El conflicto que comenzó en julio de este año como un nuevo incidente fronterizo entre soldados tailandeses y camboyanos alrededor del templo jemer de Ta Muen Thom, en la accidentada línea montañosa de los montes Dângrêk, se ha transformado en la peor escalada militar y diplomática entre ambos países en más de una década. El intercambio de disparos, los bombardeos selectivos, la degradación total de las relaciones diplomáticas y las evacuaciones masivas han devuelto a la región a una tensión que parecía desterrada desde 2011.
Lo
que está en juego no es solo un tramo de selva fronteriza ni un templo de
piedra milenario. Se enfrentan dos nacionalismos, dos narrativas
históricas contradictorias y dos gobiernos debilitados por crisis internas. Y
también dos ejércitos profundamente asimétricos que, sin embargo, están
atrapados en una lógica de represalias que amenaza con desbordar la frontera.
Un
estallido anunciado
El
jueves 24 de julio a primera hora de la mañana, un grupo de seis soldados
camboyanos armados, incluidos lanzacohetes, se aproximó a una base
tailandesa en Surin, según Bangkok. Minutos después comenzaron los disparos.
Nom Pen asegura exactamente lo contrario: que tropas tailandesas violaron su
soberanía territorial e iniciaron el fuego. La disputa por el origen del
enfrentamiento es ya una tradición en esta frontera de 817 kilómetros, y esta
vez no fue la excepción.
Una
hora más tarde, cazas F-16 tailandeses bombardearon posiciones camboyanas,
destruyendo —según Bangkok— puestos de las divisiones 8 y 9 de fuerzas
especiales camboyanas. Nom Pen calificó la acción como “brutal agresión
militar” y respondió con ataques de artillería que alcanzaron zonas
residenciales tailandesas
Los
cohetes camboyanos impactaron en tiendas, estaciones de servicio y viviendas de
las provincias tailandesas de Surin, Sisaket y Ubon Ratchathani,
causando un número creciente de bajas civiles. Hacia la tarde, el Ejército
tailandés confirmaba 12 civiles muertos, incluidos un niño de ocho años
y un adolescente de quince, además de un soldado fallecido y más de treinta
heridos. En Camboya se reportaron 5.000 evacuados solo en la provincia
de Oddar Meanchey
El
conflicto se extendió rápidamente a seis puntos fronterizos, un
escenario inédito desde 2008–2011, cuando la disputa por el templo de Preah
Vihear derivó en intercambios de artillería que desplazaron a miles y obligaron
a intervenir a la Corte Internacional de Justicia.
Finalmente
la intervención del presidente Donald Trump logró un precario alto al fuego
tras una semana de duros combates. Sin embargo, paz no duraría mucho tiempo
pronto se registraron incidentes menores hasta que los enfrentamientes
fronterizos entre Tailandia Y Camboya se intensificaron el martes 9 de
diciembre, con nuevos ataques de artillería, drones y bombardeos aéreos que han
forzado la evacuación de cientos de miles de personas de ambos países. Al menos
siete civiles camboyanos y tres soldados tailandeses han muerto en los choques
desde el lunes y se calcula que unas 200.000 personas se encuentran en centros
de evacuación. Bangkok y Phnom Penh se acusan mutuamente de haber iniciado los
ataques y aseguran que no cederán en la defensa de su soberanía.
La
escalada, la mayor desde julio, deja en entredicho el frágil alto a fuego que
ayudó a negociar el presidente estadounidense. Ante el nuevo estallido, el
republicano ha pedido a ambas partes que “cumplan plenamente con sus
obligaciones para poner fin a este conflicto”, según un alto cargo
estadounidense.
Esta
vez, sin embargo, la escalada coincide con un clima político mucho más volátil.
Orígenes
de una disputa centenaria
El
conflicto actual no se entiende sin un repaso a la historia colonial de la
región. La frontera entre ambos países fue trazada por Francia en 1907,
cuando Camboya formaba parte de la Indochina francesa y Siam (hoy Tailandia)
intentaba preservar su autonomía ante las potencias europeas.
Los
franceses, responsables de los mapas, establecieron un límite que seguía la
línea de cumbres de los montes Dângrêk, pero introdujeron una desviación en
torno al templo de Preah Vihear, que quedó del lado camboyano pese a estar
ubicado en una meseta a la que se accede fácilmente desde Tailandia. Para los
jemeres fue la restitución simbólica de un lugar sagrado; para Siam, una
humillación histórica.
Desde entonces:
- 1953–1962:
Tailandia ocupó el templo tras la retirada francesa.
- 1962:
La Corte Internacional de Justicia adjudicó Preah Vihear a Camboya, lo que
desató protestas masivas en Bangkok.
- 1979–1998:
La frontera se convirtió en zona de guerra durante el conflicto
camboyano-vietnamita; Tailandia fue retaguardia de guerrillas jemeres.
- 2008–2011:
Nuevos enfrentamientos surgieron cuando Camboya inscribió el complejo en
la lista de Patrimonio Mundial.
- 2013:
La Corte reafirmó soberanía camboyana sobre el templo y su entorno.
La
zona de Ta Muen Thom, epicentro actual, forma parte del mismo corredor
histórico jemer que unía Preah Vihear con Angkor y que hoy es una franja donde la
demarcación exacta nunca se completó. Es decir: ambos países reivindican el
mismo espacio con documentos históricos distintos.
A
este rompecabezas se suma otro factor: las minas antipersonales, un
legado de décadas de guerra civil en Camboya. Sin embargo, Tailandia sostiene
que las minas recientes son “de fabricación rusa y colocadas de forma reciente”
en caminos acordados como seguros, una acusación negada por Camboya, que habla
de artefactos antiguos que todavía infestan la región
La
situación militar: una asimetría peligrosa
El
conflicto enfrenta a dos ejércitos muy distintos. Tailandia posee unas
fuerzas armadas tres veces mayores, con 361.000 soldados y una Fuerza
Aérea considerada una de las mejor equipadas del Sudeste Asiático. Dispone de:
- F-16 y Gripen
suecos
- Helicópteros de
ataque Cobra
- Tanques VT-4 chinos y M-60
norteamericanos
- Más de 600 piezas de artillería,
incluidos cañones de 155 mm
Camboya,
en cambio:
- carece prácticamente de aviación de
combate
- dispone de unos doscientos tanques
antiguos
- cuenta con
artillería más limitada
- se apoya en unidades terrestres
móviles y en el conocimiento del terreno
Pese
a esta asimetría, su liderazgo político —Hun Manet y Hun Sen— mantiene una
narrativa de resistencia histórica frente a un vecino más rico y poderoso, lo
que alimenta la cohesión nacional.
Costos
humanos y sociales
El
conflicto ha dejado en pocos días:
- Al menos 12
civiles tailandeses muertos
- Más de 30 heridos
- Heridas graves de soldados en ambos
bandos por explosiones de minas
- Miles de evacuados
en Camboya
- Cierre total de la frontera,
afectando comercio, trabajo transfronterizo y turismo
- Hospitales parcialmente evacuados en
Surin ante el riesgo de bombardeos
Las
imágenes de aldeanos corriendo hacia búnkeres, niños heridos y tiendas
destruidas han reactivado sentimientos nacionalistas en ambos países y
presionan a los gobiernos a evitar cualquier señal de debilidad.
Costos
políticos
En
Tailandia
La
primera ministra Paetongtarn Shinawatra fue suspendida tras filtrarse
una conversación con Hun Sen donde criticaba a su propio Ejército. La oposición
la acusó de “poner en riesgo la soberanía nacional”, y la crisis
desembocó en protestas masivas en Bangkok. Hoy, un primer ministro interino,
Phumtham Wechayachai, dirige un país altamente polarizado y bajo presión
militar.
En
Camboya
Hun
Manet enfrenta su primera crisis internacional desde que heredó el poder en
2023. Su padre, Hun Sen —hombre fuerte durante cuatro décadas— ha reaparecido
públicamente con mensajes nacionalistas. El gobierno ha retirado a su embajador
en Bangkok, suspendido importaciones tailandesas y aprobado medidas de
emergencia.
Intereses
geopolíticos y posibles aliados
Tailandia
- Estados Unidos:
aliado histórico y socio en ejercicios Cobra Gold. Washington pidió
“moderación” pero observa con preocupación una posible desestabilización
regional.
- China:
gran inversor en infraestructura tailandesa; mantiene relación estrecha
con el Ejército de Bangkok.
- Vietnam:
aunque neutral, ve con recelo cualquier fortalecimiento excesivo de
Camboya.
Camboya
- China:
principal aliado político y militar; financia proyectos estratégicos como
la base naval de Ream.
- Vietnam:
relación compleja pero pragmática; observa que una Tailandia demasiado
agresiva puede alterar equilibrios históricos.
- ASEAN:
sin capacidad real de arbitraje por el principio de no injerencia, pero
preocupada por la estabilidad regional.
Ninguno
de los actores quiere una guerra abierta, pero todos vigilan la situación
porque la frontera tailandesa-camboyana es un punto crítico en la arquitectura
de seguridad del Sudeste Asiático.
Tres
escenarios posibles
1.
Desescalada negociada (probabilidad media-alta)
La
presión internacional (China, EE. UU., ASEAN) podría forzar un alto el fuego,
seguido de una retirada simbólica de tropas y la reapertura parcial de los
pasos fronterizos. Se establecería un mecanismo conjunto de verificación y una
promesa —una vez más— de retomar la demarcación.
Es
el escenario más deseado, pero exige que ambos gobiernos puedan presentar
concesiones como “victorias”.
2.
Escalada militar contenida (probabilidad media)
El
conflicto puede expandirse a más puntos de la frontera, con nuevos bombardeos
selectivos, más bajas civiles y una movilización mayor de tropas. Tailandia
podría intensificar el uso de su fuerza aérea; Camboya responder con
artillería. Pero sin llegar a una guerra abierta, porque ninguno tiene interés
real en una confrontación prolongada.
Sería un conflicto intermitente, similar al de 2008–2011, pero más letal debido
al armamento actual.
3.
Crisis política interna que derive en un viraje inesperado (probabilidad
baja-media)
En
Tailandia, un agravamiento del conflicto podría desembocar en:
- una intervención más visible del
Ejército
- la caída del
gobierno interino
- un endurecimiento
nacionalista sin precedentes
En
Camboya, una espiral de violencia podría fortalecer a los sectores más duros
vinculados al viejo aparato del Partido Popular Camboyano.
Cualquier desestabilización interna en uno de los dos países puede alterar el
equilibrio militar en la frontera.
¿Un
conflicto sin final?
La
disputa entre Tailandia y Camboya es una herida colonial nunca cerrada,
atravesada por mapas contradictorios, memorias históricas enfrentadas y templos
convertidos en símbolos nacionales. El estallido actual es solo el capítulo más
reciente de una narrativa que se repite cada década: un incidente local, un
intercambio de culpas, la movilización del fervor nacionalista y la tentación
de usar la fuerza para enviar un mensaje político interno.
Pero
esta vez, la combinación de crisis política en Bangkok, nacionalismo
camboyano revitalizado, y la presencia de actores externos con intereses
estratégicos hace que la línea entre incidente y conflicto serio sea más
delgada que nunca.
El
tiempo dirá si ambos gobiernos consiguen dar un paso atrás. O si, por el
contrario, esta frontera de templos milenarios volverá a ser escenario de un
conflicto que nadie quiere pero que todos parecen alimentar.

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