martes, 23 de junio de 2020

PESE A LA PANDEMIA EL MALESTAR SOCIAL EN ARGELIA NO CESAN



Las movilizaciones callejeras que demandan mayor democratización y transparencia en Argelia han resurgido pese a la desmedida represión del gobierno y los riesgos de la actual pandemia del coronavirus Covid 19.

ARGELIA DESPUÉS DEL DECENIO NEGRO
En las últimas décadas, a la República Argelina Democrática y Popular le ha costado encontrar el rumbo para lograr un crecimiento económico sostenido que permita satisfacer los justos reclamos de bienestar y progreso de su pueblo.
Argelia perdió la década de años noventa. El llamado “Decenio Negro” (1992 – 2001), transcurrió en medio de una cruenta guerra civil que enfrentó a los militares con los grupos religiosos ultra radicalizados.
El saldo de años de violencia fratricida fueron múltiples violaciones a los derechos humanos y la instauración de un régimen de gobierno opaco donde la democracia es tutelada por las fuerzas armadas.
Durante las siguientes dos décadas, el presidente Abdelaziz Bouteflika arbitró entre las distintas facciones que detentaban el poder real y los negocios desde los tiempos de la independencia, en 1963.
El país derivo rápidamente hacia una economía extractiva y planificada basada en la exportación de sus grandes recursos naturales: esencialmente petróleo y gas que suministran el 93% de los ingresos en divisas y más del 60% de la recaudación fiscal del Estado.
La naturaleza dictatorial, corrupta y represiva del régimen argelino hizo que el país resultara poco atractivo para atraer inversiones productivas de capital extranjero. Solo los proyectos vinculados con el sector de los hidrocarburos alcanzaban algún tipo de concreción.
Para mantener la cohesión interna y tender un manto de olvido a las horrendas violaciones de los derechos humanos cometidas para eliminar a los grupos yihadistas, los militares argelinos alimentaron en la población la rivalidad geopolítica con su vecino magrebí, con quien comparte 1.700 kilómetros de fronteras terrestres cerradas desde 2005: el Reino de Marruecos.
El conflicto artificial sobre el Sáhara marroquí sirvió para ese propósito. Argel volcó todo su apoyo diplomático y militar al Frente Polisario, un grupo separatista satélite cuya existencia depende por entero de Argelia.
La rivalidad con Marruecos llevó a Argelia a una absurda carrera armamentista que convirtió al país en el mayor comprador de armas del continente africano y el quinto mayor importador de armas del mundo.
En esta forma el petróleo y gas argelino que debían servir para la construcción de infraestructuras que permitieran dotar a la población de autopistas, rutas, agua potable, servicios sanitarios y educativos, etc. eran invertidos en armamentos que finalmente solo servían para ser mostrados en los desfiles.
Mientras tanto, una parte de la población -la clase media mejor educada y capacitada laboralmente- clamaba contra la corrupción que lleva décadas desangrando el tejido social de la república populista magrebí y por mejores trabajos. El estancamiento del país fuerza continuamente a este sector social a la emigración para buscar en la Unión Europea las oportunidades laborales y de prosperidad que se le niegan en su país.
La situación comenzó a agravarse a partir del 2013. Un accidente cerebro vascular confinó a Bouteflika en una silla de ruedas casi sin poder hablar. Durante años, el régimen se mostró incapaz de encontrar un sucesor aceptable para todas las facciones y prorrogaron casi de hecho su mandato haciendo que triunfara por cuarta vez, en las elecciones presidenciales de 2014, sin aparecer nunca en un acto público ni pronunciar un discurso.
El cuarto mandato de Bouteflika, con un presidente totalmente incapacitado, acentuó marcadamente la decadencia del país.
Las depuraciones de funcionarios en la cúpula del poder se hicieron frecuentes. Al mismo tiempo, los precios de los hidrocarburos comenzaron a descender marcadamente obligando al país a consumir sus reservas en divisas.
La carencia de un presidente activo que pudiera asistir a las cumbres internacionales, visitar otros países y relacionarse con sus colegas jefes de Estado resintieron el margen de maniobra de la diplomacia argelina.
Mientras tanto, la crisis económica y la inestabilidad política en la cúpula del poder acentuaron el malestar de la población forzando a los militares a incrementar los controles y las acciones represivas.
EL HIRAK
En 2019, los militares, indiferentes al malestar de la población, pretendieron continuar con la farsa de un país gobernado por un presidente octogenario recluido en una silla de ruedas haciendo que Bouteflika anunciara su postulación para un quinto mandato presidencial consecutivo.
El intento de continuismo eterno del régimen colmó la paciencia de los estudiantes y profesionales que se levantaron en una serie interminable de pacíficas manifestaciones callejeras que pronto sumaron a otros sectores. Había nacido el “Hirak asha’abi”, un conjunto de manifestaciones transversales pacíficas y multitudinarias que se produjeron ininterrumpidamente todos los martes y viernes, desde el 16 de febrero de 2019. Los martes protestaban los profesionales y estudiantes y los viernes salía el resto del pueblo, obligando a los militares a cambiar de rumbo.
El Hirak es una forma de organización social que ha sabido evitar expresamente la instrumentalización por parte de los islamistas (abucheados y apartados de las concentraciones ciudadanas en los pocos lugares donde se han visibilizado) o de los poderes extranjeros, a los que se ha exhortado en múltiples pancartas a mantenerse al margen.
El presidente Abdelaziz Bouteflika fue destituido y después de un aplazamiento se realizó la elección presidencial en la que solo se autorizaron a competir a seis candidatos. Todos ellos ex ministros del presidente derrocado y por tanto confiables para las fuerzas armadas.
La presidencia terminó en manos del jurista Abdelmadjid Tebboune como delegado de los militares, auténticos dueños del poder en Argelia. Tebboune asumió el 12 de diciembre de 2019 y, como acto de clemencia perdonó a cinco mil presos que estaban en las cárceles argelinas, pero no incluyó a ninguno de los activistas del Hirak entre los liberados.
Entre los detenidos más conocidos del Hirak, un movimiento que afirma no tener líderes, se encuentran los periodistas Khaled Drareni, corresponsal de Reporteros sin Fronteras en Argelia, Sofiane Merkchi y Belkacim Djir.
Los periodistas argelinos suelen ser frecuentemente uno de los blancos preferidos de los militares que los hacen víctimas de la aplicación abusiva del código penal, que se utiliza sistemáticamente contra toda información crítica que pueda tener lugar en el país.
Sin embargo, las prácticas represivas de la justicia son contrarias a la Constitución argelina y a los compromisos suscriptos por Argelia, en concreto, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. Argelia ocupa el puesto 129 entre los 180 países que conforman la actual “Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa” elaborada anualmente por Reporteros Sin Fronteras.
Otros disidentes encarcelados fueron el académico Abdelouahab Fersaoui, presidente de Rassemblement Actions Jeunesse y el activista Karim Tabbou, quien sufrió en la cárcel de un accidente cerebro arterial, y aún permanece detenido.
El reemplazo del presidente por otra figura del régimen no trajo calma al país. Un sector de la población no se dejó engañar por el cambio de personajes y comenzó a demandar una real democratización y renovación de los elencos gubernamentales. El Hirak, que nunca se detuvo, se reactivó haciéndose nuevamente masivo.
Sólo la pandemia del coronavirus Covid 19 detuvo momentáneamente las protestas callejeras.
No obstante, el gobierno de Tebboune se mostró incapaz de atender debidamente la emergencia. A mediados de 2020, el derrumbe total de los precios de los hidrocarburos y la interrupción de los flujos turísticos impactaron muy fuerte sobre la vacilante economía argelina mientras el país se convertía en la tercera nación con mayor cantidad de infectados y muertos en el continente africano.
RENACEN LAS PROTESTAS
En este complicado escenario, en la ciudad de Tinzauatin, provincia de Tamanraseet, en el extremo sur de Argelia, se produjeron protestas ciudadanas que fueron duramente reprimidas dejando un saldo de varias víctimas entre los manifestantes.
El problema parece haber surgido por la ambición desmedida de las mafias policiales que controlan el comercio de agua potable en esa empobrecida región sahariana donde el litro de agua vale 1,5 dinares argelinos.
Para incrementar su negocio, la policía estableció un “muro de seguridad” -realidad, tan solo una barrera de alambradas supuestamente implantadas para impedir la entrada de contrabandistas de combustible y traficantes de drogas- separando a la ciudad del río -wadi- que las abastece de agua.
Los vecinos demandaron al Wadi en Tamanrasset la apertura de puertas en el muro para acceder al agua y permisos para que los pastores pudieran llegar al río con sus animales en ciertos horarios. Pero las autoridades ignoraron sus reclamos.
Fue entonces cuando decenas de personas de la población local se rebelaron y marcharon a romper las alambradas. La policía y el ejército los repelieron empleando armas de fuego provocando un muerto y varios heridos. Inmediatamente el Ejército argelino negó haber empleado munición letal contra los manifestantes.
Tinzauatin, es una pequeña y miserable localidad que no figura en los mapas y donde no hay ni periodistas ni observadores internacionales. Sin embargo, la violencia que el gobierno ha desatado en ese remoto paraje amenaza con incendiar todo el sur de Argelia, aún en medio de la pandemia.
El viernes 19 de junio, cuatro días después de los incidentes en Tinzauatin, el movimiento ciudadano Hirak regresó a las calles argelinas. Cientos de personas se manifestaron en distintas ciudades del país norafricano para pedir la caída del actual régimen y el cese de la intervención del Ejército en las cuestiones políticas.
Las limitaciones decretadas por las autoridades, debido a la pandemia del Covid 19,  siguen vigentes en la nación africana, pero cientos de jóvenes desafiaron el confinamiento y la reclusión domiciliaria decretada para manifestarse, principalmente en la región septentrional de la Cabilia, una zona montañosa de mayoría bereber y con una larga historia de rebeliones contra el poder central.
REPERCUSIONES INTERNACIONALES
Si bien, el mundo se encuentra en una fase de gran convulsión, debido a la pandemia, las rivalidades geopolíticas y guerras comerciales de gran amplitud que permitieron, hasta el momento, que las movilizaciones en Argelia pasaran en gran medida inadvertidas. Pero esto está cambiando en parte debido a las violaciones a los derechos humanos llevadas a cabo por las autoridades argelinas.
Siete eurodiputados denunciaron las fragantes violaciones a los derechos humanos y la persecución a la prensa independiente en Argelia y solicitaron a la Unión Europea que de curso a la pendiente resolución del Parlamente Europeo de noviembre de 2019 sobre la situación de las libertades en Argelia.
Dicha resolución “condena enérgicamente el arresto arbitrario e ilegal, la detención, la intimidación y los ataques contra periodistas, sindicalistas, abogados, estudiantes, defensores de los derechos humanos y activistas de la sociedad civil, así como todos los manifestantes pacíficos que participan en las manifestaciones pacíficas del Hirak”.
Los eurodiputados Hannah Neumann de Alemania, María Arena de Bélgica, Tinek Strik de Holanda, Heidi Hautala de Finlandia y, Raphël Glucksman, Bernard Guetta y Salima Yenbou de Francia recuerdan, al mismo tiempo, que dentro de los compromisos  internacionales de la Unión Europea con el país norafricano hay un capítulo sobre los derechos humanos, que se debe aplicar.
Las protestas del Hirak también están complicando las relaciones diplomáticas bilaterales de Argelia. En Mayo pasado, la proyección por France 5, del documental: “Argelia, mi amor”, donde cinco jóvenes argelinos -un ingeniero, un estudiante, un abogado, una técnica de cine y una psiquiatra”, relatan su experiencia como activistas de las protestas, fue criticada, pero también alabada por decenas de televidentes en Argelia.
El gobierno de Tebboune reaccionó llamando a su embajador en Paris para consultas.
CONCLUSIONES
Las demandas de la sociedad argelina de mayores libertades democráticas, renovación de dirigentes y eliminación de los altos niveles de corrupción no de detienen ni por la represión, la crisis económica o la pandemia de coronavirus Covid 19.
El mundo ha comenzado a revisar la tolerancia con que ha permitido las frecuentes violaciones a los derechos humanos llevadas a cabo por los militares argelinos.
La prolongación de las protestas y de la represión estatal esta erosionando aceleradamente la imagen internacional de Argelia y en especial su influencia sobre otros países africanos.

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