La Argentina se debate en una profunda
crisis socioeconómica potenciada por la existencia de un gobierno autista que
se debate en banalidades sin encontrar las respuestas que con urgencia el país
necesita
El
gobierno presidido por Alberto Fernández apela a todo tipo de distracción para
ocultar o al menos disimular la profunda crisis que atraviesa la Argentina.
Probablemente la más grave en más de sus doscientos diez años de vida
independiente.
Crisis
heredada de los doce años de gobierno del matrimonio Kirchner y los cuatro de
Mauricio Macri pero que se ha potenciado por el desacertado manejo que la
actual administración ha hecho de la pandemia del coronavirus covid 19.
El
actual gobierno kirchnerista impuso una cuarentena total paralizando casi
totalmente la actividad económica. Pero desaprovechó los primeros meses, en que
el ritmo de contagios era lento, no implementó los necesarios protocolos
preventivos, no adecuó las instalaciones sanitarias ni mejoró el equipamiento
para el personal médico.
Durante
meses las usinas propagandísticas oficiales insistieron en que el país saldría
rápidamente y con mínimos daños de la pandemia. Incluso el presidente Fernández
no dudó en realizar polémicas y poco diplomáticas declaraciones afirmando que
Argentina había manejado mejor la pandemia que países como Suecia o Chile.
La
falacia no pudo mantenerse por mucho tiempo. Los contagios y las muertes se
dispararon y Argentina se situó entre los nueve países más afectados por la
enfermedad y con un elevado índice de mortalidad con relación al número de
infectados.
Para
ese entonces la economía argentina que arrastraba años de recesión recibió con
la cuarentena el golpe de gracia.
Miles
de pequeñas y medianas empresas cerraron sus puertas definitivamente. Otra
tanto debieron hacer emblemáticos comercios que llevaban décadas brindando sus
servicios a la comunidad. La hotelería, los locales gastronómicos, los
artistas, los comercios en centros comerciales con elevados alquileres y los
pequeños locales familiares atendidos por sus dueños fueron los más afectados.
Pronto
las ciudades argentinas adquirieron un perfil fantasmal con su muchos locales
cerrados y con rojos carteles de “se alquila”. El microcentro de la
“opulenta” ciudad de Buenos Aires es un claro ejemplo de ello.
En
diciembre de 2019, cuando asumió la presidencia el binomio formado por Alberto
Fernández y cristina Fernández Kirchner, el dólar blue cotizaba a 71 pesos por
unidad, uno de cada tres argentinos se situaba por debajo de la línea de la
pobreza y cuatro millones de habitantes percibían algún tipo de subsidio del
Estado, se alimentaban en “comedores comunitarios” o recibían “bolsones
de alimentos”.
Diez
meses más tarde, el dólar blue cotiza a 147 pesos, dos de cada tres argentinos
se sitúa por debajo de la línea de la pobreza y once millones de habitantes
perciben algún tipo de subsidio del Estado, en especial el Ingreso Familiar de
Emergencia (IFE) de diez mil pesos que comenzó pagándose mensualmente (aunque
con mucho atraso) y actualmente se paga bimestralmente. El número de quienes se
alimentan en “comedores comunitarios” o retiran “bolsones de
alimentos” de las municipalidades se ha multiplicado.
La
jubilación mínima que reciben dieciséis millones de personas se fijo en
septiembre en $16.864 pesos por mes. Es decir, que un jubilado debe sobrevivir
con $526 pesos diarios. Con esa suma debe pagar impuestos (nacionales,
municipales y quizás provinciales), luz, gas, teléfono, alquiler, posiblemente
expensas a un consorcio y adquirir los medicamentos que por su edad (más de 65
años) y dolencias le demanden.
Veamos
una interesante comparación. Un general de brigada del Ejército, con más de
treinta años de servicio, según el Jefe de Estado Mayor del Ejército percibirá
con los haberes del mes de octubre la suma de $ 95.199, que equivalen a U$S 648
dólares estadounidenses, una 5,6 jubilaciones mínimas. Pero esos haberes sufren
descuento de aportes jubilatorios, obra social e impuestos a las ganancias.
Un
diputado nacional recibe como honorarios por diversos conceptos la suma de $
215.000 pesos mensuales, unos 1.462 dólares al cambio actual y el equivalente a
12,75 jubilaciones mínimas. También recibe descuentos por aportes jubilatorios
y obra social. Pero, los diputados están exentos del pago de impuestos a las
ganancias.
Si
llevamos estas cifras valores internacionales un jubilado argentino percibe U$S
115 dólares estadounidenses, o sea unos tres con cincuenta dólares diarios. Lo
mismo que gana un habitante de los países más pobres de África y Asia.
No
puede sorprender entonces que muchos jubilados dependan de sus familiares más
jóvenes, continúan trabajando mientras pueden o se convierten en asistentes a
los comedores comunitarios.
Hoy un
ejército de trabajadores desempleados anda a la caza de cualquier tipo de “changa”
que le permita llevar alimentos y un poco de dinero a sus hogares. Muchos
antiguos trabajadores mejor preparados y con más iniciativa aguzan su ingenio
su inventiva para crear precarios “microemprendimientos”.
Algunos
se dedican a producir velas aromáticas, otros venden esencias, preparan comidas
caseras para entregar a domicilio, distribuyen productos de limpieza, ofrecen
clases de yoga, gimnasia o reiki por internet, etc.
La
imposibilidad de afrontar el pago de alquileres, expensas e impuestos ha
obligado a muchas personas a apelar a la solidaridad de algún familiar que los
albergue, a instalarse en precarias casillas en las villas miseria o
directamente a entrar en “situación de calle”. Cuando no a participar en
la usurpación de tierras y viviendas desocupadas por sus propietarios.
El
empobrecimiento generalizado y la liberación indiscriminada de delincuentes
presos ha incrementado considerablemente el número de delitos violentos. En especial
los femicidios detonados por el encierro de la cuarentena y los crecientes
conflictos familiares por falta de dinero.
Este
es el desgarrador retrato de un país que ha entrado en una pronunciada anomia
social, donde el que puede se va o hace planes para irse cuando disminuyan las
restricciones impuestas por la pandemia.
Más de
diez compañías globales (Falabella, Sodimac, Walmart, la aerolínea Latan, Air
New Zealand, Emirats Airways, Qatar Airways, la aerolínea low cost europea
Norwegian, la fabricante de pintura para automóviles BASF y su competidora
Axalta, al autopartista francesa Pierre Fabre, la empresa de indumentaria
deportiva Nike, la empresa alemana de packaging Gerresheimer, la firma de
delivery Glovo y la empresa de comidas rápidas Burger King) abandonan el país
por sus condiciones estructurales: la prohibición de despidos, las
expropiaciones, imposiciones de tarifas controladas por el Estado, controles
cambiarios, restricciones a las importaciones, elevados costos laborales, el
poder de los sindicatos, etc.
No
obstante, en algunas empresas internacionales dejan el país porque el poder
adquisitivo de la población ha descendido tanto que no pueden adquirir los
productos o servicios que comercializan. El sector más afectado por la pérdida
de ingresos es la sufrida clase media argentina que cada día se reduce más.
Mientras
los economistas privados recorren los programas periodísticos alertando sobre
el sunami económico y social que amenaza al país. El gobierno y sus
funcionarios viven una suerte de autismo en que sólo atienden sus intereses
políticos, sus especulaciones electorales y sus ambiciones personales.
Cristina
Fernández de Kirchner, la vicepresidente y líder autocrática del Frente de
Todos esta inmersa en sus vendettas contra los miembros del poder judicial y
algunos periodísticas críticos. Aunque su preocupación principal es obtener el
sobreseimiento definitivo en las causas judiciales que la afectan a ella y a
sus hijos. Para lograr ese objetivo no duda en llevar a cabo toda suerte de
arteras maniobras desplazando a empellones a los jueces que los procesaron.
La
vicepresidenta esta especialmente interesada en recuperar el patrimonio
embargado por la justicia y cobrar la doble jubilación sin pagar los mismos
impuestos a las ganancias que el resto de los argentinos.
En
otras palabras, Cristina solo se interesa en su propios problemas y por
mantener bajo control a su testaferro en la presidencia.
El
presidente Alberto Fernández ha dinamitado toda su credibilidad afirmando
primero una cosa y veinticuatro horas más tarde decir o hacer precisamente todo
lo contrario. También ha perdido su imagen de político moderado con declaraciones
confrontativas y decisiones sectarias que solo contribuyen a profundizar la
grieta que divide a los argentinos. Como la puñalada por la espalda que asestó a su “amigo
Horacio” al sacarle autoritaria e inconsultamente un punto de la coparticipación
federal a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para cubrir el desmanejo
financiero del gobernador bonaerense, el kirchnerista Axel Kicillof.
Si la
situación no fuera tan dramática, las desopilantes declaraciones del presidente
Alberto Fernández moverían a risa, pero en la situación actual solo causan
pavor a quienes las escuchan.
Un día
dice muy suelto de cuerpo que la Secretaria Legal y Técnica en lugar de cumplir
con sus funciones se dedica a hacerle la “carta astral” y descubrir que
es una suerte de “ave Fénix” que renace de las cenizas. Otro día
obsequia un cachorrito a la madre de un joven asesinado y desparecido que
reclama por la identificación y castigo de los asesinos de su hijo. Luego se
congratula porque los argentinos podrán pagar un corte de cabello en dieciocho
cuotas. Finalmente, el presidente que tiene su residencia privada en el barrio
más costoso de la ciudad de Buenos Aires, Puerto Madero, condena a los porteños
por vivir en la opulencia. Pero, que opulencia puede haber en la Villa 31 de
Retiro, la Ciudad Oculta de Mataderos o la Villa 21 del bajo Flores, o en las
decenas de precarios inquilinatos que sirven de refugio a miles de porteños
pobres y a inmigrantes provenientes de los países limítrofes.
Con estas
disparatadas declaraciones el presidente Fernández no hace más que descender en
las encuestas. Hoy el presidente se ha convertido en el político argentino con
mayor imagen negativa, superando por primera vez a su vicepresidenta Cristina
Kirchner. En esta forma Fernández se equipara con su colega venezolano Nicolás
Maduro quien suele hablar con los pájaros y con el espíritu de Hugo Chaves.
Los
comportamientos bizarros dentro del kirchnerismo no son patrimonio exclusivo del
presidente. Está semana la Cámara de Diputados de la Nación debió expulsar al
diputado kirchnerista Juan Ameri. El legislador convirtió una sesión
parlamentaria por zoom en una vídeo porno casero. Durante el debate, el
diputado que se encontraba en su domicilio se dedicaba a besarle una teta
desnuda a una de sus asesoras, a la vista de todos sus colegas.
Al
mismo tiempo, el ministro de Relaciones Exteriores, Felipe Solá presentó con
bombos y platillos un nuevo mapa oficial de la República Argentina donde el
sector antártico reclamado por el país -hasta ahora infructuosamente por la
vigencia del Tratado Antártico de 1959 y la superposición con otras
reclamaciones de soberanía en el continente blanco- aparece como la nueva y más
grande provincia del argentina. Además de confundir los conceptos de aguas
territoriales, zona económica exclusiva y plataforma continental entre otros
dislates. Una fantasía total que se pretende presentar como un logro
internacional de la gestión kirchnerista y que sólo servirá para generar
conflictos con otros Estados.
La
única solución que se le ocurre al gobierno kirchnerista frente a la crisis es
aumentar los impuestos, incrementar los controles cambiarios y a estatizar aún
más la economía, mientras se aumenta el gasto público creando nuevos juzgados u
otorgando jubilaciones sin aportes previo incrementando aún más el déficit del
ANSES.
No
debe sorprender entonces que cada día más argentinos se pregunte hasta cuando
seguirá esta disparatada aventura populista, como hará la Argentina para
sobrevivir a ella y si no es necesaria una renovación profunda de la clase
política. El demorado “que se vayan todos”.
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