Los recientes cuestionamientos públicos a “funcionarios
que no funcionan” y la exhortación para quienes dentro del gobierno “tengan
miedo o que no se animen” a que se busquen “otro laburo”, por parte de Cristina
Kirchner, amenazan la estabilidad del presidente Alberto Fernández.
En algunas
ocasiones a los hombres les cuesta reconocer la fuente de sus males. En tiempos
del Imperio Zarista, por ejemplo, cuando el pueblo ruso sufría abusos de los
funcionarios se consolaba diciendo: “Si el padrecito Zar supiera lo que
roban sus ministros los castigaría severamente.” Olvidando que era precisamente
el Zar quien los había nombrado ministros y les permitía cometer sus tropelías.
Más
tarde, al transformarse luego Rusia en la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas, el pueblo padeció la “guerra al Kulak”, la hambruna en
Ucrania y el terror estalinista.
Cuando
Stalin comenzó a purgar a sus enemigos reales o imaginarios en el Partido Comunista
de la URSS, los viejos bolcheviques, que creían en la infalibilidad del Partido,
cuando eran recluidos en oscuras mazmorras de la NKVD, la policía secreta
estalinista, a la espera de un disparo en la nuca o un condena de por vida en
los campos del Gulag, se consolaban pensando algo similar. “Si el camarada Stalin
error que cometen conmigo -se decían en medio del terror y la angustia- me
liberaría inmediatamente y encarcelaría a los responsables de esta injusticia.”
Incluso
algunos de estos infortunados escribieron largas cartas apelando al Camarada
Stalin, denunciando su situación y señalando sus muchos servicios al Partido y
a la Revolución.
Los
infortunados bolcheviques que eran “purgados” ignoraban que era
precisamente el “camarada Stalin” quien firmaba, luego de revisarlas
detenidamente, cada una de las listas de personas a ser ejecutadas o
encarceladas como “enemigos del pueblo”.
Una
ceguera similar afecta a muchos militantes peronistas con respecto a los crímenes
de la Triple A. Los peronistas no dudan en responsabilizar exclusivamente al “brujo”
José López Rega por los crímenes de la Triple A. Como si, estando vivo y en uso
pleno de sus facultades el presidente Juan D. Perón, un simple cabo retirado de
la Policía Federal con inclinaciones esotéricas fuera capaz de organizar un
grupo parapolicial.
El
ministro de Bienestar Social designado por Perón fue capaz de crear una banda
terrorista de tal envergadura que podía asesinar en las calles de Buenos Aires
a un diputado nacional (Rodolfo Ortega Peña), atentar contra un senador opositor
(Hipólito Solari Yrigoyen), sacerdotes (como Carlos Mujica) e intelectuales (tales
como Silvio Frondizi), además de muchos otros militantes políticos con total
impunidad.
La
ceguera de los peronistas los lleva a ignorar las reiteradas declaraciones del
General en favor de crear un “somatén” (denominación catalana para los
grupos parapoliciales) para enfrentar a las organizaciones que en la década de
1970 practicaban la lucha armada (especialmente los seudo peronistas de Montoneros).
También
pasan por alto que el presidente Perón nunca condenó explícitamente los
crímenes de la Triple A, ni ordenó una seria investigación de sus actividades.
Si la
triple A pudo operar con impunidad fue gracias a la protección y apoyo que
recibía por parte del general Perón. La prueba está en que fue desarticulada
rápidamente al poco tiempo de su muerte.
Incluso
Nicolás Maquiavelo, hace quinientos años se ocupó de la relación entre los
ministros y el gobernante que los elige. En el Capítulo XXII “De los
secretarios de los príncipes” de su libro “El Príncipe” señala Maquiavelo: “Uno
de los puntos más importantes y que da medida de la prudencia de los príncipes
es la elección de sus ministros. Es a favor de esto como se forma una primera
opinión a propósito de él: cuando los ministros son hábiles y fieles, se le
cree siempre prudente; cuando no lo son, esta primera elección hace siempre que
se lo juzgue desfavorablemente.” […] “Cuando un príncipe sabe distinguir lo que
es útil de lo que es perjudicial, puede, sin ser un hombre genial, juzgar la
conducta de sus ministros y alabar o censurar de modo que éstos, perfectamente
convencidos de que no pueden engañarle, le sirven con celo y fidelidad.”
Tanto
Cristina Kirchner como Alberto Fernández deberían repasar a Maquiavelo (si es
que alguna vez lo leyeron) porque El Florentino esta diciendo que un
príncipe vale tanto como lo que valen sus funcionarios.
Por lo
tanto, si los funcionarios no funcionan es responsabilidad del Presidente de la
Nación y Cristina Kirchner como jefa de su movimiento lo que esta haciendo es
reclamar públicamente la renuncia de quién los designó.
Lo
curioso es que la vicepresidente y presidente del Senado de la Nación, que en
un año nunca se refirió a la pandemia, al aumento de la pobreza, la crisis
recesiva que afecta a la economía, el desempleo o la negociación con el FMI,
ahora se desespera por señalar que el Presidente que ella misma eligió no
funciona, tiene miedo, y no es capaz de solucionarle a ella y a sus hijos sus
problemas judiciales.
Cristina
Kirchner prácticamente demanda la renuncia del presidente porque este se niega
a atropellar a la República, atentar contra la división de poderes y terminar
con la independencia de la Corte Suprema de Justicia únicamente para asegurar
su impunidad.
Mientras
que, Alberto Fernández parece demorase en solucionar las causas judiciales de
su Vicepresidenta menos por fidelidad a los principios republicanos que por su temor a que una vez eliminados estos
obstáculos que limitan a Cristina Kirchner está se lance a la conquista plena
de la presidencia descartando a su “delegado”.
Mientras
Alberto Fernández y Cristina Kirchner libra su guerra de declaraciones el resto
de los argentinos, indiferentes a las urgencias de sus gobernantes, tratan de
sobrevivir a los problemas económicos, la pandemia y la inseguridad mientras
buscan la manera de poner pan dulce y sidra en sus mesas navideñas.
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