La lapidaria frase acuñada por el escritor
Jorge Asís en referencia al presidente Alberto Fernández amenaza con convertirse
en una cruel realidad ante la mirada azorada de los argentinos.
Si la
ciencia política pudiera contar con leyes universales como la física o la
química seguramente una de las primeras leyes que establecería sería la “Ley
de vacío político”.
Es
decir que, en un sistema político cualquier vacío de poder que deja un actor político
es inmediatamente ocupado por otro actor.
Si el
presidente Alberto Fernández hubiera tomado en consideración este principio
básico de la política posiblemente hubiera meditado más su proceder para evitar
el evidente vacío de poder que ha generado su gobierno en la Argentina de hoy.
Alberto
Fernández gobierna con lentitud e ineficacia diciendo una cosa y todo lo
contrario veinticuatro horas más tarde, sin dar instrucciones precisas a sus
ministros o explicitar un plan de gobierno.
Mientras
tanto, el país anarquizado se debate en una crisis económica que ha agotado las
reservas de divisas de libre disponibilidad del Banco Central, ha disparado el
valor de dólar, potenciando la profunda recesión y la inflación.
Las
consecuencias de la crisis golpean duramente a la población jaqueada por la
pobreza, la informalidad y un nivel histórico de desempleo.
Este
dramático cuadro social se ve potenciado por el espantoso manejo que han hecho
las autoridades nacionales de la pandemia de covid que ya ha costado la vida a
más de treinta mil personas, situando al país sexto entre las naciones más
afectadas por la enfermedad en el mundo.
Frente
a esta crisis el presidente Fernández no parece estar a la altura de las
necesidades del país. Fernández no se le cae una idea ni por casualidad.
Incluso muy suelto de cuerpo afirma que no cree en planes de gobierno, o sea,
que conduce al país resolviendo los problemas día a día sin saber muy bien
hacia dónde va.
Argentina
se convierte así en un país gobernado tácticamente sin plan estratégico que
establezca metas de mediano y largo plazo y regule los medios para alcanzarlos.
No
puede sorprender entonces el clima de desconcierto e incertidumbre que impera
no sólo en la clase política sino también en el conjunto de la sociedad
argentina.
En un
principio muchos observadores creyeron que la inoperancia del presidente
Fernández se debía al hostigamiento o condicionamiento impuesto por la jefa del
Frente de Todos, Cristina Fernández de Kirchner. Es conocido que la
Vicepresidenta tiene su propia “lista negra” de dirigentes peronistas
vetados y un programa político inspirado en el socialismo del siglo XXI de raíz
chavista.
Sin
embargo, Alberto Fernández también tiene su propia agenda basada en sus vínculos
con el Consenso de Puebla y el apoyo a expresidentes populistas en desgracia como
Evo Morales o Inacio Lula da Silva. Incluso cuenta con una lista de kirchneristas
vetados. No quiere cerca suyo a ninguno de los exfuncionarios de Cristina con
problemas en la justicia debido a acusaciones de corrupción o aquellos con los
cuales tuvo enfrentamientos en sus tiempos de Jefe de Gabinete como el inefable
Aníbal Fernández o el verborrágico Guillermo Moreno.
Hoy la
opinión pública está convencida de que los errores del gobierno son más
responsabilidad del presidente Fernández que del veto de Cristina Kirchner.
Entonces,
a río revuelto ganancia de pescadores dice el refrán y son muchos los
pescadores que aprovechan para intentar sacar beneficio de los errores e
indefiniciones y del vacío de poder generado por el Presidente.
Los
sectores más radicalizados de dentro y fuera del gobierno corren a Alberto
Fernández por izquierda con tomas de terrenos, rebeliones de presos en las
cárceles, ataques a los derechos de propiedad, expresiones de rebeldía -como la
renuncia de la exembajadora Alicia Castro o el vedetismo de Sergio Berni- o
demandas menores que son irritativas para algunos sectores de la sociedad, como
el “impuesto a la riqueza”, la legalización del aborto o la imposición compulsiva
del lenguaje inclusivo.
Estas
operaciones dan visibilidad a grupos minoritarios y a dirigentes sin ningún
peso electoral, como el polémico Juan
Grabois, cuya única entidad pública proviene del apoyo financiero y político que
recibe del papa Francisco y del dinero que recauda con sus extorsiones a los
gobierno provinciales y municipales.
Porque
muchos de estos grupos que agitan en las calles y las tomas de terrenos tienen
por único propósito incrementar los aportes monetarios que reciben mensualmente
del Estado nacional. Así se ofrecen como mediadores o presentantes de los pobladores
que reclaman soluciones inmediatas sus más acuciantes necesidades. Primero
arman las tomas con el lumpen violento, instalan familias necesitadas -en
ocasiones cobrándoles para dejarlos participar de la toma- y luego negocian con
el Estado desocupar la toma a cambio de dinero y otras ventajas.
Ante
la agudización de la crisis también otros dirigentes del Frente de Todos y de
la oposición explotan las falencias de la Casa Rosada.
La
primera en tratar de despegarse del fracaso de Fernández e intentar aportar otra
mirada, es la propia Cristina Kirchner.
El 27
de noviembre, Cristina Kirchner dio a conocer una carta de la cual presidente
se enteró por los diarios como el resto de los argentinos. En la misiva, la Jefa
reconoce que “Alberto Presidente” es una creación suya, aunque se apura
a tomar distancia de los errores del presidente que ayudó a consagrar.
Finalmente,
Cristina Kirchner propone en un tono imperativo, una suerte de diálogo con la
oposición para alcanzar algún tipo de consenso que aumente la gobernabilidad
del país. Así, la Vicepresidenta recurre a la misma estrategia empleada por su
amigo el dictador venezolano Nicolás Maduro que en cada oportunidad en que se
ve acosado por las protestas opositoras arma algún tipo de mesa de negociación
para ganar tiempo y reforzar su posición.
La
propuesta de Cristina consiguió poco apoyo de propios y ajenos. Pero, para el
presidente Fernández, salir a buscar el apoyo de la oposición para dar sustentabilidad
a su gobierno implica reconocer su fracaso a tan sólo diez meses de haber
asumido la presidencia.
Para
la oposición tampoco resulta atractivo dar un “cheque en blanco” a un
gobierno que carece de un proyecto claro y sustentable para el país. Tampoco
queda claro qué tipo de concesiones está dispuesto a hacer el Frente de Todos
para obtener gobernabilidad y reducir la “grieta” que divide a los argentinos.
Además,
que tipo de “acuerdo nacional” pueden
establecer con un gobierno donde el presidente y su vicepresidenta y jefa del
movimiento no se hablan desde hace meses y evitan presentarse juntos en
público.
Es difícil
establecer el siguiente paso de Cristina. Seguirá tolerando la peligrosa
ineficiencia de Alberto Fernández o tomará medidas al respecto.
También
el futuro del presidente Fernández se torna incierto si pierde el apoyo
concreto de la real e indiscutida jefa del espacio político que gobierna el
país.
No es
extraño entonces que frente a la crisis y el autismo que exhibe el Presidente y
su gabinete algunos dirigentes políticos -oficialistas y opositores- buscan
ganar protagonismo.
Cristina
Fernández negocia por su cuenta con el gobierno de Vladimir Putin para traer al
país la vacuna rusa contra el covid ante el silencio del presidente y de su
ministro de Salud Ginés González García.
El
presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, tercero en la línea de
sucesión presidencial, recorre los canales de televisión. El líder del Frente
Renovador intenta crear la imagen de una alternativa de poder que lo tenga por
protagonista, con Martín Redrado como posible ministro de Economía y en alianza
de un sector del radicalismo encabezado por Ricardo Alfonsín, el hoy embajador
en España.
También
el expresidente Mauricio Macri ha abandonado su voluntario ostracismo para intentar
presentarse como líder absoluto del espacio de Juntos por el Cambio obviando el
traumático final de su gobierno en diciembre pasado, el fuerte rechazo que
despierta en un sector del electorado y la existencia de otros dirigentes con
peso y mérito para aspirar al liderazgo del país. Mientras tanto, juega con dos
alfiles: Patricia Bullrich y Miguel Ángel Pichetto.
También
la siempre oportuna Lilita Carrió abandonó su retiro de la política antes de un
año, multiplica sus polémicas declaraciones habituales e incrementa sus
contactos y reuniones en la búsqueda de renovar su candidatura para volver al
Congreso. Posiblemente, como un primer escalón para construir una candidatura
aún más relevante.
El
jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta se
dedica pacientemente a gestionar su territorio. Por algo es el único dirigente
político que ha visto crecer su imagen positiva en medio de la crisis y la
pandemia. Mientras tanto, lenta y silenciosamente teje alianzas y forja planes
para lanzar en el momento oportuno su candidatura presidencial.
Otro
tanto hace, el senador radical Martín Lousteau con respecto a la jefatura de
gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Recorre los medios de
comunicación e incrementa sus actividades, siempre de la mano del silencioso e
incansable Enrique “Coty” Nosiglia con los ojos puesto en la elección de
2023.
También
el actual vicejefe de Gobierno de la ciudad, el experonista hoy miembro del
PRO, Diego Santilli, un dirigente activo y con capacidad de gestión, quien se
dispone a dirimir en una interna la sucesión de Rodríguez Larreta al final de
su mandato.
Así
lentamente, comienza a configurarse el escenario electoral para los comicios
legislativos de medio turno a realizarse en octubre de 2021.
Las llamas
de la hoguera de vanidades en que se ha convertido la política argentina
crepitan impiadosas consumiendo los egos de los políticos argentinos y el destino
del cuarto gobierno kirchnerista.
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