Grupos minoritarios de población de origen mapuche
usurpan tierras en la provincias patagónicas ante la indiferencia del gobierno
nacional.
Gradualmente, en los últimos días del 2019 se ha
extendido la ocupación de tierras en el sur patagónico por parte de algunos
miembros radicalizados de la minoría indigenista que se reconoce como “mapuche”.
En realidad no se trata de indígenas puros, el último mapuche originario
falleció en la década de los ochenta, sino de mestizos que reivindican la
cultura de este pueblo indígena de Chile.
La usurpaciones de tierras se produjeron en las
provincias argentinas de Río Negro y Chubut. Uno de los terrenos ocupados
ilegalmente se encuentra en torno a la localidad de Villa Mascardi, situada a
unos treinta kilómetros de la ciudad de Bariloche en la provincia de Río Negro.
Allí, los integrantes de la autodenominada comunidad Lafken Winkul Mapu, que
mantienen tierras usurpadas en la zona desde septiembre de 2017.
A comienzo de diciembre de 2019, una decena de
mapuches ocuparon ilegalmente la costa del lago Mascardi, del otro lado de la Ruta
Nacional N° 40, a la altura del kilómetro 2006 de dicha ruta, estos terrenos
que pertenecen al Parque Nacional Nahuel Huapi.
El predio posee fogones para acampar en horario diurno
y es de muy fácil acceso para la población local y para los turistas que
visitan la zona buscando un poco de playa los días soleados.
Los mapuches impiden las actividades de mantenimiento
y control del personal de Parques Nacionales y de Comisión de Fomento de Villa
Mascardi que administran -al menos nominalmente el lugar-, han expulsado a los
cuidadores y depredaron los baños públicos y otras instalaciones turísticas del
lugar.
Simultáneamente, otro grupo de militantes mapuches usurpó
un puesto rural en cercanías del paraje Vuelta del Río, ubicado a unos treinta
kilómetros de la localidad patagónica de El Maitén, en Chubut. La ocupación de
tierras tuvo lugar en un sector denominado “El Platero”, perteneciente a la Compañía
de Tierras del Sud Argentino, cuyo principal accionista es el empresario
italiano Luciano Benetton. La Compañía de Tierras del Sud Argentino tiene la
propiedad de 120.000 hectáreas en la provincia de Chubut.
El 25 de diciembre de 2019, unas mil hectáreas del cuadro
“El Platero”, que se sitúa sobre la Ruta Nacional N° 40 y alberga a unos
trescientos vacunos, han sido usurpados.
La usurpación fue llevada a cabo por un pequeño grupo
de encapuchados, armados con palos y cuchillos, pertenecientes a la comunidad
mapuche Lof Kurache que rompió una tranquera, se apoderó de la vivienda del
cuidador y destruyó sus pertenencias aprovechando que el mismo se encontraba de
vacaciones. El acceso al lugar fue bloqueado mediante palos y troncos.
Por el momento, tanto las autoridades nacionales como
provinciales competentes en el lugar han tomado conocimiento del hecho pero no
han intervenido para restablecer el orden y el derecho de propiedad vulnerado.
UN PUEBLO NO ORIGINARIO
Los mapuches -cuyo nombre en lengua mapudungun
significa “gente de la tierra”-, a
quienes los españoles denominaban “araucanos”,
son un pueblo originario del sur de Chile. En 1790, perseguidos por los
españoles, cruzaron la Cordillera de los Andes y se instalaron en el actual
territorio argentino. Los mapuches se asentaron en la zona del Comahue, gran
parte de la región pampeana y al Norte de la Patagonia Oriental.
A su llegada, los invasores transandinos exterminaron
a los pueblos originarios del territorio argentino, en especial, a los
tehuelches septentrionales, los pehuenches y los pampas.
Cabe mencionar que los españoles ocupaban el actual
territorio argentino desde comienzos del siglo XVI. Hubo algunos asentamientos
transitorios desde 1517, hasta que en 1553 se fundó la ciudad de Santiago del
Estero, primera población española estable.
En otras palabras, los españoles ocupaban el
territorio del Río de la Plata más de doscientos años antes de que llegaran los
mapuches. Ni la Patagonia Oriental, ni la Pampa eran “res nullius”, sino una parte del Virreinato del Río de la Plata,
creado en 1776, cuando los mapuches invadieron y ocuparon por la fuerza esos
territorios.
Sin embargo, los mapuches reclaman falsamente su
condición de “pueblos originarios”
del territorio argentino.
Durante los años de las luchas por la independencia y
la organización nacional, entre 1810 y 1860, los mapuches aprovecharon la
debilidad de las jóvenes repúblicas sudamericanas y las frecuentes luchas
civiles para crear una suerte de Confederación Mapuche que extendía sus
correrías por un amplio territorio, desde el sur del río Salado hasta la Tierra
del Fuego y desde los valles cordilleras a las costas atlánticas.
En ese territorio asentaban sus precarios campamentos
unos treinta mil aborígenes nómades agrupados en tribus conducidas por un “lonco” o cacique. Vivían principalmente
del pillaje a las poblaciones criollas.
Los ataques de los aborígenes tomaban la forma de “malones”, donde una numerosa caballería
indígena armada con lanzas, boleadoras, facones -cuchillos muy largos- y
algunas armas de fuego, atacaba por sorpresa a pueblos y estancias
desprotegidas.
En sus incursiones mataban a los hombres, secuestraban
a las mujeres y a los niños que luego convertían en sus concubinas y en
esclavos, a los que denominaban “cautivos”.
En muchos casos, los indígenas se veían reforzados por renegados cristianos que
se iban a vivir a las “tolderías”
indígenas para escapar a la persecución de las autoridades argentinas.
En sus incursiones, los mapuches saqueaban a todo lo que
encontraban a su paso y volvían al sur profundo, más allá del río Salado, que
oficiaba de frontera entre indígenas y criollos, arreando todo el ganado de las
estancias. Como los aborígenes solo se alimentaban de carne de yegua, las vacas
y ovejas robadas eran cruzadas a territorio chileno, del otro lado de la
cordillera, donde se traficaban a cambio de alcohol, yerba mate, pólvora, armas
y otros productos.
Hacia 1860, las actividades deprecatorias de los
mapuches tomaron tal dimensión que, tanto Chile como la Argentina resolvieron
poner fin a sus correrías y restaurar su seguridad y soberanía en la región
patagónica.
Entre 1861 y 1883, Chile llevó a cabo la “Pacificación de la Araucanía” ocupando
el territorio chileno comprendido entre los ríos Biobío al Norte y Toltén al
Sur.
La Argentina hizo otro tanto en 1879 con la “Campaña al Desierto”. El general Julio
A. Roca eliminó la amenaza indígena desde el sur de las provincias de Mendoza, Córdoba
y Buenos Aires hasta el río Negro, en la actual provincia homónima.
En ambos países se terminó con la amenaza de los “indios de lanza” -guerreros-, se liberó
a los “cautivos” criollos, se
encarceló a los caciques y “capitanejos”
y se instaló a la población aborigen
restante en “reservaciones”.
Hacia 1890, la continua amenaza de los malones
indígenas sobre las estancias y poblaciones desapareció tanto en Chile como en
Argentina y extensas regiones se incorporaron a la actividad productiva y al
poblamiento de los inmigrantes europeos que arribaban a Sudamérica.
En 1881, ambos países suscribieron un “Tratado General de Límites” que
estableció la actual frontera a lo largo de Cordillera de los Andes.
Durante un siglo el tema de los “pueblos originarios” pasó al olvido y sus integrantes se fueron
incorporando a la sociedad, como un grupo étnico más dentro del “crisol de
razas” que es la Argentina.
Sin embargo, algo comenzó a cambiar hacia 1990, con el
colapso del mundo socialista, tras la caída del Muro de Berlín, el tema del
indigenismo repentinamente cobró vigencia.
Se acercaba la conmemoración de los quinientos años de
la llegada de Cristóbal Colón a América y los grupos intelectuales de izquierda,
que no habían logrado asimilar totalmente la crisis ideológica provocada por la
desaparición del “modelo soviético”
de sociedad, encontraron en la reivindicación de los derechos de los pueblos
originarios y las crueldades históricas de los colonizadores europeos una nueva
base ideológica para combatir al capitalismo.
Fue entonces, cuando la activista indigenista
guatemalteca Rigoberta Menchú obtuvo, en 1992, el premio Nobel a la Paz.
A partir de ese momento, financiados y apoyados por
intelectuales y fundaciones europeas, grupos de descendientes de indígenas americanos
comenzaron a demandar desde la entrega de tierras, al derecho a una reparación
patrimonial histórica, el derecho al autogobierno y la autonomía, cuando no la
misma autodeterminación en nuevos estados étnicos.
Fue el momento oportuno para un resurgir del activismo
mapuche.
En Chile, el censo de 2002 registró a 604.349 personas
que se reconocían como “mapuches”,
conformando el 4% de la población chilena total. Aunque las organizaciones que
dicen representarlos hablan de un millón y medio de mapuches.
En Argentina el número de mapuches es sustancialmente
menor. El censo de 2005 registró a 78.534 personas, algo menos del 2% de la
población total como mapuches. Aunque nuevamente, las organizaciones mapuches
hablan de la existencia de medio millón de aborígenes de esta etnia.
En Chile, los mapuches tienen un largo historial de
violencia contra las personas -incluso con varios asesinatos y atentados
explosivos- y delitos contra la propiedad. Pero desde hace un par de años, los
activistas mapuches han comenzado a realizar atentados también en suelo
argentino.
Los activistas mapuches reclaman la aplicación del
mismo derecho de autodeterminación que se empleó en el caso del pueblo inuit,
en Groenlandia, para crear un estado mapuche independiente con el territorio
patagónico que hoy ocupan Chile y la Argentina.
Un grupo separatista autodenominado “Resistencia Ancestral Mapuche”,
dirigido por el activista mapuche argentino Francisco Facundo Jones Huala, ha
llevado a cabo una suerte de “guerra de
guerrillas” con más de noventa ataques e incendios en territorio de la
provincia argentina de Chubut.
Ahora amenaza con crear “Unidades Ancestrales de Liberación Territorial”, para “atacar propiedades e infraestructuras del
capitalismo” y llevar una “guerra de
fuego” contra los bosques naturales patagónicos en apoyo de la “resistencia territorial y la liberación
territorial”.
Por el momento, ni el gobierno de Sebastián Piñera en
Chile, ni el de Alberto Fernández en
Argentina, por un problema de imagen internacional que puede afectar la llegada
de inversiones y a la actividad turística en la región patagónica, están
dispuestos a aceptar la existencia de un grupo guerrillero operando en su
territorio.
Pero, las organizaciones separatistas mapuches están
expandiendo sus actividades gracias al apoyo económico y político proveniente
de fundaciones y grupos autonómicos europeos como el Bloque Nacionalista Gallego o Esquerra
Republicana de Catalunya.
Al analizar el activismo separatista mapuche y sus
vínculos internacionales no podemos sino identificar la misma metodología
empleada por otros grupos separatistas.
Por otra parte, pensar que Chile y Argentina van a
ceder graciosamente una parte de su territorio para satisfacer las demandas de
un autoproclamado grupo separatista mapuche es disparatado.
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