viernes, 12 de diciembre de 2025

La disputa por el Pacífico: China y Japón cara a cara.


 

Las tensiones entre China y Japón han dejado de ser episodios episódicos en mapas regionales para convertirse en un proceso sostenido que reconfigura el equilibrio de poder en el Indo-Pacífico.

Contenido

El conflicto entre China y Japón ha dejado ser solo de rencillas históricas o de choques puntuales por islotes: la disputa incorpora hoy capacidades navales en expansión, políticas de rearme, redes de alianzas entrelazadas y una interdependencia económica profunda que actúa a la vez como freno y como palanca de presión. El asunto más inflamable —y el que podría transformar una crisis regional en una crisis global— es el destino político de Taiwán.

Una dura memoria histórica.

Las heridas del pasado —la ocupación japonesa en China en el primer tercio del siglo XX, las atrocidades cometidas por las tropas invasoras que forman parte de la memoria colectiva china, y la narrativa nacionalista japonesa sobre su propio renacimiento— condicionan los marcos simbólicos en los que se interpretan las acciones recientes. Estas memorias no explican por sí solas la rivalidad contemporánea, pero funcionan como combustible para líderes y opinadores cuando la crisis escala.

La cuestión de Taiwán

Para Pekín, Taiwán es la mayor “cuestión nacional” pendiente desde 1949: la reunificación, en la visión oficial, no es negociable a largo plazo. Para Tokio —y sobre todo para su élite estratégica y sus planificadores militares—, la posibilidad de un cambio forzado del statu quo por parte de China implicaría la pérdida de profundidad estratégica, el control de rutas marítimas críticas y la proximidad de una potencia hostil a las puertas del archipiélago japonés. Esa combinación convierte a Taiwán en el elemento nuclear de la rivalidad sino-japonesa.

Disputas territoriales: las Senkaku/Diaoyu

El foco inmediato de roce son las islas Senkaku (japonés) / Diaoyu (chino). Aunque pequeñas y deshabitadas, esas islas simbolizan la soberanía y poseen una relevancia estratégica por su situación en rutas marítimas y por posibles recursos submarinos. En los últimos años, la presencia sostenida de buques gubernamentales chinos y de aeronaves en las zonas contiguas ha establecido patrones de roce que elevan la probabilidad de incidentes inadvertidos.

La modernización china

La República Popular ha llevado a cabo, en décadas recientes, una modernización naval y aérea masiva. Instituciones analíticas y servicios de inteligencia estiman que la People’s Liberation Army Navy (PLAN) se ha convertido en la armada más numerosa (aunque no la más desarrollada tecnológicamente) por número de unidades y crece con rapidez en los navíos de superficie, submarinos y portaaviones, alcanzando cifras que proyectan una mayor capacidad de proyección en el Pacífico occidental durante la próxima década. Ese crecimiento busca crear una estrategia de A2/AD (anti-access/area denial) que complique la intervención externa en un posible conflicto por Taiwán.

La respuesta japonesa

Tokio ha impulsado un cambio doctrinal y presupuestario que rompe con las restricciones tácitas de la posguerra: presupuestos récord, compras de sistemas de misiles de largo alcance, fortalecimiento de capacidades antisubmarinas y un renovado papel operativo de las Fuerzas de Autodefensa. Incluso, la primer ministro Takaichi ha insinuado su disposición a revisar los Tres Principios No Nucleares -no posser, no desarrollar y no permitir la entrada de armas nucleares en territorio nacional.

En Japón, la retórica oficial ha dejado de circunscribirse a la defensa estrictamente territorial y mira con más ambición a la protección de rutas marítimas y puntos clave como el estrecho de Taiwán.

Multiplicación de incidentes

Los datos públicos y los informes periodísticos muestran un incremento en la frecuencia de incursiones aéreas y navales, el uso de drones militares y la aparición de operaciones conjuntas entre China y Rusia en áreas próximas a Japón. Estos hechos aumentan la densidad del “espacio de fricción” y reducen los márgenes de error. Un ejemplo reciente —dos bombarderos rusos y aviones chinos realizando patrullas conjuntas cerca de Okinawa— ilustra la nueva normalidad de operaciones multinacionales que complican la gestión de crisis.

Economía: la interdependencia

Pese a la creciente tensión política y militar, China y Japón mantienen un comercio bilateral intenso y una integración productiva notable. En 2024, la participación de China en el comercio japonés seguía siendo sustancial (en torno a una quinta parte del comercio total de Japón), con flujos significativos de piezas intermedias, semiconductores, maquinaria y manufacturas. Esta interdependencia crea costos inmediatos —cadenas de suministro, inversión, universidades, turismo— que actúan como inhibidores de una ruptura abierta.

E-comercio como instrumento estratégico

Al mismo tiempo, Pekín ha demostrado su disposición a usar medidas económicas para castigar o presionar: restricciones a importaciones, boicots no oficiales y controles de exportación de insumos estratégicos (por ejemplo, tierras raras en episodios pasados). Esa capacidad de infligir daños económicos a Japón —y de interrumpir cadenas globales donde Japón participa— se convierte en un elemento táctico en la caja de herramientas chinas.

Desacoplamiento tecnológico y relocalización

Como respuesta, Japón (junto a Estados Unidos y socios) impulsa estrategias para reducir la dependencia en piezas clave y semiconductores, potenciar la “reshoring” y diversificar proveedores. Ese proceso, aunque real, es costoso y lento: las interdependencias tecnológicas tardan en deshacerse, lo que da a la vez margen y vulnerabilidad a ambos lados.

Los otros actores internacionales

Estados Unidos: garante y actor activador

Washington continúa siendo el actor decisivo. El paraguas de seguridad estadounidense y su presencia naval en la región son un elemento disuasorio clave para China y un pilar para la política japonesa. Sin embargo, la naturaleza exacta del compromiso —hasta qué punto EE. UU. intervendría militarmente en un ataque a Taiwán— es materia de debate y de señales mixtas en la prensa política. En la práctica, la cooperación trilateral y multilateral (EE. UU.–Japón–Australia; QUAD; AUKUS) refuerza disuasión y coordinación.

Rusia

El acercamiento estratégico y operacional entre Pekín y Moscú con ejercicios conjuntos añade un matiz adicional: un apoyo ruso, sea político o encubierto, puede ampliar las opciones estratégicas de China y complicar la ecuación de Tokio y Washington. Las patrullas aéreas conjuntas son una manifestación visible de esa sintonía táctica.

Corea del Sur

Aunque mantiene rivalidades históricas con Japón, ha estrechado cooperación militar por temor al avance chino y a la amenaza nuclear norcoreana.

Australia

Ha incrementado su presencia estratégica en la región operando como un socio firme de Washington y Tokio. A través de AUKUS busca fortalecer la disuasión naval ante Pekín.

ASEAN y países intermedios

Los estados del sudeste asiático buscan evitar ser arrastrados a una elección binaria. Su reacción es pragmática: evitar confrontaciones abiertas, expandir relaciones económicas con China y EE. UU., y tratar de institucionalizar mecanismos de gestión de crisis. Sin embargo, una escalada alrededor de Taiwán presionaría a estos países a tomar posiciones más definidas.

Europa y otras potencias

La Unión Europea ha mostrado preocupación por la estabilidad regional y ha endurecido su tono hacia ciertas prácticas chinas, aunque sus incentivos económicos con Beijing actúan como contrapeso. Australia, por su parte, es un socio regional proactivo en seguridad.

Dinámicas que definen el riesgo y las limitaciones al conflicto

Capacidad de proyección vs. costos económicos: China adquiere capacidades para operar más allá del primer arco insular, pero sus cadenas de valor y las sanciones potenciales contra sectores clave le imponen límites estratégicos reales. Japón, aún con rearme, depende del paraguas norteamericano y de la continuidad de suministros globales.

Crisis por accidente: La densidad de patrullas, interceptaciones y ejercicios aumenta la probabilidad de incidentes accidentales (radar apuntado, colisiones en la mar, derribo de drones) que pueden escalar rápidamente por errores de cálculo o nacionalismo retórico. Casos recientes de radar y maniobras aéreas muestran esa fragilidad.

Integración tecnológica: El grado de dependencia en semiconductores, maquinaria y piezas hace que una guerra no sea una opción rentable para ninguna de las partes sin sufrir daños económicos severos y prolongados. Sin embargo, esa misma dependencia puede ser usada como arma política.

Alianzas y ambigüedad estratégica: La ambigüedad calculada de EE. UU. sobre escenarios concretos puede tener un efecto disuasorio hoy y, al mismo tiempo, crear incertidumbre a largo plazo sobre los compromisos de intervención. Paradójicamente, señales demasiado explícitas o demasiado tibias ambas pueden incentivar riesgos.

Tres escenarios posibles

A continuación se presentan tres trayectorias diferenciadas, con giros internos, actores implicados y consecuencias económicas, militares y políticas.

Escenario A — Tensión sostenida y gestión de crisis (escenario base, alta probabilidad en 1–5 años)

Descripción: Aumento de maniobras y ejercicios, incursiones y episodios de coerción económica, sin enfrentamiento armado directo. Intercambios diplomáticos ásperos, sanciones sectoriales localizadas, cortes pasajeros de comercio y una carrera sostenida de rearme. Estados Unidos refuerza su presencia; Japón continúa su reconfiguración militar; China mantiene presión híbrida.

Consecuencias: Costos comerciales y financieros moderados, inversión en defensa y cadenas de suministro; aumento de la seguridad colectiva entre aliados (más ejercicios, inteligencia compartida); normalización de niveles más altos de “fricción”.
Probabilidad: alta.

Comentarios: Este escenario prolonga el statu quo inestable: suficiente para erosionar confianza y aumentar el riesgo de choque accidental, pero no para desencadenar un conflicto abierto que arrastre a grandes potencias.

Escenario B — Crisis aguda y confrontación localizada (probabilidad moderada)

Descripción: Un incidente naval o el derribo/colisión de un avión o dron desencadena una crisis regional. China establece bloqueos parciales, cortes de suministro selectivos y coacción sobre empresas japonesas en territorio chino. Japón aplica medidas defensivas y coordina con EE. UU. para patrullas de libertad de navegación. Rusia, dependiendo de su alineamiento, puede intensificar presión en el Mar de Japón.


Consecuencias: Perturbaciones importantes en rutas comerciales, subida de precios energéticos y de materias primas, sanciones recíprocas, escalada de nacionalismo interno en ambos países, riesgo de errores que expandan el conflicto. La contención exige diplomacia intensa de terceros (UE, ASEAN, Naciones Unidas).
Probabilidad: moderada.


Comentarios: La capacidad de moderación de actores externos (EE. UU., mediadores neutrales) determinará si la crisis retrocede o pasa a un escenario aún más grave.

Escenario C — Confrontación amplia por Taiwán (baja probabilidad en el corto plazo, creciente a largo plazo)

Descripción: Un intento de reunificación por la fuerza por parte de China, o una serie de pasos coercitivos que erosionan la voluntad de Taiwán, desembocan en un enfrentamiento. EE. UU., por tratados y por cálculo estratégico, y Japón, por amenazas directas a su seguridad, se ven forzados a intervenir militarmente. El conflicto se convierte en una guerra regional con efectos globales.


Consecuencias: Disrupción masiva del comercio mundial (semiconductores, energía), alto número de víctimas, riesgo de uso de armas más avanzadas, desplazamientos y una reconfiguración duradera de la arquitectura de seguridad mundial. Posibles sanciones económicas severas, realineamientos diplomáticos y crisis humanitarias.

Probabilidad: baja a medio plazo, pero en aumento conforme China aumenta capacidades y si la percepción de ventana de oportunidad crece.

Comentarios: Este escenario es el peor caso y exige en todos los frentes (disuasión, diplomacia, resiliencia económica) un trabajo sostenido para evitarlo.

Probable evolución en la próxima década: ¿estabilización o deriva hacia la confrontación?

La lectura más prudente de señales y capacidades sugiere una evolución hacia la tensión crónica: un ciclo de escaladas y congelamientos, en el que episodios agudos (incidentes en el mar o en la zona aérea) serán frecuentes, pero la combinación de costos económicos y el riesgo de intervención de potencias externas mantendrá, por ahora, el conflicto por debajo del umbral de guerra abierta. Sin embargo, la trayectoria no es lineal: la velocidad de rearme chino, la respuesta japonesa y las señales de Washington podrán acelerar o frenar la dinámica. En la práctica, la región transitará un nuevo equilibrio de poder donde la disuasión y la resiliencia económica se volverán factores decisivos.

Recomendaciones de gestión

  1. Fortalecer canales de comunicación militares: acuerdos de “hotline” y protocolos de interceptación para reducir riesgos accidentales.
  2. Diversificación de cadenas de suministro: acelerar procesos de relocalización y creación de stocks estratégicos para reducir vulnerabilidad económica.
  3. Diplomacia preventiva multilateral: involucrar a ASEAN, UE y organismos multilaterales para crear plataformas de mediación que reduzcan incentivos a la coerción.
  4. Coordinación aliada sensible: EE. UU., Japón y socios deben combinar disuasión creíble con mensajes claros sobre el coste de la agresión y mecanismos precisos de respuesta.
  5. Narrativa y gestión de la opinión pública: evitar escaladas retóricas que cierren las ventanas diplomáticas y prepararse para gestionar crisis informativas y económicas.

Estas medidas no garantizan la paz, pero sí reducen probabilidades de error y amplían las herramientas de manejo de crisis.

Conclusión: un tablero reconfigurado

El Indo-Pacífico ha vuelto a convertirse en el eje central de la rivalidad entre grandes potencias. Japón y China, aunque interdependientes económicamente, han entrado en una carrera de capacidades y alianzas que transformará la seguridad regional. Taiwán es el detonante con mayor potencial disruptivo, pero la nueva normalidad es la coexistencia de cooperación económica y competencia estratégica intensa. La política prudente —combinando disuasión, diplomacia y resiliencia económica— será la que marque la diferencia entre una década de fricción crónica y un estallido cuyas consecuencias podrían ser globales.

 

 

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