Juan Carlos I, rey emérito de la
restaurada monarquía española se ha fugado de su propio reino.
La historia
registra innumerables casos de reyes que pierden su reino. Pero, es muy difícil
encontrar otro caso en que un reino pierde a su rey y no lo puede hallar.
Los argentinos
a la largo de nuestra agitada historia hemos visto muchas cosas insólitas,
robos de cadáveres célebres, la sustracción de las manos al cuerpo de un
presidente fallecido o que un fiscal federal se “suicide” después de
efectuar graves acusaciones penales contra la presidenta en ejercicio y a menos
de veinticuatro horas de tener que presentar las pruebas de su acusación ante
el Congreso Nacional.
No
obstante, hay que reconocer que los españoles nos han superado ampliamente, a
nosotros los “sudacas”, en el
campo de los escándalos políticos y la corrupción gubernamental.
Porqué
cualquier país sudamericano cuenta con un par de buenos expresidentes corruptos
fugados del país y algún exdictador militar muerto en el exilio o incluso en
alguna cárcel estadounidense.
Aunque
eso de tener a un rey corrupto fugado con su custodia oficial y con paradero
desconocido es muy difícil de superar o incluso de empardar.
No
cualquier país convierte en vida a u héroe nacional en un vulgar caco prófugo.
Dónde quedó el garante de la democracia restaurada, el artífice de la
transición a la democracia que teléfono en mano frustró el “Tejerazo” y
el garante último de la integridad territorial de España.
Aquél
joven rey democrático y progresista, que un día despertó las ilusiones de los españoles,
hoy ha devenido en un viejo verde, bueno para asesinar elefantes y pagar
muy cara la compañía de jóvenes cortesanas, que oculta su identidad tras
gruesos lentes oscuros en algún paraíso fiscal donde no rigen los tratados de extradición.
Lo
único que falta para completar el sainete es que el amigo Pablo Iglesias
Turrión demande una circular roja de Interpol para detener al Rey Emérito
allí donde se lo encuentre.
Otro
personaje curioso este vicepresidente de Gobierno español que, cual Quijote con
coleta, arremete contra el molino de viento de la monarquía, mientras se
financia con los aportes de la teocracia más arcaica del mundo y se compra un
lujoso chalé con los dinerillos que obtuvo asesorando a su amigo el dictador Nicolás Maduro.
Lo cierto
es que cuando los argentinos nos miramos en el espejo de la política de nuestra
“Madre Patria” llegamos a la triste conclusión de que nuestra inmadurez
institucional y la baja calidad de nuestra clase política no es una
característica original sino una tara heredada que hemos sabido cultivar y
perfeccionar con esmero y esfuerzo desde nuestra independencia.
Curioso
tiempo este que nos toca vivir. Unos días en que, mientras esperamos con algo
de deleite y mucho de preocupación cuál es el próximo episodio del culebrón
protagonizado por la monarquía y el gobierno español, en un mundo paralizado
por una grave pandemia, la vida de millones de personas depende el humor y las imprevistas
decisiones de un conjunto de líderes bizarros como Donald Trump, Jair
Bolsonaro, Boris Johnson, Kim Jong-un, Mohamed bin Salman y ahora también del
fugado Juan Carlos I, rey emérito de España en paradero desconocido.
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