Tras imponerse en los comicios del 4 de
noviembre, Joe Biden se convierte en el 46° presidentes estadounidense al mismo
tiempo el candidato más votado de la historia y el de mayor edad. No obstante,
el resultado de los comicios deja muchos interrogantes por develar.
Finalmente
los estadounidenses lo hicieron. Pusieron fin -al menos por los próximos cuatro
años- a la era Trump. Aunque para ello debieron elegir al presidente de mayor
edad en la historia del país. Al mismo tiempo, los demócratas han cumplido con
otro sueño: el colocar en la Casa Blanca a una mujer y además afroasiática.
Aunque sea como vicepresidenta, posiblemente también por el momento.
La
elección de presidencial de 2020 deja sin embargo muchos interrogantes y
temores. El primero de ello es la profunda división que parece dividir más que
nunca en los últimos ciento cincuenta años a los estadounidenses.
Según
un estudio realizado por la consultora de análisis político Pew, sólo el 9% de
los electores cambian de partido de una elección a otra. Pero, lo más graves es
que ese mismo estudio también reveló que cuatro de cada diez estadounidenses no
tienen un solo amigo cercano que vote a candidatos distintos de los que ellos
apoyan. Es decir, que la grieta político-ideológica es más profunda de lo que
se percibe a simple vista.
El
tono de los discursos de campaña también es un indicador del alto grado de
antagonismo existente en la sociedad estadounidense. Trump fue calificado de
neofascista, de aprendiz de tirano, de populista y sus partidarios han tachado
a Biden de senil, corrupto y socialista, un término que en los Estados Unidos
se entiende como comunista y autoritario. Trump incluso lo bautizó despectivamente
“Sleepy Joe” (Joe, el dormilón).
Otra
prueba de la importancia de la grieta es la elevada participación electoral. En
un país donde el voto es voluntario y usualmente no alcanza al 60% de
electorado (55,6% en 2016), el pasado 4 de noviembre votaron cien millones de
nuevos electores superando el 70% de participación. En este esquema el voto por
correo se constituyó en el gran protagonista. De los ciento cincuenta millones
de electores que sufragaron en los comicios, cien emitieron su voto a través
del correo.
No es
extraño entonces que muchos observadores califiquen a esta lección como la más
trascendente desde la Segunda Guerra Mundial. En perspectiva, las elecciones
entre Nixon y Kennedy, en 1960, o entre Carter y Reagan, en 1980. Fueron
igualmente importantes.
Los
cierto es que la victoria demócrata fue muy ajustada. Si bien Biden obtuvo 73,9
millones de votos, convirtiéndose en el candidato más votado de la historia
estadounidense, Donald Trump no lo hizo tan mal. Setenta millones de
estadounidenses votaron por él, seis millones de votos más que los logrados en
2016 cuando se convirtió en presidente.
Indudablemente,
la pandemia del covid 19 con sus efectos sobre la economía de los países
erosiona considerablemente el apoyo electoral de los gobernantes. El malhumor
social y la recesión suelen convertirse en un voto castigo en las urnas para el
gobierno de turno.
En el
caso estadounidense, los republicanos perdieron el gobierno pero están muy
lejos de batirse en retirada. Los republicanos conservan grandes factores de
poder. Mantienen la mayoría en el senado y han recuperado escaños en la Cámara
de Representantes, donde cuentan con una sólida minoría (191 demócratas a 183
republicanos), además los republicanos gobiernan en 26 de los 50 estados de la
Unión. Han instalado una mayoría
conservadora (6 a 3) entre los jueces de
la Corte Suprema de Justicia. Donald Trump, también designó durante su gestión
a doscientos jueces jóvenes de derecha en cargos vitalicios. La mayoría de los
juristas designados son miembros de la Sociedad Federalista, una agrupación
conservadora de abogados que colabora estrechamente con el Partido Republicano.
Por
último, hay que considerar que los movimientos extremistas que han crecido
durante la era Trump (los supremacistas blancos y los adeptos a las teorías
conspirativas) continuarán prosperando en la resistencia a un gobierno que
califican de izquierda y donde una mujer afroasiática ocupará un papel
relevante.
En
términos generales, Joe Biden es un político demócrata moderado. Se inició a
los 239 años como senador y se mantuvo en el Senado entre 1973 y 2009, fue
vicepresidente en dos períodos y compitió tres veces por la presidencia. Su
mayor limitación es la edad.
A los 78 años, Joe Biden es un hombre con la
salud quebrada, lento en sus desplazamientos y en sus reacciones. Un hombre que
ha atravesado por serias tragedias personales: perdió a su primera esposa y su
pequeña hija en un accidente de tránsito en 1972, en 1988 sufrió un aneurisma
cerebral que requirió de varias operaciones en el cerebro para ser curado,
luego, en 2013 perdió a su hijo mayor Beau debido a un tumor cerebral. También
debió soportar una acusación de abuso sexual por parte de una antigua asistente
del Capitolio llamada Tara Reade y de otras mujeres que se quejaron de su
tendencia a “invadir el espacio personal” de los demás.
En
este contexto, todos los observadores están expectantes sobre el papel que
ocupará en el nuevo esquema de poder la dinámica y ambiciosa vicepresidente
Kamala Harris de 56 años. Una aguerrida representante del ala izquierda del
partido demócrata que impulsa una agenda orientada a instalar mayores controles
en la venta de armas de fuego a civiles, la lucha contra el racismo y los
grupos supremacistas, protección y legalización de los inmigrantes
(especialmente a los siete millones de “dreamers”), la restauración del “Obamacare”
o un plan sanitario de similares características, la legalización del aborto,
el matrimonio gay y el reforzamiento de los vínculos con el Estado de Israel.
Difícilmente,
Harris podrán lograr importantes avances en su agenda con la presente
correlación de fuerzas en el Congreso y el rechazo que la misma despierta en
gran sector de la sociedad estadounidense tal como se ha visto en los últimos
años y al mismo tiempo luchar contra la pandemia y los problemas de la economía.
Todo
hace prever que el gobierno demócrata que sumirá en enero de 2021 deberá
enfrentar una situación interna sumamente compleja.
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