CUANDO LAS NIÑAS SE CONVIERTEN EN TERRORISTAS
En los últimos días los atroces atentados terroristas
que desde Francia sacuden al mundo han ocultado otros terribles
acontecimientos, ocurridos en regiones más remotas y pobres, que nos llevan a
preguntarnos sobre la verdadera naturaleza humana.
Una niña terrorista de tan sólo diez años se inmoló
con un cinturón cargado de explosivos en un mercado de Maiduguri, una remota
región del Noroeste de Nigeria cercana a la frontera con Chad. El atentado
suicida provocó la muerte de al menos veinte personas y heridas de diversa
gravedad a otras dieciocho.
Aunque aún ningún grupo se ha atribuido el hecho las
autoridades nigerianas sospechan que el mismo fue perpetrado por el grupo
terrorista salafista Jama’atu Ahlissunah Lidd’awati wal Jihad, más conocido por
el nombre de Boko Haram, liderado por el emir Abubakar Shekau.
Este grupo alcanzó cierta notoriedad cuando entre el
14 y el 15 de abril atacó un establecimiento educativo en la localidad de
Chibok, Estado de Borno, en el norte de Nigeria, donde secuestraron a 223
niñas, de las cuales al menos un centenar de ellas continúan en su poder.
Boko Haram ha declarado su adhesión al Estado Islámico
(ISIS), que también pretende imponer el islamismo salfista en Siria e Irak y,
según las últimas informaciones en Afganistán.
En julio de 2014, otra niña de diez años fue detenida
portando también un cinturón con explosivos en el estado nigeriano de Katsina.
Boko Haram recluta a estas niñas suicidas por la fuerza, las adoctrina y
prepara para cometer atentados sin que comprendan en su totalidad la acción que
están por llevar a cabo y luego provoca el estallido de las cargas empleando un
mando a distancia.
El catastrófico atentado en Maiduguri se produjo una
semana después de un ataque especialmente sangriento del grupo salafista, en la
población pesquera de Baga, al norte del estado de Borno, quizás el peor de los
últimos años. La aldea y como mínimo dieciséis asentamientos en torno al lago
Chad fueron arrasados totalmente, y como mínimo veinte mil personas perdieron
sus hogares y más de dos mil murieron durante el ataque.
Los hechos de Chibok y Maiduguri exponen crudamente
una práctica cada vez más difundida el empleo de niños como parte de grupos
terroristas y criminales por todo el mundo.
LOS NIÑOS EN LA GUERRA
Con frecuencia niños son secuestrados –reclutados por
la fuerza- para engrosar las filas de los grupos terroristas de la más diversa
ideología y motivación en Afganistán, Colombia, Kenia, Myanmar, Nigeria, el sur
de Argelia (Tinduf), Uganda y Nepal entre otros países.
Los niños son obligados a tomar parte en todo tipo de
actividades ilícitas o bélicas y de apoyo: son empleados como informantes,
centinelas, vigilantes, cocineros, porteadores, “esposas” o esclavas sexuales,
sicarios, combatientes en el frente de batalla o como hemos visto, terroristas
suicidas si la ocasión lo amerita.
Se desconoce el número exacto de niños sometidos a
esta terrible forma de esclavitud, según Naciones Unidas la cifra sería de
entre 250.000 y 300.000 niños de entre 10 y 18 años de edad.
Aunque por lo general se asocia a los “niños soldados” con los conflictos en
países de África, pueden encontrarse niños forzados a tomar parte en hechos de
violencia prácticamente en todas las regiones. Por ejemplo, en la actualidad
hay niños combatiendo en Colombia, Irak, Siria y cinco países de Asia
(Afganistán, India, Indonesia, Myanmar, Filipinas y Tailandia).
Los principales responsables del reclutamiento de
niños soldados son los grupos criminales y las organizaciones terroristas,
docenas de estos grupos emplean a niños.
En Sudamérica, algunos niños carenciados que habitan
en “villas miseria” y “favelas” de Argentina y Brasil terminan
reclutados por las organizaciones de narcotraficantes que los emplean como
informantes, “dealers” o incluso como
“sicarios”.
Por su parte, la Defensoría del Pueblo de Colombia
estiman que al menos diez niños al mes son reclutados por la fuerza por las Bacrim (“Bandas Criminales”, denominación que se da a los grupos formados
esencialmente por paramilitares de ultraderecha desmovilizados desde el proceso
de paz, como el Clan Usuga o Los Rastrojos) o las organizaciones
guerrilleras marxistas: el Ejército de Liberación Nacional y las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia.
En el Magreb, la Asociación Saharaui para la Defensa
de los Derechos Humanos denunció ante el Secretario General de la ONU, Kofi
Annan, que miembros del Frente Polisario, con la aprobación del gobierno de
Argelia, reclutan niños saharauis como soldados, directamente en las escuelas
donde se encontraban estudiando, sin el conocimiento de sus familias.
Además, la dirigencia polisaria obliga a las familias
marroquíes forzosamente retenida en los campos de Tinduf a enviar a sus niños a
“estudiar” (es decir, a recibir adoctrinamiento político e instrucción militar)
en Cuba y Venezuela, por periodos que en algunos casos alcanzan hasta los diez
años.
En otras ocasiones los envían de “vacaciones” a España sabiendo que existe el riesgo de que terminen
retenidos en los países de acogida por causas médicas o de otra índole, tal
como ha ocurrido en distintas ocasiones o sometidas a las diversas formas de explotación.
Estas imposiciones pueden parecer a simple vista menos
terribles que involucrar a los niños en acciones de combate y hasta habrá quien
vea algún aspecto positivo en la medida que los niños adquieren educación y
reciben tratamiento médico y mejor alimentación. Pero, debe considerarse que
una persona forzosamente separada durante una década de su familia, de su
cultura y de su religión será por el resto de su vida un desarraigado que no
tendrá una auténtica pertenencia a ningún lugar. ¿Además, es justo arrancar de
los brazos de su madre a un pequeño niño porque así conviene a los intereses
políticos de algún grupo de dirigentes?
El sur de El Líbano, es territorio controlado de la
organización terrorista chiita Hezbolla, liderada
por Hasan Nasrallah y apoyada por Siria e Irán. El Hezbollah o “Partido de Dios”
fue la organización terrorista responsable de los atentados a la Embajada de
Israel y la sede de la AMIA en Buenos Aires. En El Líbano, el Hezbolla tiene una rama juvenil
denominada Iman al-Mahdi, que imparte
a sus integrantes, en su totalidad niños que ingresan a la temprana edad de
siete años, instrucción militar al tiempo que los educan en el islam radical
preparándolos para que se conviertan en futuros mártires de la fe.
Según Human
Rights Watch, en los territorios de Siria e Irak bajo control del grupo
salafista Estado Islámico de Irak y Sham
(ISIS), se reclutan niños vulnerables que han visto cómo sus familias han
sido asesinadas, sus escuelas bombardeadas y sus comunidades destruidas. El
ISIS alista a los niños en sus filas mediante campañas de educación gratuita
que incorporan el entrenamiento con armas, incluso los preparan para llevar a
cabo decapitaciones ensayando con muñecas de plástico vestidas con uniforme a
las que deben cortar la cabeza. Está demás señalar que toda esta preparación
militar va acompañada de un intenso adoctrinamiento en los principios del Islam
en su interpretación salafista.
Hasta junio de 2014, el Centro de Documentación de Violaciones, un grupo de derechos
humanos de Siria, había documentado 194 muertes de niños muertos “no civiles”
en Siria desde septiembre de 2011.
Pero los grupos rebeldes no son ni mucho menos los
únicos que emplean niños en sus filas. Según datos de la Coalición para Acabar
con el Uso de Niños Soldados, en la actualidad al menos nueve Estados emplean niños
en la guerra, entre ellos Myanmar, Chad, República Democrática del Congo,
Somalia, Sudan y Uganda. Al menos otros catorce estados apoyan también a
milicias o grupos de autodefensa que emplean niños soldados.
¿SOLDADOS O VÍCTIMAS?
La vida de un niño soldado no es fácil. La formación
militar es agotadora, con largas horas de entrenamiento físico, adoctrinamiento
político o religioso, prácticas de tiro, a veces sin suficiente comida o
descanso. Por lo general, a los niños pequeños y mal alimentados les resulta
muy difícil superar las exigencias del entrenamiento.
Los niños descubren enseguida que, una vez reclutados,
no pueden cambiar de idea sin más o dejarlo. En la mayoría de los ejércitos y
grupos criminales, el castigo por escapar es brutal. En Colombia, por ejemplo,
los niños que intentan escapar de las FARC pueden ser ejecutados, en especial
si huyen con un arma. Los muchachos atrapados se enfrentan a un “consejo de guerra”, donde todos
los miembros de la compañía participan
en lo que en esencia constituye un juicio a uno de los miembros. A mano alzada
se decide si al niño hay que ejecutarlo o debe recibir una sentencia más leve.
Otras infracciones que pueden tener como resultado la pena de muerte son:
quedarse dormido durante una guardia, entregar o perder un arma, ser delator y
consumir en exceso drogas o alcohol. En algunos casos, los muchachos que
intentan defender al acusado son los elegidos para ejecutarlo.
En combate, los niños están expuestos a los mismos
peligros que cualquier soldado e incluso corren más riesgo, ya que su menor
tamaño corporal y debilidad hace que a menudo las heridas sean mortales. Nadie
sabe con certeza cuantos niños han muerto en la guerra.
LAS NIÑAS EN LA GUERRA
Para las niñas, las cargas pueden ser incluso mayores que
para los varones. El estereotipo de niño soldado es un muchacho africano armado
con un rifle AK-47 pero, de hecho, un número considerable de ellos son niñas.
Un estudio sobre los conflictos bélicos en 38 países donde intervienen niños
soldados, determinó que en 34 intervienen niñas como combatientes y que en
algunos de ellos (Uganda, Nigeria, etc.) las niñas forman el 40% de la fuerza
de combate infantil.
Las niñas llevan a cabo las mismas tareas que los
varones, y en la mayoría de los países eso supone emplear armas y participar en
los combates. Pero a muchas las explotan también sexualmente. En el Norte de
Uganda, las niñas secuestradas por el Ejército
de Resistencia del Señor (ERS) son obligadas a convertirse en “esposas” de los mandos y sometidas a repetidas
violaciones, expuestas a enfermedades de transmisión sexual y embarazos no
deseados. De acuerdo con algunos cálculos, hay más de tres mil hijos de
muchachas esclavizadas sexualmente por el ERS que luego integran las filas
insurgentes. El Nigeria, como hemos visto ocurre lo mismo con las niñas
secuestradas por Boko Haram, con el
agregado que este grupo suele subastar a las niñas secuestradas para que se
conviertan en esposas o concubinas de quienes las adquieran o las convierten en
“terroristas suicidas”. En 2009, tan sólo en Afganistán, los talibanes
llevaron a cabo quinientos atentados suicidas en los cuales la carga era
transportada por niños, en su mayoría niñas.
Para los que logran sobrevivir a la prueba, las
consecuencias de haber sido niño soldado son profundas. Los que tienen la
fortuna de no morir en combate o durante las duras condiciones de su cautiverio,
son separados de sus familias durante largos períodos de tiempo, y carecen de
la socialización familiar y comunitaria de la mayoría. El trato brutal y la
exposición a la violencia extrema generan heridas emocionales permanentes. Los
niños soldados recuperados sufren por el resto de su vida de trastornos del
sueño, problemas alimenticios, ansiedad y temor por el futuro y por sí mismo.
Los niños soldados son una de las grandes tragedias de
nuestro tiempo que al desarrollarse en ámbitos remotos y afectar a la población
más pobre del planeta suele escapar a los titulares de los grandes diarios y a
la conciencia de los pueblos que con su indiferencia la toleran.
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