Las tensiones entre China y Japón han
dejado de ser episodios episódicos en mapas regionales para convertirse en un
proceso sostenido que reconfigura el equilibrio de poder en el Indo-Pacífico.
Contenido
El
conflicto entre China y Japón ha dejado ser solo de rencillas históricas o de
choques puntuales por islotes: la disputa incorpora hoy capacidades navales en
expansión, políticas de rearme, redes de alianzas entrelazadas y una
interdependencia económica profunda que actúa a la vez como freno y como
palanca de presión. El asunto más inflamable —y el que podría transformar una
crisis regional en una crisis global— es el destino político de Taiwán.
Una
dura memoria histórica.
Las
heridas del pasado —la ocupación japonesa en China en el primer tercio del
siglo XX, las atrocidades cometidas por las tropas invasoras que forman parte
de la memoria colectiva china, y la narrativa nacionalista japonesa sobre su
propio renacimiento— condicionan los marcos simbólicos en los que se
interpretan las acciones recientes. Estas memorias no explican por sí solas la
rivalidad contemporánea, pero funcionan como combustible para líderes y
opinadores cuando la crisis escala.
La
cuestión de Taiwán
Para
Pekín, Taiwán es la mayor “cuestión nacional” pendiente desde 1949: la
reunificación, en la visión oficial, no es negociable a largo plazo. Para Tokio
—y sobre todo para su élite estratégica y sus planificadores militares—, la
posibilidad de un cambio forzado del statu quo por parte de China implicaría la
pérdida de profundidad estratégica, el control de rutas marítimas críticas y la
proximidad de una potencia hostil a las puertas del archipiélago japonés. Esa
combinación convierte a Taiwán en el elemento nuclear de la rivalidad
sino-japonesa.
Disputas
territoriales: las Senkaku/Diaoyu
El
foco inmediato de roce son las islas Senkaku (japonés) / Diaoyu (chino). Aunque
pequeñas y deshabitadas, esas islas simbolizan la soberanía y poseen una
relevancia estratégica por su situación en rutas marítimas y por posibles
recursos submarinos. En los últimos años, la presencia sostenida de buques
gubernamentales chinos y de aeronaves en las zonas contiguas ha establecido
patrones de roce que elevan la probabilidad de incidentes inadvertidos.
La
modernización china
La
República Popular ha llevado a cabo, en décadas recientes, una modernización
naval y aérea masiva. Instituciones analíticas y servicios de inteligencia
estiman que la People’s Liberation Army Navy (PLAN) se ha convertido en
la armada más numerosa (aunque no la más desarrollada tecnológicamente) por
número de unidades y crece con rapidez en los navíos de superficie, submarinos
y portaaviones, alcanzando cifras que proyectan una mayor capacidad de
proyección en el Pacífico occidental durante la próxima década. Ese crecimiento
busca crear una estrategia de A2/AD (anti-access/area denial) que
complique la intervención externa en un posible conflicto por Taiwán.
La
respuesta japonesa
Tokio
ha impulsado un cambio doctrinal y presupuestario que rompe con las
restricciones tácitas de la posguerra: presupuestos récord, compras de sistemas
de misiles de largo alcance, fortalecimiento de capacidades antisubmarinas y un
renovado papel operativo de las Fuerzas de Autodefensa. Incluso, la primer
ministro Takaichi ha insinuado su disposición a revisar los Tres Principios No
Nucleares -no posser, no desarrollar y no permitir la entrada de armas
nucleares en territorio nacional.
En
Japón, la retórica oficial ha dejado de circunscribirse a la defensa
estrictamente territorial y mira con más ambición a la protección de rutas
marítimas y puntos clave como el estrecho de Taiwán.
Multiplicación
de incidentes
Los
datos públicos y los informes periodísticos muestran un incremento en la
frecuencia de incursiones aéreas y navales, el uso de drones militares y la
aparición de operaciones conjuntas entre China y Rusia en áreas próximas a
Japón. Estos hechos aumentan la densidad del “espacio de fricción” y
reducen los márgenes de error. Un ejemplo reciente —dos bombarderos rusos y
aviones chinos realizando patrullas conjuntas cerca de Okinawa— ilustra la
nueva normalidad de operaciones multinacionales que complican la gestión de
crisis.
Economía:
la interdependencia
Pese
a la creciente tensión política y militar, China y Japón mantienen un comercio
bilateral intenso y una integración productiva notable. En 2024, la
participación de China en el comercio japonés seguía siendo sustancial (en
torno a una quinta parte del comercio total de Japón), con flujos
significativos de piezas intermedias, semiconductores, maquinaria y
manufacturas. Esta interdependencia crea costos inmediatos —cadenas de
suministro, inversión, universidades, turismo— que actúan como inhibidores de
una ruptura abierta.
E-comercio
como instrumento estratégico
Al
mismo tiempo, Pekín ha demostrado su disposición a usar medidas económicas para
castigar o presionar: restricciones a importaciones, boicots no oficiales y
controles de exportación de insumos estratégicos (por ejemplo, tierras raras en
episodios pasados). Esa capacidad de infligir daños económicos a Japón —y de
interrumpir cadenas globales donde Japón participa— se convierte en un elemento
táctico en la caja de herramientas chinas.
Desacoplamiento
tecnológico y relocalización
Como
respuesta, Japón (junto a Estados Unidos y socios) impulsa estrategias para
reducir la dependencia en piezas clave y semiconductores, potenciar la “reshoring”
y diversificar proveedores. Ese proceso, aunque real, es costoso y lento: las
interdependencias tecnológicas tardan en deshacerse, lo que da a la vez margen
y vulnerabilidad a ambos lados.
Los
otros actores internacionales
Estados
Unidos: garante y actor activador
Washington
continúa siendo el actor decisivo. El paraguas de seguridad estadounidense y su
presencia naval en la región son un elemento disuasorio clave para China y un
pilar para la política japonesa. Sin embargo, la naturaleza exacta del
compromiso —hasta qué punto EE. UU. intervendría militarmente en un ataque a
Taiwán— es materia de debate y de señales mixtas en la prensa política. En la
práctica, la cooperación trilateral y multilateral (EE. UU.–Japón–Australia;
QUAD; AUKUS) refuerza disuasión y coordinación.
Rusia
El
acercamiento estratégico y operacional entre Pekín y Moscú con ejercicios
conjuntos añade un matiz adicional: un apoyo ruso, sea político o encubierto,
puede ampliar las opciones estratégicas de China y complicar la ecuación de
Tokio y Washington. Las patrullas aéreas conjuntas son una manifestación
visible de esa sintonía táctica.
Corea
del Sur
Aunque
mantiene rivalidades históricas con Japón, ha estrechado cooperación militar
por temor al avance chino y a la amenaza nuclear norcoreana.
Australia
Ha
incrementado su presencia estratégica en la región operando como un socio firme
de Washington y Tokio. A través de AUKUS busca fortalecer la disuasión naval
ante Pekín.
ASEAN
y países intermedios
Los
estados del sudeste asiático buscan evitar ser arrastrados a una elección
binaria. Su reacción es pragmática: evitar confrontaciones abiertas, expandir
relaciones económicas con China y EE. UU., y tratar de institucionalizar
mecanismos de gestión de crisis. Sin embargo, una escalada alrededor de Taiwán
presionaría a estos países a tomar posiciones más definidas.
Europa
y otras potencias
La
Unión Europea ha mostrado preocupación por la estabilidad regional y ha
endurecido su tono hacia ciertas prácticas chinas, aunque sus incentivos
económicos con Beijing actúan como contrapeso. Australia, por su parte, es un
socio regional proactivo en seguridad.
Dinámicas
que definen el riesgo y las limitaciones al conflicto
Capacidad
de proyección vs. costos económicos: China
adquiere capacidades para operar más allá del primer arco insular, pero sus
cadenas de valor y las sanciones potenciales contra sectores clave le imponen
límites estratégicos reales. Japón, aún con rearme, depende del paraguas
norteamericano y de la continuidad de suministros globales.
Crisis
por accidente: La densidad de patrullas,
interceptaciones y ejercicios aumenta la probabilidad de incidentes
accidentales (radar apuntado, colisiones en la mar, derribo de drones) que
pueden escalar rápidamente por errores de cálculo o nacionalismo retórico.
Casos recientes de radar y maniobras aéreas muestran esa fragilidad.
Integración
tecnológica: El grado de dependencia en
semiconductores, maquinaria y piezas hace que una guerra no sea una opción
rentable para ninguna de las partes sin sufrir daños económicos severos y
prolongados. Sin embargo, esa misma dependencia puede ser usada como arma política.
Alianzas
y ambigüedad estratégica: La ambigüedad calculada de
EE. UU. sobre escenarios concretos puede tener un efecto disuasorio hoy y, al
mismo tiempo, crear incertidumbre a largo plazo sobre los compromisos de
intervención. Paradójicamente, señales demasiado explícitas o demasiado tibias
ambas pueden incentivar riesgos.
Tres
escenarios posibles
A
continuación se presentan tres trayectorias diferenciadas, con giros internos,
actores implicados y consecuencias económicas, militares y políticas.
Escenario
A — Tensión sostenida y gestión de crisis (escenario base, alta probabilidad en
1–5 años)
Descripción:
Aumento de maniobras y ejercicios, incursiones y episodios de coerción
económica, sin enfrentamiento armado directo. Intercambios diplomáticos
ásperos, sanciones sectoriales localizadas, cortes pasajeros de comercio y una
carrera sostenida de rearme. Estados Unidos refuerza su presencia; Japón
continúa su reconfiguración militar; China mantiene presión híbrida.
Consecuencias:
Costos comerciales y financieros moderados, inversión en defensa y cadenas de
suministro; aumento de la seguridad colectiva entre aliados (más ejercicios,
inteligencia compartida); normalización de niveles más altos de “fricción”.
Probabilidad: alta.
Comentarios:
Este escenario prolonga el statu quo inestable: suficiente para erosionar
confianza y aumentar el riesgo de choque accidental, pero no para desencadenar
un conflicto abierto que arrastre a grandes potencias.
Escenario
B — Crisis aguda y confrontación localizada (probabilidad moderada)
Descripción:
Un incidente naval o el derribo/colisión de un avión o dron desencadena una
crisis regional. China establece bloqueos parciales, cortes de suministro
selectivos y coacción sobre empresas japonesas en territorio chino. Japón
aplica medidas defensivas y coordina con EE. UU. para patrullas de libertad de
navegación. Rusia, dependiendo de su alineamiento, puede intensificar presión
en el Mar de Japón.
Consecuencias: Perturbaciones importantes en rutas comerciales, subida
de precios energéticos y de materias primas, sanciones recíprocas, escalada de
nacionalismo interno en ambos países, riesgo de errores que expandan el
conflicto. La contención exige diplomacia intensa de terceros (UE, ASEAN,
Naciones Unidas).
Probabilidad: moderada.
Comentarios: La capacidad de moderación de actores externos (EE. UU.,
mediadores neutrales) determinará si la crisis retrocede o pasa a un escenario
aún más grave.
Escenario
C — Confrontación amplia por Taiwán (baja probabilidad en el corto plazo,
creciente a largo plazo)
Descripción:
Un intento de reunificación por la fuerza por parte de China, o una serie de
pasos coercitivos que erosionan la voluntad de Taiwán, desembocan en un
enfrentamiento. EE. UU., por tratados y por cálculo estratégico, y Japón, por
amenazas directas a su seguridad, se ven forzados a intervenir militarmente. El
conflicto se convierte en una guerra regional con efectos globales.
Consecuencias: Disrupción masiva del comercio mundial (semiconductores,
energía), alto número de víctimas, riesgo de uso de armas más avanzadas,
desplazamientos y una reconfiguración duradera de la arquitectura de seguridad
mundial. Posibles sanciones económicas severas, realineamientos diplomáticos y
crisis humanitarias.
Probabilidad:
baja a medio plazo, pero en aumento conforme China aumenta capacidades y si la
percepción de ventana de oportunidad crece.
Comentarios:
Este escenario es el peor caso y exige en todos los frentes (disuasión,
diplomacia, resiliencia económica) un trabajo sostenido para evitarlo.
Probable
evolución en la próxima década: ¿estabilización o deriva hacia la
confrontación?
La
lectura más prudente de señales y capacidades sugiere una evolución hacia la
tensión crónica: un ciclo de escaladas y congelamientos, en el que
episodios agudos (incidentes en el mar o en la zona aérea) serán frecuentes,
pero la combinación de costos económicos y el riesgo de intervención de
potencias externas mantendrá, por ahora, el conflicto por debajo del umbral de
guerra abierta. Sin embargo, la trayectoria no es lineal: la velocidad de
rearme chino, la respuesta japonesa y las señales de Washington podrán acelerar
o frenar la dinámica. En la práctica, la región transitará un nuevo equilibrio
de poder donde la disuasión y la resiliencia económica se volverán factores
decisivos.
Recomendaciones
de gestión
- Fortalecer canales de
comunicación militares: acuerdos de “hotline” y
protocolos de interceptación para reducir riesgos accidentales.
- Diversificación de
cadenas de suministro: acelerar procesos de
relocalización y creación de stocks estratégicos para reducir
vulnerabilidad económica.
- Diplomacia preventiva
multilateral: involucrar a ASEAN, UE y
organismos multilaterales para crear plataformas de mediación que reduzcan
incentivos a la coerción.
- Coordinación aliada
sensible: EE. UU., Japón y socios deben
combinar disuasión creíble con mensajes claros sobre el coste de la
agresión y mecanismos precisos de respuesta.
- Narrativa y gestión de la
opinión pública: evitar escaladas
retóricas que cierren las ventanas diplomáticas y prepararse para
gestionar crisis informativas y económicas.
Estas
medidas no garantizan la paz, pero sí reducen probabilidades de error y amplían
las herramientas de manejo de crisis.
Conclusión:
un tablero reconfigurado
El
Indo-Pacífico ha vuelto a convertirse en el eje central de la rivalidad entre
grandes potencias. Japón y China, aunque interdependientes económicamente, han
entrado en una carrera de capacidades y alianzas que transformará la seguridad
regional. Taiwán es el detonante con mayor potencial disruptivo, pero la nueva
normalidad es la coexistencia de cooperación económica y competencia
estratégica intensa. La política prudente —combinando disuasión, diplomacia y
resiliencia económica— será la que marque la diferencia entre una década de
fricción crónica y un estallido cuyas consecuencias podrían ser globales.

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