirarse progresivamente del país -obteniendo todas las ventajas posibles-, levantando las vías férreas, telefónicas y hasta puertos; dejando grandes deudas con sus proveedores y trabajadores, mientras se instalaba en Sudáfrica aumentando la producción y venta de mimosa, un arbusto capaz de producir el tanino más barato que el obtenido del quebracho.



[1] SIROUYAN, Cristian: El triste recuerdo de La Forestal. Artículo publicado en el portal Clarín.com, Buenos Aires 22/02/1999. Consultado el 08/07/2020.
[2] LARRAQUY, Marcelo: Op. Cit. P. 155
[3] GORI, Gastón: La Forestal. La tragedia del quebracho colorado. Buenos Aires 1965.

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