El 23 de diciembre de 1975 tuvo lugar la
operación de mayor envergadura, por la cantidad de efectivos empleados, que el
terrorismo llevó a cabo en el ámbito urbano de Argentina. Ese día el autodenominado
“Batallón José de San Martín del PRT–ERP” atacó al Batallón Depósito de
Arsenales 601 “Coronel Domingo Viejobueno”, ubicado en la localidad de Monte
Chingolo, en la provincia de Buenos Aires.
UN NUEVO MONCADA:
El 23 de diciembre de 1975, bajo el gobierno constitución asumido el 12
de octubre de 1973, en ese momento en manos de la presidenta María Estela
Martínez Carta de Perón, tuvo lugar la operación de mayor magnitud, por los delincuentes
involucrados y por las dimensiones del objetivo atacado, que llevó a cabo el
terrorismo latinoamericano en el ámbito urbano: el ataque al Batallón Depósito de
Arsenales 601 “Coronel Domingo Viejobueno” del Ejército Argentino, sito en la
localidad bonaerense de Monte Chingolo, al sur de la ciudad de Buenos Aires, a
tan solo veinte kilómetros de la Casa Rosada.
Con esta acción, el secretario general del Partido Revolucionario de los
Trabajadores y comandante supremo del Ejército Revolucionario del Pueblo, Mario
Roberto Santucho (1936 – 1976), pretendía realizar un operativo que por su
audacia, impacto y trascendencia hiciera olvidar el fracaso del PRT-ERP en
construir un foco rural y un área liberada en la provincia de Tucumán. Por otra
parte, Santucho se proponía posicionarse como el máximo conductor militar de la
guerrilla argentina. En esos momentos existían conversaciones entre el PRT-ERP
y Montoneros para unificar la lucha armada en el país ante la existencia de
señales de que las fuerzas armadas se disponían, en forma inminente, a realizar
un nuevo golpe de Estado.
Así lo manifestó el propio Santucho en una arenga a sus secuaces, que se
disponían a entrar en combate: “Compañeros:
esta es la operación de la guerrilla más grande de la historia de América
Latina. Más grande por su envergadura que el asalto de Fidel al cuartel de
Moncada.
“Uno de nuestros objetivos
es desmoralizar a las fuerzas armadas enemigas con una fuerte acción que los
obligue a retrasar sus planes para tomar el poder. Además, el armamento que
necesitamos capturar servirá para reforzar a la Compañía de Monte ‘Ramón Rosa
Jimenez’ y consolidar una zona liberada en Tucumán. Por otra parte, esta acción
será el bautismo de nuestro recién formado Batallón Urbano de Buenos Aires José
de San Martín.
“Serán veinte toneladas de
armamentos que recuperaremos para la lucha revolucionaria en nuestra patria.
Haremos honor a nuestras tradiciones revolucionarias por la liberación de
nuestro pueblo”[1]
Según varias fuentes, los terroristas se proponían
apoderarse concretamente de trece toneladas de armamento: novecientos fusiles FN FAL con
sesenta mil proyectiles, cien fusiles M-15 con cien mil proyectiles, seis
cañones antiaéreos de 20 mm, quince cañones sin retroceso con 150 proyectiles,
armas portátiles antitanque Instalaza con sus respectivas municiones, 37 escopetas Ithaca con sus correspondientes
municiones y ciento cincuenta subfusiles PAM 3.
EL PLAN DE ATAQUE
“La planificación original del ataque fue
efectuada por Juan Eliseo Ledesma, conocido como “comandante Pedro”, un obrero
y dirigente fabril cordobés considerado por los terroristas como el mejor estratega militar del ERP en la toma de
cuarteles[2].
La fuerza atacante, el Batallón Urbano de Buenos Aires General San Martín,
estaba formado por tres compañías: las denominadas “Héroes de Trelew” de
Capital Federal, “Juan de Olivera” de la Regional Sur y la “José Luis Castrogiovanni”
de la Regional Norte – Oeste del gran Buenos Aires. El batallón contaría con
doscientos cincuenta combatientes: de ellos, unos ciento cincuenta constituían
los efectivos de infantería y cien eran fuerzas de apoyo, es decir, de
logística y servicios. Este aspecto del plan tendrá un cambio muy importante.[3]
El asalto al cuartel fue llevado a cabo por una unidad terrorista formada
especialmente para esta acción, que fue denominada “Guillermo Rubén Pérez”.
Su núcleo principal era un selecto contingente de combatientes probados en
distintas regionales, básicamente de la Compañía “José Luis Castrogiovanni” y de la Compañía de Monte “Ramón Rosa Jiménez”, incluyendo una
escuadra compuesta por diez terroristas provenientes de Córdoba. Otra escuadra
cordobesa aportaría la logística y las comunicaciones, y un grupo de cuatro
terroristas provenientes de la ciudad de Rosario.
Ledesma previó aislar el cuartel por varias horas. Si todo salía tal
como lo había planeado Ledesma, los terroristas tendrían tiempo para ocultarse
en los partidos bonaerenses de Quilmes, Avellaneda y Lanús. El sur de la
conurbano sería, hasta la mañana siguiente, una suerte de territorio liberado
para el accionar subversivo. Al mismo tiempo, una unidad coparía una estación
de radio para transmitir una proclama de comandancia del ERP instando a los
argentinos a sumarse a sus filas y enfrentar el golpe que se avecinaba.
El jefe de la fuerza atacante compuesta por ochenta y cinco efectivos
fue Abigail Armando Attademo, el “Miguel”.
Sus hombres debían concentrarse en un punto fijado a quince minutos del
cuartel: desde ahí saldrían en una caravana encabezada por un camión Mercedes
Benz seguido de dos pickups y cuatro automóviles. El camión irrumpiría en el
cuartel derribando el portón donde está situado el Puesto 1 de la Guardia de
Prevención. Seguidamente, los terroristas divididos en pequeños grupos
operativos reducirían la resistencia de las compañías de seguridad y de comando
y servicios. Gracias a un poder de fuego y la sorpresa, tomarían el control de
tres puntos neurálgicos: el puesto central de la Guardia, el Casino de
Oficiales y los depósitos y salas de armas.
Escuadras y equipos menores de la “Compañía Juan de Olivera”
debían cortar el tránsito en nueve “contenciones” sobre el camino
General Belgrano, los puentes que cruzaban el Riachuelo y el río Matanza, rutas
por donde los terroristas pensaban que podía auxiliarse a la unidad atacada.
Las comunicaciones de los atacantes eran a través de radios
walkie-talkies con el comandante Mariano (Benito Urteaga), quien
permanecería en una casa cercana en continuo enlace con Mario Santucho, quien
desde otra vivienda tenía la última palabra sobre la marcha del operativo.
El domingo 7 de diciembre, en el llamado “Operativo Cacerola”
fuerzas del Ejército Argentino capturaron a varios integrantes del PRT-ERP que
estaban al tanto de los detalles del ataque. Entre ellos estaban el mencionado
Juan Eliseo Ledesma, que fue reemplazado por Benito Urteaga, “Mariano”,
como comandante del “Batallón Urbano” del ERP; Jorge Omar Arreche, “Emilio”,
y José Oscar Pintos, “Gabriel”, jefe y responsable de logística del
grupo atacante que denominaban la “Compañía
Juan de Olivera”. En poder de los terroristas, los militares encontraron
algunas notas que, junto a los informes recibidos de un agente infiltrado, les
permitieron imaginar, tal como se detallará posteriormente, que se preparaba
una operación terrorista de gran envergadura y cuál era el blanco más probable
del ataque.
Inmediatamente, el Ejército procedió a preparar en secreto una emboscada
para sorprender a los terroristas. Los militares en modo alguno querían evitar
el ataque; por el contrario, esperaban atraer a los guerrilleros a un combate
abierto. Confiaban en su mayor grado de instrucción de combate, el superior poder
de fuego de su armamento y las posiciones defensivas que habían organizado eran
factores suficientes para asegurar su triunfo frente a un enemigo que siempre dependía
de la sorpresa parar vencer y esta no existía. Los hechos terminarían
demostrando que no estaban errados.
De todas formas los mandos militares decidieron no correr riesgos
subestimando al enemigo. Reforzaron las obras defensivas del cuartel con la
instalación de “tres puntos fuertes” dotados de armas pesadas,
construcción de trincheras y pozos de tiradores, incrementaron los efectivos
del Batallón de Arsenales con una sección de tiradores del Regimiento de
Infantería 3, de la Tablada a órdenes del Teniente 1° Spinassi y aumentaron la
dotación de municiones de los efectivos de guardia. También prepararon un plan
para socorrer a la unidad con la asistencia de otros regimientos del Gran
Buenos Aires y el agregados de efectivos de la Policía Bonaerense, la
Gendarmería Nacional, la aviación de Ejército y hasta unidades de la Fuerza
Aérea para implementar una suerte de “contra cerco” alrededor de la
unidad atacada para emboscar a los terroristas y evitar su fuga.
Pese a las capturas de los planificadores de la operación y a las
evidencias de que los militares estaban al tanto de que se preparaba un ataque
terrorista contra el Batallón de Arsenales, suministradas por un soldado
conscripto que colaboraba con el ERP, Santucho se negó a suspender el
operativo. En algún momento, incluso que había producido una discusión entre
Santucho y Hugo Alfredo Irurzún (1946 -1980) miembro del Estado Mayor Central
del ERP, donde éste (Santiago) llegó a gritar a su jefe: “Esto es una
brancaleonada” -en referencia a la película italiana “La armada
Brancaleone”, protagonizada por el actor Vittorio Gassman, una parodia
sobre las Cruzadas muy célebre en esos años-, a lo que el Secretario General
del PRT replicó: “el operativo se va a hacer igual”. De esta manera los
terroristas renunciaban a su mejor arma: la sorpresa.
EL ASALTO
Por la tarde del 23 de diciembre de 1975, los terroristas coparon un
hotel alojamiento de la localidad de Quilmes. Allí se congregaron los miembros
de la columna de asalto a las órdenes de Abigail Attademo (Miguel).
Pocos minutos después de las 18.00 horas subieron a sus vehículos con las armas
listas rumbo al Cuartel del Batallón de Arsenales.
Desde el inicio de las operaciones las radios walkie-talkies comenzaron
a fallar (posiblemente como producto de un sabotaje del “Oso Ranier) dejando a
Miguel sin enlace con su comandante “Mariano” y el resto de la
conducción del ERP en la zona.
Desde la torre del tanque de agua norte, a las 18.50 horas, el jefe del
Batallón, el coronel Eduardo Abud observó la columna atacante que se acercaba
por el camino General Belgrano y aprestó su ametralladora MAG 7,62, a su lado
se situó el Oficial de Servicio de ese día mayor Roberto Barczuk. El camión
Mercedes Benz arremetió decididamente contra el portón derribándolo. Es ese
momento, los vehículos atacantes comenzaron a ser impactado por el fuego de la
MAG del coronel Abud. El camión zigzagueó y se incrustó contra una garita. El
conductor quedó muerto dentro de la cabina caído sobre el volante. El camino
quedó abierto y los seis vehículos restantes penetraron en el cuartel. Algunos
de los atacantes descendieron de los vehículos mientras que otros vehículos
siguieron su marcha hacia el interior de la unidad.
Un presunto atacante que logró huir con vida relató en la revista
Estrella Roja N° 68 de enero de 1976, órgano oficial de prensa del PRT-ERP, sus
impresiones sobre el inicio del combate: “Cuando estuvimos a cincuenta
metros del portón -estábamos en el sexto vehículo- escuchamos las primeras
ráfagas. Bajo intenso fuego enemigo, entramos decididamente al cuartel y
tomamos por el camino preestablecido. En los otros grupos, apenas entramos, ya
había varios compañeros muertos y heridos. Nos tiraban con ametralladoras
pesadas y FAL de todos lados. Era evidente que nos estaban esperando”.[4]
Los atacantes fueron inmediatamente recibidos por fuego de
ametralladoras MAG; una ubicada en el puesto de guardia y otras operadas por
los soldados conscriptos que se hallaban atrincherados en sus pozos de
tiradores. Un segundo grupo formado por 17 terroristas de la sección logística
del ERP ingresó en una camioneta Ford F-350 por la parte posterior de
guarnición militar. Hacia las 21.00 arribaron al lugar dos Vehículos Transporte
de Personal M 113, pertenecientes al RIMOT 3 de La Tablada que arrollaron las
contenciones del ERP y comenzaron a disparar contra los terroristas con sus
ametralladoras Browning 12,7mm.
Ante el fracaso del ataque, los terroristas se desbandaron en desorden
en dirección al camino general Manuel Belgrano y hacia los barrios carenciados
que rodeaban el Cuartel por sus cuatro lados (Barrio IAPI, frente al cuartel,
albergaba a unas cinco mil personas, el Santa María, a un constado era el más
pequeño y no tenía ni mil pobladores, el Barrio 25 de Mayo daba a espaldas del
cuartel y era el más poblado con sus 10.000 habitantes). Los terroristas
irrumpieron en las viviendas humildes para ocultarse y curar sus heridas. Las
conducción del PRT-ERP había entregado a cada uno de sus hombre una gruesa suma
de dinero (aproximadamente 1.500.000 pesos de la época) para una situación de
emergencia como la que se estaba produciendo. Ese dinero hizo que muchos
pobladores superaran su temor a una represalia militar y ocultaran a los
terroristas en sus humildes viviendas o los acompañaran para salir de la zona.
Los militares no entraron en los barrios aledaños antes del amanecer,
pero el intercambio de disparos generó una lluvia de proyectiles sobre las
precarias viviendas aledañas. Con las primeras horas de luz entraron los carros
blindados M 113 y las tropas de infantería para peinar los barrios identificar
a sus ocupantes y buscar terroristas ocultos o heridos. Se produjeron bajas en
la población civil y algunas detenciones indiscriminadas de personas
sospechosas.
BALANCE DE LA OPERACIÓN
El ataque al cuartel fue un total fracaso desde un comienzo. Los
terroristas nunca pudieron capturar ni el puesto de la guardia de prevención y,
aunque lograron ingresar unos cincuenta metros dentro de la unidad militar,
pronto fueron bloqueados por el intenso fuego cruzado de armas automáticas
efectuado por los miembros del Ejército Argentino. Las contenciones montadas
por los terroristas en los puentes tampoco fueron capaces de resistir el
accionar de la Policía Bonaerense, rápidamente reforzada por efectivos
militares que se desplazaron en auxilio del Batallón de Arsenales tal como
estaba previsto. No obstante, provocaron serios incidentes ataques a
patrulleros, a puestos policiales, incendio de vehículos particulares y el
asesinato de personal policial y del capitán de intendencia Luis María
Petruzzi, perteneciente al Comando de Aviación de Ejército, quien vistiendo de
civil se encontró con una de las “contenciones”, en Avellaneda, donde los
terroristas vestidos de policías bonaerenses y al identificarse como integrante
del Ejército Argentino fue ultimado inmediatamente.
Por otra parte, el grupo atacante que los terroristas denominaban
pomposamente con el nombre de “Batallón Urbano de Buenos Aires General San
Martín” era en realidad -tal como lo calificó Irurzún- una auténtica “Armada
Brancaleone”. Era un grupo muy heterogéneo de improvisados combatientes
donde se mezclaban veteranos de la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez con
bisoños milicianos sin instrucción ni experiencia de combate alguna.
De los doscientos cincuenta miembros del ERP que participaron del
ataque, al menos un centenar eran muy
jóvenes estudiantes universitarios, algunos de ellos adolescentes románticos
que nunca habían participado en una acción armada o disparado un arma de fuego.
No estaban familiarizados con las armas que les entregaron. Muchos de ellos las
recibieron minutos antes de entrar en combate sin poder revisar su
funcionamiento y precisión de tiro. Carecían de toda noción de disciplina de
fuego para conservar sus municiones. Tampoco contaban con cargadores de
repuesto y proyectiles suficientes para recargar sus armas en un combate
prolongado.
Estos noveles milicianos no estaban psicológicamente preparados para ver
caer muertos y heridos a sus compañeros o superar el pánico de recibir fuego
graneado sobre sus posiciones.
Además, aunque los arsenales de que disponía el ERP rebosaban de armas
de guerra automáticas de grueso calibre, especialmente aptas para un ataque de
esas características, algunos de los milicianos entraron en combate armados con
escopetas calibre 16 mm monotiro de un solo cañón, pistolas calibre 11,25 mm
(45 ACP), incluso con revólveres calibre 22. Estas armas eran relativamente
eficaces contra blanco situados a una distancia máxima de 25 metros que
carecieran de blindaje o protección
alguna, siempre que el tirador estuviera familiarizado con su arma lo cual ya
hemos aclarado que no era así en este caso.
Aún peor, algunas mujeres iban armadas tan sólo con unas precarias “granadas
caseras” fabricadas con potes de crema “Ponds” o latas de leche
condensada, con una mecha para encender que sobresalía, metida dentro del
detonante, y este último en el explosivo (una carga de mínima de trotyl).
Con ese precario y escaso armamento los atacantes debían enfrentarse a
personal militar perfectamente instruido, atrincherado en posiciones
previamente preparadas y armados con fusiles FAL y con armas de apoyo tales
como ametralladoras MAG calibre 7,62 X 51 OTAN y Browning 12,7 X 99 OTAN (50
BMG).
En los primeros momentos del combate los atacantes se quedaron sin
municiones ni comunicaciones, por lo cual no pudieron ordenar el repliegue
hasta que fue demasiado tarde, aunque tampoco habían convenido una señal de
retirada general. También los medios sanitarios y de evacuación de heridos
previstos eran insuficientes. Incluso, el plan de ataque contemplaba que si la
operación tenía éxito, luego de la captura del cuartel una parte de los
terroristas debía abandonar el lugar ¡en los medios de transporte público! Sin
embargo, la conducción del PRT-ERP atribuyó el fracaso de la operación a una
existencia de un infiltrado en sus filas.
Nunca se hizo un registro preciso de la cantidad de muertos en Monte
Chingolo: “El Combatiente” –publicación oficial y clandestina del PRT –
ERP- del 14 de enero de 1975 dio los nombres de 22 guerrilleros muertos
–reconocidos por el Ejército- y 23 desaparecidos.[5]
Del total general de 65 muertos identificados con
nombre y apellido, contando terroristas abatidos o prisioneros y vecinos, 55 de
ellos figuran como “desaparecidos” o
“asesinados” en alguno de los tres informes oficiales de 1984, 2006 y
2015. En 37 casos se pagaron indemnizaciones “reparatorias”: dos por la
ley 24.043, para “víctimas de detenciones ilegales y exilios forzosos”,
y 35 por la ley 24.411, para familiares de “víctimas de asesinatos y
desapariciones”. El total de dichas indemnizaciones, actualizado a marzo de
2019, es de $281.000.000, a razón de $7.600.000 por caso. En el Parque de la
Memoria, 59 placas de pórfido patagónico llevan los nombres de casi todos estos
terroristas, quienes, se afirma, “murieron combatiendo por los mismos
ideales de justicia y equidad”.
Los asesinados de las fuerzas de defensa y de
seguridad defendiendo el orden constitución durante un gobierno democrático
elegido por el pueblo en elecciones absolutamente libre fueron: el capitán Luis
María Petruzzi, el teniente primero José Luis Spinassi, el sargento ayudante
Roque Cisterna y los soldados conscriptos clase 54: Roberto Caballero, Benito
Manuel Rúffolo y Raúl Fernando Sessa, todos del Ejército, y el cabo segundo
Enrique Grimaldi, de la Armada. También fueron asesinados tres miembros de la
Policía Bonaerense. Los heridos en combate fueron 34 entre militares y policías
(8 efectivos de la PFA y 9 de la Bonaerense)[6].
Años más tarde fueron condecorados pos morten y ascendidos al grado inmediato
superior. Sus familias no cobraron ninguna indemnización por su pérdida y
ningún monumento los recuerda.[7]
EL INFILTRADO
La historia de ese agente encubierto, el “Oso Ranier” se asemeja más a una novela de espionaje escrita por
John Le Carre, Ian Fleming o cualquier otro autor del género que a un hecho
real ocurrido en la Argentina de los “años
de plomo”.
Juan Ramés Ranier se había iniciado en la militancia revolucionaria
dentro de las filas de la Resistencia Peronista. En 1974, Ranier dejó la
pequeña organización a la que pertenecía las Fuerzas Armadas Peronistas y se
unió al PRT–ERP. En los escasos catorce meses que el “Oso” pasó en la organización trotskista su éxito fue tan grande
que estuvo a punto de posibilitar la destrucción total del grupo terrorista. No
sólo delató a más de cincuenta miembros del PRT – ERP, entre los que se contaba
el segundo de la estructura militar, sino que hizo fracasar la operación de
mayor envergadura llevada a cabo por el ERP y en la que murieron –como hemos
visto- más de cincuenta terroristas.
Es difícil saber cómo se inició la carrera de Ranier como agente. En
algún momento, a comienzos de la década de 1970 fue reclutado por la Policía de
la Provincia de Buenos Aires. Pudo haberse desencantado de la militancia
revolucionaria, o posiblemente lo detuvieron al realizar un control de
vehículos, Ranier podía estar armado o transportaba material de propaganda,
entonces algún policía inteligente le propuso cooperar para no ir a la cárcel y
él aceptó.
Pronto se dio cuenta que sus nuevas tareas no le desagradaban, no sólo
evitaban que sus huesos dieran en la cárcel o algo peor, sino que le producían
algún dinero. La policía le pagaba un sueldo de 1.200.000 pesos de la época, aproximadamente
ciento cincuenta dólares. Por su participación en la emboscada de Monte
Chingolo habría cobrado un bono especial de treinta millones de pesos que no
llegaría a gastar.
Cuando el Ejército pasó a controlar operativamente a la policía
bonaerense comprendió el valor de Ranier y decidió hacerse cargo de él. Sus
nuevos jefes pertenecían al Batallón de Inteligencia 601.
Para el PRT–ERP, el “Oso Ranier”
era igualmente valioso. Tenía dotes especiales para la actividad clandestina:
era capaz de reparar cualquier tipo de máquinas, construía buenos escondites –“embutes”- para ocultar armas y
explosivos, también fabricaba bombas, etc. Además tenía una “milagrosa” capacidad para burlar los
controles policiales o misteriosos contactos –él afirmaba que se trataba de
delincuentes comunes- que le vendían armas y municiones...
Cuando el PRT–ERP comenzó a preparar su ataque al Batallón de Arsenales
necesitó reunir gran cantidad de material logístico –armas, explosivos, equipos
de comunicaciones, documentos falsos, etc.- Debido al movimiento de materiales
Ranier comprendió que algo grande se estaba preparando en la provincia de
Buenos Aires y alertó a sus jefes. Pero no sabía ni dónde ni cuándo y los
militares insistían que obtuviera mayores precisiones. Entonces, como hemos
mencionado, Ranier denunció una casa en la localidad de Wilde donde vivía Juan
Ledesma, “comandante” Pedro, el
segundo de la estructura del ERP y jefe del operativo de Monte Chingolo.
“Por una elemental regla de
seguridad –dice Luis Mattini- Santucho y el Buró Político deberían haber
‘levantado’ la acción planeada y el no haberlo hecho no tiene la más mínima
justificación. Sólo se explica entendiendo que a esa altura estaban perdiendo
la conciencia, la iniciativa y entraban en la desesperación.”[8]
En sesión del Buró Político, Santucho afirmó que había hecho un “examen minucioso de los hechos relacionados
con la caída de Ledesma” y del mismo se desprendía que la operación no “estaría detectada”. Santucho se limitó
a designar a Benito Urteaga para reemplazar a Ledesma como jefe de la
operación.
Efectivamente, la detención de Ledesma no les permitió a los militares
identificar con certeza el lugar del ataque. Entonces, tres días antes del
operativo, el Ejército, gracias a la información proporcionada por Ranier, pudo
detener a Jorge Arreche, el “capitán”
Emilio, jefe de la compañía Juan de Olivera de la regional Sur del ERP. El
guerrillero capturado llevaba un plano donde estaban marcados los nueve puentes
de acceso de la Capital Federal a la provincia de Buenos Aires que su gente
tenía que cortar. Así la inteligencia militar pudo establecer cuál sería el
blanco del operativo guerrillero y obrar en consecuencia alertando y reforzando
los efectivos en el lugar.
Como todo espía exitoso, cada nuevo logro ponía al “Oso Ranier” más cerca de ser descubierto. Cada vez se sentía más
seguro, se hacía más audaz y cometía errores. Así, mientras transportaba el
armamento para el ataque al Batallón de Arsenales, Ranier se ingenió incluso
para alterar el funcionamiento de algunas de las armas y equipos de
comunicaciones.
Así lo atestigua el propio Enrique “El Pelado” Gorriarán Merlo en
sus “Memorias”, donde dice: “Pero lo más grave fue que las granadas que
venían de logística para la acción, este sujeto les había sacado el retardo, lo
que significó que cuando uno las arrojaba le explotaban encima, se transformaban
en armas letales en contra del que las arrojaba. Varios compañeros murieron
así.”[9]
Después del fracaso de la acción sobre el Batallón de Arsenales fue
evidente para la conducción del PRT – ERP que los militares conocían los
detalles del ataque y los estaban esperando. Había un infiltrado y debía ser
descubierto.
Benito Urteaga se encargó de la investigación siguiendo un método
bastante sencillo. Hizo una lista de los fracasos y capturas sospechosas
sufridas por el PRT – ERP; y la confrontó con la lista de las personas
relacionadas con cada hecho. Rápidamente llegó a la conclusión de que un mismo
individuo aparecía relacionado directa o indirectamente en todos los casos: el “Oso Ranier”.
Los guerrilleros detuvieron a Ranier lo hicieron confesar y luego lo
condenaron a muerte. En la noche del 13 de enero de 1976 le preguntaron cómo
prefería morir, Juan Rames Ranier eligió la inyección letal. Al cabo de una
hora “Manolo”, el médico de la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez lo asesinó
aplicándole dos inyecciones con veneno[10].
Esa madrugada cuatro guerrilleros lo sacaron envuelto en mantas, lo guardaron
en el baúl de un automóvil y lo arrojaron en un descampado con un cartel que
decía: “Soy Juan Ranier traidor a la
Revolución y entregador de mis compañeros”.[11]
El PRT – ERP publicó, en la revista El Combatiente del miércoles 21 de
enero de 1976, el “Expediente del Oso”,
relatando la historia tanto para la “verdad
revolucionaria” como por lo útil que sería para otras organizaciones e
incluso para el movimiento popular.[12]
Cumpliendo con las más elementales reglas del espionaje, las autoridades
militares nunca reconocieron oficialmente que Ranier fuera uno de sus informantes.
Por lo tanto, sus méritos como agente secreto tampoco fueron reconocidos, algo
que ocurre normalmente con los espías cuando son descubiertos.
Sin embargo, años más tarde el agente civil de inteligencia del Batallón
de Inteligencia 601, encargado de “controlar” al “Oso Ranier”, el mayor
retirado Carlos Antonio Españadero declaró al periodista Ricardo Ragendorfer[13]:
“El Oso fue un verdadero héroe de guerra. […] Era un campeón, estaba en la
logística del ERP, un lugar clave. Allí hizo contactos valiosísimos: estaba al
tanto de los grandes operativos y se enteraba de todo. No bien llegaban sus
informes, yo me ponía a trabajar. Su obra maestra fue lo de Monte Chingolo. Ya
habíamos detectado una movilidad muy grande en la zona. Pero estábamos
desorientados. Así fue como el Oso aportó algunas puntas: entre ellas, una cita
con un tal Pedro, que resultó ser nada menos que Juan Ledesma, el jefe de
Estados Mayor de Santucho”.
Ranier tendría un triste consuelo final. Sus asesinos morirían en un
enfrentamiento con los militares seis meses más tarde y la organización
guerrillera que él contribuyó a destruir sería desarticulada totalmente poco
tiempo después. Claro que él no llegaría a saberlo...
Juan Rames Ranier es visto por algunos como un héroe y por otros como un
traidor. En cualquier caso fue un protagonista más de los trágicos años de
plomo de la Argentina. Una época nefasta en que el caos político institucional
en que vivió el país, con niveles de violencia política inéditos, terminó
derivando en un nuevo golpe de Estado.
BALANCE FINAL
El ataque al Batallón Depósito de Arsenales 601 Coronel Domingo
Viejobueno no fue un acto realizado por ideales de justicia y equidad sino un
ataque al orden constitucional llevado a cabo por un grupo de delincuentes terroristas
contra un gobierno peronistas elegido democráticamente.
Los atacantes no eran jóvenes idealistas sino asesinos mesiánicos que
mataron a servidores públicos que defendía el orden constitucional en especial
a soldados cumpliendo el servicio militar obligatorio. Aunque afirmaban en
muchos de sus documentos y publicaciones que libraban “una guerra popular y
revolucionaria” no portaban uniforme ni respetaron las leyes de la guerra.
A lo mejor no recibieron el trato que establecen las leyes nacionales e
internacionales sobre la guerra o contra los delitos comunes, pero recordemos
que ellos se pusieron más allá de las “leyes y la justicia burguesa” al
repudiar el orden constitucional vigente.
[1]
PLIS-STERENBERG, Gustavo, Monte Chingolo. La mayor batalla de la
guerrilla urbana, Ed. Planeta, Bs. As., 2003, p. 19.
[2]
JUAN ELISEO LEDESMA: Obrero de los sindicatos SITRAC-SITRAM se incorporó al
PRT-ERP en 1970. Destinado a la regional Córdoba, en oportunidad del ataque al
Batallón de Comunicaciones 141, se convirtió en jefe de la Compañía Decididos
de Córdoba del ERP. Participó en la planificación y ataque a la Guarnición de
Azul (19/01/1974) comandado por Enrique “El Pelado” Haroldo Gorriarán Merlo con
la Compañía Héroes de Trelew. El 10/8/1974, condujo el ataque a la Fábrica
Militar de Villa María, en el que se secuestró al mayor Argentino del Valle
Larrabure. En 1975, integró el Estado Mayor Central del ERP, como jefe de
logística. Planificó el ataque al Batallón Deposito de Arsenales 121 Fray Luis
Beltrán (13/04/1975). Fuente: YOFRE, Juan Bautista “Tata”: Nadie Fue. Edición
Definitiva. Ed. Sudamericana. Bs. As. 2010. P. 304.
[3]
PLIS-STERENBERG, Gustavo, ob. cit. p.78.
[4]
ANGUITA, Eduardo y Daniel CECCHINI: Monte Chingolo: los informes secretos de
los militares a cargo de la defensa del cuartel. Bs. As. 23 de diciembre de
2018, consultado de https://www.infobae.com/sociedad/2018/12/23/documento-exclusivo-del-ataque-guerrillero-a-monte-chingolo-los-informes-secretos-de-los-militares-a-cargo-de-la-defensa-del-cuartel/ompartir
[5]
ANGUITA, Eduardo y Martín CAPARROS: Op. Cit. Tomo II, Pág.625
[6]
YOFRE, Juan Bautista “Tata”: Nadie Fue. Edición Definitiva. Ed.
Sudamericana. Bs. As. 2010. P. 310.
[7] GÜIRALDES, Pedro José: Caídos en
defensa de la Constitución. Lanación.com.ar. Bs. As. 19 de marzo de 2019.
Consultado en https://www.lanacion.com.ar/opinion/columnistas/caidos-en-defensa-de-la-constitucion-nid2227939
[8]
MATTINI, Luis: Hombres y mujeres del
PRT – ERP de Tucumán a La Tablada. Ed. De la Campana. Bs. As. 1996. Pág. 435.
[9]
GORRIARÁN MERLO, Enrique Haroldo: Memorias. De los setenta a La Tablada.
Ed. Planeta. Bs. As. 2003. P. 277
[10]
YOFRE, Juan Bautista “Tata”: Op. Cit. P. 314.
[11]
ANGUITA, Eduardo y Martín CAPARROS: Op. Cit. Tomo II. P. 637.
[12]
MATTINI, Luis: Op. Cit. Pág. 459
[13]
RAGENDORFER, Ricardo: Historia del represor que se encariño con el espía que
había infiltrado en el ERP. Diario Tiempo Argentino, Bs. As. 12/05/2013, citado
en TARRUELLA, Alejandro C.: Enviar “Cacho” El Kadri. El guerrillero que dejó
las armas. Sudamericana. Bs. As. 2015. P- 212
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